domingo, 31 de mayo de 2009

El "cordobazo" y el uso de la figura de Tosco. Por Gonzalo Neidal


Juan Carlos Onganía tenía planes para, al menos, veinte años. Había pensado en un tiempo económico, un tiempo social y, finalmente, un tiempo político. En ese riguroso orden.Pocos años atrás había encabezado un golpe contra Arturo Umberto Illia, elegido en 1963 con menos del 25% de los votos, gracias a la proscripción del peronismo. Pero, como todos los golpes de Estado a partir de 1955, el del 28 de junio de 1966 también había sido dado contra el movimiento fundado por Perón, ante la posibilidad de su regreso al poder.


Perón estaba exiliado en Madrid y los sindicatos de todo el país se identificaban, mayoritariamente, con el movimiento que él encabezaba, pero al que la participación en elecciones le estaba vedada. Desde 1951 que en la Argentina no se votaba libremente.La transformación de Córdoba había comenzado a partir de los años cincuenta, alrededor de la Fábrica de Aviones, y continuó durante los años siguientes a la caída de Perón con la incorporación de empresas de capital extranjero como Industrias Kaiser Argentina y Fiat.A la Universidad le llegaban las remotas señales del Mayo Francés y las referencias de la revolución cubana, además de la errática incursión de Ernesto Guevara en la selva boliviana, donde encontró la muerte.Y mayo venía movido: a mediado de mes, una protesta estudiantil en Corrientes había provocado una dura represión policial que terminó con la vida del estudiante de Medicina, Juan José Cabral. Al día siguiente, en Rosario, en otra refriega, moría el estudiante Adolfo Roque Bello.En Córdoba, los obreros mecánicos estaban en pie de lucha en defensa del sábado inglés (semana laboral de 44 horas), cuya de-saparición pretendía el gobierno nacional. El Smata, liderado por Elpidio Torres, y la UOM lograron sumar al paro a la UTA de Atilio López, con lo cual la medida de fuerza se transformaba automáticamente en paro general. Luego convencieron al gremio de Luz y Fuerza para que adhiriera. El paro se fijó para el 29, con la modalidad de cese de tareas a partir de las 10 de la mañana y marcha hacia el centro de la ciudad.Todos sabían que algo iba a pasar. Y pasó.El estallido de furia popular fue un disparo mortal para el ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena y, con retardo, para el propio Onganía, que cayó al año siguiente.Cuatro décadas despuésComo era inevitable que ocurriera, cuarenta años después el “Cordobazo” es motivo de un debate acerca de su verdadero valor y significado.En tal sentido, el signo que parece predominar en esta nueva recordación es la identificación del Cordobazo con la figura de Agustín Tosco. Sin embargo, no es éste un enfoque que se acerque a la realidad política del momento.Se trata de una interpretación que, como todas, tiene una intención política. En efecto, el sindicalismo predominante de la época era de signo peronista y los afiliados a los sindicatos adherían masivamente a la figura de Perón, que se había agigantado en el exilio.En ese tiempo, Agustín Tosco era reivindicado por su inclinación no peronista. Era un líder sindical circunscripto a un sindicato privilegiado de Córdoba, integrado por gran cantidad de técnicos y profesionales más cercanos a la clase media que a los obreros industriales. El mundo político de Tosco era más bien el de la izquierda antiperonista: el Partido Comunista, el PRT, el socialismo, un sector del radicalismo y alguna franja del peronismo radicalizado.Este sector político idealizaba a Tosco del mismo modo que condenaba a los sindicalistas peronistas como Rucci, el propio Elpidio Torres o Alejo Simó, de la UOM. Tosco se reivindicaba a sí mismo como “revolucionario” en oposición al “reformismo” que encarnaba el peronismo y su líder Juan Perón.Aunque el clima de tensión en el cual se resolvió el paro del 29 hacía preanunciar refriegas y enfrentamientos entre los manifestantes y la Policía, ninguno de los sectores y sindicatos que participaron esperaban una conmoción como la que finalmente ocurrió. Y ninguno de esos sectores puede adjudicarse algo parecido a una “conducción” u “organización” de los acontecimientos.En todo caso, si alguno de ellos podría asomarse por encima de la masa indiferenciada de trabajadores, estudiantes universitarios y pueblo en general, que participó de la jornada, ése fue el Smata, conducido por Elpidio Torres.La pretensión de un Tosco conductor del “Cordobazo” es una grosería histórica que no resiste el menor análisis. No porque el indiscutido líder de Luz y Fuerza fuera un dirigente sin relevancia en el contexto de la Córdoba de fines de los sesenta. Sino porque eso desmentiría algo que constituye el rasgo más esencial de ese 29 de mayo: la espontaneidad, su carácter improvisado, su rasgo de pueblada.Pero la elección de Tosco como supuesto líder del “Cordobazo” no es inocente. Se le asigna a Tosco la suma de la cualidades personales ideales para un dirigente gremial (integridad personal, honestidad, espíritu de lucha), algo que estamos lejos de discutir. Pero, además, se le adjudica como atributo elogiable, aunque no siempre explicitado, un posicionamiento político distante del peronismo tradicional.Así, mientras Perón engañaba a sus trabajadores con reformas burguesas, se pretende que Tosco iluminara su camino hacia la revolución, una lucha superior que lo entrelazaba con las jalones universales por la reivindicación de la causa proletaria.Quizá la consecuencia más relevante del “Cordobazo” haya sido el retorno de Perón y las elecciones del 23 de setiembre, que lo llevaron al poder. Ese contexto histórico encontró a Tosco en la vereda de enfrente de la inmensa mayoría de los trabajadores, que respaldaban al viejo General.Pese a que tuvo propuestas por parte del PRT (brazo político del ERP) para ser candidato a presidente de la Nación en las elecciones del 23 de setiembre, Tosco prudentemente declinó la oferta, aunque sus simpatías por esos años estaban del lado de esa franja política confusa que incluía a los grupos políticos violentos.A cuarenta años del “Cordobazo” es tan sorprendente la instalación de la figura de Tosco como líder, como el abandono por parte del peronismo de la reivindicación del propio papel de sus dirigentes en la histórica jornada.Pero así se va haciendo la historia: siempre se elabora desde los humores, pasiones y necesidades políticas del presente.
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¿Qué sería de Cristina sin las AFJP? Por Roxana Acotto

(Nota publicada en La Voz del Interior - 31/05/2009)

Qué sería de Cristina sin las AFJP? Es que, pese a la demonización que los K hicieron del sistema privado de jubilación por capitalización, casi todas las medidas tomadas por la Presidenta para hacer frente a la crisis o para ‘mimar’ a dirigentes que sumen voluntades en las próximas elecciones pudieron realizarse gracias a ellas. Es decir, como el sistema de capitalización disponía la intangibilidad de los ahorros de los trabajadores adheridos a las AFJP, acumuló, en 14 años, un fondo de unos 100 mil millones de pesos, del que los K se apoderaron mediante un manotazo histórico.
Gracias a esos fondos, Cristina largó con el plan para la compra del cero kilómetro, siguió con el megaplán (megalómano, más bien) de obras públicas por 110 mil millones de pesos a fines de diciembre del año pasado y, luego, vinieron los planes de impulso para la compra de heladeras, bicicletas, taxis, electrodomésticos, líneas de crédito especiales para Pyme, para empresas exportadoras y, la última y gran perlita, la línea de créditos hipotecarios. Todo, gracias a los fondos ahorrados durante 14 años por los trabajadores para su futura jubilación. También se salvaron compañías privadas al borde de la quiebra, como la papelera Massuh; se proyecta un subsidio para una autopartista y, la última novedad, el número uno de la Anses, Amado Boudou, dijo que terminarán Atucha II gracias a estos benditos fondos. ¡Y pensar que cuando los K anunciaron el manotazo histórico lo presentaron como una medida para ‘salvar’ a los jubilados! ¿Salvación para los futuros jubilados o salvataje para un Gobierno desesperado por dinero fresco? Sin quererlo, Florencio Randazzo, ministro del Interior, mostró hace unos días las cartas sobre la mesa: "Sin la nacionalización de los fondos de las AFJP, la situación actual del país frente a la crisis internacional sería otra", dijo durante un lapsus, aunque después volvió a arremeter con las muletillas K. "El regreso de los fondos de las AFJP terminó con una gran estafa. Ese dinero era manejado según el antojo de algunas empresas privadas", sentenció. Cristina, por su parte, se queja porque sostiene que ahora que los fondos están en la Anses se les dice ‘la caja’, mientras que "cuando estaban en manos privadas y los giraban para afuera nadie decía nada", y rebosa de orgullo al decir que, gracias a ella, esos fondos estarán donde deben estar, en manos argentinas. ¿Se puede ser tan cínica? Nadie puede desconocer que la cartera de inversiones de las AFJP estaba diseñada, regulada y controlada por el Estado. Néstor también sabe que durante toda su gestión eso se mantuvo así, con topes para los giros al exterior que no llegaban al dígito y obligaba a que la inmensa mayoría de los fondos financiaran los bonos que emitía el Estado. Con la caja en sus manos, el Gobierno también promueve ahora la designación de directores propios en las empresas privadas por las acciones acumuladas en muchas compañías debido a las inversiones que las AFJP habían realizado en ellas. Por entonces, cada administradora tenía un tope de cinco por ciento de inversión por empresa. El Estado, al quedarse con las inversiones de todas las AFJP, acumula porcentajes mayores en las compañías, lo que le permite designar directores. "Lo hacemos para cuidar la platita de los argentinos", dice Néstor ante esa realidad rechazada por el sector privado y con un discurso inexplicable. Que también muestra las contradicciones K, porque si todos los fondos invertidos por las AFJP iban al exterior, como dice Cristina, cómo puede ser que ahora tengan tantas acciones de empresas argentinas. En fin, con todo, quizá una de las aristas más preocupantes de todo esto es comprobar que luego de seis años de crecimiento a tasas chinas y habiendo vivido "el período de mayor crecimiento en los últimos 200 años", como le gusta decir a la Presidenta, su suerte, nuestra suerte, dependa hoy, en buena medida, de aquel manotazo histórico. La verdad es muy difícil saber qué hubiese sido de Cristina sin las AFJP.
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lunes, 25 de mayo de 2009

La "gran Heller". Por Gonzalo Neidal


Los prestamistas nunca han tenido buena prensa.
Ya Shakespeare, a través de Shylock, en El mercader de Venecia, nos advertía sobre la avidez y frío corazón de los que tienen como actividad el prestar dinero a los demás a cambio de un interés. Cuando Raskolnikov asesina a la prestamista Ivanovna en Crimen y Castigo, el lector lo absuelve inmediatamente.
Desde antiguo, los prestamistas no son valorados.

Pero vayamos ahora a Carlos Heller, candidato a diputado nacional por la Capital Federal. Heller no es un recién llegado a la política, aunque se presente en la TV como una joven virgen llena de pudores y candidez.
Heller es un sobreviviente de la desaparición del Partido Comunista argentino, hundido a partir de la implosión de la URSS. Ahora, como tantos, es un progresista abonado al discurso oficial.
Pero Heller tiene un gran problema: su actividad es la de prestar dinero a cambio de un interés. Se trata de una tarea importante y decisiva en el sistema capitalista. Todos sabemos que sin crédito no existe el capitalismo, tal como ya lo afirmaba el propio Carlos Marx. De modo tal, que la actividad de prestamista, de banquero, resulta esencial para mantener este sistema que se llama capitalista.
Pero, como decíamos al principio, esta actividad siempre recibe las críticas, sobre todo desde la izquierda, lugar político donde se halla ubicado Heller. Se considera que prestar dinero y cobrar interés es una actividad “parasitaria”. Se piensa que los financistas viven de los que verdaderamente producen: los industriales, los chacareros, los trabajadores. No es éste nuestro pensamiento, claro está. Pero es innegable que la actividad financiera tiene la condena de amplios sectores, fortalecida en las últimas décadas por la deuda externa, los bancos internacionales, el FMI, a quienes se ubica en la cúspide del poder mundial.
Carlos Heller, como candidato oficialista a diputado nacional por la Capital Federal, acaba de realizar una propuesta de campaña: que se elimine el IVA a los intereses.
¡Qué propuesta tan curiosa! ¡Y tan a contramano del perfil progresista que Heller pretende para sí mismo!
Nos parece que es contradictorio que un feroz defensor de las elevadas retenciones al agro, como Carlos Heller, haga campaña en defensa de los prestamistas. ¿Qué queda entonces para los industriales? ¿O para los productores agropecuarios, cuyos productos –esenciales para la alimentación- abonan IVA?
Claro que Heller ha dicho que realiza esta propuesta pensando en los consumidores, que de este modo verían rebajados el costo de los créditos que toman. Todos sabemos que el IVA es uno de los impuestos más regresivos, que recae sobre el consumidor. Pero esto ocurre en todos los artículos. Y algunos mucho más elementales que la tasa de interés.
Con el argumento de Heller, los que venden materiales de construcción podrían pedir exactamente lo mismo que él, con el argumento que eso rebajaría el precio de la vivienda para los pobres.
Tampoco debería existir el IVA para ningún producto alimenticio, para no afectar la mesa de los trabajadores.
Ni para la ropa y el calzado, tan esenciales.
Ni para los eventos culturales y de espectáculos, para promover la cultura entre los argentinos.
Ni tampoco en la telefonía y computación, para que todos puedan tener acceso a servicios tan importantes.
Y así la lista sería infinita.
Es increíble que sea Heller, que es alguien que en todos los discursos menciona la palabra ética, el que haya aparecido en representación de la banca, con un reclamo sectorial y corporativo en la campaña electoral.
De todos modos, deseamos que salga victorioso en su campaña, que su prédica fructifique y que él acceda a la banca a la que aspira en el Congreso Nacional.
No vaya a ser cosa que saque pocos votos, que no acceda al Congreso y que se le ocurra volver a la conducción de Boca Junior’s.


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Cubo y jarrito. Por Yoani Sánchez


Esta breve nota de Yoani Sánchez está tomada de su blog. Es muy interesante mirar este video:


Allí puede verse cómo vive un cubano corriente que toma con gracia e ironía su pobrísima condición.


Bajo el lavamanos descansa el cubo plástico con el que se baña toda la familia. Hace más de veinte años, las tuberías colapsaron y para usar el servicio hay que cargar el agua desde un tanque en el patio. Cuando llega el invierno, se preparan un baño tibio gracias al calentador eléctrico hecho con dos latas de leche condensada. Ninguno de los niños de la casa conoce la sensación del chorro cayendo sobre sus hombros, pues el agua sólo entra una vez por semana. Nadie puede –entonces– malgastarla en una ducha.
Al ritmo del jarrito que baja y sube se asean la mayoría de las personas que conozco. La depauperación de las redes hidráulicas y los excesivos precios de las piezas de plomería contribuyen al estado calamitoso de las toilettes. Ese momento íntimo y placentero que debe ser el acto de lavarnos el cuerpo se convierte en una secuencia de incomodidades para buena parte de mis compatriotas. Al mal estado de la infraestructura hay que agregarle que para comprar champú y jabón se necesita esa otra moneda con la que no nos pagan los salarios.
Juan Carlos y su esposa conocen bien de sequedades y noches vigilando las tuberías. En su casa, el preciado líquido llega cada siete días y sólo tiene presión para salir por una cañería pegada al suelo. Para esta pareja, el cubo y el jarrito son herramientas imprescindibles sin las que no lograrían cocinar, lavar o limpiar la casa. Tantos años sin poder abrir la pila y enjuagarse las manos los han obligado a desarrollar una metodología que hoy nos explican en estas imágenes. Es una breve demostración que -al decir de mi delgado amigo- “les va causar risa, pero es patético y trágico lo que está ocurriendo en nuestro país”.


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sábado, 23 de mayo de 2009

La partida de la escribidora. Por Mario Vargas Llosa


(Publicada en Diario El País de España - 17/05/2009)


Por culpa de los antropólogos, la palabra incultura ha desaparecido del vocabulario. En el pasado la noción de cultura se asociaba a un conocimiento elevado -humanístico y científico-, al dominio de las artes, al buen gusto y a una sensibilidad refinada. La antropología generalizó aquella acepción a todas las manifestaciones de la vida de una comunidad -sus creencias, sus costumbres, sus ritos, sus vicios y valores- de modo que hoy nos encontramos en la prensa con expresiones como "la cultura de la manducación de carne humana", la "cultura del contrabando", "del fútbol" y de cosas aún peores. Ya nadie es inculto, todos nos hemos vuelto cultos de alguna manera, lo que constituye, sin duda, la apoteosis de esta civilización nuestra marcada por el sesgo de la frivolidad.
Dentro de este contexto no es impropio decir que Corín Tellado, la escribidora asturiana que murió el mes pasado, a sus 82 años de edad, fue probablemente el fenómeno sociocultural más notable que haya experimentado la lengua española desde el Siglo de Oro. Aunque esto parezca herejía, y lo sea desde un punto de vista cualitativo, no lo es desde el cuantitativo, porque ni Borges ni García Márquez ni Ortega y Gasset ni cualquier otro de los más originales creadores o pensadores de nuestra lengua ha llegado a tanta gente ni influido tanto en su manera de sentir, hablar, amar, odiar y entender la vida y las relaciones humanas como María del Socorro Tellado López, apodada Socorrín por su familia y sus amigos, la muchacha que, en 1946, a sus 19 años, escribió en Cádiz su primera novelita, Atrevida apuesta, una arcangélica historia en la que un joven guardiamarina apostaba que conseguiría besar a una chica y ganaba la apuesta gracias a un apagón de la luz en medio de una fiesta. A su muerte, 63 años más tarde, había escrito unas 4.500 novelas más, sin contar los radioteatros, telenovelas, fotonovelas y películas inspiradas en sus obras y hecho célebre el nombre de pluma de Corín Tellado.
Yo me enteré de su existencia en París, en los años sesenta, cuando descubrí que una sobrina mía, que venía de Lima a estudiar un curso de "Civilización francesa" en La Sorbona, se había traído un maletín lleno de novelas de su autora favorita, por si sus libros escaseaban en la tierra de Balzac. Su precaución, por lo demás, era inútil porque, como advertí poco después, en la rue de la Pompe, en el elegante barrio XVI, había todo un quiosco dedicado exclusivamente a vender, alquilar o hacer intercambio de novelitas de Corín Tellado, cuyas clientas eran sobre todo las empleadas domésticas españolas e hispanoamericanas entonces muy numerosas en París.
Desde esa época tuve la tentación de conocer alguna vez a esa extraordinaria escribidora que había logrado llegar con sus historias a un público al que jamás alcanzarían los libros de los autores "cultos" de España o Hispanoamérica. Sólo lo conseguí en mayo de 1981, después de múltiples gestiones, cuando la entrevisté para La Torre de Babel, un programa semanal que hice por seis meses para la televisión peruana. No fue nada fácil conseguir la entrevista. Su desconfianza hacia los periodistas era justificada pues ella había sido ridiculizada ya por algunos gacetilleros perdonavidas a los que abrió la puerta de su vivienda.
Me llevé una gran sorpresa al conocerla, en su casa de Roces, en las afueras de Gijón. Llevaba con gran dignidad sus cincuenta y pico de años. Era bajita, simpática, modesta, tímida pero desenvuelta y no sospechaba siquiera la fantástica popularidad de que gozaba en los estratos medios y populares de una veintena de países de lengua española y entre las comunidades "hispánicas" de Nueva York, Miami, Texas y California. Era una mujer de provincias, cuya vida había transcurrido entre Asturias, Cádiz y Galicia, dedicada mañana, tarde y noche a escribir historias de amor y desamor. De su fugaz matrimonio habían venido al mundo sus hijos Begoña y Domingo, pero, aparte de esa peripecia y de su separación matrimonial, su entera existencia estaba enteramente dedicada a fantasear y a escribir (mejor dicho, a teclear en su pequeña máquina de escribir portátil) las aventuras sentimentales que chisporroteaban en su cabeza. Uso el diminutivo para hablar de sus libros porque, de acuerdo a las exigencias de sus editores, sus novelas no debían tener nunca más de 100 páginas.
Su rutina era estricta y laboriosa. Su ama de llaves, una mujer que la acompañaba desde siempre y le resolvía todos los problemas prácticos, la despertaba a las cinco de la madrugada. De inmediato se encerraba en su escritorio, un cuarto claustrofóbico, sin ventanas, atestado de anaqueles con sus novelitas, y allí permanecía 10 horas escribiendo, con una breve pausa a las ocho, para desayunar. Escribía casi sin parar y casi sin corregir. Al salir del escritorio, a media tarde, tenía 50 páginas oleadas y sacramentadas, es decir, la mitad de una novela. Escribía dos por semana y, a ese ritmo, su obra se acercaba ya a los 3.000 volúmenes. Me explicó que, su problema como escribidora, era que su cabeza "funcionaba más rápido que su habilidad de mecanógrafa". Que, si no hubiera sido por la lentitud de sus manos ante el teclado, escribiría más, mucho más. Alentaba en ella, a su manera, claro, esa voracidad deicida de los escribidores balzaquianos. Se ganaba su vida con la pluma, pero, en verdad, como les ocurre a los escribidores de verdad, no vivía de escribir sino para escribir.
Fuera de esas 10 horas diarias de trabajo, su vida no podía ser más monótona y frugal. Cuatro periódicos diarios, una buena siesta, alguna vez un libro, alguna tarde una visita a una amiga, acaso una película. Muy rara vez, un viaje a Gijón, de compras o a un restaurante. Pero para estar de vuelta en casa y acostada antes de las 10. En los meses de verano, baños en la piscina y algún partido de tenis. Y pare usted de contar.
Cuando le pregunté por sus autores favoritos la noté incómoda y cambié de tema. Su oficio no era leer, sino escribir. Tenía una facilidad tan grande que las historias salían de su máquina infatigable como las palabras y el aliento de su boca. No sabía lo que era ese súbito terror pánico paralizante ante la página en blanco que padecen los escritores estreñidos. Para ella, escribir era tan fácil y natural como respirar.
Su absoluta falta de vanidad era portentosa. Decía que la maravillaba siempre pensar que la leía tanta gente y era evidente que lo decía de verdad. Su editor le había hecho creer que tiraba sólo 30.000 ejemplares de cada una de sus novelas y, aunque ella sabía que probablemente aquella cifra estaba por debajo de la realidad, no le importaba. Si los editores le hacían las cuentas del tío, se encogía de hombros. Me contó que, a veces, sus exigencias eran más fastidiosas que las de los censores, en tiempos de Franco, que habían tijereteado sus historias muchas veces. Eso a ella tampoco le importaba mucho porque suavizaba las frases incriminadas ¡y ya está! Y me reveló, como prueba de su paciencia franciscana y su espíritu de templanza ante las incomprensiones del mundo, que, en una de sus novelas, se inventó un protagonista ciego. El editor le devolvió el manuscrito con una orden: "Opérelo". Y ella, por supuesto, lo operó.
Aunque nunca la leí, siempre la respeté y la traté con cariño y gratitud. Porque gracias a ella, cientos de miles, acaso millones de personas que jamás hubieran abierto un libro de otra manera, leyeron, fantasearon, se emocionaron y lloraron y por un rato o unas horas vivieron la experiencia maravillosa de la ficción. Ella no podía sospecharlo, pero fue probablemente la última escribidora popular, en el sentido más cabal de la palabra, la que llevó una variante (fácil, elemental, sensiblera y truculenta, ya lo sé) de la literatura al vasto pueblo, ese que no entra jamás a las librerías y pasa como sobre ascuas por las secciones culturales de las revistas, y piensa que la literatura seria es larga y soporífera. Es probable que con Corín Tellado desaparezca en nuestra lengua la literatura digna de ese calificativo: popular. Lo que queda ya no lo es y lo será cada día menos, a medida que las pantallas vayan exterminando a los libros, o empujándolos a la catacumba.
Amiga Socorrín, descansa en paz.
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El debate sobre la libertad en Cuba




En Cuba se debate por la libertad de viajar al exterior y también por la posibilidad de que los cubanos que viven afuera de su país puedan visitar la isla. Un espisodio reciente (la prohibición de los Estados Unidos para que Silvio Rodríguez ingresara al país para un homenaje) reavivó el debate. Hemos tomado del blog de Yoani Sánchez una nota suya y hemos agregado el intercambio de cartas entre Silvio Rodríguez y Adrián Leiva.
Una mirada simple. Por Yoani Sánchez
He leído el intercambio entre Silvio Rodríguez y Adrian Leiva sobre las limitaciones de entrada y salida del país. Ha sido ese tema –precisamente- uno de los más tocados en Generación Y en los últimos meses. Vengo a ser, a mi pesar, una especialista en todos los recovecos de las limitaciones para viajar fuera de esta Isla. Después de comprobar que alrededor mío esas restricciones migratorias no gozan de ninguna popularidad y que hasta un exparlamentario se declara inconforme con ellas, la pregunta que me hago es ¿Por qué siguen en pie?
La respuesta que se me ocurre viene de una cuestión sencilla: ¿Qué pensará mi vecino –militante del partido comunista y que nunca ha sido enviado a un viaje oficial- si yo lograra cumplimentar mis invitaciones al extranjero? Qué va a quedar de su “fidelidad” ideológica al comprobar que ya la incondicionalidad no es requisito indispensable para poner un pie fuera de Cuba. Será un golpe duro para él ver llegar, cargados de regalos, a todos aquellos que ahora están en la lista negra de los que no pueden entrar a Cuba.
Si aplaudir ya no genera el privilegio de poder comprar un refrigerador nuevo, pasar un par de semanas en la playa o recibir un viaje de estímulo a los países de Europa del Este ¿qué ventaja tendrá entonces mantener la máscara? Sólo me queda concluir que el permiso de salida o entrada al país es uno de los últimos diques de contención para que las aguas del comportamiento libre no arrasen con todo. El miedo a no recibir la “tarjeta blanca” ha quedado como una de las pocas razones para seguir simulando.


Señor Silvio Rodríguez:

Quien le escribe es un cubano igual que usted. Primero me solidarizo con su reclamo ante la negativa de las autoridades migratorias de Estados Unidos a otorgarle visa de entrada a ese país. Lamento que su arte musical no haya podido estar presente al acto cultural celebrado en Nueva York, en homenaje a Peter Seeger. Igualmente como la mayoría de los cubanos rechazo todas las leyes extraterritoriales que atentan contra la soberanía de nuestro pueblo.
Aclarado esto, también deseo compartir con usted otra realidad mucha más triste que la negativa de un Estado a conceder visa a un extranjero.

A lo largo de los últimos cincuenta años, miles de cubanos se han visto imposibilitados de entrar en Cuba, incluso para asistir al funeral de un familiar allegado, como puede ser la madre o un hijo. Esto incluye a otros músicos cubanos, artistas radicados en el exterior a quienes les es prohibido entrar a su propio país a pesar de que su arte ha llevado bien en alto el nombre de Cuba. Celia Cruz es el caso emblemático.
Mi progenitora ya tiene 80 años. Se me ha prohibido entrar en Cuba, lo cual indica que también podré sufrir igual atropello a mi derecho humano y ciudadano. Usted no es una amenaza a la sociedad norteamericana. Yo tampoco lo soy para la sociedad cubana. No somos terroristas ni asesinos.
La justicia no puede ser revestida con el manto de la ideología política. Ella es simplemente justicia. La primera de todas las ideologías es el respeto a la dignidad en la condición humana de la persona.
Lamentablemente en nuestra Patria existe una condición llamada salida definitiva, que constituye una aberración antihumana. Esta disposición administrativa es anticubana y representa un acto atentatorio contra el legado de nuestros mambises que lucharon por una Patria Libre para el disfrute de todos los cubanos. El pensamiento que los guiaba era la máxima martiana “Con todos y para el bien de todos.”
Compatriota Silvio: Mi libertad termina donde comienza la suya. Es loable respetar para ser respetado y le doy las más altas garantías que estás líneas están escritas desde el más absoluto respeto a su condición humana y cubana. Por lo mismo espero que usted tenga igual consideración hacia mi persona y hacia el pedido que le haré en su condición de hombre de arte comprometido con la justicia social y las ideas progresistas en consecuencia al tiempo histórico que nos ha tocado vivir.
Le invito a que su voz y su guitarra entonen una canción que reclame la concordia entre todos los cubanos, el respeto a la diversidad, a la unidad de la dividida familia cubana y la cancelación de la nefasta salida definitiva que constituye el mayor oprobio a la sangre derramada por nuestros antecesores. No le pido una canción protesta. Quisiera mejor una canción de amor que toque las puertas de los corazones de todos los cubanos. Sobre todos a los que más precisan de esa palabra.
Invite si quiere a todos los artistas que quieran ser solidarios con está causa de los ausentes. Que canten a favor de que un día también podamos estar presentes. Invite a Fito Páez, Ana Belén, Serrat, Pablo, Chico, Mercedes Sosa, y a todos los que quieran ofrecer su corazón. Canten a la libertad y al derecho de todos los cubanos a estar en nuestra tierra.
Autor: Adrián Leiva
Respuesta abierta al ciudadano cubano Adrián Leiva.
Domingo 10 de mayo, 2009
Sr. Adrián Leiva:
En primer lugar, no he hecho reclamo alguno porque no me hayan dado visa para entrar a los Estados Unidos. Sólo le escribí un correo a mi hermana diciéndole que como no me llegaba la visa para cumplir con la invitación al concierto de Pete Seeger, iba a regresar a Cuba a continuar con mi trabajo. Los organizadores del concierto nos pidieron permiso para publicar mi correo y se lo dimos. Por eso se supo. Dos días después, mientras se llevaba a cabo el homenaje, le escribí una disculpa al Maestro Seeger, explicando por qué ―a mi entender― no había podido asistir a la cita. Alguna prensa después se ha encargado de manipular lo sucedido.
Por otra parte, varias veces me he pronunciado públicamente sobre lo que considero un error de nuestra política migratoria, como la llamada carta blanca o permiso de entrada y salida al territorio nacional, medida que considero obsoleta y que debe ser erradicada. Estoy convencido de que cuando ese impedimento absurdo no exista nuestro país será mejor y todos los cubanos vamos a sentirnos mejor.
No le garantizo que voy a escribir una canción sobre el tema, porque yo no soy el único que manda en eso: también necesito a las musas. Pero sí le prometo que voy a seguir planteando en todas partes que los ciudadanos cubanos deben tener derecho a entrar y a salir de su país cuando lo deseen y, por supuesto, cumplan con los requisitos legales para hacerlo.
Silvio Rodríguez Domínguez.


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viernes, 22 de mayo de 2009

Un país de mentirita. Por Gonzalo Neidal


(Nota aparecida en La Mañana de Córdoba - Viernes 22/05/2009)

Borges y Bioy Casares han pretendido la existencia de mundos paralelos al real, universos invisibles que coexisten con el que palpamos cada día pero sólo a veces se entrecruzan con éste.
Sin darnos cuenta, en la Argentina vamos camino a ir consolidando una suerte de realidad virtual, paralela (para no llamarle trucha), una representación del país real.
Varias veces nos hemos ocupado del Indec, que nos dice que el país continúa creciendo, que la inflación es bajísima y el desempleo también. Nadie lo cree pero todos actuamos como si fuera cierto. Nos tomamos la fiebre con un termómetro que, convenientemente, siempre nos informa la temperatura que queremos leer para seguir creyendo que continuamos sanos y lozanos aunque volemos de fiebre.
Luego inventamos los candidatos virtuales que, pese a que confesaron que no asumirán sus cargos, todos actuamos como si fueran los candidatos verdaderos, los que se sentarán en sus bancas. Y esto, sabemos, no va a ocurrir. Pero los periodistas les hacen reportajes y ellos contestan como si fueran realmente a legislar, hablan de los proyectos que se proponen presentar, de sus ideas sobre todos los temas del país. Pero todos sabemos que eso no sirve para nada porque no llegarán al Congreso. Y la representación se amplía: hasta los jueces dicen que todo está correcto.
Más atrás en el tiempo, teníamos dinero virtual. Además de la tarjeta de crédito, contábamos con certificados de plazo fijo que, todos pensábamos, equivalía a dinero contante y sonante. Pero no era así: era sólo un papel que nos creaba la ficción de un dinero que en realidad no teníamos.
Y la lista sigue.
Existe desde hace un par de semanas un mundo político paralelo: Gran Cuñado. Ahí están los principales políticos del país, algunos de ellos, idénticos a los reales. Otros, mejores que los reales ya que, al menos, nos hacen reír. No sería raro que, pasadas algunas semanas más, comencemos a dudar acerca de cuáles son los verdaderos y cuáles los impostores. No sería raro que, en algún momento, comencemos a desear que sean los de Tinelli los que asuman en el lugar de los otros, de los reales.
La duplicación trucha ha llegado también al deporte. Ahora tenemos también una selección de juguete, de mentirita. Integradas por algunos jugadores a punto de retirarse de la práctica deportiva, por otros sin jerarquía internacional.
Una selección modelo Gran Cuñado. Pero todos actuamos como si fuera la verdadera. La gente llena las canchas, los canales transmiten los partidos, los jugadores utilizan la camiseta celeste y blanca, los hinchas gritan los goles, el DT los festeja al costado de la cancha como si se tratara de la final de la Copa del Mundo, los jugadores gritan los goles como si fueran contra Brasil por las eliminatorias.
Pero todo es en broma.
Como aquellos plazos fijo, como las cifras del Indec, como las candidaturas testimoniales, como los imitadores de Gran Cuñado. Todo es una broma. Pero el problema es que la vamos creyendo. O, al menos, la vamos aceptando como si fuera real.
No se trata, ciertamente, de algo que pueda computarse como un mérito.
Esperemos que en el mundo virtual nos vaya mejor que en el real.
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martes, 19 de mayo de 2009

De moderaciones y excesos. Por Gonzalo Neidal




(Nota aparecida en La Mañana de Córdoba, el 19/05/2009)


Algún día alguien tendrá que elaborar una teoría sobre el fuerte condicionamiento que imponen los nombres sobre algunos rasgos de la personalidad. A menos que pretendamos arrojar a las aleatorias aguas de la casualidad hechos como el que Carlos Menem tuviera un asesor militar de apellido Cañón, o que un jefe de la Lotería Nacional se apellidara Azar.
Más light es, sin duda, lo de Aníbal, nombre que después de la saga del Dr. Lecter ha quedado para siempre asociado al canibalismo. Nuestro ministro de Justicia parece compelido a ciertas formas de antropofagia política y a ejercer esta curiosa aptitud en forma cotidiana. Claro que nos referimos al canibalismo político.
De un ministro de Justicia puede esperarse un poco más de mesura, la Justicia supone siempre equilibrio, modos medidos, voz baja y responsable, afirmaciones criteriosas, en fin, una equidad de ojos vendados.
Pero Aníbal Fernández está muy lejos del andar apacible que le impone su investidura.
Todos los días aparece en los medios con declaraciones fuertes contra la oposición, lo que resulta totalmente inadecuado para alguien de su rango y con un cargo ministerial.
Nadie puede pedirle razonablemente a Fernández que abdique de su condición de dirigente oficialista. Eso está claro.
Pero existe una gama infinita de expresiones, pronunciamientos, palabras, gestos y actitudes que nos permiten esquivar con cierto garbo el lenguaje grueso y chabacano.
¿Qué necesidad hay de calificar a Felipe Solá como “un traidor” o como alguien que “por un carguito es capaz de traicionar a la madre”? Sobre todo tratándose de alguien que hasta ayer nomás revestía en las tropas oficialistas. Claro que Felipe ha pasado por el menemismo, el duhaldismo y luego por el kirchnerismo para recalar finalmente en una posición opositora. Pero si Aníbal se fija a su alrededor, encontrará muchos que han dado todos los pasos que practicó Solá.
Excepto el último, claro.
Y quizá sólo por ahora.
Pero lo preocupante es que nuestro ministro de Justicia piense que, de ese modo, con tanta palabra gruesa, puede acercar voluntades a la causa que defiende. Y es curioso también que, mientras él practica este estilo tan duro, pida a los humoristas que no se excedan en su caricaturización de la Presidente.
Para militar en el bando de la moderación, es mejor hacerlo tiempo completo. Y eso debería saberlo el ministro.
La crítica destemplada no sólo que no suma sino que se vuelve en contra de quien la pronuncia y puede volcar las simpatías, aunque sea parcialmente, a la víctima de tanta virulencia y tanta desmesura.
Estamos seguros que esto es conocido por Tinelli pero no lo estamos tanto de que Fernández lo sepa. Hay una delgada y sutil línea a partir de la cual la crítica irónica, que puede simpatizarnos ya por su ingenio ya porque apunta a alguien que nos resulta antipático, se transforma en algo que nos produce rechazo y, en muchos casos, instantánea simpatía por quien es motivo de mofa o agresión salvaje.
Es muy malo que Aníbal Fernández piense que puede sumar con la agresión y la destemplanza.
Pero lo peor de todo sería que, efectivamente, logre adhesiones con ese discurso.

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sábado, 16 de mayo de 2009

Final de fiesta. Por Julio Bárbaro


(Publicado en Perfil el sábado 16/05/2009)

De los amores a los odios, los caminos pueden ser distantes o acotados. Como peronista de hace rato, aprendí a soportar camuflajes y mutaciones y a tomar distancia cuando lo nuevo afectaba la dignidad personal. Enfrenté a López Rega en los 70, a Saadi y a Herminio en los 80 y duré sólo dos años con Menem. En los Kirchner era mucho lo que merecía nuestro aplauso, en especial aquello que nos devolvía la dignidad frente a los acreedores inventados por Cavallo; un compromiso con los derechos humanos que nos instalaba como vanguardia en el enfrentamiento a una de las más flagrantes injusticias y un compromiso con los países hermanos que, en lugar de asumirse como colonia del imperio de turno, forjaban un continente solidario.
Pero sobre estos importantes aciertos del Gobierno se instaló una absurda manera de manejar hombres y relaciones, una autoridad exagerada. El personalismo se impuso sobre hombres y pasados; la palabra del jefe acalló todas las voces; ministros y parlamentarios debieron aprender a militar sin opinar y a participar de una absurda democracia de obedientes. Rara circunstancia que impulsó al campo opositor a inventar decenas de nuevos políticos impotentes para forjar un pensamiento alternativo y un nuevo jefe, y al Gobierno a no tener siquiera otros candidatos que los viejos políticos que habían soportado estoicamente el temporal, agachando sus torsos. Ese es el origen del disfraz “testimonial”. De la lealtad no surgen liderazgos, con los que aplauden se pueden rellenar las listas, pero nunca encabezarlas.
En cuanto al progresismo, hay una constante: la vieja bronca contra el peronismo y su pueblo. No es hoy el peronismo el que incorpora aliados, como en los setenta; hay un intento de que los progresistas conduzcan al peronismo, como lo intentaron las derechas de entonces. No hay comprensión ni reivindicación del movimiento nacional, como lo desarrollaran las cátedras nacionales y tantos intelectuales en los setenta. Lo que hay es un oportunismo en el cual quienes nunca nos aceptaron silencian sus convicciones con el único objetivo de utilizar nuestros votos.
El moderno peronismo capitalino nos presenta un candidato que pregona “no tener prontuario” porque piensan que nuestro pasado de militantes es menos puro que sus historiales de banqueros. Nunca he sido macartista, con Néstor Vicente fuimos capaces de presentar los libros de Fernando Nadra en plena dictadura, pero si yo me hago cargo de mi López Rega, que ellos se carguen al hombro a su nefasto Codovilla.
En los 70 no se equivocó Perón, sino los imberbes que pedían lo imposible sin pensar que la consecuencia estaba lejos de ser la revolución. Aprendieron del peronismo a blandir el poder, a veces por necesidad y otras, por inmadurez, pero la gesta del pueblo y su líder implican una alianza de clases y una mirada del futuro que no se asemeja en nada al rejuntado de viejos revolucionarios con refinados cultivadores del progreso.
En nuestro país las escuelas políticas obsesionadas con la obediencia fueron el Partido Comunista y las organizaciones guerrilleras, y nada tiene de casual que sus viejos sobrevivientes sean el entorno del presente gobierno.
El pensamiento peronista, en su despliegue, abarca lo más lúcido de las clases media y trabajadora. Reducirlo a los cordones de la pobreza es buscar en los heridos del sistema el apoyo que no supimos lograr de los ciudadanos. Los rasgos de cierto gorilismo son fruto de nuevos elitistas que se molestan con los pobres y de viejos izquierdistas que sueñan con obreros internacionales.
No estamos viviendo una confrontación entre lo nacional y popular, por un lado, y las derechas e izquierdas sin patria, por otro. Estamos remando con algunos aciertos concretos y demasiadas imposiciones autoritarias en una sociedad que demuestra ser más democrática y coherente que su mismo gobierno.
El peronismo de capital no es mayoritario, la derrota parece sellada. Lo peor está en que ni siquiera defenderemos con nuestros hombres nuestra historia. Y eso duele más que la misma derrota.
*Militante peronista.
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viernes, 15 de mayo de 2009

Todos los presidentes fueron parodiados. Por Nik

(Nota aparecida en el Diario La Nación, hoy)

La historia argentina tiene una riquísima trayectoria en cuanto a sátira política se refiere. Desde la publicación de El Mosquito (1863) o Caras y Caretas (1898), todos los presidentes de la Nación, sin excepciones, fueron retratados irónicamente en algún medio.
Basta rememorar casos notables como Tía Vicente de Landrú, los recordadísimos programas de Tato Bores, o el caso de la revista Humor , donde desfilaron en forma de caricatura todos los Presidentes de facto de la última dictadura militar.

En nuestra historia más reciente, las imitaciones de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde han sido moneda corriente en los programas humorísticos de la televisión argentina. Esta semana, todos celebramos la vuelta del humor político a la pantalla chica de la mano de Marcelo Tinelli en el segmento "Gran Cuñado" luego de varios años de ausencia de este tipo de imitaciones.
En este contexto, el Ministro de Justicia de la Nación, Aníbal Fernández, declaró primero que la imitación de la Presidenta habría que "regularla" y hoy agregó sobre el tema que lo mejor sería "dejar a un costado" la caricatura de Cristina Fernández de Kirchner.
Uno de los valores indispensables de toda democracia es la libertad de expresión y el derecho de todos sus ciudadanos a informarse, enterarse o entretenerse.
Mucho dolor y mucha sangre nos costó a todos los argentinos recuperar estos derechos.
Justamente por eso, llaman aun más la atención estas declaraciones llegadas desde un gobierno que paradójicamente hizo de los derechos humanos una bandera, y que nos recuerda constantemente, y con razón, los males padecidos por nuestra sufrida República en las épocas oscuras en las que nadie podía expresar con libertad lo que realmente pensaba.
El autor es humorista político y guionista de "Gran Cuñado"

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La Solución Final. Por Martín Caparrós

(Nota aparecida en Crítica Digital el 15 de mayo de 2009)

Llevaban días hablando del asunto, y se desesperaban; por eso, cuando el primer hombre dijo que había encontrado la solución, los otros dos lo miraron escépticos: –Ya lo dijiste cuatro veces, che.
–No, muchachos, esta vez la tengo, de verdad que la tengo.
El primer hombre hizo una pausa, miró a su alrededor, chequeó que nadie lo mirara. La parrilla pretenciosa estaba medio vacía –la crisis llegaba a todas partes– y la pareja de la mesa de atrás tenía su propia trampa que atender.
–Es cierto, estamos al horno. Si esto sigue así perdemos por goleada; ni la guita para los intendentes, ni las listas testimoniales, ni los aprietes, nada: pareciera que ya hicimos todo lo posible y nos hundimos igual. Pero hay algo que todavía nos puede salvar.
–Dale, che, ya amenazaste suficiente. Ahora decilo.
–No lo voy a decir, les voy a preguntar. ¿Qué es lo único que todos los argentinos respetan?
Dijo el primer hombre, y los otros dos se lanzaron a una ristra de lugares comunes –la vieja, la bandera, el éxito, Gardel, la guita– que el primero rechazaba con cara de buda satisfecho y burlón. El hombre tenía una papada extraordinaria, los ojitos perdidos entre grasa:
–No, muchachos, nada de eso: la muerte. En este país lo único que todos respetan es la muerte, lo único que te hace realmente bueno es morirte. Acá si estás muerto aunque seas un reverendo hijo de puta te volvés un grande. Fíjense lo que le pasó a Alfonso, por ejemplo.
–Che, el pobre Alfonso no era un hijo de puta…
–Nunca me vas a entender de una, ¿no? Yo no quise decir que fuera nada: quiero decir que cuando estaba vivo no lo votaba nadie y ahora que murió se convirtió en un prócer. Si hasta está resucitando al hijo… –¿Y entonces?
–No se hagan los boludos, muchachos, que me entendieron perfecto.Los tres hombres se miraron como se miran los que no quieren ver lo que están viendo: la esposa manoteando una entrepierna ajena, el telegrama de despido, aquella foto de sus veintiuno. –¿Vos querés decir que para que hagamos una buena votación en junio se tendría que morir alguien?Le preguntó despacito el segundo, muy flaco, barba rala, sus ojeras. –Vos sabés que estoy diciendo eso. –¿Pero quién, animal, de quién estás hablando? –¿De quién voy a estar hablando?
El mozo llegó con la segunda botella de montchenot y un par de provoletas bien doradas. El tercer hombre, pelo largo entrecano, prestancia de caudillo antiguo, amagó una sonrisa: ¿pingüino o pingüina?
–Veo que ya nos estamos entendiendo.
Dijo el primer hombre, y el segundo les preguntó si estaban locos.
–Locos no, al contrario, demasiado cuerdos. Bueno, basta de mariconadas: ¿pingüino o pingüina?
La discusión fue larga: el tercer hombre dijo que si la que moría era ella la ventaja era que iba a dar muy Evita, que se compraba todos los boletos para el mito, que a largo plazo era un golazo pero que en lo inmediato tenía un par de problemas:–Uno es que queda él solo y hay mucha gente que no lo soporta más.Dijo el segundo, que se empezaba a entusiasmar, y dijo que con la simpatía por la muerte de su mujer le iba a cambiar la imagen y hasta quizá le bajaba las ínfulas y lo hacía más tolerante y otros cuentos de lechera hasta que el tercero pegó un puñetazo sobre la mesa: –No, boludo, no se puede. Está Cobos. –Uy, dios, qué manga de boludos. Si la que se muere es ella, la sucede Cobos y se nos pudre todo.
–Va a tener que ser él.
–Pero si es él, ella va a dar muy Isabelita; el macho se murió y quedó la viuda pobrecita. –No, hermano, no digas tonterías. Ella nunca va a dar Isabelita. Y, de todas formas, no tenemos otra.
–Tienen razón: va a tener que ser él.
–Va a tener que ser él.
–Va a tener que ser él.
Los tres hombres se miraron para sellar un pacto grave, decisivo; la segunda botella estaba muerta y la provoleta se enfriaba en el medio de la mesa.
–Y además, con perdón, así se va a acabar toda esa sanata sobre el doble comando.Dijo el tercer hombre y el segundo lo miró pesado: una cosa era jugarse a un sacrificio por la patria, le dijo, y otra hacerle el juego a La Nación.–Ok, tenés razón. Pero, hablando de sacrificio, se olvidaron de lo más importante. ¿Quién carajo puede pensar que el hombre va a hacer semejante sacrificio?Dijo el tercero y tuvo un momento de alivio: estaban hablando boludeces, no iban a hacer nada de eso.
–¿Cómo, no estuvo dispuesto a dar su vida por la patria? La patria, de puro generosa, le dio una prórroga de treinta años, y ahora la reclama.
Dijo el segundo, las ojeras cada vez más hondas, y que el poder le gusta tanto que en una de ésas podían convencerlo: de últimas le decimos que es una farsa, que no se va a morir de veras, y cuando se quiera dar cuenta ya no va a poder reclamar nada.
–No sean boludos, che. Por supuesto que el hombre no va a querer morirse para mantener el modelo. Así que nunca va a saber que se está muriendo para eso, ni para ninguna otra cosa.
El mozo llegó con las mollejas y los tres hombres ni siquiera las miraron. Acababan de entender que se estaban confabulando en algo extraordinario, algo que los uniría por el resto de sus vidas. El segundo se preguntó si valdría la pena; el primero trató de pensar cómo había llegado hasta ahí y se dijo que, de todos modos, no tenía vuelta atrás: que volver atrás significaba perder todo lo que había conseguido hasta entonces, la subsecretaría, las prebendas, su trozo de poder, y que además era una maniobra genial, alta política. El tercero dijo que lo único que les faltaba era decidir cómo iba a ser.
–Puta, estamos al horno.
Dijo el primero. Durante la hora siguiente las mollejas se volvieron amarillas, las montche siguieron insistiendo y los tres hombres discutieron la forma de esa muerte por la patria o, al menos, el poder. Dijeron que lo más fácil sería simular un infarto con alguna de esas drogas de diseño que matan sin dejar ningún rastro, pero se preguntaron si un infarto no era una marca de debilidad que les complicaría las cosas. No, es una muestra de que estaba tan preocupado por el destino del país, que trabajaba tan duro, es una forma de decir que se sacrificó por la patria. ¿Vos creés? Bueno, es una forma, sí, pero es un poco blanda, como desperdiciada. Entonces pensaron en generarle una enfermedad violentísima que lo matara en un mes de agonía, porque así tendrían al país agarrado de sus partes: ¿vos te imaginás lo que sería, los partes médicos tres veces por día, la vigilia en la puerta de la clínica, virgencitas, bombos, todo el mundo pendiente? Eso nos da un cheque en blanco por quién sabe cuánto. ¿Cuánto dinero? No, boludo, cuánto tiempo. Sí, claro. Hasta que el segundo pronunció lo que los demás habían estado pensando sin atreverse a nombrarlo: el atentado, el magnicidio.
–Ésa sí que da juego. Imagínense, muchachos, nos conseguimos un par de gurkas que la hagan, les prometemos un fangote de guita, nos aseguramos de que la cana los haga percha, no queda nadie que pueda decir nada. Y tiene la ventaja de que le podemos echar la culpa a algún sector y ahí sí que los hundimos para siempre.
–Tremendo. Piensen por ejemplo si hacemos correr la voz de que fue un comando de sojeros medio quebrados que quisieron vengarse…
–Sí, o que fueron piqueteros calientes porque los había abandonado, ahí nos compramos a toda la clase media, la derecha.
–O mandamos que fueron los milicos y recuperamos a la izquierda y los progres y todos los políticamente correctos.
–O la mejor: que fue la CIA y nos ponemos a la cabeza de la revolución sudaca, otra que Chávez y las venas abiertas de Bolívar.
–Sí, capaz que habría que mandar a medirlo antes de decidir. Se miraban, excitados, trémulos: habían dado con el huevo de Colón, iban a ganar las elecciones por afano, a dar vuelta el proceso en un grado que pocos soñarían. –La única cagada es que nunca se lo vamos a poder decir a nadie. –Obvio, no. Nos lo vamos a tener que llevar a la tumba.
–Bueno, a menos que en algún momento ella se ponga muy boluda y haya que explicarle cómo fue que ganó. Y ahí sí que la tenemos agarrada de los pelos. –Muchachos, el mecanismo es perfecto. Nos cargamos a uno, nos aseguramos a la otra. Y, con esa muerte, no hay quien pierda las elecciones. –Pará, pará, a mí se me ocurre una mejor.
–Qué, boludo, no hay ninguna mejor.
–Esperá que te la cuente y vas a ver.


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