martes, 24 de marzo de 2009

Preguntas incómodas. Por Yoani Sánchez


(La autora es cubana y sostiene un blog que recomendamos. A partir de ahora reproduciremos sus notas que nos pintan la realidad cubana un poco mejor que el Gramma)

Bordeo mi edificio, evitando pasar por debajo de los balcones, pues los niños lanzan preservativos llenos de orine para matar el aburrimiento. Un hombre con su hija lleva una bolsa que gotea una mezcla de grasa, agua y sangre. Vienen de la carnicería, donde la larga cola anuncia que algún producto racionado llegó en la mañana. Los dos suben felices las escaleras llevando el trofeo cárnico. Es probable que la madre ya esté cortando las cebollas, mientras suspira aliviada de que la proteína reaparezca, después de varios días de ausencia.

Voy detrás de ellos y alcanzo a oír como la niña pregunta: “Papi ¿Cuántos pollos tú te has comido en la vida?” Percibo la cara desconcertada del padre, que ha llegado al piso seis sudando por todos los poros. Su respuesta es un tanto brusca: “¿Cómo voy a saber eso? Yo no saco cuentas con la comida.” Pero la niña insiste. Evidentemente está aprendiendo a multiplicar y dividir, de ahí que quiera desmontar el mundo y explicarlo –totalmente– con puros números. “Papi, si tú tienes 53 años y cada mes recibes una libra de pollo por la carnicería, sólo tienes que saber cuántos meses has vivido. Cuando tengas ese número lo divides entre cuatro libras, que es más o menos lo que pesa un pollo normal”.
Me descubro siguiendo la fórmula matemática desarrollada por la chica y calculo que he devorado unos 99 pollos en estos 33 años. El hombre interrumpe mi cuenta y le dice “Mi´ja, cuando yo nací los pollos no eran por la libreta”. Caigo en cuenta de que yo sí crecí con el grillete del racionamiento ajustado a ambos tobillos, pero gracias al mercado negro, el desvío de recursos, las tiendas en pesos convertibles, el canje de ropa por comida y un montón de caminos paralelos, no sé la suma exacta de lo que he digerido. Apuro el paso y escucho la frase recelosa de la pequeña Pitágoras: “Ay Papi, tú me quieres hacer creer que antes, en las carnicerías, te vendían todo el pollo que quisieras…”.
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De Infiernos y lugares comunes. Por Daniel V. González


(Esta nota apareció en los diarios La Mañana de Córdoba y Río Negro en ocasión del 30º aniversario del 24 de marzo de 1976)

Un nuevo aniversario del 24 de marzo encuentra a los argentinos en la conmemoración casi rutinaria de los acontecimientos políticos que llevaron al derrocamiento del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, que había llegado al poder tras las elecciones de setiembre de 1973 integrando una fórmula que obtuvo el 64% del total de los votos emitidos. Desde hace algún tiempo estamos sumergidos en una versión de los hechos que resulta atractiva por su simplicidad pero que prescinde de matices y de algunos datos esenciales para que la comprensión pueda ser integral. Como cualquier interpretación de ese período político que no coincida con la versión oficial es sospechada de antidemocrática, nos apresuramos a aclarar que consideramos repudiables todos los crímenes aberrantes perpetrados durante esos años y los años previos, como así también todas las violaciones a los más elementales derechos humanos.
Pero el horror de ese tiempo no debe cegarnos respecto de una interpretación más afinada y que tenga en cuenta todos los elementos en juego, algunos de ellos, rigurosamente omitidos en las abundantes construcciones y reconstrucciones de esos días aciagos.La denominación de “dictadura militar” es ya la primera deformación en que solemos incurrir pues se omite en esa designación un hecho esencial: la decisiva participación y responsabilidad de amplios sectores de la sociedad civil que, activa o pasivamente, promovieron, aceptaron, acataron o bien se mostraron satisfechos por el derrocamiento del gobierno de la señora de Perón. ¿Por qué a la versión hoy oficial del 24 de marzo le cuesta aceptar que se trató de un golpe y un gobierno “cívico-militar”? ¿Por qué omitir que el Proceso de Reorganización Nacional tuvo apoyo de amplias capas de la población, especialmente de las clases medias que estaban horrorizadas por el clima político creado por la guerrilla y los grupos violentos “paraoficiales”? Pero el apoyo civil no se limitó sólo a eso. La casi totalidad de los partidos políticos de la Argentina, incluido un sector del propio peronismo, vieron con beneplácito el golpe del 24 de marzo y, además, proveyeron funcionarios y equipos a los nuevos gobernantes. Y hablamos de la UCR, del Partido Socialista, del Partido Demócrata Progresista, del Partido Comunista y otros de similar importancia. Todos aportaron su gente al nuevo gobierno, o bien declaraciones de apoyo. No por reiterada debe ser olvidada la expresión de Ricardo Balbín acerca de que “Videla es un soldado de la democracia” o bien que el socialista Américo Ghioldi, significativa figura de la política argentina, fue nombrado embajador en Portugal o bien que Alberto Natale fue intendente en Rosario, por dar sólo algunos ejemplos representativos.Quien se tome el trabajo de repasar la prensa gráfica o los registros televisivos y radiales constatarían que también los medios de prensa, y también los periodistas en su amplia mayoría, estaban alineados en una posición de apoyo, por propia convicción más que por presiones del gobierno o por temores a la represión. Estamos diciendo que no sólo las empresas periodísticas en su gran mayoría brindaron su apoyo sino también una amplia mayoría de los propios periodistas lo hicieron.No pocos intelectuales también compartieron con entusiasmo el nuevo rumbo político. Quizá el caso emblemático sea el de Ernesto Sábato, que en compañía de Borges, el padre Leonardo Castellani y el presidente de la SADE, compartió un almuerzo con Videla y le expresó de mil maneras su apoyo, según relató el padre Castellani. Ello no fue obstáculo, claro, para que posteriormente Sábato se horrorizara por los crímenes cometidos por el poder, abominara de ellos y se transformara en uno de los rostros más doloridos de rechazo a la dictadura.Nuevamente preguntamos: ¿por qué nos resulta tan difícil aceptar que el 24 de marzo no fue un producto de un puñado de militares sino la consecuencia de un vacío político que fue llenado por civiles y militares de casi todos los partidos políticos?Probablemente la simplificación a la que nos estamos acostumbrando tenga el beneficio de evitar que nos enfrentemos con una realidad que nos resulta inaceptable: que amplios sectores de la sociedad civil deseaban terminar de cualquier modo con el caos generado por la guerrilla y los grupos “parapoliciales” y “paramilitares”. Y muy probablemente, el grueso de la población, puesto a elegir, deseaba que la batalla que se libraba fuera ganada por los militares y no por los guerrilleros, tal como efectivamente ocurrió. Es muy difícil de aceptar, además, que en ese momento a importantes franjas de la ciudadanía no le importaba el costo que hubiera de pagarse para lograr que, de una vez por todas, se terminara con las bombas, los secuestros y las acciones armadas.La negación a resignarnos a esta posibilidad quizá sea el motivo por el cual preferimos adoptar una explicación más cómoda y pretender que en esos años el país estuvo sometido por un puñado de hombres de uniforme que sojuzgó durante más de un lustro al conjunto de la población civil, que se rebelaba cotidianamente. Pero esta situación de apoyo y complacencia por parte de importantes sectores de la sociedad civil no sólo se verificó al comienzo del Proceso. Quien esto escribe conserva en su memoria una reveladora anécdota: avanzado el gobierno militar, hacia marzo de 1981, Viola debía suceder a Videla. En una conferencia de prensa antes de asumir, se permitió una humorada burlona sobre lo lejos que estaba aún el restablecimiento de la democracia. Todos los periodistas presentes rieron con Viola a carcajada batiente. Muchos de ellos y ellas luego se transformaron en adalides de la denuncia contra el Proceso Militar y alguno integró la CONADEP. Sin embargo, semejante grado de impostura no fue sino un reflejo de lo que acontecía más abajo, en las clases medias, muchos de cuyos miembros transitaron en pocos años la ilusión del regreso de Perón, el apoyo a Videla y poco después el respaldo a Alfonsín.La simplificación extrema (podría denominarse “teoría del gran demonio”) cuenta con varias ventajas. Una de ellas es relevarnos de un análisis incómodo de los acontecimientos históricos recientes que tienen una concatenación causal directa: los enfrentamientos de Perón con la clase media durante los años 45/55, su derrocamiento, su proscripción durante 18 años, el surgimiento del terrorismo urbano, la respuesta ilegal. El golpe del 24 de marzo sirve para explicar a las nuevas generaciones el comienzo de todos los males en nuestro país, una especie de Big Bang del mal en la política argentina. Se trata de una simplificación tan brutal y elemental que revela un cierto paralelismo con la carencia de matices ideológicos de los que en aquellos años eligieron la vía armada.La versión oficial también proporciona otra ventaja: deja sin rol alguno, salvo el de víctimas, al terrorismo urbano, a la guerrilla. Vivimos un tiempo en el que toda explicación que intente incluir en el análisis de los hechos políticos de 1976 a la guerrilla es rotulada con el intimidatorio nombre de “teoría de los dos demonios”. No puede objetarse a los guerrilleros sin ser sometido al chantaje de ser sospechado de partidario del gobierno de Videla. Así, el asesinato de policías, gremialistas, militares o simples militantes políticos (Arturo Mor Roig, por ejemplo), incluso bajo la vigencia de la democracia (como el asesinato de José Rucci, por ejemplo) quedan fuera de la discusión pues se incurriría en equiparar estos asesinatos con las horrorosas desapariciones de miles de personas que practicaron los militares. Así, sólo resulta aceptable la condena de unos crímenes (horrorosos por cierto) y no la de otros crímenes. Y a partir de ahí ninguna discusión es posible. Con el paso de los años, las tres armas han hecho sus respectivas autocríticas e incluso se ha llegado al gesto sobreactuado de descolgar las figuras que resultan abominables de las paredes de los cuarteles. Cada militar debe hacer profesión de fe democrática en forma cotidiana, y demostrar día por día que piensa igual que el presidente sobre los hechos políticos y militares de esos años. Sin embargo, no se avista en el horizonte, al menos en boca de los principales protagonistas, ninguna autocrítica de los guerrilleros. Ninguno dice, por ejemplo, que no ha sido correcto asesinar a tal o cual militar, o a la hija de tal o cual militar. No hay una voz que diga que asesinar a Rucci, 48 horas después de que Perón ganara abrumadoramente la elección presidencial, fue una monstruosidad. Tampoco suele recordarse que la asunción del poder por parte de los militares era un objetivo buscado por parte de la guerrilla que pretendía, de ese modo, “agudizar las contradicciones del sistema”. No hay todavía un atisbo de autocrítica por parte de los derrotados militarmente en esos años.Pero hay una luz alentadora. Algunos intelectuales ya han comenzado a disentir de la versión oficial sobre los años de plomo y poco a poco se agregan nuevos puntos de vista. Hace pocos meses los textos de Oscar del Barco causaron gran revuelo. Al referirse a declaraciones de Héctor Jouvé publicadas en la revista La Intemperie, dijo Del Barco: “Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos graves: a reconocer que todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones. Repito, no existe ningún ‘ideal’ que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía”. Asimismo, otros intelectuales, como Héctor Schmucler y Beatriz Sarlo, han intentado recientemente una visión distinta y menos autocomplaciente sobre los hechos que ocurrieron a partir del 24 de marzo de 1976. Quizá sea el comienzo de una nueva visión que incluya en el análisis algunos elementos hasta ahora omitidos en los clisés que se reiteran año tras año para esta fecha.
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miércoles, 18 de marzo de 2009

Los nietos del Rastrojero. Por Gonzalo Neidal


Córdoba le debe mucho a la Fábrica Militar de Aviones.
Fue el núcleo generador de una porción importante de la industria de Córdoba. Fue ahí donde comenzó a gestarse la Córdoba industrial durante los años cuarenta y cincuenta.
La conjunción de técnicos alemanes, la decisión industrializadora del estado y el aporte del Brigadier Juan Ignacio San Martín, dieron como resultado que Argentina tuviera en esos años el germen de una industria aérea que luego no llegó a desarrollarse en plenitud.
Los prototipos del Pulqui, avión a reacción que estaba en la cúspide de la tecnología mundial en ese momento, no devinieron en producción en serie. La industria se fue debilitando hacia proyecto menos ambiciosos hasta languidecer y extinguirse.
Fue complementada –y en cierto modo sustituida- por producciones civiles como la moto Puma y el Rastrojero Diesel que luego también sucumbieron y desaparecieron.
Pero el aporte de la Fábrica de Aviones a la creación del “clima industrial” de la ciudad de Córdoba ha sido indiscutible. Hubiera sido impensable convocar a FIAT e IKA (ahora Renault) sin la inversión que realizó el estado en los años previos, sin la mano de obra especializada, los talleres y pequeñas industrias metalúrgicas que crecieron en aquellos años bajo la luz que irradiaba la Fábrica de Aviones.
Ha pasado medio siglo de ese tiempo promisorio. Y han transcurrido treinta años desde que fue discontinuada la producción del Rastrojero, en 1978.
Hoy el predio industrial tiene la décima parte de los trabajadores que tenía 50 años atrás. Ya no se fabrican motos allí, ni utilitarios. Brasil, en cambio, que comenzó mucho después que Argentina, ahora tiene una vigorosa fábrica de aviones, posicionada mundialmente.
De la simple comparación surge que algo hemos hecho mal.
Pero eso ya es parte del pasado. Ahora hay que mirar hacia delante.
Podríamos preguntarnos, por ejemplo, qué queremos hacer con la ex Fábrica de Aviones. ¿Transformarla en una industria aérea? ¿en un taller de reparaciones? ¿en una fábrica de piezas de aviones? ¿en una fábrica de Rastrojeros y motos Puma?
Porque, más allá del discurso nostalgioso, de reconocernos como llorones nietos del Rastrojero y la Puma, ahora tenemos que seguir adelante. Porque si además de excitarnos con discursos vibrantes, queremos fabricar aviones, tenemos que saber que demandará un esfuerzo público y privado de varias décadas, inversiones millonarias y continuidad en las políticas. Tal como hizo Brasil.
No inventemos nada: copiemos a Brasil.
Allí, igual que acá, el estado comenzó todo. Pero hacia mediados de los noventa, cuando vio que no podía continuar solo, convocó al capital privado –brasileño y europeo- y relanzó la fábrica. Y los resultados están a la vista.
No hagamos como esos matrimonios que, al cumplir sus bodas de oro, se empeñan en festejar regresando al mismo hotel pasaron su luna de miel, con la vana ilusión de reeditar esos días de gloria. Esta vez, medio siglo después, comprueban que las pasiones y los vigores han cedido y su lugar está ocupado por dolores de espalda, artrosis y otros aportes ineludibles del almanaque.
Porque sepámoslo: fabricar aviones o piezas de aviones, es un poco más complejo que pronunciar un discurso.

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martes, 17 de marzo de 2009

La recuperación depende del "G-2". Por Robert B. Zoellick y Justin Lifu Yin

Artículo publicado originalmente en el periódico Washington Post el 6 de marzo de 2009.

El crecimiento económico de China caerá fuertemente en 2009. Estados Unidos atraviesa una grave recesión. Para que la economía mundial pueda recuperarse, estas dos potencias económicas deben cooperar y convertirse en la fuerza impulsora del Grupo de los Veinte. Sin un G-2 vigoroso, el G-20 decepcionará.

Debemos enfrentar las realidades. La causa fundamental de los desequilibrios de pagos generalizados a nivel mundial es de carácter estructural: un consumo excesivo en Estados Unidos y un exceso de ahorro en China. En Estados Unidos, la burbuja bursátil e inmobiliaria alimentó el auge del consumo. A ello se sumó una fuerte caída de la tasa de ahorro en el país. En China, el excedente de ahorro se debe a distorsiones estructurales en los sectores financiero, empresarial y de recursos.
Las tasas de ahorro de China, que alcanzan hasta el 50% de su producto interno bruto, son muy superiores a las de otros países. Pero esto no se debe exclusivamente a que los trabajadores ahorran dinero. De hecho, el ahorro de los hogares chinos equivale a alrededor del 20% del PIB, semejante a la tasa de India. Un porcentaje inusualmente alto del ahorro proviene de grandes compañías del sector empresarial de China. Las empresas pequeñas y medianas, que emplean al 80% de los trabajadores, tienen acceso mínimo a servicios financieros porque ese sector está dominado por cuatro grandes bancos que prestan servicios principalmente a empresas de gran tamaño. La falta de acceso a servicios financieros que padecen las empresas de menor tamaño retrasa su crecimiento, frena el empleo y ejerce presiones a la baja en los salarios. En efecto, la asimetría de la estructura financiera china significa que los ciudadanos corrientes y las pequeñas y medianas empresas han estado subsidiando a las grandes corporaciones y a los nuevos ricos con los bajos salarios y tasas de interés.

La revaluación de la moneda china, es decir, un cambio en los precios relativos, no es la herramienta principal para encarar estos problemas estructurales y los desequilibrios que han provocado. En realidad, la diplomacia económica entre Estados Unidos y China debería centrarse en otros dos ámbitos.

En primer lugar, los dos países deberían unir fuerzas para evitar una recesión mundial prolongada. Ambos países han anunciado sendos conjuntos de medidas de estímulo económico. Estados Unidos vuelve a apoyarse en promover el consumo y China vuelve a encauzar fondos hacia inversiones. Si bien ésta es una respuesta natural para enfrentar los problemas inmediatos, con el tiempo Estados Unidos debe impulsar el ahorro y la inversión mientras que China aumenta el consumo, y no sólo su capacidad. China está preparando un segundo paquete de estímulo económico que debería centrarse en generar poder adquisitivo para los consumidores pobres, y en crear infraestructura de servicios en los sectores de servicios e infraestructura física para reducir los obstáculos al crecimiento (lo que a su vez contribuiría a aumentar la productividad). China también podría subsanar el daño ambiental que provocan los precios inferiores a los reales que se fijan para los recursos. Por su parte, Estados Unidos debería seguir con las políticas de reestructuración monetaria, crediticia y de los activos para reactivar el sistema financiero y permitir así que las medidas de estímulo puedan surtir efecto. Ambos países deben resistirse al proteccionismo y prestar asistencia a los grupos vulnerables de los países pobres.

En segundo lugar, el diálogo estratégico en materia económica entre China y Estados Unidos debería centrarse en la manera de reducir los desequilibrios estructurales entre el consumo y el ahorro en ambas economías. Para poder alcanzar la meta de las autoridades de construir una "sociedad armoniosa", China debe mejorar la distribución del ingreso. La próxima fase de las reformas chinas debería promover las protecciones sociales, los sueldos y la eficiencia de los sectores de servicios, así como las empresas y la fijación de precios de los recursos "verdes" –todo lo cual puede contribuir a aumentar el consumo y las importaciones. En particular, China debería promover el sector bancario a nivel local para atender mejor a las empresas pequeñas y medianas, entre otras cosas, por intermedio de servicios de microfinanciamiento. Debería abrir los oligopolios, como los del sector de telecomunicaciones, a la competencia. Una mayor liberalización del comercio y el aumento de las inversiones en servicios incrementarían la competitividad y productividad de los mercados chinos y reducirían las tensiones en las relaciones comerciales. Sin un aumento de las importaciones, China corre el riesgo de que el ajuste se produzca exclusivamente a través de una drástica y difícil contracción de las exportaciones.

Estados Unidos, a su vez, debe restablecer el equilibrio entre el ahorro y el consumo. No puede permitirse volver a aquellos días en que las tarjetas de crédito se utilizaban al máximo para financiar un consumo desenfrenado. Debe recuperar el control de los crecientes déficit presupuestarios, que son impulsados en gran medida por el gasto en prestaciones obligatorias. Para seguir siendo la primera economía mundial, Estados Unidos debe igualmente invertir en educación, investigación y desarrollo, y tecnología, y mantenerse abierto a las inversiones, las mercaderías, las ideas y las personas con talento.

Estos ajustes contribuirían en medida apreciable a reducir el riesgo de conmociones económicas mundiales. Existen importantes incentivos recíprocos: Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones chinas, y China es el mayor inversionista extranjero en títulos de deuda pública de Estados Unidos. La interdependencia económica es clara.

Los desequilibrios de la economía china y la economía estadounidense sólo se pueden atacar de manera gradual. Pero deben abordarse. Una recuperación fundada en estimular el consumo en los Estados Unidos y en suministrar dinero fácil financiado con ahorros externos significaría repetir los errores, lo que tendría peligrosas consecuencias para los mercados mundiales y la política internacional. Incluso a medida que Estados Unidos y China señalan el camino para encontrar una solución a los problemas inmediatos, también tienen que dar forma a la economía mundial del mañana.

Robert B. Zoellick es presidente y Justin Yifu Lin es primer economista y primer vicepresidente de Economía del Desarrollo del Grupo del Banco Mundial.
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Crisis global y respuestas. Por Felipe González


Obama pide a la Unión Europea y a Japón que le acompañen en el esfuerzo de lucha contra la crisis y recuperar un orden financiero mundial más sano. Pide más esfuerzo y más coordinación.
En las encuestas, sólo el 2% de los españoles cita la corrupción como un problema nacional
Los europeos tenemos en Obama un interlocutor dispuesto a actuar coordinadamente
La Unión Europea dice que se han puesto en marcha medidas suficientes, aunque en términos de PIB, el esfuerzo de Estados Unidos -último periodo Bush y paquete de Obama- es claramente superior ante una situación semejante.
Da la impresión de que Estados Unidos afronta la crisis como una emergencia nacional y global y moviliza todas las energías disponibles, en tanto que la Unión Europea actúa en orden disperso y sin la sensación de apremio y gravedad extrema con la que se percibe del otro lado del Atlántico.
La crisis financiera es global y sistémica aunque arranca en Estados Unidos. La resistencia a creer en las características globales e interdependientes del sistema nos condujo al error de contemplar la epidemia de las hipotecas basura y los derivados que se desató en ese país como enfermedad de ellos que no iba a convertirse en pandemia financiera global.
Por eso tardamos en reaccionar. Primero lo hizo Gran Bretaña y un poco después el resto de la Unión Europea. En áreas emergentes ha habido más retraso en asumir el carácter pandémico de la crisis y aún hoy se continúa negando la gravedad de la situación.
La actitud de Obama significa el reconocimiento, al mismo tiempo, de la magnitud de la crisis y de la necesidad de una respuesta conjunta y coordinada, en el corto y en el medio plazo. Esta predisposición nos ofrece la oportunidad de actuar conjuntamente en medidas anticíclicas y en las reformas necesarias del sistema financiero global.
Estados Unidos solo no puede. Fin del unilateralismo tanto en el terreno financiero como en el de la seguridad. Pero los demás, empezando por los europeos, tienen que asumir que sin Estados Unidos no podemos. Así que si tenemos la suerte de encontrarnos con un interlocutor que reconoce la dimensión de la crisis y está dispuesto a actuar coordinadamente, no perdamos la oportunidad, porque vale más equivocarse juntos y corregir sobre la marcha los errores posibles que no hacer lo necesario para salir adelante o resistirse a coordinar el esfuerzo. La próxima reunión del G-20 será la primera gran ocasión para comprobarlo.
No podemos caer en la tentación de buscar alternativas inexistentes al sistema, ni replegarnos en el sálvese el que pueda proteccionista que rechace la interdependencia económica y financiera de la nueva realidad mundial. Pero que no haya alternativas a la economía de mercado como sistema no quiere decir que no debamos reformarlo a fondo y cambiar su modelo de funcionamiento. Si volvemos al mismo camino, parcheando la situación, nos enfrentaremos en pocos años a una nueva burbuja, con efectos semejantes.
Corregir los manifiestos defectos y los grandes abusos que se han producido en el sistema financiero justificará ante los ciudadanos el enorme esfuerzo de salvamento de las entidades en crisis. Hay que hacerlo con un marco regulatorio claro y que sirva para todos. Con unos órganos de control globales y nacionales que respondan a las mismas reglas y con un especial rigor frente a los paraísos fiscales. Un sistema de alerta temprana debería advertirnos cuando el crecimiento de los flujos financieros sea excesivo, despegados de su función de intermediación de la economía real. Pero hay que hacerlo sin excesos regulatorios inútiles, armonizando lo global y lo local. "Pragmáticas pocas y que se cumplan, amigo Sancho": sabio consejo de Don Quijote a Sancho para el buen gobierno de la Ínsula Barataria en la que estamos.
El carácter global del sistema está implícito en la nueva realidad económica y financiera mundial. Por eso las reacciones proteccionistas antiglobalizadoras agudizarían la situación y la prolongarían indefinidamente.
Se pueden haber volatilizado unos 60 trillones de dólares, equivalentes a cuatro veces el PIB de Estados Unidos o algo muy próximo al PIB mundial. Esa inmensa burbuja de humo, llena de derivados, estructurados, hipotecas basura, etcétera, carente de transparencia y, a veces, de registros contables, ha aplastado a la economía productiva y generado un desempleo masivo, un corte de crédito que produce necrosis empresarial y una retracción del consumo que incluye a los que mantienen su renta o la mejoran por la bajada de tipos y precios. La desconfianza de ahorradores, inversores y consumidores continúa creciendo.
No hay que mirar a la Bolsa en la situación actual para tomar decisiones, dice Obama, porque los mercados de valores, alimentados cada día con malas o peores noticias, siguen cayendo, sin discriminar entre empresas con buenos fundamentos y empresas con graves problemas de balance o de resultados. Incluso las noticias que deberían ser recibidas como buenas provocan reacciones negativas de casi pánico. El ahorro no vuelve a la Bolsa y lo previsible es que ésta no toque fondo hasta el cuarto trimestre del año en curso.
Las intervenciones masivas e inevitables desde el ámbito de la política se han llevado por delante todas las teorías fundamentalistas de "la mano invisible" del mercado. Después de décadas separando a la política de su función en la economía de mercado, se la reclama para corregir el desaguisado. Pero ya se está culpando a la política de los males que no provocó, salvo por la ausencia impuesta por el pensamiento neoconservador dominante del "todo mercado".
Algunas ideas básicas se están generalizando para hacer frente a la situación. Se acepta la necesidad de salvar al sistema financiero, pero como los banqueros no gozan de buena opinión entre el público, hay que decir que salvar al sistema financiero es un ejercicio de responsabilidad ineludible, porque sin él no hay recuperación posible, y menos, sostenible. Pero ayudar a las entidades no significa asumir los errores de los responsables ni aceptar las simulaciones de los que se resisten a reestructurarse hasta que pase la tormenta que, sin ayudas, se los llevaría por delante.
También se asume que se incremente del gasto público de inversión que compense la caída del sector privado y que se establezcan ayudas directas e indirectas a las empresas en dificultades. Estas políticas keynesianas deberían acompañarse de reformas de carácter estructural para mejorar la productividad por hora de trabajo, transformando a fondo la negociación colectiva y la imputación de costes de la seguridad social, incluidos los del desempleo.
Tanto a nivel nacional como europeo, deberíamos intentar un nuevo pacto social para el siglo XXI, que cambiara las bases de aquellos que sacaron a Europa de la miseria tras la II Guerra Mundial y la convirtieron en una potencia económica e industrial exitosa y cohesionada. Hay que hacerlo mirando a la economía globalizada del siglo presente, a nuestra pirámide poblacional, a nuestra formación de capital humano, al valor que podemos añadir para competir y a la cohesión social que podemos financiar para defender nuestro modelo civilizatorio.
Gobiernos y oposiciones, actores económicos y sociales deberían sustituir el ambiente de greña y crispación por la cooperación responsable para sacar adelante a nuestras sociedades. Casi todo lo demás es accesorio en la realidad que vivimos aunque esté ocupando todas las energías. Si lo hacemos encontraremos objetivos movilizadores de nuestro aparato productivo, crearemos empleo y creceremos de manera más eficiente y sostenible. Si no, nos retrasaremos perdiendo una parte sustancial de lo que hemos ganado en las décadas anteriores.
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"Obama es demasiado prudente". Entrevista a Paul Krugman


Máximo exponente de los neokeynesianos, Krugman cree que el nuevo Gobierno de EE UU rema en la buena dirección pero está siendo más que cauto. El fin de la crisis no aparece en sus pronósticos como algo cercano.
Pese a la generosa dotación del premio Nobel, Paul Krugman (Nueva York, 1953) no abandona su aspecto de profesor universitario, enfundado en un traje con deportivas negras y una mochila al hombro. Ha venido a Sevilla invitado por la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Hace acto de presencia en el minuto exacto de la cita, tímido y abrumado por los elogios. Todo eso desaparece en cuanto se enreda en temas económicos.

Pregunta. ¿Cuándo se dio cuenta de que habíamos vuelto a la economía de la depresión, como usted la denomina?
Respuesta. A principios de 2008 estaba bastante claro que nos habíamos topado con los límites de la política convencional. Después de la caída de Lehman, en septiembre, ya resultó obvio.
P. ¿Cuándo terminará?
R. Los precedentes no son buenos. La depresión japonesa terminó con un boom de sus exportaciones a China pero esta vez la crisis afecta a todo el mundo a la vez así que ésa no es una opción. Y la Gran Depresión terminó con la II Guerra Mundial. Hay un final natural a largo plazo, pero llevará mucho, mucho tiempo.
P. ¿Son realmente eficaces las medidas adoptadas?
R. Hasta cierto punto estamos cambiando deuda privada por deuda pública y tratamos de compensar el conservadurismo de los consumidores con un aumento del gasto público. Así salimos de la Gran Depresión. Es cierto que China pretende salir de la crisis con un aumento de las exportaciones y que eso puede ser la base de otra crisis. Pero creo que es tremendamente importante sostener la demanda, aunque no sea la solución definitiva. De lo contrario, corremos un riesgo serio de quedar atrapados en una trampa muy profunda.
P. ¿Debería coordinarse esa respuesta en el G-20 o en otros foros?
R. Lo ideal es que el G-20 saliera de las reuniones de este fin de semana con un acuerdo para coordinar las políticas fiscales aunque desgraciadamente eso no va a pasar. Lo más crucial es que los europeos pacten entre ellos las bases de la expansión fiscal porque la dependencia es mucho mayor entre los socios de la UE que respecto a EE UU. En todo caso, necesitamos un acuerdo del G-20 para coordinar las políticas fiscales y también un plan de rescate para los países emergentes con problemas. Aquí probablemente tendría un papel decisivo el FMI, que debería proporcionar recursos suficientes a Hungría y al resto de los países bálticos.
P. ¿Habría que reforzar la cooperación entre EE UU y la UE?
R. Sin duda, hay mucha dependencia entre ambos. Todos estamos preocupados por el déficit pero un esfuerzo coordinado puede reducir la aportación extra que debe hacer cada uno y aumentar los beneficios. El plan de estímulo fiscal de EE UU ayuda a la economía europea, en buena medida. Por ejemplo, muchas de las ayudas destinadas a AIG acabaron en manos de bancos europeos que eran los que les habían comprado los seguros contra impagos de deuda (credit default swaps). Ahora muchos se preguntan por qué el contribuyente de EE UU tiene que rescatar bancos europeos.
P. ¿Y los bancos centrales?
R. Ahí los efectos no están tan claros. Hasta cierto punto, la resistencia del BCE a utilizar todo el margen en los tipos de interés está beneficiando a EE UU, con un dólar más barato que impulsa las exportaciones, así que a nosotros claramente nos interesa la política de Trichet.
P. ¿Conoce al presidente Zapatero o va a reunirse con él?
R. No le conozco. Sé que interviene en el acto en el que tengo que participar
en Madrid, pero no sé si habrá oportunidad de encontrarnos. Lo que sí he hecho ha sido repasar a fondo la situación de España.
P. ¿Y sus conclusiones?
R. Que España es como California o Florida. Las dos han vivido un boom de la construcción, han recibido grandes flujos de capital extranjero y, cuando ha estallado la burbuja inmobiliaria, la situación se ha vuelto muy difícil. Ahora tienen problemas de ajuste similares: el déficit es preocupante y la rebaja del rating ha sido inevitable, aunque peor para California.
P. ¿Y qué se debería hacer?
R. Va a ser duro. Lo que realmente asusta de la situación española es que no está nada claro cuál es la estrategia de ajuste por su pertenencia a la UE. Todo lo que puede hacer es mitigar los efectos de la crisis. Si España no fuera parte del euro, la devaluación ayudaría, pero esa opción ya no existe; la política fiscal es muy limitada para los países de la UE; también es limitada la capacidad de actuar sobre el sistema financiero aunque los bancos españoles han demostrado estar relativamente en buena forma; se pueden adoptar medidas para limitar el impacto de la crisis sobre los parados. Pero en buena medida a España sólo le queda esperar a que se produzca una recuperación europea.
P. ¿No debería jugar China un papel más destacado?
R. Sí, siempre que China también dé señales de cooperación. De momento sólo pretenden salir de la recesión con una moneda devaluada que impulse sus exportaciones y la política de la Reserva Federal no tiene como objetivo que los chinos estén contentos. Además, hay una cierta amenaza de que se puedan llevar el dinero que tienen en dólares, pero lo cierto es que si debes 100 dólares a alguien tienes un problema pero si lo que debes es un billón, como a los chinos, el problema lo tiene China, no tú.
P. ¿Puede el mismo sistema financiero que nos ha llevado al caos ser el que marque las directrices de futuro?
R. Nos enfrentamos a un gran test que debemos resolver y es la reconstrucción del sistema financiero. Solíamos tener un sistema más sencillo, con los bancos actuando como intermediarios y luego todo derivó en un sistema de enormes instituciones financieras, complejas y poco reguladas. Claramente eso ha fracasado. Probablemente debamos mirar hacia un modelo más simple y más al viejo estilo. Muchos cambios se producirán de forma natural. Dudo que la gente vuelva a confiar en estos planes financieros complejos y complicados, que en buena medida ya han quebrado: unos 400.000 millones de dólares del sistema financiero han desaparecido. Pero también se necesita más regulación de la que tenemos y eso va a ser duro.
P. La crisis se ha llevado por delante a muchos banqueros pero a ningún regulador.
R. En EE UU, muchos supervisores han sido forzados a dimitir de una forma u otra. Tampoco está claro que incluso haciendo su trabajo bien esto no hubiera pasado. Pero es cierto que ni siquiera intentaron hacerlo.
P. ¿Se refiere a Greenspan?
R. No, aunque es un poco triste ver cómo intenta defender su legado. Pero no hablaba de él.
P. ¿Podemos enfrentarnos, como en los años treinta, a una serie de devaluaciones competitivas?
R. Esas devaluaciones ayudaron, no fueron dañinas para la economía mundial, pero era un mundo distinto que se regía por el patrón oro. Lo que me preocupa es si ahora las devaluaciones sustituyen a otro tipo de medidas. Si China, por ejemplo, lo hace para salir de la crisis, eso sí es un problema.
P. ¿Cómo valora los primeros meses del gobierno de Obama?
R. El cambio a mejor es enorme, son políticas inteligentes y honestas y sólo eso ya dibuja un mundo completamente diferente al que había. El problema es que el gobierno Obama está siendo demasiado cauto, incluso siendo más audaz de lo habitual, está siendo demasiado prudente
dada la dimensión de la crisis. El plan de estímulo tenía que haber sido, al menos, un 30% mayor y no quieren adoptar ninguna medida dramática sobre los bancos. Las prioridades fijadas en el presupuesto son excelentes, pero aunque reman en la dirección correcta no están remando lo suficiente.
P. Pero sí hay ámbitos, como la sanidad y las políticas de gasto, en los que Obama está aplicando reformas profundas...
R. Hay una frase que se atribuye a su jefe de gabinete, Rahm Emmanuel, que dice: "Nunca se debe desaprovechar una crisis". Eso define muy bien su espíritu -yo he hecho mía la frase [risas]-. Reagan aprovechó la crisis del 87 para cambiar todo, ¿por qué no vamos a poder dar la vuelta a algunas cosas?
P. ¿Incluyen esos cambios la nacionalización de la banca?
R. En eso, ni siquiera parece que tengan un plan , hablan de la cooperación pública y privada pero de forma difusa y a veces suena más como un regalo al sector. Lo que creo que va a pasar, aunque llevará tiempo, es una solución a la sueca . Eso llevará a garantizar los depósitos bancarios y a nacionalizar temporalmente Citigroup y posiblemente también Bank of America.
P. ¿A eso se refería el secretario del Tesoro cuando dijo que el capitalismo ya será diferente?
R. Éste es uno de esos momentos en los que toda una filosofía ha sido desacreditada. Los que defendían que la avaricia era buena y que los mercados debían autoregularse sufren ahora la catástrofe. Son los mismos que decían que si se subían los impuestos a los ricos pasarían cosas terribles. Pues Clinton subió los impuestos a las rentas más altas y la economía funcionó muy bien durante ocho años, mientras que Bush los bajó y mira lo que ha pasado. Creo que ese cambio se va a imponer.
P. ¿Amenaza la crisis la reelección de Obama?
R. Obama se parece a Roosevelt, que no resolvió la Depresión pero al que se veía que tomaba medidas para intentar salir de la crisis y eso le dio la victoria electoral. Muchos expertos en política de mi Universidad aseguran que los electores tienen una memoria muy frágil, que sólo se preocupan por lo que pasa en los últimos seis meses así que Obama tiene margen para mejorar cosas antes de la reelección.
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sábado, 7 de marzo de 2009

Problemas de cultura política. Por Tomás Abraham


¿Y si la política no fuera sólo un asunto de ideología, ni se definiera por la gestión, por los encantos del carisma ni por las cualidades morales?
¿Si también fuera una manera de hacer, una tradición que invocar, unos principios que respetar, una forma de pensar? No me refiero a una retórica previsible ni a las habituales declamaciones de tribuna, sino a un ejercicio efectivo de la conducción de los intereses colectivos. No hay política de Estado sin una visión de conjunto. Esto no es bonapartismo, sino la asunción de que las sociedades modernas están diversificadas. La composición en una unidad política sustentable de lo que se presenta como conflictos de fracciones o sectores es una tarea dinámica, inestable y cambiante. No se trata de un consenso sellado como un pacto inamovible sino de una orientación, un rumbo flexible en la instrumentación a la vez que claro y firme en sus determinaciones y fines.
Hoy los medios de comunicación dan cuenta del debilitamiento gradual y continuo del kirchnerismo. Es difícil comprender qué puede festejarse de este deterioro sino los beneficios de una ilusión que puede deparar ganar unos votos en próximas elecciones a riesgo de perderlos en las siguientes.
¿En qué es mejor la oposición con sus variantes que el oficialismo? Hasta marzo de 2008, no cabían en el carro de la vencedora todos los acompañantes de un gobierno que entraba en su quinto año. Tan sólo la Coalición Cívica mantenía su pregón de que el gobierno de Kirchner era el representante de una banda de expoliadores que se llevarían todo y que en nada de diferenciaban de una asociación ilícita. Lo mantenía aun cuando el Gobierno tenía más del 60% de aprobación y buena imagen.
Hoy encuentra más seguidores, y competidores, de ahí que a sus denuncias les agregue con la misma altisonancia que ya tiene los equipos preparados para gobernar la Nación.
La mayoría de las voces opositoras hablan de autoritarismo, voluntad hegemónica, hasta de stalinismo, y ofrecen un futuro deliberativo y conciliador. ¿Quién puede creer que los problemas de nuestro país nacen de este tipo de opciones? ¿Una sociedad que tiene aspiraciones de clase media y un ingreso por habitante varias veces menor que los países de Europa occidental –emblema de sociedades con mayoría de capas medias– qué recetas tiene para no digamos colmar, sino disminuir la distancia entre sus deseos y las realidades que vive hace décadas?
¿Cuáles eran las soluciones de los sectores políticos en 2003 para hacerse cargo de una sociedad con niños que morían de hambre en Tucumán, casi la mitad de la gente sin trabajo a tiempo completo y una economía de trueque para más de tres millones de personas?
El problema es de cultura política, de la que no están ajenos muchos que hoy se postulan como alternativa de poder. Kirchner hizo lo mismo que Menem, dilapidó aciertos. Deseo de perpetuarse en el poder, selección a dedo de continuadores, desprecio por lo institucional, megalomanía. Así como Menem malgastó el repunte argentino desde 1989 hasta 1994 que asume con la hiperinflación y golpes militares, para luego derrotar a la sedición carapintada, lograr la estabilidad monetaria y asumir el control de las variables que el Estado había perdido durante el gobierno de Alfonsín, también Néstor Kirchner está tirando por la borda un crecimiento que alivió una situación de gravedad extrema como nunca había conocido nuestro país. Y lo hace por usar a su esposa para perpetuarse en el poder, por despreciar condiciones mínimas para que la continuidad constitucional no sea un arreglo entre facciones y familias, por disfrazarse con un progresismo cubierto de zonas oscuras, por megalomanía que lo hizo creer que con los símbolos del setenta revolucionario demonizaría a los pueblos del interior y a sus fuerzas vivas, y con su pésima cultura política.
¿Qué pensamiento político puede esperarse cuando no existe la mínima distancia respecto de la historia a la que pertenecemos, cuando el pasado no es más que un sistema de venganzas, cuando los fanatismos y el sectarismo ofician de pasión en el mejor de los casos, o de lobbismo a favor de grupos de interés en su gran mayoría?
¿Acaso los supuestos críticos no hacen lo mismo que el Gobierno cuando a la menor reflexión sobre los argumentos llamados opositores se la tilda inmediatamente de “kirchnerista”, oficialista embozada, o a quien no participa de la demonización de los noventa se lo descalifica por menemista, o a la expresión con serias dudas sobre la política de derechos humanos de este gobierno se la difama por procesista?
Este es el ambiente y la cultura política habitual en la que nos movemos y en la que no hay que caer. No por liberalidad de costumbres ni por espíritu de tolerancia, sino para seguir pensando con libertad, a pesar de quienes no quieren más que ser nutridos con su habitual sistema de odios y ser permanentemente reconocidos en sus afecciones.
Masticar lo ya rumiado y ofrecer pasto para digestiones preestablecidas no es la función intelectual de los medios de comunicación ni honestidad periodística, a pesar de que las leyes del mercado disponen un “target” o perfil de lectores que quieren consumir siempre lo mismo.
¿Cuáles son los problemas que afronta nuestro país en el mediano plazo y que debería enfrentar un gobierno para continuar con el crecimiento de estos años, nos referimos a disminuir el abismo entre ricos y pobres, mejorar los ingresos sin inflación, elaborar una política para los cientos de miles de jóvenes que están marginados de los aparatos escolares y sin inserción laboral, no malgastar los recursos públicos y que no haya un ajuste que mande gente a la calle y que acentúe la crisis social, cambiar el sistema de coparticipación, sin por eso, federalizar la corrupción y permitir el endeudamiento irresponsable de las provincias, mejorar la salud y la educación, invertir en infraestructura, recuperar los sistemas de seguridad y controlar la violencia, atraer capitales en un mundo con crisis financiera y recesión?
¿Qué oposición tiene las llaves del reino que nos permita entrar en una Argentina promisoria con un proyecto que resulte de las buenas decisiones para todos estos dilemas?
En todo el mundo hay problemas, y en cada país existen los propios. Los nuestros pasan por un modo de hacer y pensar lo comunitario y aquello que, en última instancia, lo conduce: el Estado.
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