domingo, 27 de noviembre de 2011

La nueva Historia Oficial. Por Claudio Chaves

El Gobierno Nacional acaba de crear por decreto el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano, Manuel Dorrego.

Entre los considerandos de su fundación se destaca la necesidad de profundizar el conocimiento de la vida y obra de los mayores exponentes del ideario nacional y popular, federalista e iberoamericano, justificando la elección del nombre por haber sido Dorrego “un prócer caracterizado por su patriotismo, coraje, clarividencia que lo llevaron a destacarse como pocos en las luchas de nuestra independencia. Abogó por la organización federal de nuestra patria y representó los intereses de los sectores populares como quedó demostrado durante su corta gestión como Gobernador de Buenos Aires. Su trágico final y las sangrientas consecuencias posteriores, son un llamado a desterrar la intolerancia y la violencia de las prácticas políticas”.


En dicho acto se nombró a Cristina Fernández de Kirchner, Presidenta Honoraria del Instituto otorgándosele el Premio José María Rosa, galardón que el organismo entregará en lo sucesivo a los distintos historiadores que acrediten pureza ideológica y de sangre. Así mismo se instituyó el premio Jorge Abelardo Ramos bajo los mismos parámetros de evaluación. ¿Qué diría el “Colorado” de un premio que lleva su nombre instituido por un organismo del Estado, que naturalmente promueve una visión única del pasado?

Este acto fundacional recuerda a otro, ocurrido hace setenta y tres años. Precisamente, enero de 1938, cuando un decreto del Presidente Justo creó la Academia Nacional de la Historia para construir desde el Estado una “historia oficial” a gusto del poder de turno. En esa oportunidad se nombró Presidente honorario al General “liberal”, amigo de Ricardo Levene, presidente real de la Academia.

Es de destacar que Levene le ofreció por esos años, 1935, al Mayor Juan Domingo Perón la realización de un trabajo histórico sobre el General San Martín y la Guerra de la Independencia que este no pudo realizar por falta de tiempo.

Setenta y tres años han pasado y más de los mismo, dos impulsos totalitarios de construcción de un pasado unívoco. Levene y O’Donnel cara y seca de una similar intencionalidad. La restauración de la Historia Oficial.

EL INSTITUTO
Sin duda es meritoria la declaración de principios del Instituto, cuando señala al martirologio del caudillo porteño como una ofrenda para “desterrar la intolerancia y la violencia de las prácticas políticas” feliz declaración que debiera orientar las futuras investigaciones del Instituto, en el caso de abocarse, cosa que dudo, a la violencia criminal que en la década del 60 y el 70’ ensombreció a la patria, destruyendo los últimos lazos que liaban a los argentinos en pos de un destino común; y esto en sus distintas versiones: conservadora o revolucionaria.

Pero es dudoso que dicho Instituto avance en este “revisionismo”. El clima que se respira en el país desde que el kirchnerismo gobierna no es propicio a estas investigaciones. No es políticamente correcto, ni reditúa sueldos ni canonjías. Por otro lado al observar que entre sus miembros hallamos individualidades que defienden a ultranza la violencia guerrillera de aquellos años resulta difícil imaginar cierta amplitud historiográfica.

Por el contrario al igual que el viejo liberalismo decimonónico que ninguneó al rosismo, ocultando y desacreditando a quienes pretendían saber sobre don Juan Manuel, como fue el caso de historiadores de fuste como Saldías o Quesada, borrando, también, de la faz de la tierra el caserón de San Benito de Palermo, el kirchnerismo de idéntico modo se comportó igual, descolgó al cuadro y listo…borrón y cuenta nueva.

¿Qué diferencia existe, entonces, entre esta actitud y la de la Revolución Libertadora y su decreto 4161 o la destrucción por parte del Proceso Militar de gran parte del material filmográfico que los canales televisivos guardaban como documentos de época, en 1976 para borrar de la memoria el gobierno peronista?

Desde el punto de vista político y desde el ejercicio de las libertades democráticas la conducta del golpismo no es comparable a la acción de un gobierno democrático. ¡No hay dudas! Pero desde el punto de vista de la ciencia histórica y del pensamiento, sus conductas se igualan.

Es difícil creer en la imparcialidad de una institución fundada al calor de un gobierno que procura imponer su visión desde el centro del Estado. Los historiadores allí reunidos son militantes del kirchnerismo y no de la heurística y la hermenéutica y menos amantes de la creación en libertad.

MANUEL DORREGO
De todos modos es interesante el nombre elegido: Manuel Dorrego, para un instituto que se denomina revisionista. Puesto que esta corriente, la revisionista, nació en la década del treinta para reivindicar la figura de Juan Manuel de Rosas, hombre que guardaba pocas simpatías por Dorrego y viceversa.

Conocida es la opinión de este último sobre Juan Manuel: “Mientras yo esté en el gobierno este gaucho pícaro no clavará su asador en el fuerte”

y los últimos dorreguistas debieron marchar al exilio luego de la Revolución de los Restauradores de 1833, perseguidos como perros por el rosismo extremo.

De modo que es un giro perceptible el que opera el actual Instituto, de aquel movimiento de los años 30’, a pesar de arrogarse el mismo nombre: revisionismo.

No hay continuidad sino más bien ruptura, puesto que no es lo mismo dorreguismo que rosismo como tampoco camporismo que peronismo.

Y si las actuales autoridades del flamante instituto le atribuyen a Dorrego intenciones de organizar la patria bajo el sistema federal, se equivocan fiero, debieran profundizar en la obra del célebre historiador cordobés, Carlos Segreti o de Perez Amuchástegui, por caso, para comprender que Dorrego al igual que todo el porteñismo, en su visión unitaria o federal, siempre que pudieron, levantaron tapias en el camino de la Organización Nacional.

Mientras comprendan el siglo XIX bajo el firmamento porteño, de unitarios y federales a los que son afectos el liberalismo mitrista y el revisionismo rosista y excluyan del análisis la mirada de Juan Bautista Alberdi acerca de este conflicto: “No son dos partidos, son dos países; no son los unitarios y federales, son Buenos Aires y las provincias. Es una división de geografía, no de personas, es local no política. Con razón cuando uno averigua quienes son los unitarios y federales y donde están, nadie los encuentra. Lo que sí existe a la vista de todos, es Buenos Aires y las provincias, alimentando a buenos Aires” nada nuevo se habrá creado en al territorio de la ciencia histórica. Pequeñas variables de una misma matriz.

Al actual Instituto le resultará muy difícil caminar por este andarivel del liberalismo nacional y provinciano que expresa Alberdi después de escuchar las palabras de la Presidenta el 20 de noviembre en la vuelta de Obligado.

LOS UNIVERSITARIOS
Le saldrán, seguramente, al cruce de este experimento los historiadores profesionales de las Universidades Nacionales, tipo: Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, Mirta Lobato, Paula Alonso, entre otros, que consideran esos ámbitos académicos los verdaderos y únicos cenáculos de construcción de la ciencia histórica. No son más que aquellos. Son una burocracia, dueña de becas y de cátedras a las que se aferran con más habilidad que un felino a un espejo, siendo sus aportes historiográficos una repetición o actualización indebida del pensamiento y la mirada del último gran historiador vivo, Tulio Halperín Donghi.

La libertad y la independencia de toda guía, norma o sugerencia emanadas de instituciones burocratizadas es garantía de creación y novedad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

excelente artículo!

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