martes, 15 de noviembre de 2011

La evolución de las especies intelectuales en la Argentina. Por Javier Marín

En la Argentina, intelectuales de izquierda y derecha (para simplificar la clasificación), se impugnan mutuamente, negándole al bando rival la facultad de conjugar el pensamiento con el tipo de ideología que defienden. En ambos casos hay un poco de exageración y otro de razón.
Con mayor o menor éxito adaptativo, ambas especies de la “intelligentsia” criolla sobreviven con suerte dispar, aunque en todo caso estén lejos del esplendor de otros tiempos, que parecen más bien remotos, cuando el país era capaz de dar nombres tan ilustres como variados: Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada, Raúl Scalabrini Ortiz, Héctor Agosti, Arturo Jauretche, Oscar Varsavsky, Mario Bunge, Osvaldo Bayer y tantos otros.

Si asumimos que los intelectuales son personas que se dedican a analizar y reflexionar sobre la realidad, con la intención de difundir sus opiniones y así influir sobre ella, podemos ver que el escenario que exhibe el país no es muy brillante. El particular paisaje bioclimático de la intelectualidad argentina actual ha sufrido un deterioro profundo, definitivamente marcado por las purgas de la dictadura, la posterior languidez de la democracia y la diáspora de 2001; algunas especies se han extinguido, otras están en peligro, algunas prosperaron, otras involucionaron o permanecen intactas, como auténticos fósiles vivientes.

Para trazar un nuevo panorama taxonómico, nada mejor que recurrir a un examen comparativo con los trabajos de campo realizados en tiempo de supuesta efervescencia intelectual, cuarenta años atrás. Encontramos así, para nuestra sorpresa, que ya a comienzos de la década del ’70 el ensayista Pablo Cappana había elaborado un profundo estudio sobre las especies intelectuales reinantes en el ámbito nacional. En un paper publicado en 1972, este autor reseñaba algunas especies por entonces vetustas: el fósil viviente, el lumpendocente, el factífago y el preadaptado. Tomaban forma por entonces los primeros ejemplares de neoliberador y quiróptero de izquierda, que prácticamente dominarían la escena nacional a partir del siglo XXI.

En 1975 realizó un nuevo estudio: la descripción que hizo de aquel ecosistema no adelantaba nada bueno. Hablaba de una encarnizada lucha de especies, donde unas desplazaban a otras del escenario intelectual con tanta rapidez como luego eran aniquiladas. Llegó a preguntarse por entonces si el bioma intelectual no estaba en vías de extinción. Entre otras razones, el ensayista explicaba que parte del problema era la acelerada mimetización de muchas de estas especies, una adaptación acorde al constante cambio de clima político que se vivía en el país; si bien esto permitía la supervivencia de algunos individuos, nociones como izquierda, derecha, conservadores y revolucionarios, nacionalistas y cosmopolitas, perdían toda utilidad descriptiva.

Sin dudas que las universidades son el mejor campo de estudio para la taxonomía intelectual, dado que allí comienzan a forjarse y consolidarse las nuevas especies. Dado su relativo aislamiento, es, por así decirlo, una incubadora de especies, que garantiza por un tiempo su supervivencia. También permite el refugio de algunos fósiles vivientes, que fuera de ese ámbito perecerían casi al instante.

Ahora retrocedamos una década y media; por entonces, los intelectuales de la especie neoliberal habían tomado el centro del escenario en amplias franjas de la sociedad. Prosperaron en los más diversos paisajes bioclimáticos, con especial preponderancia en el campo de la opinión pública mediática, pero también influyeron con su prédica en universidades (especialmente en las facultades de Economía), fundaciones y otras usinas de pensamiento, por llamarlas de algún modo. Paradójicamente, las subespecies mejor adaptadas en estos tiempos tenían un linaje mestizo (izquierda, radical, peronista), lo que habla a las claras de su flexibilidad adaptativa. Sólo por citar algunos ejemplares, recordemos a Guido Di Tella, Moisés Ikonicoff, Jorge Asís, Julio Bárbaro y Marcos Aguinis, que progresaron al amparo de un ecosistema favorable. Pero también los hubo de neto cuño conservador, como Mariano Grondona, Jorge Castro, Manuel Mora y Araujo, Abel Posse o Rosendo Fraga, entre otros tantos. Pocos de esta especie sobrevivieron al colapso de 2001 y hoy, los que aún están con vida intelectual, pueden ser considerados auténticos fósiles vivientes.

El nuevo siglo
Ahora internémonos en el vasto mundo de la especie neoliberadora; para esto, respetaremos la vieja taxonomía. En los últimos cuarenta años los neoliberadores sufrieron fuertes mutaciones. Mientras algunas subespecies derivaron en ejemplares inofensivos y funcionales, las subespecies más peligrosas perdieron sus instintos agresivos y canalizaron sus odios a través de una violencia retórica y ceremonial. Cappana citaba, casi 40 años atrás, la existencia de algunas subespecies que aún sobreviven, con cambios:

Grupósofos: roedores gregarios y anónimos cuya fuerza está en su poder de movilización y en la alta tasa de natalidad. Más bien escasos durante las últimas dos décadas del siglo XX, con la llegada del kirchnerismo comenzaron a reproducirse y de inmediato se dedicaron a perseguir a especímenes vulnerables, como los neoliberales o seudo-neoliberales, rápidamente devenidos en neofósiles. El espíritu gregario del grupósofo es tan acentuado, que desarrollaron un tipo de convivencia gestáltica, a través de movilizaciones, marchas, asambleas, fogones y fiestas orgiásticas. Aunque generalmente jóvenes y escépticos, en los ejemplares grupósofos, cito a Cappana, “el grupo es la fuente de toda seguridad, la raíz de su poder; si se encara a un grupósofo aislado y se intenta hacerlo pensar, reaccionará enfáticamente, declarando su adscripción al grupo”. Convencidos de que la verdad emana del espíritu gregario y no de la observación de la realidad, se limitan a intercambiar entre ellos frases hechas, clichés, consignas, residuos de pensamientos ajenos. Como todo neoliberador, se siente exégeta y parte del Pueblo; desdeña el trabajo físico y sólo busca refugio y alimento en el aparato burocrático del Estado. Por sus costumbres y características, el grupósofo se siente cómodo vegetando en el semi-anonimato de las redes sociales.

Fanonáticos: caracterizados como medusas por sus descargas urticantes, estos ejemplares mantienen sin embargo relaciones cordiales con los grupósofos. Por lo general xenófobos, sufren grandes desencantos cuando no pueden atestiguar ningún antepasado aborigen. Tienden a mimetizarse con lo que estiman que son los hábitos populares, de allí sus modales descuidados, su coprolalia y su desconfianza de toda costumbre que huela a sofisticación o extranjerismo. Los fanonáticos hallan refugio en las áreas de las ciencias sociales y desprecian a los factífagos (que habitan en las ciencias “duras”), denunciando su “cientificismo” y su “falta de compromiso popular”. Los fanonáticos tienen un notable espíritu inquisitorial, que los lleva a revisar la historia para encontrar en ella aquello que fueron a buscar.

Los fanonáticos destacan por su ambición personal, es por eso que logran ocupar altos estamentos burocráticos, como la Biblioteca Nacional, embajadas, rectorados, decanatos, secretarías de cultura y otros organismos, aunque algunos se mueven en una esfera semi-oficial, con más libertad para llevar adelante sus autos de fe. Cappana observaba en su estudio de 1975 que los antiguos fanonáticos tenían una existencia aún más precaria que los grupósofos, dado que estaban expuestos a caídas repentinas en el olvido, porque a veces el ejercicio del poder les exigía practicar cierto macartismo mimético que al cabo se volvía contra ellos. Sería bueno que los actuales fanonáticos tomaran nota de esa observación.

En este grupo se encuentra el denominado núcleo duro oficialista, encabezado por connotados intelectuales, como Ernesto Laclau, José Pablo Feinmann, Horacio Verbitsky, Ricardo Forster, Horacio González, Felipe Pigna, María Seoane, etc. etc.

Quirópteros de izquierda: cohabitan más o menos pacíficamente con grupósofos y fanonáticos, en relación simbiótica o parasitaria. Se pliegan a los ecosistemas nacionales y populares, infiltrándose sin demasiados problemas en los puestos públicos o paraestatales, adaptando su parloteo a las circunstancias del caso, a veces con un vago tono crítico, a veces cerrándose disciplinadamente detrás de la jerga oficial; en su mayoría, se trata de periodistas y opinólogos, aunque también hay algunos que llegan más alto, como Claudio Lozano o Miguel Bonasso.

Cronosemiólogos: una de las especies con mayor capacidad de adaptación al cambio y por lo tanto, más antiguas; puede sobrevivir en distintos ecosistemas, tal como las ratas y las cucarachas. Su mayor habilidad consiste, según Capanna, en saber interpretar los signos de los tiempos, como un rabdomante político. Viven pendientes de los noticieros y cuando el viento cambia nunca los toman desprevenidos, pues siempre tienen el discurso adaptado. En este rubro habría que ser cuidadoso para citar ejemplos, dado que se trata de ejemplares altamente quisquillosos y vengativos.

Neofósiles: en los últimos años podemos reconocer dos tipos de neofósiles, aquellos que sobrevivieron precariamente a la gran extinción de principios de este siglo (los antes denominados neoliberales) y los neofósiles surgidos luego de la aplastante hegemonía cultural lograda por los neoliberadores. Los neofósiles, por diversas circunstancias, llámese rebeldía, resentimiento, rabietas u otras razones de mayor o menos peso, se escindieron de la vasta especie neoliberadora, y aunque algunos mantengan en alto sus viejas convicciones, ahora son execrados, vituperados y denigrados por sus ex congéneres. Están, por así decirlo, amenazados de extinción. Ejemplos también sobran: Juan José Sebreli, Tomás Abraham, Beatriz Sarlo, Jorge Lanata, Álvaro Abós, Eliseo Verón, Santiago Kovadloff, Alejandro Rozitchner, Martín Caparrós, etc. etc. Alejados de los fulgores académicos, refugiados en los páramos de la oposición mediática, mastican su venganza sin prisa ni esperanza.

No podríamos ni quisiéramos agotar aquí esta taxonomía. Es indudable que otras subespecies de intelectuales habitan los variados ecosistemas argentinos. Mientras tanto, el país sigue progresando a grandes zancadillas.

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