martes, 8 de noviembre de 2011

Bustos y nosotros. Por Gonzalo Neidal

Podríamos decir que la culpa es de Cervantes, porque en las primeras páginas del Quijote se despachó con eso de que “la historia” (la minúscula es de él) es “émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.

Podríamos fincar ahí la evidente preferencia de nuestros políticos por los homenajes, los bronces, las estatuas, las lápidas, los epitafios, los mitos.


Un excesivo respeto por el pasado, ciertamente.

Es que ahí creemos leer, sin margen para la duda, las líneas más nítidas del presente. Como si hubiéramos descubierto un carril irrefutable por el que la historia se desliza inevitablemente de una estación a otra y luego a la siguiente.

Es como si padeciéramos una inclinación excesiva por los hechos y hombres de la historia, como si nos empeñáramos en cumplir un mandato irrenunciable que nos llega desde muy atrás en el tiempo. Recuerdo que, hace poco, cuando los obreros de la ex fábrica de aviones se quejaban por su falta de trabajo. Uno de los manifestantes dijo: “lo único que estamos haciendo es un monumento al Brigadier San Martín”. Nadie nos pintó mejor en trazo tan exiguo.

Claro que no objetamos sino el énfasis, pues todos sabemos de la importancia de conocer el pasado. Pero en el acento está todo.

Es inevitable que tanta obsesión por el ayer nos nuble de algún modo el tránsito por nuestras propias horas.

Hace un par de años, Hugo Chávez tuvo la osada necesidad de profanar los restos de Simón Bolívar, en búsqueda de no sé qué resabio de no sé qué veneno que habría terminado con la vida del libertador, allá por 1830. La payasesca ceremonia que coronó ese hecho tan alocado ya tiene su lugar en Youtube.

Y ahora hemos decidido fatigar los huesos de Juan Bautista Bustos, o los que creemos que son sus restos pues no existe la seguridad de que efectivamente sea así.

Un movimiento como el que ha realizado el gobierno de Córdoba reclama mucho más tiempo del que emana de la fecha perentoria del traslado del mando en la provincia. Requiere estudios sólidos y, por cierto, dictámenes severos y unánimes. Carentes de la sombra de la más mínima duda. Demanda sobriedad y decoro.

Y de una palabra ciertamente antigua: respeto. Hacia atrás y hacia el presente.

¿Por qué tanto apuro con una reprovincialización tan resbalosa?

¿Acaso pensamos que, si este hecho no lo realiza nuestra generación, quedará una importante deuda histórica sin saldar?

Probablemente nos convenga volcar la mirada hacia el presente, siempre más inasible, pero en cuya transformación benéfica quizá encontremos la justificación más elocuente de nuestro fugaz paso por el poder y por el territorio temporal que, eso es asaz seguro, el Brigadier Bustos ya no habita.

Así como Paz ha merecido su busto, Bustos reclama un poco de paz.

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