viernes, 29 de enero de 2010

Antes estaba mejor. Por Beatriz Sarlo


"Yo estimo que es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar Viagra." Ya está colgado en YouTube, lo cual me exime de seguir transcribiendo el video y ser acusada de denigrar a la Presidenta por citar sus intervenciones sobre chanchos, pollos y buitres. No quiero imaginar los chistes que Aníbal Fernández habría repartido por todos los programas de la mañana si los dichos de Cristina Kirchner hubieran salido de una cabeza opositora. Aún nos estaríamos riendo.

Algunos estilos son refractarios a quienes, por razones misteriosas, no los dominan de manera espontánea. Se le puede pedir a alguien que sea cortés, pero no se le puede pedir que sea simpático. Lo mismo sucede con el humor. Las ocurrencias de Aníbal Fernández son buenas, aunque sean insultantes y tengan una resonancia lumpen. Luis Juez remata una intervención política con finales de ese humor popular cordobés que la revista Hortensia consagró por escrito hace muchos años. Juez y Fernández no son iguales excepto en un punto: hacen buenos chistes. Reconocer esto implica colocar el resorte del humor en un más allá de lo políticamente correcto, como lo prueba el corpus de chistes sobre gallegos, polacos o judíos. Muchos buenos chistes transmiten ideologías repudiables.
Es dificilísimo hacer buenos chistes y ser didáctico al mismo tiempo. Demasiado confiada en su facilidad de palabra, la Presidenta ha comenzado a comportarse como esos profesores que, para ganar la atención de sus alumnos, amenizan la clase con ocurrencias que sus destinatarios reciben con una pregunta crítica: "¿Y ahora, por qué se está haciendo el gracioso si no le sale?". O más crudamente: "Patinó". Vocación didáctica
En efecto, la Presidenta, sobre cuya vocación didáctica no quedan dudas, parece haber entrado en esos períodos de inseguridad que provocan cambios de estilo. Ahora quiere ser didáctica y entretenida, dos cualidades que rara vez conviven, como lo demuestran los dilemas de la pedagogía contemporánea. O quiere ser pedante y agradable, algo que no se dio nunca al unísono en la historia de la humanidad.
Impartir una clase sobre los cerdos, practicar el estilo negro con los buitres y hacerse la graciosa es sencillamente un despropósito. Nadie se convierte en humorista a los 57 años. Si lo intenta, obtendrá estos resultados patéticos e insalvables.
Muchos dicen que la Presidenta "habla bien". En realidad, "hablar bien" significa conocer cuáles son los registros verbales que se dominan y cuáles son ajenos. Cristina Kirchner se mueve con soltura en las explicaciones y su registro es el didáctico. Da la impresión de que siempre está leyendo algo aprendido, aun cuando se esfuerza por no leer nunca. El repentismo y la gracia son espontáneas bendiciones que no posee. Nadie puede exigirle esas cualidades. Ignora también que a las mujeres les resulta muy difícil hacer buenos chistes, por razones culturales de larga duración, entre ellas, el temor al ridículo. Cristina Kirchner, que anda siempre hablando de lo que les cuestan las cosas a las mujeres, carece de la sensibilidad para percibir este dato evidente.
Entonces, ¿por qué se le dio por esos intercalados zoológicos en sus últimos discursos? Está haciendo pruebas en público, lo cual, en el caso de un presidente, es siempre un riesgo; simplemente, no se da cuenta de que sus dichos suenan disparatados, y, finalmente, no hay nadie en su entorno que pueda darle un consejo.
Añoramos el pasado. A Cristina Kirchner la preferimos pedante y sarcástica antes que ridícula, por una sola razón: es la Presidenta.
Leer más...

miércoles, 27 de enero de 2010

El club de la buena onda kirchnerista. Por Sylvina Walger







La pareja presidencial está enojada. Ninguna novedad, lo está desde que llegó a la primera magistratura. Los responsables de la ira actual (porque ha habido otros) son Héctor Magnetto, Clarín y sus sufridos escribas, Julio Cobos, la Justicia y, por supuesto, Martín Redrado y cualquiera que lo defienda. Todos complotados para sacarlos a ellos del camino.

Mientras el campo, epítome de la oligarquía que anhelan desplazar, por el momento está en el freezer. Tal vez por aquello de no abrir tantos frentes a la vez. Eso no los exceptúa de participar también del grupo de malignos responsables de una conspiración "destituyente" empeñada en alejarlos del Poder.
En medio de sus afiebradas visiones, la Presidenta hizo realidad el apotegma "el que se va a Sevilla perdió su silla" y decidió no viajar a China. Una visita a la principal potencia mundial (y creo no exagerar) que al país justamente le convenía. El motivo: Cobos acabaría dejándola sin silla. El vicepresidente amagó hasta casi jurar por Dios que no le sacaría el puesto y que se portaría bien pero no hubo caso. Cristina se emperró en no moverse de aquí. Grave equivocación, parecen no haberse enterado de las cadenas de rosarios, ruegos o promesas que circulan en invitaciones vía mail u otro tipo de correos, para que Poder Ejecutivo resista esas ganas de abandonar todo y deje de amenazar con su desaparición. La Argentina necesita a sus presidentes aunque todo sería más fácil si aceptaran una terapia tipo de pareja pero con Cobos, Redrado y Magnetto como contrincantes.
El mayor padecimiento al cual se encuentra sometido esta peculiar y aislada pareja, es darse cuenta que sus compatriotas no les reconocen todo el bien que han hecho por el país. No lo pueden entender. No se les agradece nada, ni siquiera la batalla por los derechos humanos. A esta altura pocos son los que ignoran la instrumentación política que el matrimonio ha hecho de la tragedia.
Solo así se puede comprender que hayan imaginado una emisión como 6, 7, 8 consagrada a dar a conocer sus logros y a desmentir lo que consideran infundios.
Por ejemplo, que la economía no va demasiado bien . 6, 7, 8 es un programa del que Goebbels se hubiera enorgullecido. El método no sólo es la descalificación permanente del adversario (lo de adversario es un eufemismo, ahí todos son enemigos) sino la repetición hasta el infinito (en este caso los archivos de Diego Gvirtz) de imágenes en la que otros comunicadores sostienen una visión no sólo distinta, sino más realista de lo que ocurre en el país.
Sin ir más lejos el programa del lunes por la noche abrió con las fotos de tres enemigos "clarinistas": los periodistas Marcelo Zlotogwiazda, María O´Donnell y Magdalena Ruiz Guiñazú. Esto provocó la reacción de Carlos Barragán, un guionista recién incorporado al programa, que no es periodista pero es buena gente.
El problema más grave de 6, 7, 8 es que sus integrantes son más "pseudoperiodistas" que periodistas. No leen el diario, tal vez ojeen El Argentino y se limitan a repetir lo que sus jefes les ordenan. Orlando Barone -que en su vida hizo política- fue cacheteado por la dirigente de Libres del Sur, Victoria Donda, porque el militante kirchnerista la acusó de haber votado con el campo. Había confundido proyecto Sur con Libres del Sur. Imperdonable error en un setentón al que nunca le importaron demasiado los desaparecidos.
Carla Czudnowsky es una experta en sexualidad, supuestamente puesta ahí para el toque de sentido común. Pero como le cuesta encadenar conceptos, María Julia Oliván se ve obligada sistemáticamente a cortarla. En cuando a Sandra Russo parece ser la comisaría política del Canal 7 ("canal público" según Oliván, canal K según el vulgo). Suele aplicarle sus sermones a Mirtha Legrand, a quien defenestró para siempre luego de que la escuchó decir que prefería hablar de la Argentina antes que de Honduras. Admito que estuve del lado de Legrand.
Uno de los principales frentes de batalla de esta unidad defensora -atribuyo la idea a alguna pitonisa que visite la Rosada-, es la "lucha contra el desánimo" y la falta de "buena onda". En la Argentina todo va mejor que nunca. No en vano el ex presidente Néstor Kirchner coronó la noche de su visita con un "ésta es una batalla por el amor" y, sin embargo, apenas superó los 2 puntos de rating.



Leer más...

lunes, 25 de enero de 2010

Las reparaciones. Por Yoani Sánchez


Dos o tres veces por semana, Yoani Sánchez publica notas sobre la vida cotidiana en Cuba, en su blog www.desdecuba.com/generaciony. Estas notas describen con precisión y frescura, mejor que varios tratados de sociología y política, cómo se vive hoy en la isla.

La vida doméstica impone ingratas obligaciones. El grifo del fregadero gotea, la lámpara de la sala no enciende, el llavín de la puerta tiene dificultades y un mal día, ¡horror! se rompe el refrigerador. Aterrados comprobamos que el congelador comienza a gotear y que ha cesado el típico zumbido de la máquina. Una tragedia de esa envergadura vivió un conocido nuestro la semana pasada.
Temprano en la mañana telefoneó a la Unidad de Reparaciones Domésticas más cercana, pero no respondían o sonaba el tono de ocupado. Decidió ir hasta allí y en la recepción una muchacha pulía meticulosamente sus uñas. Apesadumbrado le contó la historia de su electrodoméstico y describió los síntomas. Incluso estuvo a punto de aventurar un diagnóstico, pero en ese momento ella lo interrumpió anunciándole que seguramente se trata del timer y en el almacén no tenían esa pieza de repuesto. Le aclaró que el taller tenía una lista de espera que se prolongaba a un par de meses. Como hombre inteligente, con experiencia de la vida, el necesitado cliente le formuló la pregunta correcta en el tono adecuado: “¿Y eso no puede resolverse de otra forma? La mujer dejó su labor de manicure y llamó a gritos a un mecánico.
Después de acordar el precio, todos quedaron satisfechos. Al mediodía, el refrigerador había vuelto a funcionar y el técnico regresaba a su casa con el equivalente a casi dos meses de su salario. Esa noche, mi conocido, que es barman en un hotel cinco estrellas, llevó a su trabajo varias botellas de ron compradas en el mercado negro. Con ellas despachó los primeros mojitos y las gustadas piñas coladas que los turistas bebieron. No sospechaban ellos que estaban ayudando así a rellenar el agujero dejado por la reparación del refrigerador, el enorme socavón que había sufrido el presupuesto del barman.
Leer más...

jueves, 21 de enero de 2010

Chile, en la flecha del tiempo. Por Abel Posse

Se cierran veinte años de centroizquierda en Chile. Hubo más centro que izquierda. La recuperación de Chile en el ámbito continental y mundial es un hecho notable. Con sentido de orgullo nacional y con diálogo alcanzaron el objetivo de la reubicación de Chile en el panorama internacional. Bachelet cede el poder con alto nivel de aprobación ciudadana. ¿Por qué no fue, entonces, reelegida su exitosa Concertación? De una forma sutil, Chile parece haber elegido un camino de persistente coherencia en el que "la tarea nacional" sigue prevaleciendo sobre las digresiones ideológicas o los rencores heredados de la historia pasada.
Desde la dupla Pinochet-Büchi, pasando por estos veinte años de la Concertación, el esfuerzo de Chile se centró en un desarrollo economicista, riguroso, sano y predominante sobre las particularidades y frenos ideológicos. Hecho destacable en un país con un pensamiento de izquierda combativa. El Chile de Neruda, Teitelboim, Recabarren, Allende, que a lo largo de la guerra fría creyó en una solución final del capitalismo a favor de un socialismo que ya se desdibujaba tanto en la URSS como en la China de la Revolución Cultural.
La Concertación que gobernaría después de Pinochet supo someter su visión de izquierda al signo de la época. Supo tomar nota del desmoronamiento del sistema comunista soviético, como de la inesperada y profunda transformación de China, con su franca apertura y reconocimiento de la eficacia capitalista. La flecha mundial dominante era el capitalismo. El mercader, el vaishya, predominaba sobre el guerrero y el hombre de espíritu.
Los izquierdistas chilenos parecieron comprender que, desde su pequeño país, no podrían modificar con su ética política, cualquiera que fuera, una realidad que hoy culmina en la entente de la China comunista con Estados Unidos y las potencias mayores de Occidente. Ese es el signo predominante de estos lustros, más allá de toda digresión crítica. La sabiduría política es reconocer la realidad y responder a ello en beneficio de la consolidación económica de cada país y región. Los chilenos dan muestras de haberse salvado de eso que Lenin llamó "la enfermedad infantil del izquierdismo". (La despiadada profundidad existencial de la Residencia en la Tierra , del mejor Neruda, prevalece sobre el demagógico Canto General , que le valiera el Premio Lenin. Hoy Chile es un aventajado "residente en la Tierra".)
Dentro de este esquema de sabiduría, se evidencia que la Concertación se mantuvo cerca del esfuerzo pinochetista por renovar una economía provinciana y crear un empresariado competitivo. Realidad que hoy merece el elogio internacional. Todo sin hacer ideología al revés, advenedizamente procapitalista y olvidando las particularidades nacionales, culturales y geopolíticas.
El país trasandino eligió la productividad y la afirmación económica, sin olvidar la necesidad de solucionar los difíciles problemas sociales todavía insuperados. Los chilenos saben dos enseñanzas fundamentales que dejó el siglo XX: 1) que contra toda previsión marxista los comunismos fracasaron justamente en lo económico, en lo que creyeron el pilar de todas las superestructuras: social, cultural, política, internacional, etcétera, y 2) que sólo la producción de riqueza y de bienes es garantía de trabajo, progreso, bienestar y es el único motor de toda posible distribución más justa del rédito .Como pasó desde Estados Unidos a la China actual, desde Escandinavia al Brasil y la India de hoy.
Los curiosos, y hasta exóticos, pensadores alemanes de los años 20, creadores de la llamada Revolución Conservadora, habían señalado que toda mejoría social profunda debía basarse en el éxito productivo, más allá de los esquemas encontrados de capitalismo-comunismo que ensangrentarían toda esa época.
Deng Xiaoping, que revolucionó la China revolucionaria de Mao, concordó con esta visión heterodoxa al pronunciar aquellas ya famosas frases: "No importa el color del gato siempre que cace ratones" y "Un país, dos sistemas?"
A la pregunta de por qué no persistió en el poder la corriente de centroizquierdistas extraordinarios como Allwin, Frei, Lagos o Bachelet, cabe responder que Chile procedió con inédito coraje y coherencia al elegir al conservador Piñera. Duplicó la apuesta. Mantuvo la línea exitosa de consolidación económica y empresarial como una política de Estado desde la que se podrán solucionar las urgencias sociales pendientes, más o menos con una estrategia como la empleada por Lula da Silva en Brasil.
En vez de achicar velas, los chilenos despliegan hasta la última gavia. Se juegan por la afirmación institucional con admirable civilidad. Se ubican en el signo del tiempo, que es circunstancia ineludible. La circunstancia es lo inmediato. La ideología es creación futura. La voluntad crítico-creadora no debe imponerse sobre la posibilidad inmediata que ofrece el mundo en cada signo de época.
Desde nuestro indecoroso putarraqueo político, desde nuestra patanería caníbal, desde la peor hora de la patria argentina, el espectáculo de civilidad y equilibrio de Chile es la contraimágen de nuestra pasión autodestructiva.



Leer más...

martes, 19 de enero de 2010

La novela de la ideología. Por Beatriz Sarlo


El gobierno de los Kirchner ha tenido la virtud de introducir temas en el debate público. Sólo los bien informados sabían hasta hace dos semanas que el Banco Central era una institución diferente de, digamos, el Banco de la Nación. Probablemente se pensara a los dos como "bancos oficiales" o "bancos del Estado". Sólo los bien informados tendrían idea de los cambios que se introdujeron, a lo largo del tiempo, en las normas que hoy rigen el Banco Central. Pero, con la pedagógica intervención de los Kirchner, esa institución resplandece como si hubiera surgido en los albores de la patria y estuviera por celebrar dos siglos de vida.
Los Kirchner convierten todo en palpitante carne fresca, que sirve tanto para el informativo de medianoche como para los móviles radiales de las seis de la mañana. Esto mismo ya había sucedido con la resolución 125. De repente, hombres, mujeres y niños que no hubiéramos podido mejorar las explicaciones botánicas proporcionadas por la presidenta Cristina Kirchner en su recordado discurso sobre el yuyo de la soja, que crece por cualquier parte sin que lo rieguen y sin dar trabajo a nadie, esos mismos distraídos habitantes de ciudad, convertidos en expertos, descubrimos que nuestro alimento no era un producto químico preparado en la trastienda de los supermercados sino el resultado de una larga cadena de trabajo y de valor (como le gusta decir a la Presidenta).
Es dudoso que todo esto mejore la calidad de la discusión pública. La mayoría de nosotros sigue sin tener ideas aceptablemente precisas sobre la producción agraria ni sobre los bancos centrales que, bueno sería aclararlo, no son idénticos en todos los países del mundo. Sucedió con la soja y ahora con el Banco Central lo que hace unos años con el odio suscitado por el sistema electoral que propicia las listas sábana, sin que esa antipatía profunda lograra fundamentarse en mejores alternativas a la frase "se esconden los impresentables detrás del cabeza de lista". Como el "que se vayan todos", las listas sábana eran un enemigo claro, aunque, en realidad, no se lo conociera.
Estos debates mal llevados indican pobreza y desconcierto, cuyos responsables son, en primer lugar, los mismos que los hacen caer, como granizo, sobre la cabeza de los ciudadanos que un día se enteran de la existencia de retenciones y otro día son sucintamente informados de que el Poder Ejecutivo va a disponer de una porción de las reservas federales sin cumplir los trámites indispensables. La cuestión misma en debate es complicada. Pero esos ciudadanos súbitamente enfrentados con la necesidad de pronunciarse realizan un desplazamiento: más que en la sustancia de una medida conflictiva se fijan en el modo en que esa medida ha sido tomada.
Las formalidades institucionales, por este camino lleno de vueltas, se colocan en un primer plano que no ocupan cuando esos mismos ciudadanos critican el garantismo o piden mano dura policial en oscuras reminiscencias de una sociedad vengativa.
Esto sucede, entre otros motivos, porque los Kirchner usan la ideología de manera instrumental, lo cual quiere decir que revisten de motivaciones elevadas y frases extraídas de discursos nacionalpopulares a medidas de gobierno que tiene un carácter menos ideológico y más anclado en la pedestre conservación del control sobre los recursos indispensables para mantener el poder, por lo menos hasta el fin de su mandato.
La conversión de la ideología en instrumento de políticas que no responden necesariamente a ella es uno de los rasgos más característicos del gobierno de Cristina Kirchner.
Durante el conflicto con el campo, tanto la Presidenta como su marido fueron variando el destino de los miles de millones que llegarían al erario si se subían las retenciones; hablaron del "hambre del pueblo" y de la "mesa de los argentinos", prometieron hospitales y obras públicas, improvisaron cambiando el destino de esos miles de millones cada vez que fue necesario asegurar la lealtad de sus seguidores (sobre todo, de aquellos que se piensan como la izquierda del kirchnerismo aunque no se presenten con esa frase desacreditada).
Sin embargo, una mayoría siguió desconfiando de este uso instrumental de la ideología, porque las bellas promesas no compensaban la concentración de poder y el desdén por el diálogo con que se las enunciaba en todos los palcos. Los intelectuales de Carta Abierta argumentan, por supuesto, mejor que los Kirchner, y dan explicaciones que vinculan la ideología instrumental con la ideología profunda; buscan razones enterradas en la arqueología de los estilos políticos populares, que serían menos afectos a las formas institucionales.
Sin embargo, el uso instrumental de la ideología es un arma más venenosa que la violación de alguna norma institucional, cuyo resguardo puede confiarse a la Justicia o al Parlamento. El uso instrumental de la ideología implica la implantación de políticas tacticistas y sin principios, cuya paradoja es, justamente, que destruyen un sustrato simbólico, afirmando, al mismo tiempo, que lo hacen para defenderlo. Un paisaje político desierto puede resultar de esta manipulación de las ideas en función de cualquier medida de gobierno. Por eso, los Kirchner juegan con un fuego en el que terminan consumiéndose los fundamentos mismos de su legitimidad simbólica. Son políticos de vendetta y de revancha; con esos gustos, es difícil que sean, al mismo tiempo, políticos de grandes ideas.
Son, por otra parte, personajes belicosos. Tiene razón Cristina Kirchner: nadie puede exigir que un presidente sea simpático; pero sí puede exigir que dialogue con la oposición no en un tinglado poselectoral, armado a las corridas, después del 28 de junio, en la carpa de un ministro del Interior que no podía contestar ni que sí ni que no, y que estaba allí sólo para mostrar el acto mismo del diálogo, como una performance fotografiada para la prensa.
La triste novela escrita alrededor de un presidente atrincherado en el Banco Central bajo la protección de la Justicia y la conversión de ese personaje técnico en un paladín institucional son consecuencias bien torpes, que los políticos de la oposición deberían ser los primeros en tomar como tema de reflexión: la ciega Fortuna golpea la puerta del menos pensado, pero no es obligación ser ciego ante sus dones.
Algo similar sucedió con el vicepresidente Julio Cobos. No es menos anómala su permanencia en un cargo desde el que ensaya su perfil de candidato opositor al gobierno con el que fue elegido. El tacticismo, que también existe en la oposición, podría responder: "Y bueno, menos mal que lo tenemos a Cobos en el Senado". La respuesta es tan cortoplacista como las tácticas de los Kirchner y tiene algo de cínico. La persistencia de Cobos como vicepresidente también tuerce los límites entre lo aceptable y lo inaceptable, aunque tales adjetivos no figuren en la Constitución. En realidad, una república democrática se sostiene tanto en las instituciones como en las costumbres, en la ley y en la ética.


Leer más...

domingo, 17 de enero de 2010

El otro Estado. Por Mario Vargas LLosa


Hace algún tiempo, escuché al presidente de México, Felipe Calderón, explicar a un grupo reducido de personas qué lo llevó, hace tres años, a declarar la guerra total al narcotráfico, involucrando en ella al ejército. Esta guerra, feroz, ha dejado ya más de quince mil muertos, incontables heridos y daños materiales enormes.
El panorama que el presidente Calderón trazó era espeluznante. Los cárteles se habían infiltrado como una hidra en todos los organismos del Estado y los sofocaban, corrompían, paralizaban o los ponían a su servicio. Contaban para ello con una formidable maquinaria económica, que les permitía pagar a funcionarios, policías y políticos mejores salarios que la administración pública y una infraestructura de terror capaz de liquidar a cualquiera, no importa cuán protegido estuviera. Dio algunos ejemplos de casos donde se comprobó que los candidatos finalistas de concursos para proveer vacantes en cargos oficiales importantes relativos a la Seguridad habían sido previamente seleccionados por la mafia. La conclusión era simple: si el gobierno no actuaba de inmediato y con la máxima energía, México corría el riesgo de convertirse en poco tiempo en un Estado narco. La decisión de incorporar al ejército, explicó, no fue fácil, pero no había alternativa: era un cuerpo preparado para pelear y relativamente intocado por el largo brazo corruptor de los cárteles.


¿Esperaba el presidente Calderón una reacción tan brutal de las mafias? ¿Sospechaba que el narcotráfico estuviera equipado con un armamento tan mortífero y un sistema de comunicaciones tan avanzado que le permitiera contraatacar con tanta eficacia a las fuerzas armadas?
Respondió que nadie podía haber previsto semejante desarrollo de la capacidad bélica de los narcos. Estos iban siendo golpeados, pero, había que aceptarlo, la guerra duraría y en el camino quedarían, por desgracia, muchas víctimas.
Esta política de Felipe Calderón que, al comienzo, fue popular, ha ido perdiendo respaldo a medida que las ciudades mexicanas se llenaban de muertos y heridos y la violencia alcanzaba indescriptibles manifestaciones de horror. Desde entonces, las críticas han aumentado y las encuestas de opinión indican que ahora una mayoría de mexicanos es pesimista sobre el desenlace y condena esta guerra. Los argumentos de los críticos son, principalmente, los siguientes: no se declaran guerras que no se pueden ganar. El resultado de movilizar al ejército en un tipo de contienda para la que no ha sido preparado tendrá el efecto perverso de contaminar a las fuerzas armadas con la corrupción y dará a los cárteles la posibilidad de instrumentalizar también a los militares para sus fines. Al narcotráfico no se le debe enfrentar de manera abierta y a plena luz, como a un país enemigo: hay que combatirlo como él actúa, en las sombras, con cuerpos de seguridad sigilosos y especializados, lo que es tarea policial.
Muchos de estos críticos no dicen lo que de veras piensan, porque se trata de algo indecible: que es absurdo declarar una guerra que los cárteles de la droga ya ganaron. Que ellos están aquí para quedarse. Que, no importa cuántos capos y forajidos caigan muertos o presos ni cuántos alijos de cocaína se capturen, la situación sólo empeorará. A los narcos caídos los reemplazarán otros, más jóvenes, más poderosos, mejor armados, más numerosos, que mantendrán operativa una industria que no ha hecho más que extenderse por el mundo desde hace décadas, sin que los reveses que recibe la hieran de manera significativa.
Esta verdad vale no sólo para México, sino para buena parte de los países latinoamericanos. En algunos, como en Colombia, Bolivia y Perú avanza a ojos vista, y en otros como Chile y Uruguay, de manera más lenta. Pero se trata de un proceso irresistible que, pese a las vertiginosas sumas de recursos y esfuerzos que se invierten en combatirlo, sigue allí, vigoroso, adaptándose a las nuevas circunstancias, sorteando los obstáculos que se le oponen con una rapidez notable, y sirviéndose de las nuevas tecnologías y de la globalización como lo hacen las más desarrolladas transnacionales del mundo.
El problema no es policial sino económico. Hay un mercado para las drogas que crece de manera imparable, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados, y la industria del narcotráfico lo alimenta porque le rinde pingües ganancias. Las victorias que la lucha contra las drogas puede mostrar son insignificantes comparadas con el número de consumidores en los cinco continentes. Y afecta a todas las clases sociales. Los efectos son tan dañinos en la salud como en las instituciones. Y a las democracias del Tercer Mundo, como un cáncer, las va minando.
¿No hay, pues, solución? ¿Estamos condenados a vivir más tarde o más temprano, con Estados narco, como el que ha querido impedir el presidente Felipe Calderón?
La hay. Consiste en descriminalizar el consumo de drogas mediante un acuerdo de países consumidores y países productores, tal como vienen sosteniendo The Economist y buen número de juristas, profesores, sociólogos y científicos en muchos países del mundo sin ser escuchados.
En febrero de 2009, una comisión sobre Drogas y Democracia, creada por tres ex-presidentes, Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, propuso la descriminalización de la marihuana y una política que privilegie la prevención sobre la represión. Estos son indicios alentadores.
La legalización entraña peligros, desde luego. Y, por eso, debe ser acompañada de un redireccionamiento de las enormes sumas que hoy día se invierten en la represión, destinándolas a campañas educativas y políticas de rehabilitación e información como las que, en lo relativo al tabaco, han dado tan buenos resultados.
El argumento según el cual la legalización atizaría el consumo como un incendio, sobre todo entre los jóvenes y niños, es válido, sin duda. Pero lo probable es que se trate de un fenómeno pasajero y contenible si se lo contrarresta con campañas efectivas de prevención. De hecho, en países como Holanda, donde se han dado pasos permisivos en el consumo de las drogas, el incremento ha sido fugaz y, luego de un cierto tiempo, se ha estabilizado. En Portugal, según un estudio del CATO Institute, el consumo disminuyó después de que se descriminalizara la posesión de drogas para uso personal.
¿Por qué los gobiernos, que día a día comprueban lo costosa e inútil que es la política represiva, se niegan a considerar la descriminalización y a hacer estudios con participación de científicos, trabajadores sociales, jueces y agencias especializadas sobre los logros y las consecuencias que ella traería? Porque, como lo explicó hace veinte años Milton Friedman, quien se adelantó a advertir la magnitud que alcanzaría el problema si no se lo resolvía a tiempo y a sugerir la legalización, intereses poderosos lo impiden. No sólo quienes se oponen a ella por razones de principio. El obstáculo mayor son los organismos y las personas que viven de la represión de las drogas, y que, como es natural, defienden con uñas y dientes su fuente de trabajo.
No son razones éticas, religiosas o políticas, sino el crudo interés el obstáculo mayor para acabar con la arrolladora criminalidad asociada al narcotráfico, la mayor amenaza para la democracia en América latina, más aún que el populismo autoritario de Hugo Chávez y sus satélites.
Lo que ocurre en México es trágico y anuncia lo que empezarán a vivir, tarde o temprano, los países que se empeñen en librar una guerra ya perdida contra ese otro Estado que ha ido surgiendo delante de nuestras narices, sin que quisiéramos verlo.

Leer más...

El problema nuestro de cada día. Por Yoani Sánchez


Salgo metida en varios pullovers y con una bufanda viejísima enrollada en el cuello. El recorrido es breve, pero con la temperatura por el suelo cada paso que doy es un gran sacrificio. La gente camina a mi lado igual de “disfrazada” y hasta logro ver a alguien que parece llevar la manta de dormir sobre los hombros. Aunque en el pequeño tramo desde mi casa a la panadería nadie muestra un buen abrigo, compruebo que la inventiva popular no se detiene ante la caída de los termómetros. Han desempolvado los antiguos impermeables de la época soviética, con sus enormes botones y los colores ya desteñidos. Otros, los que ni siquiera tienen algo así para cubrirse, simplemente se han quedado en casa.
La llegada de estos vientos del norte ha coincidido no solamente con la desaparición del pan, sino también con la escapada de la leche. Como si el invierno hubiera afectado los hornos y congelado las ubres de las vacas. Aunque en la tele anuncian un sobre cumplimiento en la producción del preciado lácteo, el solitario vaso de café o la insípida infusión lo niegan cada mañana. Son tiempos de levantarse de un tirón sin mirar a la mesa, de decirles a los niños que no pregunten y de dejar a un lado el trabajo, el blog, los amigos, la vida, para dedicarnos enteramente a perseguir un trozo de pan y un vaso de leche. Tiempo de arrastrarnos en el polvo de las carencias y de las colas, pues para salir de ese rastrero ciclo y volar se necesita –más que alas– el combustible del alimento.
Leer más...

El ocaso de un populismo sin amor. Por Eduardo Fidanza


(Publicada en La Nación. Domingo 17 de enero de 2010).


El torpe manejo del episodio del Banco Central es una prueba más y confirma un curso inequívoco. Asistimos al crepúsculo del Gobierno. Una administración fuerte, que dejará huellas. El kirchnerismo marcó la agenda política de los últimos años, contribuyó a sacar al país de una de las peores crisis de su historia y lega graves secuelas por haber menospreciado las instituciones y fomentado la división de la sociedad.
Si nos atenemos a la ciencia política, detractores y defensores del Gobierno podrían acordar en un punto: la saga de los Kirchner fue desde el principio una expresión típica del populismo. El problema es que no resulta fácil ponerse de acuerdo acerca de la valoración de este fenómeno. Como en otros casos polémicos, existen hoy dos bibliotecas. Sin embargo, lo más usual ha sido condenar a los regímenes populistas, bajo el supuesto de que constituyen una forma confusa, irracional y dañina de ejercer la política.
La publicación entre nosotros, en 2005, del libro La razón populista , del reconocido politólogo argentino Ernesto Laclau, sacudió los supuestos de la impugnación del populismo. Con audacia y un denso fundamento teórico, Laclau argumentó que el populismo no es una patología, sino una lógica de construcción de lo político, compatible con la democracia, a la que deben reconocérsele coherencia y racionalidad.
Laclau afirma que las chances del populismo se acrecientan cuando existen crisis de representación, debilidad institucional, inestabilidad económica e injusticia social. El populismo no prospera en sociedades con instituciones fuertes y una distribución relativamente equilibrada de los ingresos. Es más probable en América latina, Asia y Africa que en el norte de Europa o Canadá.
¿Cómo se estructura la lógica populista según Laclau? A través de una secuencia de este tipo: 1°) Una serie de demandas sociales heterogéneas no pueden ser atendidas y resueltas por el sistema político vigente. 2°) Las demandas distintas se vuelven equivalentes, organizándose bajo consignas que remiten a principios generales, como "justicia", "paz", "orden", etcétera. 3°) Un líder cristaliza y unifica las demandas instituyéndolas como reivindicaciones de un "pueblo". 4°) El movimiento así constituido traza una frontera inestable, pero excluyente, que divide a la sociedad. 5°) La lucha que se desarrolla es un combate por la hegemonía, lo que significa que el "pueblo" sólo conseguirá su objetivo cuando logre representar al conjunto de la sociedad.
La construcción populista tiene, según Laclau, un requisito fundamental. Es el afecto. No se puede constituir un "pueblo", nominarlo y otorgarle una misión universal sin adhesiones profundas, sin amor duradero. Debe establecerse esa relación entre el líder y sus seguidores. Esto lo sabía muy bien Evita cuando se refería al vínculo indestructible entre ella, el pueblo y Perón.
Como se ha señalado, la caracterización teórica de Laclau es compatible en muchos tramos con el proyecto kirchnerista. En primer lugar, la crisis de 2001 creó las condiciones propicias: daño institucional, debacle económica, desorganización social, falta de autoridad. En segundo lugar, esa situación facilitó la conversión de reclamos diferentes en equivalentes. En aquel momento las demandas de los ahorristas expropiados, de los desocupados, de los reprimidos por la acción policial, de los despojados por los saqueos, se unificaron bajo la solicitud de orden, autoridad y justicia.
Néstor Kirchner supo avanzar con talento en el caos. Sus primeras intervenciones son asimilables a una gesta mítica, beligerante y maniquea, aunque inserta en un tempo realista: vamos paso a paso del Infierno al Purgatorio, sostenía. En ese discurso original pueden distinguirse dos tesis claves: 1°) La asignación de responsabilidades y la explicación del sufrimiento, según la cual el "pueblo" fue humillado y estafado por los poderosos en la década del 90. 2°) La reescritura de la historia argentina reciente, para afirmar que la desgracia había empezado el 24 de marzo de 1976 y sólo concluiría con el nuevo gobierno. Los logros de la democracia desde el 83 quedaban abolidos.
Esas vigas maestras sostenían promesas: restablecer la autoridad presidencial, crear un movimiento transversal con fuerzas sanas de los diversos partidos, terminar con la vieja política, lo que incluía una fuerte crítica al peronismo, al que Kirchner llamaba entonces "pejotismo". Con un crecimiento económico sideral, los argentinos aceptaron este discurso. No amaron a Kirchner, pero aprobaron masivamente su gestión. Y aunque algunos consideraran polémicos los contenidos de su propuesta, no puede negarse que parecían basados en ideales.
Fue sólo apariencia. En una segunda fase, Kirchner incurrió en al menos dos severas claudicaciones: frente a la inflación, falsificó las estadísticas públicas. Y ante necesidades electorales urgentes, se abrazó a los representantes más conspicuos de la vieja política municipal y sindical. Poco a poco los ideales fueron reemplazados por números: los discursos se poblaron de magnitudes -muchas de ellas apócrifas- para sostener la vigencia de las políticas del Gobierno.
La tercera fase fue Cristina. Con ella se consumó la falta de amor. Al poco tiempo de iniciada su gestión empezó a constatarse la cruel distancia que la separaba de la sociedad. Desde el segundo cinturón del Gran Buenos Aires hasta Recoleta se le dirigió, con pocas excepciones, la misma objeción: soberbia, distanciamiento, intención moralizante y didáctica, producción escénica y propensión a viajar y ausentarse. Es posible que Cristina haya pagado las consecuencias del machismo argentino. Pero el razonamiento es discutible: la sociedad chilena, no menos machista que la argentina, quiere y respeta a su presidenta.
Lo que se insinuó en la segunda parte del gobierno de Néstor se volvió una constante en el de Cristina: sólo los superávits gemelos, el ritmo de las exportaciones, los índices (sospechados) de crecimiento económico, empleo, pobreza e indigencia sostuvieron el discurso presidencial. De los ideales ni noticia. Tampoco se observaron manifestaciones espontáneas de apoyo al Gobierno. El maltrato metódico a funcionarios y gobernadores completó el cuadro.
La dinastía de los Kirchner languidece, entre otras razones, por falta de amor. Si no interpreto mal a Laclau, es una carencia trágica. Siendo figuras polémicas, no les ocurre eso a Hugo Chávez ni a Evo Morales. Una parte considerable del pueblo los quiere y está dispuesta a defenderlos.
Cristina y Néstor se quedan solos. Sus últimas batallas tienen un denominador común: pelean por "cajas", se baten por plata. Creen que el dinero, bajo la forma de subsidios, superávit o producción de automóviles, les devolverá la gracia. Si fracasan, ya están designados los culpables: serán los medios de comunicación. De nuevo, el argumento es débil: otros populismos enfrentan parecidas oposiciones y, sin embargo, con apoyo popular avanzan en sus programas. Perón se jactaba de haber ganado elecciones con los diarios en contra.
La invocación del pueblo tiene sus requisitos. Y sus trucos. Pero los líderes cabales no confunden calidad con cantidad. En los Manuscritos de 1844, Karl Marx recordó, al referirse a la falta de equivalencia entre el amor y el dinero, una verdad elemental: "Sólo puedes cambiar amor por amor, confianza por confianza".
El problema de los Kirchner no son los medios de comunicación ni las cajas. El déficit está en otra parte. Es la ausencia de afecto, el nervio que articula la lógica populista.
El autor es director de Poliarquía Consultores.


Leer más...

sábado, 16 de enero de 2010

Superación del kirchnerismo. Por Tomás Abraham


Pensar la Argentina, ¿existe una tarea más infructuosa? Para quienes sostienen que pensar es un lujo y un ejercicio inútil, ampliemos la pregunta a los que se ven a sí mismos en medio de la acción y ostentan su compromiso público: ¿existe una tarea más infructuosa que dedicarse a la política nacional? No debe ser fácil hallar en medio del aglomerado de los profesionales de la política a un dirigente de edad avanzada que pueda sentarse bajo un ombú para ver jugar –como Marlon Brando en El padrino– a sus nietos, mientras rememora con satisfacción imágenes de su vida activa.
No hablo de aquellos –numerosos también– que sólo quieren hacerse un lugar bien remunerado en el oficio público, sino de los ambiciosos. Para muchos, llegar a ser presidente es la realización del sueño esperado. Es un modo de quedar grabado en un almanaque. Un busto de bronce o un nombre en un manual de historia resiste el paso del tiempo y los avatares de una gestión. Tenemos presidentes de un día que se hacen llamar “presidente” y ostentan semejante investidura en su currículum.
Hemos ingresado hace pocos días en 2010, el año del Bicentenario, una cifra de peso por ser redonda, por cerrar una década y abrir otra. La crisis del Banco Central es una muestra del tono y de la atmósfera que se prepara para las próximas elecciones. En lo económico, se juegan los destinos de los contendientes, aunque en nuestra historia inmediata, las acciones pasadas han dejado un lastre que también inciden en los gustos de la ciudadanía electoral.
Los que odian a los Kirchner los seguirán odiando a pesar de que la economía crezca el 6% este año, y los que odian a Cobos lo odiarán más aún a medida que sigan los días. De todos modos, hay una masa de votantes oscilante entre Gobierno y oposición que es sensible a la evolución de los precios de la canasta familiar y que es prenda de conquista política. Por esta razón, las trampas del INDEC y la estrategia de precios controlados por Moreno parecen cruciales.
Todos están de acuerdo que habrá inflación en un número que duplica al menos el de los últimos meses de 2009. Es el costo que se paga en una economía en la que se estimula la demanda y no acompaña la oferta. Ya se han borrado de la memoria de los argentinos los días en que los empresarios invertían en máquinas y nuevas tecnologías para estar presentes en un mercado en expansión. Hoy sólo lo hacen pocos sectores y por lo general en grandes empresas que sustituyen así mano de obra. No hay expansión del empleo ni fuerte desarrollo de las fuerzas productivas.
Es un milagro que una pyme pueda en la actualidad convertirse en una gran empresa como en otros tiempos.
La torta se achica abruptamente y luego recupera su tamaño anterior. Es un desinfle y un volver a inflar de un mismo objeto. El único sector que ha crecido exponencialmente es el agrícola con la sojización del suelo, ahora acompañado por un maíz con destino de combustible.
Mientras el país prosigue su inexorable destino cíclico, lo que ha sucedido con el conflicto entre el Gobierno y el Banco Central nos da una muestra de la posición de los grupos políticos. Para tomar un solo caso, analicemos el comportamiento de la centroizquierda que pretende erigirse en alternativa al intento de recomposición de los dos grandes partidos tradicionales.
Pino Solanas dice que el problema está adulterado y que se lo resuelve no pagando a los acreedores. Lo mismo sostiene Martín Sabatella, que pide volver a investigar la deuda externa desde la dictadura militar de ’76. Para ellos la Argentina no tiene deudas y si las tiene, ha sido fruto del negociado de gobiernos espurios. El Partido Socialista, por intermedio de algunos voceros, pide diálogo y respeto por las instituciones. Margarita Stolbitzer quiere que el frente opositor le pida al Gobierno explicaciones sobre el uso de las reservas. Estas tres representaciones políticas evidentemente no opinan lo mismo y en algunos casos, apenas opinan.
Somos pocos y nos conocemos, no hacen falta fuentes reservadas ni contactos especiales para imaginar lo que se teje y desteje en los nuevos intentos aliancistas. En el socialismo, los intentos de acercarse al radicalismo, y en especial a la figura de Julio Cobos usando la figura de Hermes Binner como candidato a vicepresidente, han hecho lugar a una nueva estrategia con vistas a conformar un frente con Solanas, el GEN de Stolbitzer y quienes se vayan acercando.
A Roy Cortina no le gusta demasiado esta unión porque teme perder en Buenos Aires su pequeño virreinato socialista, en donde Solanas lo supera con creces ya que el cineasta obtuvo un veinticuatro por ciento de los votos totales y el socialista apenas algo más de dos. Cortina pretende integrarse en un frente con los radicales porteños ya que éstos prácticamente han desaparecido y no le hacen sombra. Prefiere acompañar a no estar.
Los socialistas santafesinos ven con mayor agrado estos acercamientos porque fortalecen su posición nacional. Imaginemos ahora un escenario de fines de 2011 ante las elecciones presidenciales.
Supongamos que en menos de dos años hay ballottage entre cobistas y justicialistas, cualquiera que sea su candidato: Kirchner o Reutemann. El tercer grupo estará conformado por la centroizquierda que luego de una buena elección en desmedro de la Coalición Cívica, pero sin posibilidades de triunfo, deberá decidir a quién apoyar. Solanas, Macaluse, Sabatella, luego de negociaciones nacionales y populares van con los justicialistas. El socialismo, Binner, Giustiniani, y también el GEN, luego de negociaciones republicanas van con Cobos.
Chau frente de centroizquierda. Duró lo que dura un ballottage.
Pero siempre hay una esperanza. Para que una alianza de centroizquierda pueda tener posibilidades de gobernar nuestro país como lo hacen otras en países vecinos con estabilidad y relativo éxito, algo tiene que cambiar. Los solanistas y adeptos deberían darse cuenta de que ni la sociedad argentina ni el mundo está ni estará hecho a su imagen y semejanza. En el mundo hay que pelearla y en el planeta mandan las ligas mayores. Y quien no acepta las reglas del juego se va a la B o a la C, y esto no es sometimiento sino inteligencia.
El Pepe Mujica, que sí ganó en su país, también tiene sus sueños de grandeza, dice que quiere que el Uruguay se parezca a Dinamarca, no dijo Cuba, ni Venezuela, ni la Gran Patria Americana. No pagar deudas, envalentonarse ante los organismos internacionales, poner el pecho ante las corporaciones es un estilo de declamación propio del mighty mouse de Paul Terry. Dicen los encuestadores que la imagen positiva de Lula en los distritos del pobre Nordeste está cerca del 100%. Este aprecio es también mayoritario entre los financistas y las corporaciones paulistas. Quieren que siga. Para nuestra izquierda es una performance decepcionante porque no sigue el canon de la lucha de clases, pero para la sociedad brasileña parece que no está mal. ¿Cómo lo hizo si no es peronista? La respuesta está en manos del aludido progresismo.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).

Leer más...

martes, 12 de enero de 2010

El riesgo de un deslizamiento de la democracia al autoritarismo. Por Guillermo O'Donnell


El Gobierno atraviesa las consecuencias de una concepción según la cual el presidente puede tomar las decisiones que mejor le parezcan, sin tener que someterse a límites, leyes o controles republicanos. Pero cuando las cosas van mal, los platos rotos los pagamos todos.

La actual situación de nuestro país me mueve a recordar dos hechos importantes. Uno es que las democracias no sólo mueren abruptamente, por un golpe de estado con tanques en la calle y marchas militares; también lo hacen lentamente, mediante el progresivo acotamiento de fundamentales libertades y el sometimiento de instituciones fundamentales del régimen político, hasta que un mal día uno se despierta y encuentra que ha acabado todo remedo de democracia. El otro hecho es que algunos líderes que comenzaron como "delegativos" terminaron deslizándose al autoritarismo: Fujimori en Perú, Putin en Rusia y hoy Chávez en Venezuela. Los riesgos de muerte lenta y de deslizamiento autoritario son serios en las democracias delegativas, aunque no en todas ellas ha ocurrido. El mérito de un desenlace favorable ha correspondido fundamentalmente a sociedades civiles y políticas suficientemente densas y convencidas del valor intrínseco de la democracia, así como a instituciones estatales que se activaron para poner límites a las propensiones autoritarias. En nuestro país contamos en este sentido con condiciones claramente más favorables de las que aquéllos en los que se produjo ese deslizamiento; pero nuestra situación actual no debe dejar de ocuparnos y preocuparnos. En escritos recientes he argumentado que nuestro país es un caso de democracia delegativa. Uso este término para diferenciarla del tipo bien conocido, la democracia representativa. La versión delegativa es una peculiar manera de entender y ejercer el poder político: supone que el hecho de su elección da al presidente/a el derecho y deber de decidir lo que mejor parece para el país; para ello toda otra institución representativa o de control es un impedimento que debe ser controlado o colonizado en todo lo que la relación de fuerzas existente permita al presidente. La versión "delegativa" es democrática porque resulta de elecciones razonablemente limpias y porque (aunque con la salvedad del riesgo de deslizamiento autoritario) respeta libertades básicas, tales como las de expresión, asociación y prensa.Las democracias delegativas suelen surgir de una severa crisis, que provoca un generalizado anhelo de que surja un poder político capaz de resolverla. No siempre surgen democracias delegativas de estas crisis, pero cuando ocurre el presidente que resulta electo se cree y se presenta como un salvador de la patria: él sabe cómo resolver la crisis y reclama que se lo deje gobernar sin trabas. Algunos de estos presidentes (no todos, pero sí Menem y Kirchner) tienen éxito en aliviar la crisis, al menos en sus aspectos más ostensibles. En esta medida logran amplios apoyos y ratifican su convicción de que deben gobernar sin trabas. En este camino, y para recorrerlo, estos presidentes se dedican tesoneramente a subordinar al Congreso y el poder judicial, así como a erosionar la autonomía de fiscalías, contadurías públicas, ombudsman y otras instituciones de control normales en la democracia representativa. Durante este trayecto los autoproclamados salvadores de la patria no cesan de recordar la crisis precedente y amenazar que sin ellos se retornará a una crisis aún peor, de paso condenando a todo y todos que según ellos la provocaron.Esta manera de gobernar aborrece cualquier control. Las decisiones son abruptas, inconsultas y tomadas con un pequeño círculo de colaboradores a los que se exige lealtad absoluta. Esto lo acaban pagando caro esos presidentes y, más aún y peor, sus países. Se va haciendo manifiesto que estos presidentes son víctimas de sus propios éxitos iniciales: superados los peores aspectos de la crisis, los problemas (viejos y nuevos) que se van planteando son cada vez más complejos. Para resolverlos adecuadamente, esos problemas requerirían instancias institucionalizadas, consultativas y de participación; pero este camino se bloquea debido a la erosión de esas instancias a que se han dedicado estos presidentes, junto con su convicción de que ellas son sólo "máquinas de impedir" que, para peor, suelen hallarse al servicio de siniestros intereses. La combinación de ese estilo de tomar decisiones con problemas crecientemente complejos es garantía de comisión de gruesos errores. Esto desacredita al presidente/a, quien ve bajar verticalmente su popularidad y no puede dejar de oír críticas que se multiplican desde muy diversos ámbitos y, ya a esa altura, de un Congreso y poder judicial que dan claras señales de querer sacudir su anterior sometimiento (lo que en nuestro caso se ha acentuado marcadamente con el resultado de las elecciones de Junio del año pasado). Es notable que en estas situaciones los presidentes delegativos no retroceden o reconsideran; al contrario, cuando crece la difusión y severidad de las críticas redoblan la apuesta.¿Por qué se interponen estos obstáculos a quienes dicen -y parecen creer¿ que nos han salvado y, autorizados por ello, reclaman poder seguir decidiendo como mejor les parece, mediante un hiper presidencialismo cada vez más marcado? A esta altura, la explicación es mentalmente sencilla pero políticamente complicadísima: esto sólo puede deberse a "los oscuros poderes que desde siempre acechan al pueblo" y de los cuales esos presidentes nos salvaron, pero que ahora vuelven a una plena ofensiva. Parte de esta ofensiva es la oposición (toda oposición) y, por supuesto, medios de comunicación que formulan y dan eco a críticas y descontentos. Todo parece una vasta y poderosa conspiración, pústulas que se propagan, frente a la cual sólo cabe, al presidente y su círculo cada vez más reducido de colaboradores, seguir aumentando las apuestas. La polarización entre una patria encarnada por ellos y una antipatria que se manifiesta en crecientes críticas y oposiciones, ya presente en la visión inicial de los presidentes delegativos, se crispa ahora y se expresa en una opción entre "ellos o nosotros", en la que ya no caben siquiera los tibios y los indiferentes. Nuevamente, y más que al comienzo de su gestión, estos presidentes tienen que salvar la patria y el único camino es que se acalle toda voz que no parta de la cima del poder ejecutivo o no lo aclame; como esto no ocurre, la visión conspirativa se realimenta vigorosamente.Y aquí los hechos comentados al comienzo de esta nota. Cierto, los presidentes delegativos respetan algunas importantes libertades. Pero si cuando la crisis se agudiza hasta llegar a fuertes y generalizadas crispaciones, coartar esas libertades les parece necesario para proseguir su gran causa; diversas extra limitaciones institucionales y legales, así como arbitrariedades en los márgenes de la legalidad se perpetran, porque, al parecer, la necesidad y urgencia de los problemas lo requiere o, simplemente, porque el presidente aduce seguir teniendo el derecho a decidir sin trabas, tal como bien le parece.Mencioné que las democracias delegativas tienen tendencia a deslizarse hacia el autoritarismo, pero que afortunadamente nuestro país tiene condiciones para impedirlo, de lo que viene dando importantes muestras en los últimos tiempos. Para ello ayudaría recordar los riesgos ínsitos a las democracias delegativas y aprender que a medida que avanzan sus crisis someten a los países a severos costos e incertidumbres. Por supuesto, queda por ver cómo se desplegarán los diversos factores en juego y, por cierto, cómo se podrán ir encarando muy importantes problemas de políticas públicas y de reformulación institucional durante un período presidencial que, a pesar de ser agudamente delegativo, nos interesa a todos los sectores democráticos que termine normalmente su mandato. En el horizonte de ese desenlace aparece la esperanza de que logremos, de una vez por todas, una democracia representativa.


Leer más...

miércoles, 6 de enero de 2010

Fundamentalismo kirchnerista. Por Jorge Asís




El kirchnerismo fundamentalista muy poco y nada tiene que ver con el peronismo.Representa aquello que puede denominarse, desde el plano técnico, ”kirchneristas no PJ”.Lucen por la desmedida intrascendencia electoral. Mantienen una relación distante con el ajeno Justicialismo. A veces, la relación es -incluso- antagónica.Justamente el Justicialismo, tanto en la periferia como en el fondo, es la fuente sustancial del poder que legitima a Kirchner. Que lo subasta.En los papeles, Kirchner es el jefe formal del Partido Justicialista. Al que mantiene dormido. Con la contundencia de varios Trapax diarios.Prefiere Kirchner patrocinar, en cambio, a los integristas. Distribuido en grupos sonoramente frágiles. Lo ayudan notablemente a tomar distancias de quienes lo sostienen.

Sin el pretexto de ninguna transversalidad. Kirchner se aleja del peronismo que supuestamente conduce. O sólo captura. Deriva en mera plataforma de lanzamiento. En pilar de apoyo.
Los Fiolos
El conjunto de aliados, de integristas que representan el progresismo, presenta la versión intelectualosa. O el formato político. O el impresionante piadosismo de las “organizaciones sociales”.Pueden presentarse, ante la historia del presente, como grupúsculos que se abusan del peronismo que desprecian.Viven del peronismo. Pero, en el mejor de los casos, lo ningunean. Es ostensiblemente más grave que negarlo. Es desmerecerlo. Subestimarlo. Tomar, a los peronistas, por giles.Para los fiolos de la coyuntura, el peronismo emerge como el lugar sucio.Es adónde hay que enchastrarse, necesariamente, para buscar los votos.Las ideas -para Kirchner-, deben sacarse de otra parte. Aunque carezcan de ideas. De originalidad.
Productos culturales
Con la arbitrariedad que facilita el análisis, Consultora Oximoron prefiere ocuparse de tres productos culturales. Son los que se ubican a la vanguardia de la patología kirchnerista.En una próxima entrega, transcurre el turno del cuarto producto. Es político.En la primera parte del informe que se divulga, vaya, en primer lugar, Carta Abierta.Es la Agrupación de intelectuales que producen, cada tanto, una bula papal.Segundo, “Miradas al Sur”. Semanario de domingo, reducto del kirchnerismo integrista.Tercero, el entretenimiento televisivo, alternativamente diario, “6,7 y 8″.El artefacto político es de color sepia. El Frente Grande. Evacua políticamente menos que un pajarito. Pero hay más.
Los productos culturales de referencia no se caracterizan sólo por defender las posiciones del oficialismo. Emergen como valiosos instrumentos para atacar a los adversarios. Para ridiculizar sus causas. Para consolidar las imposturas integristas.El oponente, aquí, es más institucional (aunque igualmente fulminen a los individuos).Son tres polos de degradación, presentados con una crueldad descarada. En este orden.
a) El campo (La Comisión de Enlace).b) Los medios de comunicación (sintetizados en el Grupo Clarín).c) La oposición política. Centrada en la aniquilación alternativa de Macri. Y/o de Cobos.
Ausencia del peronismo
Los tres ámbitos culturales aludidos (Carta Abierta, Miradas al Sur, 6,7 y presentan un lineamiento perceptiblemente unificador. Es la ausencia, casi total, del peronismo. Como enfoque. Como problemática para tratar.Puede consignarse la inquietud. Resulta literalmente imposible, desde el peronismo capturado, sostener las imposturas que instalan los Kirchner, a presión.Los dirigentes envueltos, tristemente empaquetados, en la práctica, las apoyan. Son cómplices involuntarios de los desbordes del integrismo. Aunque se muestren, en privado, concientes del camino que los lleva hacia la bancarrota.Consternados, los peronistas capturados, por la duda existencial. Deriva en la pregunta que los atormenta: ”¿Cuando saltar?”.
Desde el peronismo no brotan ideas que legitimen, a los Kirchner, ante el presente. Mucho menos, ante la posteridad. Para atacar o defenderse, Kirchner prefiere ampararse en el exterior del peronismo.El kirchnerismo no PJ, a pesar de la irrelevancia electoral, se las ingenió para apropiarse de los sectores significativos donde debería brotar la cultura. Como la secretaría homónima. El ministerio de Educación, los organismos descentralizados (Instituto del Cine). Pero sobre todo el Canal 7.Es precisamente aquí donde es más notoria la ausencia total del peronismo. En la Televisión Pública. Copada por los integristas que tienen nada para perder. Ni siquiera historia.
Debe discutirse al kirchnerismo -para Oximoron- como una versión patológicamente esquizofrénica del peronismo capturado. Sostenido, en la actualidad, por la ideología del antagónico. Productor del fundamentalismo rabiosamente salvaje, que en ningún momento enarbola las banderas menos elementales del peronismo que los alimenta.Como si los progresistas, igual que en los setenta, se hubieran infiltrado. Se percibe pálido, el final.
Bulas
La banda desangelada de Ricardo Forster -coordinador de Carta Abierta-, teoriza, en las bulas intelectuales, acerca de los límites signados por la revolución imaginariamente posible.Caminan descalzos, los desangelados, como Gasmann en Brancaleone. Entre las brasas de la corrupción que, en el fondo, no soportan.Pese a la toma colectiva de conciencia, como los desangelados no son tontos saben, que a esta altura, resulta conveniente proseguir con la composición esporádica de las bulas insustanciales.Lo más valioso que lograron, desde Carta Abierta, hasta hoy, para Oximoron, fue que otros pensadores, de la despareja oposición, los tomaran en serio. Al extremo de conformar otro ateneo semejante. El Grupo Aurora. Pero estaba, entre ellos, el precipitado incontenible, que salió a plantear, a los tortazos semánticos, un debate profundo. Pero desde el lugar equivocado.Abel Posse se quedó solo. Pero celebrado por inquietantes miles de ciudadanos. Los que lo felicitan. El integrismo de Carta Abierta termina, irreparablemente, en los autógrafos que firma Posse. “Cada día más”, como canta Valeria Lynch.
Nueva Secretaría de Estado
Desde hace meses -para los entendidos-, pese a ser semanal, Miradas al Sur desplazó al periódico de la Secretaría de Estado de Página 12.En la vibrante materia de anticipar las jugadas del oficialismo. De desbaratar los arrebatos tenues de la oposición menos distraída.La pasión por la autorreferencia sumerge a Horacio Verbitsky en el foso del agotamiento. Ampliaremos.La positiva convencionalidad de Mario Wainfeld no alcanza para legitimar la lectura.La excesiva autoponderación de Feinmann ya induce a la misericordia.
La Secretaría de Estado de Página 12 fue superada por el kirchnerismo fundamentalista de Miradas al Sur.Trátase del diario dominguero, caracterizado por ser la publicación más esclarecida del salvajismo oficial. Es una de las cuantiosas construcciones periodísticas que gerencia Sergio Szpolsky. Un radical que derivó en una suerte de Daniel Hadad del progresismo.Miradas al Sur es dirigido por Eduardo Anguita. Es el coautor de La Voluntad, texto de autoayuda para empacharse de los dolores generacionales.El semanario es, en gran parte, ilegible. Pero contiene el atributo de anticipar, con frecuencia, las jugadas del integrismo. Pudo percibirse en la ofensiva contra el Comisario Palacios, único policía de la historia que está preso por “chupar teléfonos”. O en la orientación del rumbo de los ataques despiadados hacia Clarín. Por el asunto trillado de los hijos grandecitos, inapelablemente treintones. Por los asedios sobre Papel Prensa.Entre tantos textos sobrantes, siempre puede encontrarse, en Miradas, alguno que merezca leerse. De Jorge Giles, del mismo Anguita. Del especialista en policiales Ricardo Ragendorfer, que tanto recuerda a Emilio Pettcoff. O de Alejandro Horowicz, el marxista solitario, que aún no se resigna a la inexistencia, en el universo, de algún país que se aproxime a sus ideas.
Televisión Pública
Para terminar, “6,7 y 8″. En la Televisión Pública. Formato demasiado previsible. La conducción (la señora María Oliván) y un amontonamiento de panelistas. Sólo se diferencia del formato de Casella en que Oliván se mantiene siempre sentada.La problemática consiste en destruir todo aquello que impugne al kirchnerismo.Receta de TVR. Del peor Pergollini. Extirpar frases del contexto, del adversario convertido en víctima. Para dilapidarlo.La ceguera fundamentalista de la propuesta imposibilita que alguno de los miembros del panel alcance a evitar el incendio profesional.La medianía generalizada logra que se luzca, en exceso, Orlando Barone. Reconforta saber que Barone llega finalmente al estrellato, después de los setenta años. Se lo merece. Junto a la invitada casi permanente, la señora de Carlotto. Ella se integra en el integrismo como otra panelista. Sumida en la cruzada devastadora Anti Clarín, Carlotto utiliza la problemática humanitaria. Para banalizarla, imperdonablemente.



Leer más...

viernes, 1 de enero de 2010

Carta Abierta, entendimiento clausurado. Por Daniel V. González

Cada vez que lo hacen, dotan al hecho de un escenario y un protocolo que insinúa la pretensión de que los mortales tendremos acceso a una pieza liminar, fundacional. Esa ambición se percibe también en el lenguaje deliberadamente críptico, para entendidos. Pero lo cierto es que, a medida que uno avanza en la lectura de la nueva Carta Abierta, se encuentra con antiguas ideas, con las que los grandes temas son apenas rozados superficialmente y que sólo parecen procurar advertirnos que no debemos olvidar que los que habitan la cúspide de la intelectualidad argentina, apoyan a este gobierno. Y que si ellos, los sabios del progresismo argentino, están donde están, entonces deberíamos pensar muy bien lo que hacemos con nuestras ideas.
El texto séptimo del grupo Carta Abierta, esta vez promete desde el comienzo que se abocará a asuntos de la coyuntura. Y lo hacen pidiendo disculpas: “no es posible omitir la realidad coyuntural”, dice. Lo hacen como diciendo: no nos queda más remedio que abandonar las elevadas categorías históricas, los grandes trazos generales a los que estamos acostumbrados. No se privan, para ello, de la poesía: “el tiempo es una cuchilla que nos clava fatalmente al presente”. Con resignación, entonces, resuelven distraerse por un momento, no exentos de fastidio, de los conceptos profundos que son su materia cotidiana, para descender al charco de los temas cotidianos que afligen al resto de los argentinos.

La clase media ya no es lo que era
La primera aflicción de los intelectuales de Carta Abierta es la pérdida de apoyo, por parte del gobierno nacional, de vastos sectores de la clase media e incluso de franjas populares, que antes lo respaldaban. Claro que lo dicen en el lenguaje sofisticado con el cual, ellos piensan, dotan al documento de mayor nivel intelectual: “Los sectores medios urbanos que en otros momentos cultivaron la modernización cultural y política, hoy se dejan entusiasmar por el barniz eficientista de las derechas, cuando esa tintura enmascara el huevo de la serpiente: el anudamiento de la retórica securitista, la sensibilidad del caceroleo y la defensa del terrorismo de Estado”.
O sea, los sectores medios han dejado de liderar la modernización en la medida en que no apoyan al gobierno tal como lo hacían durante el mandato de Néstor Kirchner. Es una construcción tautológica: si apoyaban al gobierno, simbolizaban la modernización; si no lo apoyan, son víctimas de la manipulación de la derecha. Uno podría esperar que, ante la enajenación de tantas voluntades decisivas, los intelectuales progresistas nos arrimen una idea crítica del proceso que ellos mismos –y no sin fervor- integran. Pero no es así.
Al revés: caen en la trillada explicación que adjudica a “errores de comunicación” ese abandono por parte de los sectores medios: “Algunas medidas gubernamentales muchas veces se presentan despojadas del marco interpretativo que dé cuenta de su real importancia. Porque esa interpretación reclama una discusión sobre qué significan la idea de desarrollo, las formas contemporáneas del trabajo y la situación del Estado”. En otras palabras: los intelectuales de Carta Abierta, aptos para interpretar correctamente las medidas del gobierno, las apoyan. Una parte apreciable del resto de los mortales, al no entender lo que hace el gobierno, lo rechaza.
Más adelante, extienden la crítica hacia lo que se llama “los sectores populares”. Pero lo hacen con gran delicadeza y previas disculpas. A medida que crecen los conflictos sociales, Carta Abierta comienza a facturarle a quienes se movilizan por sus reclamos, que no olviden que este gobierno ha suprimido la represión. Dice el documento: “los movimientos sociales, configuran un mapa de reclamos por la justicia tanto como –paradójicamente- una superficie de disputa que a menudo se ve atravesada por el desdén hacia lo público en función de intereses privados o sectoriales”.
¿Paradójicamente? Nuestros intelectuales progresistas parecieran no entender que la esencia del sindicalismo es el “reclamo sectorial”, la defensa de su salario y condiciones de trabajo. Es razonable que sobrevenga “el desdén por lo público” si el estado no ofrece soluciones. Quizá no sea difícil comprender las razones por las que Carta Abierta defiende “lo público”, con gran energía.

La sensación de inseguridad
Con gran fastidio, los intelectuales de Carta Abierta acceden a descender desde el Olimpo y analizar un tema módico y despreciable: la violencia callejera. Lo hace con la irritación de un caballo que se siente pura sangre y lo obligan a correr una cuadrera.
Y ese enojo aparece en el texto: primero comienza aceptando que se trata de un tema importante pero enseguida desgrana su verdadera idea sobre los reclamos por mayor seguridad. Hemos hecho una lista textual de los calificativos expresados en el documento hacia los que piden vivir en un clima de más seguro: “gritonería linchadora”, “formas medievales de vindicta”, “vendetta disfrazada de nuevos ordenamientos socialmente regresivos”, “golpes comando de sensiblería y gimoteo”, “gabinete de asesores en el marketing lagrimeante”, “la voz de los trogloditas”.
Es evidente el regodeo y el énfasis que ponen los intelectuales progresistas en la creación de frases pretendidamente ingeniosas y certeramente malévolas. Ellos fueron los que crearon la expresión “ánimo destituyente”, que utilizan cada vez que pueden. Esta vez no se quedaron atrás en su rauda carrera creativa: incorporaron la expresión “sensación de miedo” como su aporte para explicar… el miedo de ser asaltado o asesinado. Una joyita lingüística.

Una amplia convocatoria
Hacia el final, el documento amenaza con un giro: parece convocar a una amplia confluencia de argentinos interesados en el bien de la Patria. Después de aceptar la crisis de la educación pública, que por supuesto adjudica a “los noventa”, el espíritu de los intelectuales progresistas parece enternecerse: “Todos podemos presentar nuestros enunciados. Invitamos a hacerlo y este es el momento.” Una propuesta realmente democrática, podría uno pensar. Pero inmediatamente se corrigen: “(debemos) decirle no a las abstracciones publicitarias euforizantes que se presentan como plan de gobierno, lo mismo da un Lacalle, un Cobos, un Piñera o un De Narváez, o desarrollismos que se llaman productivos para no pronunciar –como Duhalde– el verdadero nombre de un giro a la derecha”.
Como vemos, se acabó la amplitud. Claro que no podemos achacarles a los intelectuales de Carta Abierta el no mirar con buenos ojos a De Narváez. Pero, si se trata de hacer una convocatoria para arrimar ideas en búsqueda de un nuevo sistema educativo, sería razonable tener en cuenta que el dirigente bonaerense acaba de alzarse con un triunfo importante en la provincia de Buenos Aires y ello significa que cuenta con el apoyo, expresado democráticamente, de una amplia franja de voluntades de argentinos que, coincidan o no con el proyecto en marcha, seguramente algo tienen para decir sobre un tema tan sensible como la educación.

Los vaivenes de la voluntad popular
Hacia el final del documento, los intelectuales progresistas muestran su preocupación ante la evidencia del retraimiento del apoyo popular al proyecto que pregonan. Lamenta que “una porción popular se opone con masculladas injurias a las mismas medidas que objetivamente los favorecen”. Vuelven a insistir más adelante y lo definen con gran claridad: “Una parte del país recibe con apatía lo que debía reanimarlo”. Pero los intelectuales no pueden, no quieren o no saben sacar las conclusiones más obvias de este abandono del apoyo popular. Al revés, lo adjudican a factores ajenos a la propia conciencia de quienes antes apoyaban y ahora ya no lo hacen: “Es necesario saber que las operaciones de cierre de ciclo que pululan por doquier tienen a su favor el estado real de agrietamiento en la opinión general, sometida a operaciones de escepticismo, folletín moralizador y miedo. La cancelación de expectativas es un martilleo diario”.
En otras palabras: son los oscuros intereses, a través de las publicaciones y de la prensa, los que manipulan la voluntad del pueblo llegando, incluso, a que éste retacee apoyo a políticas que manifiestamente están pensadas en su beneficio.
Como se ve, no aparece nada que los intelectuales progresistas tengan para señalarle al gobierno como un error cometido, una política equivocada o una percepción errónea de la realidad. Cabe preguntarse si, con tanto regodeo críptico y elusivo de un análisis que contemple la propia acción de gobierno como fuente del abandono del apoyo popular, el progresismo argentino cree que ayuda al gobierno.
¿No habrá razones políticas dignas de análisis para explicar los hechos que tanto preocupan a la gente de Carta Abierta? ¿O todo puede ser explicado, simplemente, por la acción maligna de las oscuras fuerzas de la reacción?
Leer más...