domingo, 29 de noviembre de 2009

La prueba histórica de un fraude intelectual. Por Domingo Cavallo

(Publicado en La Nación - Domingo 22/11/2009)
Los ideólogos del Plan Fénix impulsaron el abandono de la convertibilidad y promovieron la pesificación de los depósitos y contratos en dólares con fuerte devaluación del peso, con el argumento de que el "atraso cambiario" de los 90 había deprimido las exportaciones y, por consiguiente, era responsable de la recesión y del desempleo. Han pasado ya ocho años de este cambio de paradigma y disponemos de datos estadísticos para examinar la validez empírica de esta teoría. Es importante que los estudiosos de la economía contrasten todas las teorías con la realidad, pero particularmente la del dólar alto como clave de la competitividad, porque es la responsable intelectual de la traumática discontinuidad en las reglas de juego de la economía que se produjo alrededor del Año Nuevo de 2002.
A modo de desafío intelectual, pido a los ideólogos del Plan Fénix que expliquen, a partir de su teoría, la realidad que describen las cifras de los dos cuadros adjuntos (quienes se interesen por los datos anuales en los que se basan estos cuadros y sus fuentes pueden recurrir a mi blog: www.cavallo.com.ar ). En el período 1980/2009, las exportaciones de Chile y de Brasil crecieron más que las de la Argentina. Esto no necesita una teoría especial para ser explicado. Es sabido que, en los últimos 29 años, Chile es el país que mejor manejó su economía, y Brasil, tradicionalmente, tuvo más agresividad exportadora que la Argentina.
La comparación interesante surge al dividir estos 29 años en tres períodos bien definidos: el de los 80, el de la convertibilidad y el de la vigencia intencional de la política de tipo de cambio alto en nuestro país. En el cuadro donde se presentan los promedios de los respectivos índices del tipo de cambio real surgen, casi como si se tratara de un experimento preparado para testear la teoría del tipo de cambio alto, claras diferencias en la trayectoria de la Argentina, en comparación tanto con Brasil como con Chile. Nuestro país pasó de un tipo de cambio real alto (113) entre 1980-1990 a otro que fue apenas superior a la mitad del anterior (64) para volver a subirlo a casi el doble desde que entró en vigencia la política de tipo de cambio alto (121). En los otros dos países se produjeron variaciones en la misma dirección, determinadas principalmente por los vaivenes del dólar en el mundo, pero mucho menos acentuadas que las variaciones en la Argentina.
Miremos ahora el comportamiento de las exportaciones: en los dos períodos de tipo de cambio alto, las exportaciones de Chile y de Brasil crecieron mucho más rápido que las de la Argentina. Por el contrario, en el tan denostado período de la convertibilidad, o del "atraso cambiario", como lo llaman los teóricos del tipo de cambio alto, las exportaciones de la Argentina crecieron al 121%, contra un crecimiento de sólo el 89% de las chilenas y el 84% de las de Brasil.
Sería bueno que los profesores del Plan Fénix pidan a sus estudiantes, como ejercicio práctico, encontrar explicaciones para esta aparente paradoja. Los estudiantes que razonen sin las anteojeras ideológicas de sus profesores van a descubrir que los dos determinantes principales de la competitividad exportadora de un país son: a) la política comercial externa, medida por la brecha entre el tipo de cambio efectivo de las exportaciones (reducido por las retenciones y las trabas cuantitativas a las exportaciones) y el tipo de cambio efectivo de las importaciones (aumentado por los aranceles y las restricciones cuantitativas a las importaciones); b) los incentivos a la inversión modernizadora de la economía, que no es otra que la inversión eficiente. A mayor sesgo antiexportador de la política comercial externa y a menor aliento a la inversión eficiente, menor crecimiento de las exportaciones.
Cuando se trata de compensar con una moneda extremadamente devaluada un sesgo antiexportador deliberadamente introducido en la economía y se desalienta la inversión modernizadora, lo único que se logra es que la inflación deteriore el salario real y desmejore la distribución del ingreso. Eso es exactamente lo que han conseguido al promover el abandono de la convertibilidad.
La década de los 90, por más mentiras que se repitan sobre ella, va a quedar registrada en la historia económica de la Argentina no sólo como la década en la que erradicamos la inflación, sino también como la década del mejor desempeño exportador.
Y la teoría del tipo de cambio alto, como estrategia de crecimiento, va a ir al tacho de la basura en el que terminan las elucubraciones de economistas que en lugar de trabajar por el bien común ponen su intelecto al servicio de intereses de empresarios cortesanos o se afanan, dejando de lado la objetividad científica, por revivir sus viejas teorías, desmentidas por la historia no sólo de la Argentina, sino de toda la humanidad.
El autor fue ministro de Economía
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Las vacas, el gas y el petróleo. Por Alieto Guadagni


En el sector agropecuario hay expectativa por cómo evoluciona el mercado de carnes, con proyecciones de oferta en declinación motivadas por reducciones que se vienen registrando en nuestro stock ganadero. Los pronósticos apuntan a un alza futura en el precio interno de la carne, como consecuencia de esta menor oferta futura, explicada por la disminución del stock en alrededor de ocho millones de cabezas (60 millones en el año 2007 y 52 millones el año próximo).
La opinión pública ya ha tomado nota de esta preocupante declinación en nuestra riqueza pecuaria, lo cual no es de extrañar, porque son numerosos los sectores y actores involucrados en esta actividad. Esta cuestión viene siendo ampliamente debatida desde hace ya algún tiempo. En el sector ganadero, los productores no sólo son numerosos, sino que también hablan con claridad y vienen desde hace meses alertando a las autoridades responsables.
Pero hay otro sector productivo (el de los hidrocarburos) en el que la descapitalización ?o sea, la disminución de reservas de recursos de petróleo y gas? es más grave y, sin embargo, los sectores involucrados no se expresan con la claridad requerida para alertar a las autoridades de que no están encarando esta realidad.
Si valuamos financieramente las disminuciones de stock, es decir, la evaporación por agotamiento de nuestros recursos naturales, tenemos la impactante conclusión de que la merma de nuestras reservas de petróleo y gas equivale, en términos monetarios, a más de 450 millones de cabezas de ganado, o sea, nada menos que 56 veces más que la disminución prevista en el stock ganadero. Veamos las cuentas.
Las reservas de petróleo vienen cayendo desde fines de los 90 y acumulan una disminución de casi el 20 por ciento, lo cual equivale a más de 2,4 años de producción. Pero la disminución de reservas es mucho más preocupante en el caso del gas, ya que, en lo que va de esta década, hemos consumido reservas por una cuantía que supera siete años acumulados de producción anual.
Entre 1990 y 2000, las reservas gasíferas treparon un 34 por ciento, pero a partir de ese año avanzó la descapitalización del stock. De este modo, hoy apenas tenemos la mitad que en 2000. Mientras que en 1990 las reservas cubrían 25 años de producción, en la actualidad representan apenas ocho años.
Si calculamos estas mermas en las reservas de petróleo y gas por los valores monetarios de más importaciones en el futuro, obtenemos un monto financiero equivalente al valor mencionado de más de 450 millones de cabezas de ganado. Dicho en otros términos: desde el punto de vista económico, hemos consumido ya esa enorme magnitud.
Este proceso de descapitalización está siendo alentado por la vigencia de reglas de funcionamiento para los hidrocarburos, que desalientan no sólo la producción, sino especialmente la inversión de riesgo en exploración y búsqueda de nuevas reservas. Además, como estas reglas implican grandes subsidios al consumo intensivo de energías fósiles, el resultado es el ahora observado en términos de agotamiento acelerado de las reservas.
Estos subsidios, que anualmente superan los 25.000 millones de pesos, al premiar la utilización de fósiles contaminantes, además establecen una barrera artificial que desalienta la adopción de nuevas energías renovables, limpias y amigables con el medio ambiente. Por otra parte, la forma regresiva en que se aplican estos subsidios premia proporcionalmente más a los sectores de altos ingresos.
La disminución de reservas es especialmente grave en el caso del gas, insumo central de muchas actividades y que representa en nuestro país la mitad de todo el consumo de energía. Somos líderes mundiales en el consumo de gas. Pensemos que en Brasil el gas representa apenas el diez por ciento del consumo energético; en Estados Unidos, el 22 por ciento, y en la Unión Europea, el 27 por ciento. Tenemos la flota automotriz con GNC más grande del mundo. El gas es crucial para la generación eléctrica. La industria petroquímica depende del gas y las familias y muchos sectores dependen del gas.
Claro que hay un país que nos aventaja en el consumo de gas, y es Rusia, donde el gas representa el 55 por ciento del consumo energético total. Pero la diferencia es preocupante: Rusia tiene reservas gasíferas para 70 años y nosotros, apenas para ocho, y cada vez menos. La declinación de nuestras reservas no refleja únicamente agotamiento geológico, sino que es el resultado de reducidos esfuerzos exploratorios. No se presta atención al futuro, un futuro que ya se está convirtiendo en un presente de escasez y creciente dependencia de costosas importaciones de Bolivia, el barco de Bahía Blanca y, en el futuro, eventualmente también Chile.
El año pasado, con precios de los hidrocarburos cinco veces superiores a los vigentes a fines de los 90, el esfuerzo exploratorio cayó casi un 70 por ciento comparado con esos años. Esto es una mala señal, porque los países no encuentran petróleo, sino que lo buscan. Fue así como Brasil, gracias a una clara política exploratoria, pudo triplicar su producción desde comienzos de los 90. Por su parte, Uruguay está encarando la exploración de su plataforma continental con la activa participación de YPF y Petrobras, que han ganado las licitaciones encaradas por el gobierno uruguayo.
En nuestro país, son las provincias las que poseen el dominio de los recursos de hidrocarburos (Constitución de 1994). Por eso, 15 provincias están convocando a inversores para las tareas exploratorias, habiéndose ya adjudicado 140 áreas con inversiones comprometidas por alrededor de 1700 millones de dólares.
De las licitaciones hechas por las 15 provincias se destaca, por lo original, lo ocurrido en la provincia de Santa Cruz, donde durante 2006 el gobierno provincial licitó y adjudicó 14 bloques que cubrían un extenso territorio de 7,2 millones de hectáreas. Las empresas oferentes debieron presentar en este concurso, como es de práctica, dos sobres: 1) antecedentes y 2)propuesta técnico-económica. Lo notable de esta licitación es que las autoridades descalificaron, al rechazar desde el inicio el sobre 1), a casi todos los oferentes. Se descalificó, así, a importantes y experimentadas empresas, como YPF (antes del ingreso del socio argentino), Petrobras, Pluspetrol y otras empresas más. Así, fue posible adjudicar siete áreas con 4,3 millones de hectáreas a una empresa vinculada con Cristóbal López y las otras siete áreas, con 2,9 millones de hectáreas, a empresas vinculadas con Lázaro Báez.
Las provincias están sumamente activas procurando ensanchar la base de sus recursos naturales. Este nuevo protagonismo impulsado por la Constitución de 1994 las ha convertido en protagonistas del esfuerzo exploratorio que nuestro país necesita con urgencia. Este es un proceso interesante y promisorio, que requiere ser perfeccionado en el futuro. Se deben seguir las reglas de transparencia del capitalismo de riesgo competitivo, que es bien distinto del afán de captura de rentas que caracteriza al capitalismo de amigos, que, como hemos visto, aún no ha sido erradicado.
Esperemos, además, que las provincias ejerzan el contralor requerido para que los nuevos concesionarios petroleros cumplan estrictamente con sus compromisos y con las obligaciones de inversión asumidas.
El Estado nacional tampoco puede estar ausente en el diseño de nuevas políticas eficaces para ensanchar la base de nuestros recursos energéticos. Para ello, es esencial la instrumentación de una política petrolera que sea previsible, transparente y que inspire confianza para importantes inversiones de riesgo. Los ejemplos sobran. Sobre todo, entre nuestros vecinos. No hay ninguna maldición geológica que nos condene a quedarnos sin gas ni petróleo. Es muy posible que repongamos en el futuro el equivalente a los 450 millones de cabezas de ganado consumidas.
El autor es economísta
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domingo, 15 de noviembre de 2009

Los problemas de nuestro país son estructurales. Por Rodolfo Terragno

(Columna publicada en Clarín el 14/11/2009)
No pueden resolverse en un período de gobierno. Ni en dos. Los problemas económicos y sociales de la Argentina son demasiado profundos. Imaginemos. Este mediodía asume un nuevo gobierno, comprometido con el desarrollo. Estalla la euforia: en la población y los mercados. A lo largo de los próximos cuatro años, los inversores llegarán en masa. El país tendrá, en medio de la crisis global, un crecimiento asombroso: año tras año, 8%. Al terminar el mandato de este "Gobierno", tendremos el ingreso per cápita que (hoy) tiene Estonia. ¿Qué hará falta para alcanzar el actual nivel de España?
Seguir creciendo a 8% anual; y armarse de paciencia. Sólo en 2019 llegaremos al ingreso por habitante que los españoles disfrutaron en 2008. El cálculo, aunque no lo parezca, está hecho del modo más favorable a la Argentina. El ingreso no fue medido en dólares-dólares sino en "dólares internacionales": una unidad teórica, que valora el poder adquisitivo de cada país. Se supone que, si uno pagara en "verdes", algunos consumos resultarían más baratos aquí que en otras partes. Por eso, estipulando el PIB en esos quiméricos "dólares internacionales", la economía nacional aparece algo más fuerte, y la Argentina sube unos puestos en el Campeonato Mundial del Producto por Habitante. No demasiados. Según el Banco Mundial, en dólares corrientes somos el 55° país de la Tierra. En "dólares internacionales", el 47°. Para subir al umbral del primer mundo necesitamos planificación, consensos y tenacidad. Precisamos, también, una visión amplia. Mucho más amplia de la que se tiene con anteojeras macroeconómicas. El desarrollo social no ha de ser visto como consecuencia sino como requisito del desarrollo material. Además de clamar al cielo, la pobreza disminuye la productividad general y golpea en las cuentas fiscales. El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica ha relevado los ingresos de los distintos sectores. Su estudio muestra que, en la Argentina, un tercio de la población vive en condiciones indignas. Con otro método, el INDEC calcula que los pobres son "sólo" un sexto de los habitantes. En vez de jugar al sombrío PRODE de la pobreza, tratando de acertar la verdadera cifra, cotejemos nuestro desarrollo humano con el de otros países. Las Naciones Unidas -empleando datos ajustados y métodos uniformes- evalúa condiciones de vida por doquier. Sus investigaciones permiten trazar este panorama: Esperanza de vida al nacer. En toda nación desarrollada, supera los 80 años. En Israel, llega a 80,3. En Corea del Sur o Malta se aproxima a los 80. En el sultanato de Brunéi es de 76,7. En la Argentina, está en 74,8. Pobreza. Hay menos en Albania, Azerbaiyán o Jordania que en la Argentina. Indigencia. Hay menos en Bielorrusia, Bosnia-Herzegovina o Jamaica que en la Argentina. Desempleo. Chipre tiene la mitad del que se padece en la Argentina. En Malasia, 66 por ciento. Tuberculosis. Esta enfermedad denuncia infortunadas condiciones de vida. Los "factores de riesgo" son: pobreza, malnutrición, hábitat inadecuado, falta de atención médica y abuso del alcohol o las drogas. Casos anuales por cada 100.000 habitantes: en Chile, 16; en Dominica, 24; en la Argentina, 51. Niños que mueren antes de los 12 meses. De cada 1.000 nacidos vivos, en el mundo desarrollado fallecen 4 por año. En Chile, 3. En la Argentina 15. Niños que mueren antes de los cinco años. En Lituania, 9. En Croacia, 6. En la Argentina, 18. Madres que mueren en el parto. Por cada 100.000 niños vivos, cada año perecen, en Grecia, 3 parturientas. En Israel, 4. En Croacia, 7. En la Argentina, 77. Desigualdad. La pobreza se vuelve más irritante -y sus efectos más disgregadores - cuando una parte de la población es mísera y otra parte es opulenta. Naciones Unidas mide la desigualdad, en cada país, calculando la diferencia de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre. En Alemania, de 6,9 veces. En Estados Unidos -presunto reino de la codicia- 15,9. En la Argentina, 31,6. Inseguridad. Lo han probado numerosos estudios internacionales: donde crece la desigualdad, crece la delincuencia. Un correlato entre ambos fenómenos lo ofrece la estadística criminal comparada: por cada 10 asesinatos que se cometen en Alemania, en Estados Unidos se cometen 56 y en la Argentina 95. No habrá magia que acabe con estos problemas. Ni gobierno que los resuelva en soledad. La faena exige un amplio compromiso político. Para que nuestra economía crezca a tasas elevadas durante largo tiempo, se requiere -entre otras cosas- una fuerte inversión (35 por ciento del PIB), que no se logrará si no se otorgan garantías de estabilidad jurídica y no se facilita la rentabilidad. Para comprimir la pobreza y la desigualdad hace falta, entre otras cosas, mudar de sistema tributario. Hoy, un obrero o empleado ve cómo le quitan, todos los meses, una tajada de su sueldo bruto. Y, luego, observa cómo su sueldo neto es diezmado por el IVA: ese tributo que cae por igual sobre millonarios y villeros. En cambio, el que vende acciones no paga impuestos. Tampoco el que hace plata en el casino financiero. Ni el heredero que recibe una fortuna forjada por otros. Es difícil (pero indispensable) cumplir ambos objetivos a la vez: alentar la inversión masiva y redistribuir el ingreso. Países como Noruega o Suecia hacen, con éxito, ambas cosas. Van a buscar al capital. Gratifican a quien quiera ganar dinero produciendo. Pero disponen de un régimen tributario que, además de recompensar al desvalido, crea recursos para que el Estado -profesional, eficiente y límpido- desarrolle, entre otras cosas, la educación y la salud públicas.

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domingo, 1 de noviembre de 2009

Nos conviene apostar por la energía nuclear. Por Felipe de la Balze

(Nota publicada en Clarín - 01/11/2009)
La Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático, que se reúne en Copenhague el mes próximo, pondrá en la palestra la necesidad de promover energías limpias en sustitución de aquellas contaminantes que contribuyen al calentamiento global como el petróleo, el gas y el carbón. El consumo de electricidad en la economía mundial se duplicará durante los próximos treinta años. Satisfacer dicha demanda emitiendo menores cantidades de gases contaminantes costará tiempo y plata.

Las llamadas energías renovables están incrementando su participación en la matriz energética global. Es tentador pensar que el sol y el viento (que son gratis) y los biocombustibles puedan ser una fuente infinita de energía no contaminante. Desafortunadamente, las energías renovables sufren algunas limitaciones. Los costos aún son altos en comparación con el carbón y el petróleo, y su difusión requerirá subsidios gubernamentales por bastantes años. La luz solar y el viento son intermitentes y no pueden proveer la electricidad masiva que necesitamos hasta tanto no se desarrollen formas económicas de almacenamiento. Los biocombustibles requieren el uso de grandes extensiones de tierra, lo que incrementa sensiblemente sus costos y el precio de los productos sustitutos.
Sin duda, futuras innovaciones tecnológicas facilitarán una mayor participación de estas energías renovables en la matriz energética. Pero, en el mediano plazo, es poco realista asumir una rápida sustitución de la generación eléctrica de origen fósil (que provee más del 70% de las necesidades mundiales) por energías renovables. No existen, por ahora, fuentes de energía limpias, masivas y competitivas que no sean la nuclear y la hidroeléctrica.
Después de dos largas décadas de letargo, la energía nuclear retornará al centro del escenario energético mundial. El nuevo interés tiene fundamentos sólidos en la realidad. Los costos de la energía nuclear son mucho más bajos que los de una usina eléctrica convencional. Las usinas nucleares casi no emiten gases de efecto invernadero. Además, los nuevos reactores son más seguros, tienen mayor vida útil y menores costos de mantenimiento.
El tema de los desechos nucleares tóxicos generados por las plantas no está resuelto, aunque los reactores más nuevos producen menores cantidades. Por el momento, los desechos son reprocesados y reutilizados como combustible en la propia planta (como en Francia) o depositados en lugares seguros en las propias plantas a la espera de una solución más permanente (esto ocurre en la mayoría de los países, inclusive en la Argentina).
Los costos de construcción de las usinas nucleares son muy altos, lo que dificulta su financiamiento en los mercados de capitales. Usualmente, los nuevos proyectos dependen de la obtención de garantías gubernamentales. Por esta razón, algunos piensan que el futuro estará en reactores más pequeños que serían más seguros, menos costosos y más rápidos para construir. La Argentina, Sudáfrica y Corea están realizando investigaciones sobre este tema.
En la actualidad, 439 usinas nucleares, dispersas en 31 países, proveen el 15% de la electricidad mundial. La amenaza del calentamiento global, así como la buena experiencia acumulada en la operación de dichas plantas, está modificando la imagen de la energía nuclear en la opinión pública. Treinta y cinco reactores están en construcción. La mayoría de ellos en países en vías de desarrollo que decidieron incrementar la participación de la energía nuclear en su matriz energética. En los Estados Unidos, después de casi 25 años, una agencia gubernamental (la Tennesee Valley Authority) está construyendo una usina atómica y en Washington se está discutiendo la posibilidad de un relanzamiento de la energía nuclear.
En Europa, después del accidente de Chernobyl (Ucrania, 1986), la mayoría de los países, presionados por su opinión pública, congelaron sus programas nucleares. A pesar de ello, aproximadamente el 30% de la energía consumida en Europa en la actualidad es generada por 150 plantas nucleares, en su mayoría construidas antes de 1986.
Francia y Finlandia están construyendo nuevas usinas atómicas y el gobierno británico anunció el relanzamiento del programa de energía nuclear. Varios países europeos, que habían decidido gradualmente cerrar sus usinas nucleares, optaron por mantenerlas en funcionamiento. El gobierno alemán de Angela Merkel está considerando postergar la decisión de clausurar sus 18 plantas atómicas para el año 2022. España también resolvió postergar el cierre de su planta más antigua.
En Italia, en 1987, un referéndum popular cerró las plantas nucleares en funcionamiento. Sin embargo, recientemente una ley del Parlamento reabrió la puerta y Electricite de France y Enel (la principal compañía eléctrica italiana) están realizando un estudio de factibilidad para construir cuatro usinas atómicas en suelo italiano.
En la Argentina, el gobierno nacional ha propuesto, con buen tino, reactivar el sector nuclear. Se decidió completar y poner en marcha (2011) la usina de Atucha II y extender la vida útil de la Central Embalse por otros 25 años. La Comisión Nacional de Energía Atómica ha sabido realizar una labor inteligente de absorción de tecnología, resolver problemas tecnológicos complejos (como el enriquecimiento de uranio por difusión gaseosa) y fortalecer la infraestructura científico-tecnológica nacional.
El próximo desafío es producir conceptos tecnológicos propios que puedan transformarse en proyectos viables e internacionalmente competitivos.
La construcción de un reactor para usinas eléctricas pequeñas y medianas, a partir de un prototipo concebido, diseñado y construido en el país (el proyecto CAREM) es un paso lógico para avanzar en la concreción de dicha ambición.

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