martes, 8 de noviembre de 2011

Susto y diplomacia. Por Gonzalo Neidal

En su Martín Fierro, José Hernández asegura que no hay nada mejor que un susto para despejar a un mamado, a un borracho. Claro que las borracheras no son siempre de origen etílico. Las hay, también, de soberbia. En las cúspides del poder se suele perder conciencia de la realidad, de las proporciones, de los tamaños relativos de las cosas.
Pero un buen susto nos deposita nuevamente en la realidad. Bajamos abruptamente de los Olimpos y recobramos las dimensiones verdaderas de los problemas.


Algo así le está pasando al gobierno tras las elecciones. Se ha enfrentado con realidades muchas veces señaladas por sus críticos y largamente negadas desde el oficialismo. El retraso cambiario, la inflación y el elevado nivel de los subsidios son los problemas más perentorios que ahora tiene que enfrentar obligatoriamente.

Estas complicaciones a la que se suma, en forma potencial, una resbalosa situación de la economía mundial, han hecho que el gobierno haya decidido dar señales de realismo político y económico. Uno de esos signos ha sido la reunión que mantuvo la presidenta con Obama, que parece encarrilar nuevamente por sendas razonables la relación con el país más poderoso del mundo.

La presidenta parece haber decidido dejar de lado la cuota de ideologismo abstracto (muy propio de la generación de los setenta) con que se ha nutrido gran parte de su discurso hasta el momento para dedicarse a hacer política por los carriles más normales que le pueda señalar la diplomacia convencional.

Recordemos que en 2005, en ocasión de la celebración de la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, su difunto marido había promovido la organización de una anti-cumbre donde le fue cedida la tribuna a Hugo Chávez para denostar al presidente de los EE UU, George Bush hijo. Éste decidió abandonar el país anticipadamente y fue invitado a Brasil por Lula, presidente de un país cuya diplomacia no parece contener ingredientes de política universitaria.

Luego, Cristina Kirchner decidió hacer coincidir su visita a Cuba con la asunción de Obama y, además, aclarar en sus discursos que su presencia en ese país y en ese momento, no era casual sino que era un gesto para mostrar de qué lado estaba su gobierno.

Después vino el famoso incidente de la valija cuando el gobierno, enojado porque Estados Unidos había decidido saltear a la Argentina en su visita a Brasil y Chile, decidió –con actitud destemplada- retener una valija con material bélico en la aduana. El bochorno de esta descortesía diplomática parece haber quedado zanjado por esta reunión entre Cristina y Obama.

Pues bien, ahora parece que Estados Unidos no es tan malo ni su presidente tampoco.

En buena hora.

Nunca es tarde para pasar de la adolescencia a la adultez.

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