miércoles, 29 de junio de 2011

El populismo posmoderno. Por Daniel Montamat

Hasta que el viceministro de Economía, Roberto Feletti, planteó la "radicalización" del populismo económico, los ideólogos de estas ideas preferían el debate y la confrontación de argumentos en el terreno político. La racionalización del populismo económico no es casual, sino un signo de época que marca la vigencia y la seducción de este discurso en la cultura posmoderna.

Ernesto Laclau se ha transformado en un ícono de la razón de ser del populismo político. La lógica populista es por definición cortoplacista, pero produce un "efecto sedante" en toda sociedad en crisis, que la vuelve cautivante y, según la ocasión, "útil para evitar males mayores".
La construcción racional es conocida. A partir de la sumatoria de demandas sociales insatisfechas, el populismo divide a la sociedad y convierte a la mayoría en un todo aglutinante que se apropia del concepto "pueblo". El líder, que representa al pueblo, y que evita la intermediación propia de los mecanismos institucionales para articular su relación con el grupo, promete soluciones inmediatas a problemas causados por un "enemigo" interno (el "antipueblo") que representa intereses de un "enemigo" externo (el neoliberalismo, el marxismo, el FMI, los "zurdos", los "yanquis", etc.). El enemigo también sirve de excusa a las demoras de resultados, las postergaciones de planes y las promesas incumplidas.
El populismo político espanta a los que comparten valores republicanos fraguados en los principios del constitucionalismo moderno y el Estado de Derecho, pero resulta edulcorado para quienes se conforman con una democracia formal basada en la regla de la mayoría. Las versiones maniqueas de la realidad a menudo suman votos y ganan elecciones. Si enfrentan instituciones débiles y crisis sociales recurrentes, muchas veces degeneran en las denominadas democracias "delegativas" o "prebendarias" que, salvo por los turnos electorales, en nada se parecen a las democracias representativas o participativas. Bajo la lupa de la argumentación moderna, todas las variantes de democracia populista son ni más ni menos que reencarnaciones de los proyectos corporativos fascistas de mediados del siglo pasado; reminiscencias de los nacionalismos románticos del siglo XIX.
Si esa explicación fuera suficiente, habría que complementarla con una suerte de fatalismo sociológico: las sociedades, como el hombre, tropiezan varias veces con la misma piedra. Pero el auge populista de principios del siglo XXI tiene más que ver con el presente que con el pasado. El populismo es la nave insignia de la política posmoderna, en la que rige el "imperio de lo efímero". La obsesión por ocuparse en las demandas del hoy -del aquí y del ahora-, movilizando pasiones y sentimientos exculpatorios, el pragmatismo exacerbado para brindar soluciones rápidas que no reparan en consecuencias futuras y el culto a la sensación que domina el presente constituyen una poderosa apelación a eternizar el instante: el proyecto excluyente de la posmodernidad.
También el populismo económico despliega una lógica argumental racional. La captura de rentas (flujos de ingresos con ganancias consideradas extraordinarias) y la apropiación de stocks acumulados mediante el proceso de ahorro-inversión con el fin de acelerar la redistribución de ingresos no cuentan con apologetas ortodoxos, pero concitan adhesiones en un buen número de economistas heterodoxos. Argumentan que las fallas del mercado, reconocidas por el consenso de la profesión, afectan la distribución de la riqueza y reducen el bienestar de la sociedad. Propician corregir esas fallas con intervenciones activas en las políticas de ingreso para mejorar la condición de los menos aventajados. Las regulaciones y las políticas de ingreso correctivas habilitan al gobierno a interferir en el sistema de precios, que se asume distorsionado, y a apropiarse de las rentas, empezando por las de los recursos naturales.
La crítica generalizada al populismo económico también abreva en concepciones modernas. Desde el propio progresismo puede argumentarse que el proceso de desacumulación de stocks y el reparto de rentas presentes no es sostenible en el tiempo y violenta el tercer principio de justicia social formulado por John Rawls: el principio "de ahorro justo"; lo que la generación presente está obligada a dejar para los que vienen: la justicia intergeneracional. Paul Krugman sostiene que el populismo económico se caracteriza por los excesos monetarios y fiscales. Sus programas asumen la quimera del financiamiento externo irrestricto (que termina en default y devaluación), o la quimera de la emisión monetaria irrestricta (que termina en hiperinflación y devaluación). Sucede que las rentas extraordinarias desaparecen, los stocks acumulados se depredan obligando a reinvertir para reponerlos y las políticas redistributivas dependientes de ellos se quedan sin financiamiento.
La reiteración de los ciclos de ilusión y desencanto populista del pasado hace difícil entender el auge de las políticas económicas populistas en el presente. Por eso, también hay que interpretar el fenómeno en clave posmoderna. La economía posmoderna se caracteriza por promover el consumo existencial, para ser (el consumo para "parecer" todavía es moderno), un consumo bulímico que no repara en las condiciones de sustentabilidad. Para el consumidor posmoderno la gratificación del instante presente no es intercambiable con ningún diferimiento de consumo para el futuro (ahorro) a pesar de las restricciones presupuestarias y aunque el crédito esté sobregirado. Ese consumo es consustancial con la depredación de stocks acumulados y el uso de flujos extraordinarios para atender demandas presentes sin tener en cuenta las consecuencias futuras.
La redistribución ya no es un objetivo de justicia social, sino un medio (un pretexto) para alentar sensaciones de consumo efímero, desigual y clientelar para muchos, pero anestésico en la angustia del instante. El populismo en clave moderna se anatemizaba como "pan para hoy, hambre para mañana"; en la posmodernidad es "pan para hoy, no existe el mañana".
El populismo está globalizado y, como sucede entre nosotros, tiene promotores por derecha y por izquierda. Sus manifestaciones políticas y su arraigo social dependen de la fortaleza institucional del medio en que actúa. No es un fenómeno propio de las economías en desarrollo: también cunde en la economías desarrolladas. ¿Acaso no fue populista la política de Bush y Greenspan, ambos conservadores, cuando exacerbaron el consumo americano con shocks fiscales y monetarios tras el ataque a las Torres Gemelas? La burbuja inmobiliaria y la crisis financiera derivada de esa política que estalló en 2008 fueron una crisis de consumo posmoderno. ¿No fueron las políticas populistas las que predominaron en muchas economías europeas luego de que la unión monetaria habilitara el crédito fácil y el financiamiento del consumo presente con consecuencias futuras que hoy están a la vista? ¿Dónde quedaron los acuerdos vinculantes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero? ¿No ofrecía la gran recesión de 2008 la oportunidad de estimular la demanda agregada mundial con un programa de inversiones de largo plazo que permitiera al mundo globalizado empezar a transitar la senda del desarrollo sustentable?
Son los valores posmodernos los que se resisten a cambiar los patrones de un crecimiento mundial que depreda recursos materiales y ambientales con graves consecuencias sociales. Son los liderazgos posmodernos los que explican el cinismo con que la clase dirigente evita toda transacción que involucre resignaciones presentes en aras de un futuro posible.
El futuro no cuenta, pero el presente nos augura rumbo de colisión. Nuestra civilización vive tiempos de confluencia interoceánica entre los valores de la cultura moderna y la posmoderna. Para evitar el naufragio, se hace imprescindible incorporar a la cartografía que hasta ahora ha servido de guía -léase el modelo teórico moderno-, los nuevos datos que proporciona la ascendiente cultura posmoderna. Sólo a partir de un diagnóstico relevante el mundo y la Argentina estarán en condiciones de encontrar los liderazgos y los programas de largo plazo para revertir las consecuencias inevitables del colapso al que nos encamina la posmodernidad populista.
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martes, 21 de junio de 2011

La teoría de un solo demonio. Por Marcos Novaro

Hebe de Bonafini siempre ha sido para el oficialismo, igual que Hugo Moyano, una aliada muy necesaria y a la vez "impresentable", difícil de controlar y mantener alineada o de correr al segundo plano cuando su presencia resulta políticamente inconveniente. Hay quienes creen que su caída en desgracia perjudicaría la causa de los derechos humanos, con un efecto equivalente a lo sucedido con el ataque a La Tablada en 1989. Pero el paralelo es, por varios motivos, forzado. Por empezar, el divorcio entre Bonafini y "la causa de los derechos humanos" es desde hace tiempo evidente para mucha gente. Salvo para el discurso oficial, por lo que es natural que éste sea el principal damnificado con la crisis en curso.

El entendimiento entre los Kirchner y Hebe de Bonafini se basó en varios acuerdos; los hubo prácticos y los hubo ideológicos, algunos beneficiaron a la democracia argentina, como la reapertura de juicios por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, y otros fueron más discutibles o directamente perjudiciales, como los que están saliendo a la luz en estos días.
Entre las cuestiones ideológicas que cimentaron esa alianza se destaca el interés por reivindicar a las víctimas de la represión no sólo como ciudadanos, es decir, titulares de derechos individuales que habían sido atropellados desde el Estado, sino como actores políticos, protagonistas de proyectos de cambio que podían servir de fuente de inspiración y guía en el presente. En alguna medida, al menos, porque en este terreno no dejó de haber sustanciales diferencias entre Bonafini, que reivindica, desde mucho antes de que los Kirchner llegaran a la Casa Rosada, el proyecto revolucionario que animó a los desaparecidos o al grueso de ellos, y llegó incluso a pedir que "los FAL con que combatieron nuestros hijos estén expuestos en la ESMA", y la línea oficial, que recoge las ideas setentistas, pero no todos los hábitos ni las prácticas políticas de aquella época.
En lo que sí coincidieron plenamente fue en usar esa memoria de los años 70, y la autoidentificación como "herederos y continuadores de aquellas luchas" como arma discursiva para descalificar y poner fuera del campo de legitimidad democrática a sus adversarios: porque si el kirchnerismo era "hijo de las Madres" y heredero de las víctimas, quienes lo criticaban podían ser tachados de continuadores o herederos de los victimarios. Los ejemplos de cómo se ha aplicado esta operación son tan abundantes y conocidos que no hace falta explayarse: goles secuestrados, Papel Prensa, las adopciones de Herrera de Noble, los "grupos de tareas" de los piquetes ruralistas, etcétera. En este sentido, es poco lo que los oficialistas pueden reprochar a los Schoklender, porque lo que éstos hicieron fue, cuanto más, transitar desprolija y torpemente el camino que los Kirchner habilitaron para usar los derechos humanos como enjuague bucal de las más diversas tropelías.
Esa operación, para ser mínimamente creíble, necesitó de una anterior, la que disculpó a los revolucionarios de los 70 de cualquier responsabilidad en la escalada de violencia que vivió el país desde bastante antes del golpe de 1976. Esta operación primera y fundamental apuntó a desterrar cualquier discusión sobre el tema, volviendo imposible siquiera tomar en consideración hechos muy notables y conocidos, como el número, las circunstancias y la condición de los muertos que la guerrilla acumuló en su haber a partir de 1970. La fórmula escogida para concretar esta operación de borramiento u olvido fue la impugnación de la "teoría de los dos demonios", argumento, por cierto, precario y objetable, tanto en términos morales como históricos, que formulara Alfonsín en la transición democrática para crear un espacio de negociación entre versiones extremas e irreconciliables sobre el pasado inmediato. El problema es que lo que el kirchnerismo ha ofrecido en su lugar no supuso una lectura superadora, ni moral ni históricamente, sino una suerte de involución hacia las tesis ya harto trajinadas en los años 60 y 70 en cuanto a que "la violencia de arriba legitima la violencia de abajo", "los pueblos y, por extensión, sus vanguardias políticas, tienen un derecho natural a la revolución" y "la superioridad moral de la izquierda, que la habilita a forjar «un país mejor» (como si los demás no lo desearan) justifica que ella ejerza cierto grado de coerción y violación de derechos sobre sus oponentes, moralmente inferiores", criterio este último que, según se ha visto, Bonafini aplica tanto a la rendición de cuentas por el uso de fondos públicos como a la discriminación entre buenos y malos periodistas, buenos y malos actos de terror, etcétera.
Esto sirvió para que Mirtha Legrand, Clarín, la Sociedad Rural o los herederos de Ricardo Balbín pudieran ser considerados responsables de lo sucedido a partir de 1976, y disculpar, en cambio, a los montoneros y al ERP; y, lo que ha sido más sutil y aún más útil para el oficialismo, para que los peronistas se vieran en la necesidad de alinearse detrás de este relato, a riesgo de que se les recordara su aval o tolerancia (compartida por muchos) a la represión ilegal, antes y después del golpe, y se los excluyera del campo "nacional y popular", monopolio de la virtud y la legitimidad.
Esta "teoría de un solo demonio" ha sido terriblemente tóxica para la democracia argentina, para nuestra cultura política y, lo que es ahora visible, para la causa de los derechos humanos. No simplemente porque la corrompió con dineros públicos y manejos propios de la peor política partidaria. En esencia, era ya tóxica antes de que el dinero empezara a fluir a manos llenas en las cuentas de Sergio Schoklender; lo fue cuando la divorció de los principios liberal-democráticos, cuando la llevó a mentir alevosamente sobre el pasado y convirtió la legitimidad de los derechos humanos en el arma con que una facción podía acallar a una enorme gama de actores sociales y políticos. Cuando debilitó todo principio de pertenencia y convivencia colectiva para afirmar como "carta de triunfo" los derechos de las víctimas y sus representantes.
Italia tiene una historia en muchos aspectos parecida a la nuestra. Pero las diferencias culturales y políticas actuales en este terreno son más instructivas que las similitudes. Uno puede encontrar en muchas ciudades italianas homenajes a los muertos de la resistencia antifascista. Mientras que el Estado paga religiosamente las pensiones de los veteranos de la Segunda Guerra. No por eso reivindica su participación en ese conflicto. Y lo que es más importante: a nadie se le ocurre por una cosa o la otra confundir la resistencia con las Brigadas Rojas.
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lunes, 20 de junio de 2011

El chino, la costeleta y el gobierno K. Por Daniel V. González

La Argentina y en general todos los países con economías atrasadas viven un momento histórico muy favorable. Desde 2002, sus productos de exportación (alimentos, combustibles, materias primas en general) se han revalorado en el mercado mundial a la vez que muchos bienes industriales han bajado sus precios de comercialización.



Se trata de un fenómeno ciertamente novedoso: la tendencia secular, histórica, ha sido la contraria. Durante décadas, los precios de las materias primas sufrieron de una relación desventajosa respecto de los productos industrializados. Además, a partir de la posguerra, por razones estratégicas Europa decide reagrarizarse al costo de fuertes subsidios. Su producción, aportada al mercado en claro desafío a las leyes económicas del liberalismo que esos propios países proponen, contribuía a deprimir aún más los precios de los productos primarios.
Esta fuerte tendencia desfavorable adoptó la forma de una teoría cuyos efectos parecían ineludibles. La CEPAL, al mando de Raúl Prebisch, formuló que el deterioro de los términos del intercambio signaba las relaciones económicas entre el centro (países desarrollados) y la periferia (países atrasados).
Pues bien, aunque parezca un milagro, esto ha cambiado. No sabemos por cuánto tiempo pero ha cambiado. Y en este cambio de tendencia han tenido que ver, de un modo decisivo, el impresionante crecimiento económico de China, en primer lugar, y de India. El descomunal aumento del consumo en esos países ha impulsado hacia arriba el precio de las materias primas. Y nuestro país se ha beneficiado de un modo impensado por esta circunstancia.

La importancia del modelo… chino
China logró esquivar el destino soviético a partir de importantes modificaciones a su economía. Le dio un creciente espacio al mercado e incorporó a la producción y a la posibilidad de enriquecerse a millones y millones de obreros, empresarios, técnicos, profesionales, científicos, administrativos y cuentapropistas. Descubrió que el capitalismo, después de todo, no resultaba tan malo para sus intereses ni para su economía. Esta decisión revolucionó la economía mundial, cambió el panorama económico global en pocos años y sentó las bases de un tiempo económico con nuevas y benéficas características para Argentina y una gran cantidad de países productores de materias primas.
Sin este dato de la economía mundial, sin la multiplicación del precio de nuestros principales productos de exportación, el modelo K, al que se adjudica el crecimiento de estos años, no hubiera tenido la más mínima posibilidad de existencia, con las características que le conocemos.
Ninguna de las principales características de lo que se denomina como “modelo K” podría haber existido sin las especiales condiciones del mercado mundial que han significado para la Argentina una lluvia de dólares sobre su economía y sobre el presupuesto del estado nacional.
Detrás de la suficiencia de algunos funcionarios, detrás de las enredadas especulaciones de los intelectuales K, detrás de las lucubraciones teóricas de sus filósofos e historiadores, está la rústica y elemental presencia de un chino, comiendo una costeleta de cerdo engordado con soja argentina y, como él, cientos de miles. Ese es todo el secreto.
Pero nuestro interés no consiste en quitarle mérito al gobierno nacional. Lo importante es que, si no evaluamos correctamente dónde estamos parados, será muy difícil que aprovechemos este momento histórico tan favorable y de cuya permanencia y duración no tenemos mayores certezas.
Porque si todos estos años de crecimiento se deben a la genialidad del presunto modelo K, entonces nuestra economía no peligra, pues hemos descubierto el modo de producir y crecer a voluntad. Si, en cambio, lo decisivo son las condiciones externas, que no dependen de nuestra voluntad sino de circunstancias que no manejamos, entonces debemos estar atentos al uso racional e inteligente de nuestros recursos pues nuestra economía pende del hilo mágico de una favorable configuración de astros en la economía mundial.
Claro que la inclinación del gobierno hacia una explicación del crecimiento económico que fije en sus decisiones las claves del éxito, no es inocente. El lo que, todavía, le proporciona un elevado grado de adhesión y, probablemente, de votos para octubre. Sin embargo, puede ocurrir que el gobierno realmente crea que esto es así, que ha sido la genialidad de Boudou y sus ignotos antecesores lo que ha permitido a la economía argentina superar algunos escollos históricos, como el déficit fiscal y el déficit de su balanza de pagos. Eso no hará otra cosa que desarmarlo para cuando llegue el inexorable momento en que todos los desequilibrios acumulados durante estos años de holgura se hagan evidentes.
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Juegos de tablero. Por Beatriz Sarlo

Kingmayer fue un exitoso juego de tablero creado en 1974. Brevemente, cada uno de los participantes trata de “hacer al Rey” a través de su influencia sobre el Parlamento, los obispos y los ejércitos; fortalecer su poder (no el del Rey); acumular para sí mismo, siendo el Rey su “pieza”. Creado por una firma norteamericana, el juego tomó su nombre de un kingmaker histórico. Ese “hacedor de reyes” fue Richard Neville, señor de Warwick, que intervino en la Guerra de las Rosas, coronó por lo menos un rey, fue generoso y riquísimo, tuvo a su disposición puertos y barcos; reclutó ejércitos, que comandó con glacial intrepidez; quizá la mayor desgracia, bien de Shakespeare, es que su hija Anne fuera la esposa del terrible Ricardo III. De este complicado nudo de sucesos históricos del siglo XV, el juego Kingmaker toma sólo la idea de que alguien, sin convertirse en rey (porque no ha nacido del debido padre, por ejemplo), puede marcarle la Ley al monarca. Kirchner evitó que Duhalde ocupara la posición del kingmaker .


Pensaba en ese juego de estrategia y su secuela como videogame mientras se preparaba el lanzamiento de la alianza de Ricardo Alfonsín con Francisco de Narváez. El mismo 5 de junio en que los diarios publicaban la foto de ambos candidatos, vestidos casi igual, detrás de atriles idénticos decorados por un cartel que sólo informaba sobre los días que faltan para las elecciones nacionales, ese mismo 5 de junio en que Alfonsín hizo la V peronista de la victoria y la enlazó con el apretón de manos inventado por su padre como logo de campaña en 1983, Francisco de Narváez respondió algunas preguntas a este diario. Para no dejar lugar a dudas ni a esperanzas se pronunció sólidamente por un triunfo de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires y, taponando todo resquicio, agregó que “hay que hacer todo lo posible para que eso suceda” (¿quiénes deben hacer todo lo posible?; ¿los radicales también deben ejecutar esa línea?).
Hasta ese momento, sobre el tema de la capital, Ricardo Alfonsín sólo había incurrido en vagas menciones a Silvana Giudici, una candidata hoy volatilizada. Sin embargo, el novísimo aliado de De Narváez, acerado jugador de tablero, informaba por los diarios que se debía fortalecer a Pro. Habrá consultado encuestas o habrá querido primerear a sus nuevos amigos, vaya a saberse. De todos modos, habló como un kingmaker , seguro de que es indispensable si la UCR fantasea una victoria presidencial en octubre.
Estos son los derechos del kingmaker . El mismo 5 de junio en que se publicaban estas declaraciones, Jorge Fontevecchia entrevistó a Francisco de Narváez en Perfil y el juego de tablero quedó iluminado por palabras breves pero cortantes. “Decidí apoyar a aquel [Ricardo Alfonsín] sobre quien tengo la convicción de que puede ser el gran presidente de los argentinos. Si eso me ha convertido en el gran elector. En esos términos, sí.” No se le puede negar a De Narváez la franqueza de los que saben que disimular modestamente el poder que se les atribuye equivaldría a un achique. De Narváez no puede tirarse a menos, porque, además, todavía no ha demostrado que puede aportar lo que los radicales piensan que aportará en términos electorales. Es cierto que le ganó a Kirchner en un momento de baja catastrófica del Gobierno; también es cierto que dos años antes Margarita Stolbizer sacó un punto y medio más que De Narváez.
Cuenta la leyenda que, en 1983, Raúl Alfonsín decidió que Alejandro Armendáriz, un hombre de Saladillo, fuera el candidato de la UCR en la provincia de Buenos Aires; a los dudosos que le señalaban otros radicales más conocidos, les respondió: “O se gana con Armendáriz o no se gana con nadie”. Si la anécdota tiene un interés no es su indemostrable veracidad, sino el de poner en escena una convicción de Raúl Alfonsín: “Es mi línea, son mis hombres los que deben ganar conmigo, porque, en primer lugar soy yo el que gano”. Antes que finos encuestadores como Heriberto Muraro llegaran perplejos a números levemente favorables a la UCR en la semana anterior a esas elecciones de 1983, Raúl Alfonsín confiaba todo a su victoria. Ganó también con voto peronista, pero no colocando a un peronista en las boletas, sino precisamente lo contrario: denunciando un pacto sindical-militar. Por supuesto, eran otras épocas y traigo la anécdota sólo porque se trata del mismo partido y, por coincidencia, del mismo apellido.
Dentro de pocos meses sabremos si De Narváez cumplió lo que muchos consideran su promesa. Y, si cumplió, sabremos si se comporta con la autoridad de un kingmaker , ya no en su discurso, como lo hace hoy, sino en las pretensiones. Abro simplemente una pregunta exploratoria: en este país donde se repite el sueño de modificar la Constitución ¿estaremos ante una nueva modificación, apenas un detalle sobre la nacionalidad del presidente? Es sólo una ocurrencia pero, dados los antecedentes de reformas coyunturales con identikit , no es la más alocada.
Por supuesto, se podrá decir que la culpa de todo la tienen Hermes Binner y el Partido Socialista, un hombre y un aparato político lentos y precavidos, desconfiados y llenos de resquemores. Aceptemos por un momento que Ricardo Alfonsín habría preferido esa alianza de centroizquierda con el socialismo y GEN, vuelta imposible porque los tiempos no la permitieron y porque Proyecto Sur pensó que su propia construcción a mediano plazo se salvaba si atraía esos mismos aliados que buscaba el radicalismo (pensamiento que mezcla el principismo y la mezquindad).
Aceptadas todas estas hipótesis, persiste sin embargo la perplejidad sobre un candidato como Alfonsín, que primero se define como socialdemócrata, para juntarse después con un ladero como De Narváez, uno de cuyos párrafos preferidos es de clara sustancia pospolítica: “Los chicos no nacen Pro, ni radicales, ni kirchneristas, nacen con necesidades”. Esta verdad tiene la evidencia del sentido común que borra las distinciones entre progresismo, centro y derecha; sostiene que todas las soluciones son técnicas, gerenciales y administrativas, incubadas en probetas inmunes a las bacterias de la ideología. Más o menos lo que ha dicho siempre Macri, por lo cual no es sorprendente que De Narváez desee su reelección en la ciudad de Buenos Aires. Borrar las diferencias ideológicas implica borrar un ordenamiento de valores; implica también considerar a la sociedad como “la gente”, a los ciudadanos como “vecinos”. Todo eso integra el arsenal de la des-ideologización de la política, que no es el mejor camino cuando, justamente, la re-ideologización kirchnerista todavía se mantiene en alza. Discutir con el kirchnerismo el campo progresista implica reconocer la existencia de ese campo, no su negación por una circular de los asesores de imagen.
Todo esto lo sabía Ricardo Alfonsín. Pero sucedieron dos cosas. Por un lado, una parte de la UCR, en especial la que reconoció la precandidatura de Ernesto Sanz, prefería virar el sistema de alianzas y desafiar el espectro de una derrota en octubre moviéndose del centro a la derecha. Por el otro, las elecciones se aproximan y, con ellas, la pulsión de prevalecer: con Binner o sin él, que fue remiso, intolerablemente pausado, a veces taimado.
Ahora la UCR encabeza otro frente, aunque no lo llame frente. Si De Narváez le proporciona los votos necesarios para desequilibrar en la provincia de Buenos Aires, incluso aunque él mismo no salga elegido gobernador, será el kingmaker . Lo sabe y declara como poseedor de esa llave que podría conducir a la sala de máquinas de la república. De Narváez no estaría en el puesto de mando, pero ¿cómo negarle que sus votos llevaron hasta allí al hipotético capitán?
Fuente: La Nación
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domingo, 12 de junio de 2011

El verdadero reto será en el 2013. Por Rodolfo Terragno

Los dos próximos años serán difíciles para cualquiera. Si hay reelección, habrá desencanto. Si hay cambio, añoranzas.
El período 2002-2011 ha sido propicio para la Argentina: elevadas tasas de crecimiento, aumento del empleo y explosión de consumo. Estas fueron las razones de la bonanza:
1. La introducción de la semilla transgénica (1996). Sumada a la siembra directa, multiplicó la productividad de la agricultura sojera. Eso convirtió a la Argentina en uno de los mayores proveedores de soja en el mundo.


2. El fuerte incremento de la demanda global, provocado por China (2001-2011). Solamente en soja, China quintuplicó, en diez años, sus importaciones: pasó de 10 millones de toneladas a 50 millones.
3. El boom de los commodities (2001-2011). La demanda china catapultó los precios: la soja pasó de 170 a 540 dólares la tonelada.
4. La devaluación . Los exportadores no sólo facturaron mucho más (por el crecimiento de la demanda) sino que pasaron a recibir 3 pesos (no 1) por cada dólar exportado. El comercio exterior actuó como locomotora de la economía. Hubo un raudo crecimiento de las reservas y del ingreso fiscal. El país gozó de superávits gemelos.
5. La renegociación de la deuda (2006). Una quita que parecía inalcanzable permitió disminuir sensiblemente la carga de la deuda.
Los años que vienen no serán como los que se fueron:
1. Diversificación de la producción mundial . Brasil aprobó la semilla transgénica nueve años después que la Argentina. Sin embargo, hoy produce 13 millones de toneladas más que la Argentina y es el segundo proveedor mundial, detrás de los Estados Unidos.
2. Desaceleración de la demanda global.
La tasa de crecimiento china podría descender este año de 10 a 7 por ciento. Europa está en una época de austeridad. A los Estados Unidos los preocupa el desempleo creciente.
3. Perspectivas de competencia . En los últimos años, EE.UU., Brasil y la Argentina se apoderaron del mercado chino para la soja. Ahora, la gran compradora, China, está impulsando la producción propia y ya está casi en la mitad de lo que produce la Argentina.
4. Retraso cambiario.
La inflación, al aumentar los costos de producción, reduce el valor real del dólar que reciben los exportadores. Esto restringe la exportación y favorece que los productos importados inunden el mercado interno. El dólar está hoy a 4,10, pero si se le descuenta la inflación acumulada desde 2002, está a 0,95.
5. Deuda y fuga de divisas . Hoy la deuda triplica a las reservas. No es una relación alarmante; pero debe tenerse en cuenta la fuga de dinero, que en los últimos 8 años sumó 66.000 millones de dólares.
En este contexto, se hace más difícil resolver problemas nuevos, que de por sí presentan grandes dificultades.
La inflación . Cálculos independientes dicen que la inflación anual está en 25 por ciento: la segunda del continente y la sexta del mundo. En otras épocas, esto se solucionaba (con trágicas consecuencias de largo plazo) apreciando el peso. Con eso, lo importado eran más barato que lo nacional y obligaba a los productores locales a reducir márgenes. Con la tablita y la convertibilidad aprendimos que eso es pan para hoy, hambre para mañana.
El gasto público . En los últimos años imitamos a la cigarra, no a la hormiga. Las cuentas públicas se han hecho cada vez menos halagüeñas y el fisco ha debido recurrir a fondos de los jubilados y reservas del Banco Central: recursos que (legítimos o no) sólo sirven para remendar.
Los subsidios . El Estado gasta 11 millones de pesos por hora para subsidiar actividades y precios. Si se quitaran tales subsidios no sólo aumentaría la inflación sino que se produciría una rebelión social. El público, acostumbrado a los precios subsidiados, no toleraría un brusco pase a la realidad. A la vez, si se mantuvieran los subsidios, se marcharía hacia una crisis fiscal.
La lucha contra la inflación demandará medidas fiscales y monetarias que, inevitablemente, desacelerarán el crecimiento y el consumo. La racionalización del gasto público también será un arma de doble filo. En el largo plazo será beneficiosa, pero en el corto tendrá víctimas que, naturalmente, no se quedarán calladas. La eliminación de los subsidios – aunque sea parcial y se la ejerza paulatinamente- provocará fuertes reacciones. Mucho o poco, habrá un aumento sensible de los servicios públicos.
Esto significa que, gobierne quien gobierne, los próximos años serán arduos.
Si a fines de año hay reelección, la Presidenta no podrá continuar la marcha fácil del período 2003-2011 y provocará un comprensible desencanto. Además, ella tendrá poco tiempo para sortear obstáculos. Como no hay segunda reelección, la temprana puja por la sucesión resentirá muy pronto la capacidad de decisión de su nuevo gobierno.
Si lo que hay es cambio, el nuevo gobierno deberá afrontar comparaciones con el “ayer” y el “hoy”. La gente razonará que “antes” no existían los problemas que irán surgiendo.
Las soluciones para esos problemas no serán populares y el Gobierno, que no tendrá mayoría en el Congreso, se verá hostigado por el sindicalismo y las fuerzas opositoras .
Nada de esto significa que estemos condenados. Ni la reelección ni el cambio tienen por qué ser dramáticos si todos los candidatos toman conciencia de los problemas a resolver y acuerdan (antes de la elección) que podrán disentir en un sinfín de doctrinas, pero que los problemas más apremiantes exigen coincidencias sobre los remedios a aplicar .
La idea es que el próximo gobierno haga lo que debe hacer, y la oposición lo acompañe.
No es una posición idílica: todo quien sienta que tiene posibilidades de sentarse en el sillón tendrá que pensar, en algún momento, en el 11 de diciembre. Advertirá entonces que sólo (o sola) no podrá. El momento decisivo, en el cual hay que pensar desde ahora, será 2013. Sólo entonces sabremos si el país se ha encaminado, o si hay que tomar nuevos rumbos.
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domingo, 5 de junio de 2011

"En '6,7,8' engañan a la audiencia. Reportaje a Beatriz Sarlo por Magdalena Ruiz Guiñazú

Pocas veces una entrevista televisiva ha tenido tanta repercusión como la que (hace casi dos semanas) ubicó a Beatriz Sarlo frente a lo que se suponía era casi un pelotón de ejecución y que, en cambio, resultó una lección inteligente de cómo responder a un panel que pretendió ser inquisitorial.
Todavía, una semana más tarde, Ricardo Forster se empeñaba en salvar su pensamiento (el de Forster) en la contratapa de BAE y Horacio Verbitsky dedicaba a Beatriz la tapa y un par de páginas en Página/12.



Por supuesto que una cosa es la percepción de quien observa y lee desde afuera y otra, la del objeto en cuestión.
—¿A qué atribuye este fenómeno que usted protagoniza? –preguntamos a Beatriz mientras una fría mañana de otoño azota Buenos Aires.—Posiblemente a que, como invitada de 6, 7, 8, yo haya sido la primera opositora al kirchnerismo que haya aceptado sentarme frente a ese panel. Han ido a este programa otros opositores o quizá figuras no kirchneristas pero creo que he sido la primera en aceptar quedarme allí durante la hora y media que dura la puesta en el aire. Además, acepté sin condiciones. Lo único que pedí fue que mi libro ya hubiera salido, dado que tiene un capítulo dedicado a 6, 7, 8 y quise ser leal en este aspecto dándoles tiempo para que lo leyeran. No lo leyeron. Pero, bueno, ésa es otra cuestión. Repito, no puse condiciones. En primer término, me dijeron que iba a ser con el panel del programa y, luego, por Twitter me enteré de que iba a ir Ricardo Forster y, también más tarde, que estaría presente Mariotto. Creo que todo esto le dio una repercusión especial a 6, 7, 8 porque, también en el avance, el programa fue difundiendo que nos íbamos a encontrar esa noche. También el anuncio fue por Twitter, que es un medio muy politizado. Naturalmente, no todo el Twitter pero hay una zona importante de gente muy politizada que fue recogiendo el anuncio para convertirlo en un evento que tenía algo de político, algo de irónico-humorístico y otro poco de mediático.—¿Pero usted no cree que la gran repercusión se debió, en primer lugar, a que tuvo el coraje de ir y enfrentarse con un programa de propaganda? Porque, tal como lo define Verbitsky muy claramente, no es un periodístico sino un programa de propaganda. Lo cual ubica correctamente el tema. Además, la serenidad con que usted se manifestó lo hizo doblemente interesante, al punto que, como decíamos, casi a dos semanas de la emisión se sigue hablando del programa, que interesó aun a gente que habitualmente no lo ve…—Mire, para mí, la cuestión pasaba por lo siguiente: no es que yo estuviera esperando ese martes a las 20.30 como el acontecimiento más preciado de mi vida. Simplemente, suelo atenerme a ciertas reglas intelectuales y morales. Creo que los presidentes deben dar conferencias de prensa. Los funcionarios, también. Y en los reportajes creo que es natural que respondan preguntas. Entonces, me parece que los intelectuales debemos hacernos cargo de lo que escribimos o de lo que pensamos e incluso ir, como en este caso, a territorios que pueden no sernos favorables. Dicho esto, la consecuencia de haber ido al programa significa también que, en los próximos meses, no pisaré ningún estudio de televisión, de ningún canal, para no proporcionarle a 6, 7, 8 más archivo de imagen. O sea que la consecuencia está relacionada con la decisión de que, como 6, 7, 8 trabaja cortando, sacando de contexto y repitiendo imágenes o palabras de su entrevistado (no solamente me refiero a los entrevistados por ellos sino a los de todos los programas), para mí queda claro que, en los próximos meses no debo ir a ningún canal. Le diré más: han estado barriendo todo lo que ha aparecido sobre mí y no voy a proporcionarles ni una sola imagen más. Entonces, volviendo a su pregunta, ésta es una consecuencia que viene de un movimiento que es la afirmación de la libertad de prensa. Ni siquiera voy a entrar a discutir si es o no un programa de propaganda o un programa periodístico. Ustedes tienen el programa, yo voy. Y voy porque creo en la libertad de prensa, en la discusión y en el debate. Y ustedes encaran el debate posterior al programa de manera tal que hace imposible mi presencia como imagen durante un tiempo. A la palabra escrita no la puedo medir, claro, porque si yo me borrara de la gráfica me estaría borrando de mi propio trabajo.—¿Usted está invitando al panel de “6, 7, 8” a que reflexione sobre esto?—Es decir que no actúen como una amenaza sobre las opiniones a las que descontextualizan porque, de esta manera, cualquiera que emita su opinión puede sentirse amenazado.—Además, me parece que aquí surge el filtro de la omnipotencia que significa haber creado un aparato estatal de las dimensiones del que posee el Gobierno. No hay más que mirar la lista de medios en manos del Gobierno para advertir su extensión. Entonces, el hecho de que alguien se haya atrevido a sentarse tranquilamente a contestar causa un gran revuelo… a tal punto que nos asombra. Como si hubiéramos perdido la noción de lo que es la libertad de pensamiento.—Sí. De todas maneras, yo pienso que hay intelectuales de Carta Abierta, como puede ser el caso de Forster o de Horacio González, que contestan a cuantas preguntas se les hagan. Incluso, creo que hay intelectuales que pertenecen al universo kirchnerista que, frente a la prensa, tendrían la misma actitud que yo. Estoy casi convencida de esto. El problema son estos aparatos paraperiodísticos. Que no son aparatos intelectuales. Le completo: son aparatos mediáticos y paraperiodísticos. No son periodismo en el sentido puro de la palabra. Además, desde el punto de vista periodístico, son muy malos. En principio porque parecerían no conocer la producción de la noticia. Por ejemplo, la forma en que ellos producen los informes que aparecen allí. Como en el caso del programa en el que me tocó ir a mí, donde mostraron un informe sobre los “indignados” españoles en el que parecería que no hubieran consultado la prensa internacional. Me refiero a prensa en español. Ni siquiera hablo de la que se publica internacionalmente en otros idiomas porque, si usted lo hace, queda como un pedestal cosmopolita. Pero estoy hablando de la prensa española que se encuentra en los portales y que es de acceso gratuito: El País, La Vanguardia, El Mundo… incluso, el ABC. En 6, 7, 8 cubrieron la noticia de un modo radicalmente diferente. O sea que han engañado a su audiencia. La cobertura sobre los “indignados”, repito, es un engaño al que están sometiendo a la su audiencia que, al ver esto, pensará que así se está cubriendo en España una crisis como la que ha producido este movimiento juvenil. Insisto en que esto me parece grave porque fomentar la ignorancia del público no es un acto ni progresista, ni nacionalista, ni redistributivo. Me parece que es un acto que debería ser suprimido del propio modelo… (dado que a ellos les gusta hablar de “modelo”), porque equivale a mantener a su público en una especie de cautiverio ignorante. Además, tengo la impresión de que ellos mismos, al mantenerse dentro de esa especie de cautiverio ignorante...Beatriz reflexiona en silencio y continúa:—No puedo creer que esos periodistas que estaban sentados alrededor de la mesa piensen que, realmente, las manifestaciones de los “indignados” son cubiertas de este modo por la prensa española. Y esto es grave porque ellos hablan todo el tiempo de la crítica de la prensa, de la crítica de la construcción de la noticia y finalmente transmiten una noticia internacional que, por como estaba editada, parecía una película de Michael Moore. Además, había una especie de separadores en los que aparecía Carrió… y la verdad es que no se sabía muy bien qué hacía Carrió en medio de los “indignados” españoles. Separadores que pertenecen, más bien, a la cultura del “clip”; a una prensa que quiere transmitir ciertas ideas y una determinada visión del mundo.—Volviendo a su presencia en “6, 7, 8”, una semana después, desde la contratapa de “BAE”, Ricardo Forster la acusa de “desideologización”. ¿Cómo recibe una acusación de este tipo? Beatriz Sarlo permanece en silencio otra vez y luego, con una semisonrisa, dice:—“Nada...” Le diría que “nada”, como se contesta en la cultura juvenil. No tengo que demostrar que no soy una persona “desideologizada”. Mucho no tengo que demostrarle a Forster. Que yo piense que tanto en el campo de la cultura como en el campo del periodismo no existe sólo la lógica del dinero, del poder o de la ideología significa que también hay lógicas formales. Que, por ejemplo, existe la lógica periodística, por la cual un diario oficialista como Página/12 se vuelve un muy mal diario. Que yo piense eso no me convierte en una persona “desideologizada”. Entonces, no tengo que andar mostrándole papeles a Forster. Ni ahora, ni antes. Ni se los pido. Es más: le conozco sus papeles a Forster y no se los pido. Ni se los voy a andar mostrando a la gente. No tengo nada para decir. Que tomen lo que yo escribo y vean si es “desideologizado”. Que lean lo que yo he escrito sobre todos los actos del kirchnerismo y díganme si no soy una persona capaz de captar una dimensión cultural; que tomen lo que he escrito sobre David Viñas, sobre la propia muerte de Kirchner, que tomen mi nota de La Nación y que lean mi libro. Yo no tengo por qué andar demostrando que tengo una ideología. Directamente me están exigiendo pureza de sangre ¿Qué quieren? ¿Saber de mis abuelos ideológicos? Yo no les pido pureza de sangre a los de Carta Abierta pero tampoco voy a admitir eso. Tengo una historia atrás. Si me quieren tirar un expediente, no lo van a poder encontrar. Creo que es por eso que están desesperados.—También Forster habla de escribir o hablar desde las empresas que, “desde antiguo son la voz doctrinaria de la derecha argentina. Todos prefieren mirar para el costado o con cara de “yo no fui”.—Yo creo, y traté de decirlo también en 6, 7, 8, que el periodismo tiene varias lógicas entrecruzadas. Una lógica es la de los intereses económicos. En algunos casos, del propio grupo periodístico y, en otros, de ese grupo y otras empresas más. Esa es una lógica. Pero no podrían hacer medios “solamente” con esa lógica. Porque está también la lógica periodística. Entonces, hay un entrecruzamiento y un tironeo, un conflicto permanente entre estas dos lógicas. No puede haber un medio exitoso que exprese sólo los intereses económicos del “patrón” de ese medio. Eso no existe. Algo parecido ocurre con algunas de las revistas kirchneristas que muchas veces expresan “sólo” los intereses del patrón. Pero, aun en esas revistas y diarios, usted encuentra notas como las de Horacio Verbitsky o Mario Wainfeld, que no reflejan solamente los intereses “del patrón”. O sea: son dos lógicas entrecruzadas. Sin duda, en el capitalismo, ningún diario va a sacrificar, en última instancia, los intereses económicos de sus dueños o de sus accionistas. Sean éstos familiares o parte de un gran grupo económico, como pueden ser los casos argentinos más emblemáticos. No los va a sacrificar. Pero no sacrificaría por completo la lógica periodística porque la lógica periodística también tiene un valor importante en un diario. Sin ella, el diario o el canal de TV o lo que fuere no existe. Si pierde esa lógica periodística, deja de existir. Entonces, la idea conspirativa de que todos los días llega un radiograma de Magnetto a Radio Mitre (donde trabajo) y que Zlotogwiazda lo lee ante el equipo que está haciendo el programa con él es una idea ridícula. No funciona así. Deberían escuchar y leer algo más. No estoy pidiendo con esto que lean mis notas. Sería absurdo. Un acto de narcisismo y de personalismo. Pero tampoco voy a dejarme atacar después de haber escrito lo que yo he escrito durante años.—Por supuesto.—Entonces, tengo credenciales. A muchos de ellos también les reconozco credenciales. A otros, no. Punto. Y no tengo nada que demostrar. Trabajo donde me dan libertad para decir lo que pienso.En toda la actitud de Sarlo se advierte, claramente, que nadie le va a imponer los temas sobre los que quieren hacerla hablar. Pero, para dar una idea de la resonancia que tuvo la actitud de ella en el programa 6, 7, 8, repetimos con asombro que, una semana después (domingo 29 de mayo) Página/12 le dedica la tapa y las primeras dos páginas que firma Horacio Verbitsky y el martes 31 de mayo en BAE, Ricardo Forster le consagra toda la contratapa.—Me parece, Beatriz, que el Gobierno y sus amigos consideraron ofensiva su actitud (que puede gustar o no pero que es una actitud digna). No creo que si no le hubieran dedicado tanto espacio a su último libro, “La audacia y el cálculo”.—Por supuesto que mi libro no hubiera recibido tapa o primera y segunda en ningún diario sensato de este planeta. Digamos que, dentro de una lógica periodística, una intelectual relativamente minoritaria (aunque eventualmente trabaje en los medios) como yo no puede recibir tapa de un diario. No me imagino a un secretario de redacción pautando en esa forma. Es entonces evidente que se trata de un ataque político fuerte, fundamentalmente destinado a los “propios”. Como decirles: “No se equivoquen. Además, esta mujer escribió un libro lleno de errores”.Piensa, se detiene y luego:—Ese cierre de Página/12 del domingo es muy curioso.—¿Exactamente por qué?—Yo recibo Página/12 en papel y, luego de la nota de Verbitsky, comencé a hojearlo y en Deportes, por ejemplo, hay un título de toda la página sobre el partido que perdió Del Potro con Djokovic que dice: “Conmigo no, Delpo…”. Entonces, yo digo: “Pero ¿quién cerró este diario? ¿O se fueron todos a dormir?”. Usan la frase que yo pronuncio en un momento de 6, 7, 8 para titular Deportes?—Le aviso, Beatriz, que ya hay remeras.—No, no… pero lo que yo quiero subrayar es el caos periodístico que eso significa: tapa, primera y segunda página, contra un libro de alguien, como yo, que es investigador del Conicet y sabe cómo se comprueban las cosas. Por otro lado, en Deportes, se olvidaron de que esa frase es mía y titulan con ella toda la página. Desde el punto de vista de la factura del diario, todo está mal hecho. Por supuesto que si uno lo piensa en cuanto a repercusión, no queda sino decir “ah, qué bien” pero el tema es que yo no busco una ventaja. Que mi libro haya sido inspeccionado como se inspecciona una ficha (es la forma en que inspecciona Verbitsky) me parece poco interesante pero, bueno… así son las cosas. Los ingleses jamás responden a las críticas bibliográficas. Las polémicas se arman sobre ideas. El crítico tiene el derecho de decir todo lo que quiera porque previamente existió el derecho del autor a escribir también todo lo que quiso. Es aquí donde yo pongo un punto. Me atengo a la norma británica.—También Verbitsky dice que usted no conocía, al escribir su libro, el discurso que Kirchner pronuncia, en 1983, en el Ateneo Juan Domingo Perón y en el que juzga duramente a los comandantes de la dictadura. Pero, en 1983 llega la democracia. No entiendo demasiado esta mención que parece una respuesta a la cita que usted también hace de que, justamente en 1983, Kirchner vota al justicialismo, que consideraba legal la autoamnistía que se habían otorgado los militares.—Hace unos cuantos días que las usinas kirchneristas están haciendo circular ese discurso. O sea que yo lo conozco ahora. No cuando escribí el libro. Sin duda, era uno de los discursos que pronunciaban los sectores juveniles en 1983. Pero, además, para mí la cuestión no es qué hizo Kirchner durante los años de la dictadura. Yo tampoco le pido certificados a nadie. Cuando me refiero a esta cuestión de qué hicieron los Kirchner en la Patagonia con el tema derechos humanos, tomo el período de la democracia. Me refiero a la amnesia que tuvo Kirchner, el día que recuperó la ESMA, y dijo que venía a pedir perdón por todo el Estado argentino que, por primera vez, hacía “algo” por los derechos humanos. Me refiero a eso. No juzgaría a nadie por lo que hizo o dejó de hacer durante los años de la dictadura. Por supuesto que, siempre y cuando, no haya colaborado con la dictadura. Que esto quede claro. Algunos se exiliaron, otros fueron al exilio interno, otros a los movimientos de derechos humanos. Algunos intentamos mantener viva alguna posibilidad de trabajo intelectual. Hubo verdaderos héroes culturales, como Boris Spivacov, que mantuvo la editorial cultural Centro Editor a pesar de los allanamientos policiales. Entonces, cuando me refiero a Kirchner y los derechos humanos, hablo del momento en que él ya es intendente y, luego, gobernador. Esto, por otra parte, se aclara muy fácilmente: el aparato cultural kirchnerista no tiene sino que ir a Río Gallegos, consultar la prensa de los 12 años durante los cuales Kirchner fue gobernador y observar cuántas veces se conmemoró el 24 de marzo. Es una investigación muy sencilla.—¿Y a qué atribuye que, en aquellas disculpas que Kirchner pronuncia en la ESMA, omite el juicio a los comandantes, que es un hecho único en la jurisprudencia internacional?—Esta es una cosa de la que yo me ocupo mucho en el libro. Kirchner llega como un héroe que va a poner el punto cero de la Historia. A partir de “El”, la Historia recomienza. Y lo hace sobre dos “olvidos” o tachaduras indispensables para él. La primera y más próxima es la tachadura del período de Duhalde y los años que tuvo a Lavagna de ministro de Economía. Esta es la primera tachadura. Kirchner viene en 2003 como si hubiera llegado, en realidad, en 2001. Tacha esos dos años. El quiere persuadirse de que encuentra el país como lo encontró Duhalde y el que debe ser “tachado” entonces ahí es Duhalde. Político con el que, debo decirle, no simpatizo. Pero una cosa es no simpatizar con un político, y otra reconocer qué ocurrió durante “su” presidencia. La herencia positiva que Duhalde le dejó a Kirchner es a través de Lavagna. Kirchner tuvo dos años para aprender de todo el manejo del aparato económico nacional que él no podía conocer de este modo por haber sido durante 12 años (con posibilidad de perpetuarse para siempre, como les gusta a ellos) gobernador de Santa Cruz. La otra “tachadura” que hace Kirchner es la del juicio a las juntas. Un juicio que marca la originalidad de la transición argentina y la distingue de la chilena, de la uruguaya y de la brasileña. En 6, 7, 8 dije que ese plano de televisión en el que se ve a los comandantes en el momento en el que son condenados no es cancelado por la Ley de Punto Final, ni por la Obediencia Debida ni por los indultos. Ese plano no se puede cancelar porque ya había operado en la sociedad. Entonces todos los juicios que, luego, habilita efectivamente el Congreso en un proyecto de ley cuya iniciadora, creo, fue Elisa Carrió pero que los Kirchner impulsaron e hicieron propio, todos los juicios que estamos viviendo hoy, son juicios a los que hay que poner en un punto de continuidad y ruptura con ese primer juicio que le da a la transición democrática argentina su originalidad y su valor. Es de las pocas cosas de las que podemos enorgullecernos los argentinos. Ahora bien, los peronistas no pudieron vivir esto con orgullo porque no habían podido tragar la derrota electoral. Estaban todavía, en el momento del juicio a los comandantes, envenenados por el hecho de haber sido derrotados electoralmente en una elección sin proscripciones Y sobre esto, durante el programa 6, 7, 8 Mariotto esgrimió un argumento verdaderamente extravagante por lo nuevo: dijo que ellos, los peronistas, habían tenido muy malos candidatos porque los buenos candidatos habían sido liquidados por el terrorismo de Estado. Lo menos que se puede decir de este argumento es, repito, que resulta extravagante. Un argumento que no sería aceptado por ningún tribunal de historiadores.
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El populista fino. Por Tomás Abraham

En los años setenta, sectores de la burguesía intelectual brindaban por la guerra revolucionaria desde las cátedras, los consultorios, los estudios de arquitectura, los recintos psicoanalíticos, etc. Otros tomaron las armas y murieron en la lucha. Algunos debieron exiliarse y varios fueron secuestrados y asesinados. Pasadas cuatro décadas, recambios generacionales y conmociones políticas que cambiaron radicalmente el panorama mundial, el kirchnerismo ofrece la oportunidad de la emergencia de un simulacro de aquellos protagonistas de una era de gran violencia. En estos tiempos, vemos cómo doctorandos y posdoctorandos conservan la mueca de un doloroso recuerdo y trasmutan la tragedia en un melodrama. Disponen una cara de pensador, profunda preocupación por el destino de la humanidad, compromiso con la verdad, y le ofrecen a la cultura oficial la necesaria espiritualidad que todo poder ansía. Son los populistas finos. Los otros populistas, los de barricada, aquellos que gritaban ni yanquis ni marxistas, han quedado en el olvido. Ahora ya no se grita. Nos acostumbraron a que se rumia, se mastica con parsimonia, en nombre de Gramsci, Benjamin, y se les agrega Scalabrini, Jauretche y Rodolfo Walsh, para que la salsa sea nuestra y universal a la vez. Ni hablar del docto que en nombre de Lacan, Althusser y Derrida, aclara el motivo por el que nos conviene un Chávez argentino. Para no amedrentar a la muchachada con vocablos exóticos, el populista fino sabe que tiene que emplear palabras punzantes para que alguien lo entienda. Dice entonces “neoliberalismo”, porque si no lo hace se queda sin demonio y sin prójimos. Si antes decía nihilismo, Viena y Weimar, sociedad de consumo, el Yo y el Tú, el Rostro y el Otro, vanguardias estéticas, razón instrumental y tantas efigies de una filosofía pastoral y amarga, ahora con el neoliberalismo tiene la nueva partitura para acompañar su miserere moral.



El populista fino nos cuenta, entonces, las lacras del neoliberalismo. Pero como tiene cola de paja como las brujas, debe ponerse la máscara de Savonarola para declamar injusticias, subido al púlpito mediático. Pero en ese rinconcito del corazón en el que duerme con un ojo abierto la lechuza llamada Verdad, se deja oír el llanto del ave encadenada que recuerda que ese movimiento histórico fue el que catapultó a Néstor Kirchner al estrellato, gracias al cual recibió centenas de millones de dólares por la federalización de los recursos naturales y la venta de YPF. Tal dádiva le permitió convertirlos en Bonos que duermen enterrados en Calafate. El populista alta gama puede darle las gracias al amigo Cavallo, gracias al hermano Menem, porque aquellos años fueron felices en especial en el Sur, las imágenes lo muestran, el agradecimiento del gobernador de Santa Cruz era infinito, y la colaboración de la Presidenta en el Pacto de Olivos era lo menos que podía hacer para expresar su gratitud. ¿Cuál es la extraña razón por la que todos los que hoy se persignan cuando se dice “neoliberalismo”, lo adoraban como al Vellocino de Oro mientras devoraban la pizza y brindaban con champagne? Porque era de oro. Cuando el oro se hizo latón, después de la crisis de los mercados emergentes, comenzaron a pelearse por buscar la salida antes de que el barco se hundiera del todo para hacerse sin pérdida de tiempo de billetes con la devaluación.
No es fácil ser un populista fino. Su rostro adusto debe posar al lado de la máscara hilarante y exaltada del jefe perverso. El puritano de las letras debe acomodarse a las intrigas del príncipe político. Para un perverso, el superyo es su socio. Puede decir las más ingentes barbaridades y traicionar a quien fuere sin que se le mueva un pelo. Cada norma, regla, ley, cada aspecto de la realidad, es una oportunidad que tiene para pintarrajearla como se le antoje. Practica el juego “ubuesco” del poder tal como lo definía Michel Foucault. El rey Ubú, el loco de Alfred Jarry, se aloja en el trono de todos los déspotas circenses de la historia. Cuanto más irrisorio es el modo en que ejercen el poder, tanto más desfachatado y menos importancia le dan a lo que se espera de su investidura; cuanto más escupen sobre los fundamentos que los legitiman, cuánto más mienten a viva voz, mejor exhiben la omnipotencia de su dominación. Nosotros disfrutamos con alegría la regencia de este tipo de personajes casi sin respiro hasta el día de hoy. Ejemplos: ¿No era ubuesco el Comité de Etica que formó en su tiempo Carlos Menem? ¿No constituían una demostración de poder ubuesco las candidaturas testimoniales de hace dos años? Este tipo de manifestación arbitraria y jocosa encarna el fenómeno de la soberanía grotesca, subproducto –como lo señala el filósofo francés– del ejercicio arbitrario del poder. Y este fenómeno tiene su efecto de resonancia. Por eso, hoy abundan los periodistas grotescos, los filósofos grotescos, los políticos ídem, sin olvidar que hay populistas finos también.
Gracias a este último agregado cultural, es posible que en tiempos electorales percibamos cierta elegancia de parte de los elencos oficiales. Producción de sonrisas, invocaciones a la diversidad y al pluralismo, tonada conciliadora, invitaciones a compartir tertulias, presentaciones de candidatos con cara de sobrinos preferidos y retoños cumplidores. Elegancia con poco Pérsico, casi nada de D’Elía, nada de Moyano, un Timerman y un De Vido meditando en la cucha, menos palabras dedicadas a la distribución de la riqueza –más aun cuando se quiere atraer a algunos votantes que en parte la poseen–, mucha Camporita juvenil y funcionarios con jopo y viola. Si hubo champagne en los noventa y sushi en el dos mil, los populistas finos y adláteres propondrán lo suyo.
Mientras preparan la mesa para el banquete triunfal, el doctor de los humildes hará uso de mala poesía y con retórica pomposa entonará una pasionaria para gloria de las multitudes, que evoca aquellos espectáculos de la inmortal Berta Singerman recitando la Marsellesa en el Teatro Municipal San Martín. No hay como Adolfo Bécquer y Amado Nervoudú para escribir las elegías kirchneristas. ¿No cumplían la misma función los evangelistas que acompañaban a los colonizadores con el fin de trasmitir un nuevo lenguaje en nombre de la salvación de las almas? Debemos admitir que el populista fino que antes sólo tenía ideas ahora tiene pueblo. Tiene la costumbre de llamar pueblo a los que no viven en Barrio Norte, como las gorilas María Belén y Alejandra, personajes célebres de Juan Carlos Colombres “Landrú”.
Estos nuevos actores de la escena política argentina no son para desdeñar. El populista fino, el economista canchero, las actrices extasiadas por amor al modelo, ah, cómo olvidarnos del periodista militante twitteando desde la trinchera, y el papá que vuelve a la secundaria para hacer la huelga con su hijo, todos estos protagonistas debutan en la escena política. Con la ayuda del dios del tiempo, Cronos, que nos da las lluvias que fertilizan las pampas, del dios Hefaistos que templa los hierros en los suburbios industriales de San Pablo, y de la diosa Métis, hija de Océano y esposa de Zeus –protectora de astutos y ladinos– recibirán, mediante la ayuda divina y la contribución ciudadana, la ansiada bendición de octubre.
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De la juventud rebelde a la del poder. Por Mario Cámpora

En el Parque de la Memoria figuran nombres de queridos compañeros asesinados por la dictadura militar: el de Luis Guagnini, brillante periodista muerto a los 33 años en el campo de tortura de El Banco, y el de Roberto Sinigaglia, que me preanunció “el holocausto de una generación” y fue secuestrado en 1976. Los nombro en representación de esa generación que entró a la vida pública durante la resistencia peronista y que, silenciada, creció bajo las dictaduras. En 1973 ya son profesionales y vertebran la lucha electoral de Héctor Cámpora.


Al lado de ellos emergieron los jóvenes, la juventud maravillosa, rebelde, que como sus mayores creció en la violencia del Estado autoritario. También ellos pagaron su militancia con la vida: en esas listas figura mi sobrina Alicia María Hobbs, asesinada a los 22 años. Desde fuera del poder, sin recursos ni cargos públicos, pretendimos cambiar un orden fundamentalmente injusto, antidemocrático, elitista y represor. El testimonio de esta lucha está reflejado en El Presidente que no fue de Miguel Bonasso.
En 1973, el país necesitaba reinstaurar las instituciones de la democracia que se encontraban totalmente sumergidas por el imperio de la fuerza militar. Ello suponía un desafío que Perón desde el exilio enfrentaba con grandes dificultades, aun cuando contaba con un aliado de gran lealtad, que era el pueblo argentino. Restaurar la democracia –vencer al régimen militar– era el objetivo que debíamos alcanzar y que se logró el 11 de marzo. Poco tiempo después, el país perdió el rumbo y volvió a imperar una feroz dictadura que lo ensangrentó.
Lo fundamental de la primavera del ’73 fue su vocación por cuestionar un poder sustancialmente injusto.
Hoy aparecen los jóvenes de La Cámpora que venturosamente levantan nuestras consignas. A diferencia nuestra, tienen la fortuna de militar en democracia. Ellos, también a diferencia nuestra, son el poder: ocupan altos cargos en la administración pública, administran empresas del Estado, se sientan en los directorios de las empresas privadas y logran lugares en las listas electorales.
Manejan por ello enormes recursos estatales y tienen, se dice, un líder en el corazón del poder: Máximo Kirchner.
Si levantan las banderas del ’73, se puede esperar entonces que –provocadores– disparen debates de singular relevancia para el futuro de la patria: denunciar el escándalo de la pobreza, la corrupción, la inseguridad, la violencia y el creciente descontrol del narcotráfico. Más allá del cotillón ideológico de izquierda o derecha, es evidente que el Estado se ha vuelto impotente para encarar de manera estructurada y sostenida los problemas que asuelan a los argentinos. El Estado impotente: que perdió el control de áreas urbanas y que ya no está en condiciones operativas de defender el territorio nacional.
También podrían cuestionar la matriz del modelo que produce efectos opuestos a la esencia de nuestro proyecto nacional y popular: mayor concentración de la riqueza en pocas manos, acelerada extranjerización de las empresas argentinas, manejo inconsulto de los recursos mineros e hidrocarburíferos, expansión irresponsable de la frontera agropecuaria a costa del bienestar de las generaciones futuras.
Frente a estos desafíos, la estrategia no puede consistir en transformar a Héctor Cámpora en una figura muda y abstracta, que sólo se invoca para ser funcional a las batallas circunstanciales del kirchnerismo. Mucho más útil resultaría retomar sus banderas y contextualizar sus luchas frente a los desafíos del presente. No parece cuestionable que la Presidenta –que también empezó a militar en democracia– considere que ser profesional y tener menos de 35 años sea un valor en sí mismo. Pero sí cabría recordarle que esos dos atributos no son una condición suficiente para manejar los bienes del Estado, los cuales, aunque últimamente haya tendido a olvidarlo, son de todos los argentinos.
*Diplomático y sobrino del ex presidente Héctor J. Cámpora.
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Militar, callar, matar. Por Yoani Sánchez

Apenas pude dormir la madrugada pasada. Un libro me dejó dando vueltas en la cama, mirando el techo cuadriculado de mi habitación. “El hombre que amaba los perros”, la novela de Leonardo Padura, estremece por su sinceridad, por el ácido corrosivo que lanza sobre la evasiva utopía que quisieron imponernos. No hay quien conserve la calma después de leer los horrores de aquella Unión Soviética que nos hicieron venerar cuando niños. Las intrigas, las purgas, los asesinatos, el exilio forzado, aunque se lean en tercera persona le quitan el sueño a cualquiera. Y si, encima de eso, uno vio a sus padres creer que el Kremlin era el guía del proletariado mundial y supo que el presidente de su país tenía –hasta hace poco– una foto de Stalin en su propio despacho, entonces el insomnio se torna más persistente.


De todos los libros publicados en esta Isla, me atrevo a decir que ninguno, cómo éste, ha sido tan devastador con los pilares del sistema. Quizás por eso, en la feria del libro de La Habana sólo se distribuyeron 300 ejemplares, de los cuales apenas 100 llegaron a manos del público. Es difícil –a estas alturas– censurar una obra que ya ha visto la luz en una editorial extranjera y cuyo autor sigue viviendo en su Mantilla de carretera polvorienta. Por la visibilidad que alcanzó fuera de la Isla y porque resulta casi imposible seguir restando nombres a la cultura nacional sin que esta se quede despoblada, fue que los lectores tuvimos la suerte de asomarnos a sus páginas. El asesino de Troski se nos revela en ellas como un hombre atrapado por la obediencia del militante, que cree todo lo que dicen sus superiores. Una historia que nos toca muy de cerca y no sólo porque nuestro país sirvió de refugio a Ramón Mercader en sus últimos años de vida.
Padura pone en boca del narrador que la suya fue la generación “de los crédulos, la de los que románticamente aceptaron y justificaron todo con la vista puesta en el futuro”. A la nuestra, sin embargo, le tocó amamantarse de la frustración de sus padres, mirar lo poco que habían alcanzado quienes una vez fueron a alfabetizar, entregaron sus mejores años, proyectaron para sus hijos una sociedad con oportunidades para todos. No hay quien salga indemne de eso, no hay quimera social que se sostenga ante tan obstinada realidad. La larga madrugada dando vueltas en la cama me dio tiempo para pensar no sólo en la basura escondida debajo de la alfombra de una doctrina, sino también en cuántos de esos métodos se aplican todavía sobre nosotros y cuán profundamente el estalinismo se instaló en nuestras vidas.
Hay libros –se los advierto– que nos abren tanto los ojos que ya no podremos volver a dormir en paz.
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