miércoles, 28 de enero de 2009

La política exterior de Lula. Por Jorge Castro


(Publicado en Perfil - Domingo 25 de enero de 2009)

Hace seis años Brasil era una potencia regional en América del Sur; no lo es más. Ahora es un actor global, reconocido como tal por las grandes potencias: Estados Unidos, Unión Europea, China, etc.
La modificación de su estatus internacional se debe a causas internas y externas, estas últimas las fundamentales.
Las causas internas son que Brasil se ha convertido en un país más rico, estable y consolidado institucionalmente que hace seis años; y también menos desigual socialmente.
Es la primera vez en la historia brasileña en que el crecimiento económico coincide con una reducción de las desigualdades sociales.

Las causas externas son las decisivas; en este período emergió una nueva estructura de poder en el mundo; su rasgo central es que más del 80% del crecimiento de la economía mundial es obra de los países emergentes, China en primer lugar.
Este fenómeno central hizo que Brasil, como todos los emergentes, escalara en la jerarquía del poder mundial y de esa forma modificara, irreversiblemente, su estatus internacional.
Este cambio de escala ha modificado la naturaleza de la política exterior brasileña, ante todo en relación con sus vecinos, en primer lugar la Argentina.
El resultado es que su participación en la política mundial ya no es función de su peso relativo en la subregión sudamericana, sino que expresa ahora, y es consecuencia, de la nueva estructura del poder mundial.
Dentro de los emergentes, Brasil presenta dos diferencias cualitativas. En primer lugar, su capacidad de atracción de inversión extranjera directa (IED), el flujo fundamental de la globalización. Este rasgo estratégico está unido, y es parte, de su extraordinaria aptitud para atraer capitales del sistema mundial a través de la Bolsa de San Pablo.
El segundo es la importancia creciente de la transnacionalización de sus industrias y empresas, a la cabeza de América latina y sólo por atrás de China.
El “Brasil protagonista” de los últimos seis años es el que actúa a partir de su nuevo estatus internacional. Sus derrotas y límites en América del Sur –nacionalización de Petrobras en Bolivia resuelta por Evo Morales en 2006, y expulsión de Odebrecht en Ecuador y negativa a devolver el préstamo de 243 millones de dólares del BNDES por el presidente Rafael Correa (septiembre 2008), entre otros– han tenido lugar desde, a partir, y en gran parte como consecuencia de su nueva plataforma internacional.
Es paradójico que Brasil, a medida que profundiza su condición de actor global, pareciera estar cada vez más “aislado” en América del Sur.
Es sólo un fenómeno óptico. Ocurre que la región en su conjunto y en especial los países que se definen por una política sistemática de desconexión del sistema mundial –Venezuela, Bolivia, Ecuador– están cada vez más aislados de las corrientes de fondo del capitalismo en su fase de globalización.
Lo decisivo del papel mundial de Brasil, expresión de una política exterior que se revela a partir de su nuevo estatus internacional, es el acuerdo con EE.UU. en la fase final de la Ronda de Doha (julio 2008), en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
El acuerdo con EE.UU., por el que Brasil aceptó una reducción significativa de sus aranceles industriales como contrapartida a la disminución de los subsidios y a la apertura de los mercados agrícolas en los países del G-7, es una decisión que marca un punto de inflexión en la historia de la política exterior de Brasil, que equivale al traslado del eje internacional desde Gran Bretaña a EE.UU., realizado por el Barón de Río Branco en 1906; o la declaración de guerra al Eje, por impulso de Getulio Vargas y Oswaldo Aranha, en octubre de 1942.
El contenido histórico del acuerdo con EE.UU. puede formularse así: Brasil dejó de actuar como un país emergente, todavía virtualmente reivindicador, y asumió su condición de integrante de la nueva plataforma de poder mundial en los próximos 25 años, junto con EE.UU. y China. Hay que prever que Brasil aumentará su importancia mundial en los próximos 10-15 años y por eso no teme, ni temerá, la apertura creciente de su economía, sinónimo de integración irreversible en el capitalismo en su fase de globalización.
Esta convicción fue expresada por el presidente Lula en el texto del G-20 (15/11/2008), el nuevo “Consenso de Washington”.
En relación inversa a su nuevo estatus global, pierde para Brasil importancia relativa el Mercosur y la alianza estratégica (“Parceria”) con la Argentina. El Mercosur, y en general América del Sur, era la plataforma desde la que podía proyectarse como actor global. Ese objetivo ha sido ahora logrado: ya es un actor global. Por eso la región y la Argentina pierden importancia relativa en su proyección internacional.
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Sin espacio para la reconciliación. Por Javier González Fraga


(Publicado en La Nación - Miércoles 28 de enero de 2009)

Hace ya casi un año advertí que la importación de carne desde Brasil era un escenario que no podíamos descartar si seguían los desaciertos de nuestros funcionarios. Lo que siguió superó todo lo negativo que podríamos haber imaginado.
A las pocas semanas de aquel comentario estalló la crisis con el campo, cuyo detonante fue el anuncio de la resolución 125, que incrementó las retenciones. Pero la verdadera bronca del sector provenía de la incapacidad del gobierno de los Kirchner, especialmente desde 2005, de entender la problemática del productor agropecuario, y seguir confundiéndolo con categorías ideológicas de 80 años atrás.
Esta sensación se mantiene hasta estos días, y por eso ya prácticamente no queda espacio para una reconciliación. Por más anuncios que se hagan o beneficios que se repartan, el productor agropecuario está francamente decepcionado por una política económica que no sólo lo ha abandonado sino que pretende ponerlo de rodillas y quebrarlo. Y, a diferencia de otros sectores productivos, la dignidad y los valores morales son todavía importantes en el hombre de campo, que no se parece para nada a una sociedad anónima. Ellos podrían muy bien decirle a Kirchner, parafraseando a Barack Obama: "Vamos a durar más que vos".
Los perjuicios producidos por la política del Oncca, en momentos en que el mundo estaba ávido por adquirir nuestros alimentos, han sido inmensos.
Los controles de precios, las limitaciones para exportar carnes, trigo y lácteos, la sospechosa apreciación del peso de mediados de año, las compensaciones arbitrariamente distribuidas, y las intervenciones extraoficiales de la Secretaría de Comercio Interior constituyeron un desastre económico difícil de cuantificar.
Pero el resultado quedó a la vista:
Las exportaciones de carnes en 2008, cuando los precios fueron extraordinarios, fueron la mitad de las de tres años antes, y menores a las de Uruguay, que tiene la tercera parte del stock ganadero de la Argentina.
La faena de vientres estuvo cerca del 50% en 2007 y en 2008, lo que significa que nos comimos "la fábrica de terneros", y el peso promedio de faena es el menor en muchos años, con lo que faltarán novillos gordos para exportación este año y el próximo.
Se han perdido exportaciones lácteas por 200.000 toneladas en los últimos dos años, cuando los precios llegaron a superar los 5000 dólares por tonelada, frente a los menos de 2000 dólares de hoy. Esto le generó a nuestra industria, que está casi quebrada, una pérdida por ventas superiores a los 600 millones de dólares.
Consecuentemente se cerraron cientos de tambos pequeños, y desaparecieron muchos rodeos de cría de pequeños productores, mientras grandes productores se instalaron en el norte, y los amigos del poder reciben granos y subsidios.
¿Y cual fue el beneficio social de estas políticas, que quebraron a miles de pequeños productores, debilitando los pueblos del interior, y destruyeron decenas de miles de empleos?
Lograron reducir el precio del lomo y de los quesos duros, para feliz asombro de nuestros turistas y de los consumidores de mayores ingresos. Pero el pueblo, que consume asado y leche, tuvo que pagarlos a precios mucho más altos que si se hubiera permitido exportar los productos más apreciados.
Como consecuencia de estas políticas (¿políticas?), nuestra ganadería y nuestra lechería están hoy condenadas a una severa caída en la producción.
Los campos no pudieron, por falta de rentabilidad, hacer reservas de alimentos, y las pasturas se están secando ante las inclemencias climáticas. Los maíces vienen muy mal, al igual que los otros forrajes, y si se confirman los pronósticos de falta de agua por varios meses más veremos un verdadero desastre.
Es cierto que el Gobierno no es el responsable de la sequía ni de la crisis internacional. Pero sí es el responsable de haber provocado que los tamberos hayan cobrado un 30% menos que los de Brasil, Chile o Uruguay. Y que nuestros ganaderos vendieran a mucho menos de un dólar el kilo vivo, cuando los uruguayos y los brasileros cobraban un 50% por encima de ese valor, y en algunos meses de 2008, casi el doble.
De no haber tenido ni controles de precios ni limitaciones a las exportaciones ni el resto de las trabas burocráticas y muy poco transparentes que impuso el Oncca, nuestros productores habrían tenido los recursos suficientes para tener reservas de forrajes, o simplemente los ahorros para poder aguantar financieramente esta sequía, que genera gastos de suplementación alimenticia o de combustible para riego en los que disponen de esa alternativa.
Ya no importa que las exportaciones y los ingresos fiscales caigan en muchos miles de millones de dólares. Esas son abstracciones que el gran público no entiende, aunque también finalmente los afecta porque comprometen la estabilidad macroeconómica.
Mucho más concreto va a ser que los argentinos vamos a tener que consumir menos carne y menos leche, y probablemente, también menos pan en el resto de 2009, y probablemente en 2010. Podrán inventar que la inflación de 2008 fue 7,2%, pero no van a poder inventar una vaca ni un litro de leche cuando no lo tengamos disponible. Tampoco van a poder controlar los precios de los productos cuando su oferta sea escasa, aunque seguramente sí van a poder inventar conspiraciones de la Sociedad Rural, los ganaderos oligarcas u otros fantasmas de turno.
Ojalá se equivoquen quienes pronostican sequía por muchos meses más. Ojalá no sea necesaria tanta calamidad para que nuestra dirigencia comprenda la necesidad de revertir drásticamente la política agropecuaria que se implementó desde 2005.
El autor es economista y fue presidente del Banco Central
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lunes, 19 de enero de 2009

Una pedrada de Oliver Stone. Por Gonzalo Neidal

(Publicado en La Mañana de Córdoba. Lunes 19 de enero de 2009)

Oliver Stone se pasó de la raya al intentar un concepto breve y abarcador sobre Eva Perón.
Definió a Evita como “una mezcla de santa y prostituta”.
E inmediatamente encontró una respuesta contundente por parte de dirigentes y gremialistas peronistas, que se sintieron legítimamente indignados por la ligereza del director de cine norteamericano.

Probablemente, aunque sin fortuna al elegir las palabras, lo que Stone quiso explicitar en su osada y liviana definición, ha sido la vertiginosa trayectoria de Eva desde sus orígenes humildes y su paso por el espectáculo hasta su entronizamiento como abanderada de los humildes, sitial que ocupa en la iconografía peronista. Son las licencias que creen que pueden permitirse los algunos hombres famosos acá, en Sudamérica, designación indeterminada con la que suelen referirse a todo lo que queda de continente al sur del Río Bravo.
Habría que ver qué sucedería en los Estados Unidos si el propio Stone, o un cineasta extranjero, se refiriera de similar manera respecto de Jacqueline Bouvier, la esposa de John Kennedy o de cualquier otra primera dama destacada que haya transitado por un pasado diversificado y poco convencional antes de revestir como esposa presidencial.
De todos modos, no es como para que los dirigentes peronistas se rasguen las vestiduras y se sientan demasiado ofendidos. Dejando la moral de Evita a salvo, desde lo político hubiese sido más preocupante si la mirada de Stone sólo hubiera divisado una Evita estrictamente santa. Eso hubiera significado que ese torbellino llamado Eva Perón ya ha sido digerida y canonizada debidamente por la cultura del norte. Sería una Evita inofensiva, pacífica, despojada de rebeldía, con tonos de una beatitud que a todas luces le resultaban extraños. Una suerte de Madre Teresa de la política. Una Evita ajena al perfil reo que constituía uno de sus rasgos distintivos. En cierto modo, teniendo en cuenta de dónde proviene la calificación, lo de “santa” debería merecer más la indignación que el otro adjetivo.
Además, hay otra cuestión. Algunos de los peronistas que se han sentido ofendidos, se han salteado una ocasión también apta para una indignación similar. La tercera esposa de Perón también fue insultada con un calificativo similar, en presencia de su esposo, que a la sazón era el presidente de la Nación. En el famoso acto del 1ª de Mayo, frente al balcón de la Casa Rosada, la izquierda peronista entonó algunos cánticos que generaron la enérgica reacción de Perón, que los echó de la plaza, furioso. Los montoneros aludieron malamente a Isabel Perón y al propio Presidente, como presunto marido desairado.
Muchos de los expulsados de ese día hoy revisten como funcionarios y les resultará inaceptable la comparación entre Evita e Isabel.
Pero muchos de ellos tampoco terminan de digerir al propio Perón ante el cual anteponen la figura de Eva, a la que hacen depositaria del espíritu revolucionario del peronismo del cual su líder y creador, piensan, se había apartado en sus últimos años de vida.
A partir de esta experiencia, Stone debería darse cuenta de lo difícil que le resultará comprender los códigos y sentimientos políticos de este frondoso territorio sureño.
Quizá le convenga seguir probando con las guerras, crímenes y magnicidios de su propio país.
Tiene allí material de sobra.
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sábado, 17 de enero de 2009

La guerra de las palabras. Por Tomás Abraham


¿Es posible pensar que ante los hechos en la Franja de Gaza ya no sirvan las palabras? Hay una sensación de que lo que se dice deja de lado lo único que cuenta, es decir la matanza de la población civil, de niños, mujeres, ancianos, de los desprotegidos. Nuestra conciencia no acepta que se contabilice en nombre de una lucha armada un “costo” de la guerra que implique este vil asesinato. Sin embargo, lo que sucede en aquella frontera es un problema político, es decir un conflicto de intereses, de poderes, también de creencias, de ideologías, y por lo tanto, de palabras.
André Glucksman escribe una nota en la que desvirtúa la crítica que se hace de la avanzada israelí como “desproporcionada”, señalando que cuando la lucha es entre enemigos a muerte no hay medida de proporcionalidad.
Quintín responde en este diario que desde ese punto de vista los israelíes estarían autorizados a arrojar una bomba atómica o torturar a todos los palestinos. También podríamos imaginar que en caso de aceptar el argumento de que hay medida y proporción aun en las guerras, el ataque a las Torres Gemelas es un hecho mínimo respecto de los daños que el imperialismo norteamericano inflige a los pueblos de Medio Oriente o que las bombas en la estación de trenes de Madrid es también un hecho mínimo respecto de la acción y apoyo del gobierno español a la guerra de Bush en Irak.
La lógica de la proporcionalidad es confusa porque soslaya lo que debe ser claro: las guerras y los que las comandan –en las que se matan civiles a mansalva– son responsables de actos criminales de lesa humanidad más allá de toda comparación.
El gobierno de Israel lleva a cabo un acto criminal. No el Estado y la nación israelí, sino el personal gubernamental de turno. No hay justificación por esta matanza de niños aduciendo que Hamas tiraba cohetes desde Gaza. Un muerto israelí en seis meses muestra, por el contrario, que a pesar de la intranquilidad de una frontera en la que viven del otro lado cientos de miles de refugiados y un grupo político islamista en el poder, la situación estaba bajo control.
Los diarios del mundo señalan que el partido del gobierno remontó aceleradamente su posición en las encuestas de las elecciones del mes que viene, y que sus candidatos ahora son favoritos. Esto muestra algo más preocupante. La opinión pública israelí está a favor de esta matanza y no elige otra solución que ahogar en el terror al pueblo palestino.
Escribí que el gobierno de Israel comete un crimen de lesa humanidad, y a pesar de esto, en este mundo de las palabras, se pronuncian muchas y se levantan consignas que muestran el otro lado de esta condena, la de los que aprovechan esta oportunidad que brinda el terror para predicar odios asentados y conseguir adeptos ideológicos.
Todos los que sostienen que Israel no tiene derecho a existir; los que dicen que es una cuña del imperialismo yanqui; los que justifican el terrorismo islámico diciendo que es de resistencia; quienes usan el genocidio del pueblo judío perpetrado por los nazis y sus cómplices para proclamar que sus descendientes no son diferentes de los verdugos de sus padres; aquellos que no reconocen que, si bien Israel es culpable de estas muertes, la responsabilidad política también le corresponde a las teocracias árabes que desde hace sesenta años amenazan con arrojar judíos al mar; todos ellos encuentran ahora un lugar para desagotar su ideología.
Usan a los niños palestinos muertos de escudo moralizador para despertar horror en las conciencias, pero sólo lo hacen porque los que los matan no lo hacen en nombre de una resistencia. De ser guerrilleros pronunciarían una amonestación de etiqueta y luego justificarían el trasfondo de una lucha por la liberación.
Hemos visto a escuderos ideológicos que aprobaron la muerte de los miles que trabajaban en las Torres Gemelas; a quienes siguen vivando los actos terroristas de las formaciones especiales en los setenta; a quienes nunca han hecho una autocrítica por el asesinato de millones de rusos por el stalinismo comunista y que ahora le gritan nazis a los israelíes; vemos a quienes jamás han levantado un dedo de indignación por la muerte de civiles bosnios o que ni siquiera están enterados de las masacres de niños en Sudán, o que ignoran la muerte de niños nicaragüenses en manos de sandinistas, y de tantos crímenes de lesa humanidad que no les conviene; todos ellos se muestran hoy espantados.
Por eso la indignación común no une. Por eso también cuando sucede algo como lo que está sucediendo en la Franja de Gaza se hace imprescindible hilar fino en la guerra de las palabras. La guerra de los hechos abre la esclusa para que nos inunden palabras con las que nada tenemos que ver.
Nos vemos atrapados por una celada. Si participamos del debate ideológico, el de las palabras, y defendemos el derecho a la existencia de Israel; si condenamos a todos aquellos que denigran el genocidio del pueblo judío diciendo que hacen sufrir del mismo modo en que sufrieron, por lo que en algo serían merecedores retrospectivos de lo que les ocurrió; si marcamos nuestra diferencia con los que hacen equivalencias espirituosas entre franja y gueto; si denunciamos a los que usan a los niños muertos para incrementar el odio y fortalecerse; si encontramos en muchos la renovación de un antisemitismo mal digerido por la burguesía argentina y listo para salir cuando la tranquera está abierta; si denunciamos todo esto, nos enlodan diciéndonos que justificamos la matanza de los niños palestinos.
El chantaje moral es un buen invento de nuestra política. Muchos han hecho uso y abuso del mismo estos últimos años. Si denunciamos la pseudopolítica de derechos humanos de este gobierno, dicen que estamos con los torturadores. Si condenamos la metodología guerrillera de los setenta, nos dicen procesistas. Si criticamos a alguna organización de los derechos humanos, nos tildan de demonios. Si defendemos el derecho de los padres a organizarse y denunciar los secuestros de sus hijos, nos dicen blumberistas protofascistas.
El chantaje es fácil de implementar. En la crisis del campo tuvo otra buena oportunidad. Quien criticaba la acción política de un gobierno que se equivocaba en casi todo respecto de una reivindicación masiva estaba con los oligarcas, con los procesistas, con los gorilas.
No es fácil escaparse de esta celada. Abundan en nuestra sociedad los vengadores de pobres, los protectores de algunos niños, los progresistas morales que bien se acomodan con Dios y con el Diablo, los buscadores de víctimas y los maniqueos de la historia.
Debe haber pocas sociedades en la que conviven un sistema de ilegalidad sin fisuras, una corrupción estatal y privada sistémica y un coro de ángeles progresistas y revolucionarios tan estridente.
La guerra de palabras nos lleva lejos, nos desvía del camino, nos mete en terreno fangoso. Pero es ineludible. Testimonia la dificultad de hallar compañeros de ruta, la falta de más Baremboin, más Grossman, más de los que pelean en Israel por la paz ahora, los que toman conciencia de que la guerra no es la continuación de la política sino su fracaso y que su costo es la sangre de los pueblos.
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jueves, 15 de enero de 2009

Continuidad y ruptura. Por Yoani Sánchez


(Publicado en El País, Madrid, jueves 15/1/2009. Yoani Sánchez es escritora cubana, premio Ortega y Gasset y autora del blog 'Generación Y')

En el 50º aniversario del triunfo revolucionario en Cuba, no queda claro si lo conmemorado es la continuidad de un proceso político o la permanencia en el poder de un grupo de personas. Los extensos artículos publicados en estos días van desde la felicitación por el cumpleaños de una criatura viva hasta la agria crítica al prolongado gobierno de unos pocos.

Los hombres en la cúpula de mando siguen siendo los mismos desde 1959, con excepción de los fallecidos y los exiliados. Ellos han cambiado muy poco, aunque la propia revolución se ha transmutado y negado siempre que su sobrevivencia haya estado en peligro. Así tuvimos tiempos de euforia y apoyo popular, melenas y crucifijos recién bajados de las montañas que terminaron por subordinarse al ateísmo y apretar el gatillo, después de juicios sumarios.
Llegaron los años "prosoviéticos", y el encartonado primer congreso del Partido Comunista en 1975 nos unió con un largo grillete a las cúpulas del Kremlin. En los ochenta se lanzaba el "proceso de rectificación de errores" seguido del "periodo especial", hasta llegar a nuestros días, en que la brújula política parece haberse dislocado y el marxismo leninismo ya no se escucha ni en boca de los dirigentes.
En todo este tiempo, la llamada "dirección histórica de la Revolución" ha impedido la aparición de al menos dos generaciones de políticos. En los primeros años de la década del sesenta, Ernesto Guevara decía: "La juventud es la arcilla fundamental de nuestra obra". No obstante, en el horno del poder nunca llegó a cocerse la cerámica de lo nuevo.
Los veteranos nunca han querido entregar el bastón y los jóvenes que han corrido tras ellos ?con la ilusión de formar parte del relevo? han sido forzados a abandonar la carrera, cuando no han caído a causa de alguna zancadilla. El motivo de esta reticencia tiene un fuerte componente de desconfianza, ante el temor de que los advenedizos pretendan una ruptura ideológica. Pero lo más determinante ha sido que a la "dirección histórica" de la revolución, la única continuidad que le interesa, realmente, es la de seguir ejerciendo el poder. La prueba de eso se descubre cuando se enumeran todas las rupturas políticas que han tenido que hacer estos hombres para seguir al mando del país. Han puesto su deseo de conservar el timón por encima de ideologías, alianzas estratégicas, obligaciones para con su pueblo e incluso, a causa de esa adicción al mando, han roto cientos de sus primeras promesas.
La juventud no se caracteriza por tener mucha paciencia, pero sabe que tiene tiempo. Por muy longevo y saludable que sea un timonel, tarde o temprano tendrá que soltar el gobierno de la nave que conduce. Lo primero que rectificarán aquellos que logren entrar a la cerrada cabina será el rumbo, y es muy probable que también arranquen las páginas de la bitácora. Esa secuencia de pliegos falseados que cuentan las heroicas peripecias de la antigua tripulación, esa que ?en medio siglo? nos hizo creer que el barco le pertenecía. Ver para creer.
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martes, 13 de enero de 2009

El fin del falso progresismo. Por Jorge Fernández Díaz

Comían en un restaurante del centro y se quedaban conversando hasta la madrugada. Hacían un análisis detallado de la marcha del país y soñaban juntos con lo que sucedería si llegaban al poder. Durante años de menemismo tardío y alianza reluciente, Néstor Kirchner se reunía con uno de sus principales aliados nacionales, hoy desterrado de su gabinete y del país, y hablaba a borbotones de las políticas fundamentales que habría de poner en marcha si llegara a ser presidente de la Nación. Sin saber que el sueño algún día se volvería realidad.

"Te juro que tocamos todos los temas nacionales, hasta los más ínfimos ?me cuenta el desterrado?. Y nunca, jamás de los jamases, mencionó la política de derechos humanos ni los juicios a los represores de la dictadura militar." Inmediatamente después de asumir la Presidencia, Kirchner sorprendió a su amigo al colocar esa problemática al tope de su agenda.
Dos meses después de la llegada de Kirchner a la Casa Rosada almorcé con otro miembro de su entorno, al que conocía desde el otoño de mi propia adolescencia.
Recuerdo que cuando yo era joven él militaba en un partido trotskista y que era un gran jugador de ajedrez. Muchos años después, se ufanaba ante varios contertulios, entre los que yo me encontraba, de su heroica militancia en la Juventud Peronista de la Tendencia. "¡Pero si vos eras trosco y odiabas a los montos!", le recordé. Me lo negó sin pestañear, como si yo estuviera loco. Luego me encontré con dos ex compañeros suyos y me relataron una escena parecida. Estaban escandalizados: el flamante funcionario se había inventando un pasado para pertenecer al círculo áulico de Kirchner. Un ilusorio ayer, como decía Borges. Y se había creído la mentira.
Por aquellos tiempos almorcé también con un ex jefe de la organización Montoneros. Fue un almuerzo un tanto surrealista, puesto que ocurrió en una suite del más famoso hotel de la zona de Retiro.
Los montoneros cantaban, en los setenta, "¡Qué lindo, qué lindo que va ser el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel!". Pero ahí estábamos, en una habitación del Sheraton, degustando platos de autor y libando vinos exquisitos. El ex dirigente se había convertido en un próspero empresario y me citaba para contarme sus múltiples negocios.
Cuando Mario Eduardo Firmenich salió de prisión, el hombre que comía frente a mí y me servía la copa le había dicho: "Pepe, se acabó. Ahora, cada uno por su cuenta". El comandante Pepe siguió un tiempo vinculado a la política, pero mi interlocutor se había desprendido del guerrillerismo y se había abocado con tesón y éxito evidente al mundo de las empresas. Curiosamente, este personaje se sentía más proclive a reconocer errores que muchos intelectuales setentistas: les había pedido perdón a varios de sus antiguos contrincantes políticos, a los que Montoneros había despachado a golpes de granada y metralleta, y tenía mucho pudor en andar levantando el dedo como si pudiera ser fiscal de la República después de haber cometido tantos desatinos: haber pensado que Perón era socialista, haber pasado a la clandestinidad bajo un gobierno democrático, haber asesinado a oponentes y a compañeros, y otras aberraciones de la época.
"¿Y qué piensa de los Kirchner?", le pregunté. El ex dirigente montonero se limpió la comisura de los labios y dijo, educadamente: "Durante la revolución sandinista, el pueblo tomó Managua y los sectores derechistas debieron abandonar en las calles el armamento que tenían y echar a correr. Cuando la batalla había terminado, los estudiantes, que se decían milicianos, salieron de sus casitas y de las facultades, tomaron posición en los nidos de los armamentos abandonados y estuvieron toda una noche disparando contra la oscuridad y contra la nada porque ya no había nadie. Después pidieron medallas. Eran jacobinos con los enemigos, y afirmaban que ellos eran los que habían hecho posible la revolución".
Lo miré a los ojos. El veterano montonero bebió un sorbo de malbec y me dijo: "Los kirchneristas son los milicianos de Managua".
La invención de un ilusorio ayer, la brusca vocación setentista y la repentina adopción de las palabras y los símbolos de la izquierda por parte de un peronista clásico y feudal no son, en sí mismos, buenos ni malos. Son, simplemente, rasgos de un gran montaje: hacer pasar una vez más al peronismo por lo que no es.
Pero ¿por qué los Kirchner adoptaron esta estrategia? La explicación no es psicológica, sino política. Para entender la maniobra, que hoy empieza a desgajarse, hay que partir de un hecho poco estudiado. En la Argentina, el llamado progresismo lideraba la opinión pública.
El progresismo no es un partido. Es un movimiento invertebrado de gran predicamento que se reserva para sí la autoridad moral de velar por los pobres y desposeídos en un mundo dominado por el individualismo y el mercado salvaje. Se trata de un colectivo que integran restos del marxismo, socialdemócratas, ex alfonsinistas, nacionalistas de izquierda y artistas libertarios. Las posiciones progre vienen dominando históricamente el gremio de la prensa escrita, los cenáculos intelectuales y la enorme grey urbana de la queja pop, que representa las "buenas conciencias" y opera desde los sites de los medios y desde los contestadores automáticos de las radios.
Durante largo tiempo, los llamados opinators (opinadores a mansalva) sostenían posiciones "progresistas". Menem unió a toda esta gran familia en su contra: los setentistas, que por historia tenían más experiencia de lucha, condujeron el colectivo contra el riojano y lo hostigaron sin miramientos. Hijo de esa posición unificada resulta el boom del periodismo de investigación y denuncia de los años noventa.
"Contra Menem estábamos mejor", se quejaban los progresistas cuando se dividieron aguas, en época de "Chacho" Alvarez y Fernando de la Rúa: ya no estaban tan seguros de dónde estaba el bien y dónde estaba el mal.
Kirchner y su esposa tenían una pálida y remota militancia de izquierda en los setenta. Pero hicieron fortuna durante la dictadura, integraron la renovación justicialista, acompañaron el proyecto de Menem y, al final, se transformaron en los primeros duhaldistas. Eran tan peronistas que nadie podía confundirlos, en una noche de luna llena, con ningún progre , por más mala vista que tuviera.
Raquítico de votos, en un país que le quedaba grande, Kirchner se propuso entonces cautivar al colectivo progresista e incluso sentarse a su volante. Lo logró con muy poco: ofensiva contra los dinosaurios del Proceso, entrega a los setentistas de la política de defensa, subsidios para las Madres de Plaza de Mayo, empleos públicos directos o indirectos para periodistas e intelectuales adictos, y jubileo para artistas populares del palo.
Fue una estrategia sumamente inteligente y exitosa. El hostigamiento a los represores colocó al kirchnerismo como campeón de los derechos humanos y sepultó bajo ese asfalto de bronce una tonelada de indicios y sospechas de negociados turbios. El tan argentino "roban, pero hacen" fue sustituido imaginariamente por el flamante "roban, pero enjuician".
Lo que horrorizaba en el "menemato" era minimizado e ignorado en la era kirchnerista: como si la honradez progre fuera menos necesaria que la honradez neoliberal. Y así fue como muchos manuales de ética y periodismo se quemaron en la hoguera de la deshonestidad intelectual. No hay que hacerle el juego a la derecha, argumentaban los mismos que eran fiscales éticos e impiadosos del poder en los noventa. Y callaban, o relativizaban, o pateaban la pelota afuera.
Kirchner entendió como nadie esta dicotomía de buenos y malos. Si estás en el lado correcto, tenés a los opinadores a tu favor y se te perdonan los renuncios. Si los tenés en contra, perdés y caés en desgracia. Así de simple.
La anestesia fue tan grande que le permitió seguir obteniendo el apoyo de gran parte de la comunidad progresista pese a sus evidentes políticas de derecha. ¿Podríamos imaginar lo que hubiera ocurrido si Menem o Macri hubieran pagado cash y enterita la deuda externa al FMI mientras existían escandalosas cifras de miseria en el país? ¿O si Duhalde hubiera empujado una ley para permitir un blanqueo de capitales que abriera la puerta al lavado de dinero? Digámoslo en castellano: el progresismo se los hubiera comido crudos. En vez de eso, una parte importante del colectivo festejó el primer gesto como un acto de autonomía del país soberano y el segundo, como el feliz intento de repatriar inversiones para superar la crisis.
A lo largo de cinco años de gestión a todo vapor y con todo el poder, en el país de los Kirchner se abrió la brecha entre los ricos y los pobres, aumentó la concentración económica, se utilizó el superávit para subsidiar escandalosamente a los grandes consumidores eléctricos, se incrementó el gran impuesto a los desposeídos que es la inflación y se pagaron tasas usurarias a Venezuela. El matrimonio presidencial se alió con los barones del conurbano bonaerense (Aldo Rico incluido), apoyó a los gobernadores y caciques más recalcitrantes del peronismo ortodoxo, cedió poder y beneficios a los burócratas sindicales, copó el Consejo de la Magistratura, propició la censura, ayudó económicamente a dóciles periodistas de derecha, mientras echaba de la televisión a Jorge Lanata y Alfredo Leuco y de la radio, a Pepe Eliaschev, creó un sistema de empresarios amigos de dudosa prosperidad y alentó a grupos de choque que se dedicaron a amedrentar y a romper marchas callejeras de libre expresión.
La posición crítica de varios intelectuales importantes del progresismo, como Beatriz Sarlo, y la deserción de Miguel Bonasso, que no tiene relevancia política, pero sí simbólica, va mostrando que la épica progresista montada como relato y coartada tiene límites y fecha de defunción.
Otro amigo mío, que militó en la Juventud del Partido Comunista y que se divierte amargamente con las picardías de Kirchner, me dijo este fin de semana agarrándose la cabeza: "Lo increíble no es que Néstor les haya dado tanta papilla en la boca. ¡Lo increíble es que la hayan comido con tanto gusto! Y ahora, de repente, se despiertan con indigestión, abandonan la cocina y denuncian, indignados, al cocinero. ¿Cuántas veces los van a echar de la Plaza?".
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lunes, 12 de enero de 2009

Julio Cobos: de guitarrero a potro salvaje. Por Gonzalo Neidal


(Publicado en La Mañana de Córdoba - Lunes 12 de enero de 2009)

En El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde advierte que “la cosa más vulgar nos parece deliciosa si alguien nos la oculta”. Es el efecto natural de toda prohibición: estimular el deseo.
Pero los encargados de cubrir la inauguración del Festival de Doma y Folklore de Jesús María parecen ser gente un tanto más rudimentaria que el exquisito y sutil dramaturgo británico. Las cámara de Canal 7 se empecinaron en evitar un dato importante de la cobertura: las presencias del vicepresidente Julio Cobos y del gobernador de Córdoba Juan Schiaretti.

Es el Estilo K en estado puro.
Si los números del INDEC no coinciden con nuestros deseos, eso tiene fácil solución: los modificamos a nuestro favor.
Si el acercamiento entre Cobos y Schiaretti no nos gusta, si tampoco nos agrada que Cobos se anime a presentarse en un estadio lleno de gente que, además, lo aplaude, entonces lo censuramos.
Se trata de una solución muy sencilla. Y precaria.
En estos tiempos de comunicación instantánea y múltiple, resulta ingenuo pensar que la restricción a la difusión de la imagen de Cobos iba a pasar desapercibida. Inmediatamente comenzaron a circular mensajes de texto denunciando el hecho. Instantáneamente los diarios digitales informaron en Internet de la proscripción y, al otro día, la noticia ya estaba en los diarios de papel. Era inevitable que esto ocurriera.
Ahora bien, ¿el gobierno no calculó que su maniobra sería detectada inmediatamente y puesta en evidencia por el grueso de la prensa? De este modo logró dos cosas: primero, que todo el país se enterara de la presencia de Cobos y Schiaretti en Jesús María y, segundo, que todo el mundo comentara de la censura presidencial. Era inevitable que esto ocurriera.
Seguramente quizá hubiese sido más inteligente, de parte del gobierno, realizar una transmisión normal, con la cobertura obvia para estas situaciones, incluyendo la presencia de Cobos. El hecho hubiera pasado casi desapercibido e incluso algún cronista lo habría destacado como un acto de amplitud informativa. Pero no: hubo algo temperamental e instintivo que llevó al gobierno hacia la censura que, incluso, le resulta contraproducente. Algo del orden psicológico del alacrán que pica a la rana y se hunde con ella.
Es probable que haya habido una orden presidencial, que la Jefa de Estado haya hecho un alto en su convalecencia o bien se haya recuperado de su lipotimia y emitido una orden severa al respecto. También es probable que el de la orden haya sido su señor esposo. Incluso puede presumirse que el director del canal estatal, de motu proprio, haya querido mostrar su adhesión a la filosofía presidencial y haya decidido omitir a Cobos.
Veinte años atrás, cuando la TV por cable aún no existía, la totalidad de los canales importantes de Buenos Aires eran propiedad del estado nacional. Así fue, por ejemplo, durante todos los años del democrático gobierno de Raúl Alfonsín, quien no permitió que ni Mirta Legrand ni Tato Bores pudieran salir al aire. Luego vino Menem y los privatizó y tenemos la TV que tenemos, con sus aciertos y liviandades. Pero, al menos, con diversidad informativa. Pero, ¿alguien se imagina cómo sería la TV en la Argentina de hoy, con los Kirchner, si todos los canales fueran estatales?
Como sea, el resultado de la censura se vuelve contra sus ejecutores. Lo único que ha conseguido la Casa Rosada al suprimir al vicepresidente ha sido –si se nos permite la imagen festivalera- transformar a Julio Cobos de guitarrero en potro salvaje.

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martes, 6 de enero de 2009

Carlos Reutemann ya no ve “cosas raras” en Balcarce 50. Por Gonzalo Neidal


(Publicado en La Mañana de Córdoba. Martes 6 de enero de 2009)

Si no fuera porque lo vimos correr en directo y simultáneo por TV, tendríamos todo el derecho a dudar de que Carlos Alberto Reutemann haya sido un destacado piloto de la Fórmula 1.
Uno supone que la alta competición automovilística reclama rápidos reflejos, veloces gestos y movimientos. Claro que esa característica debe estar acompañada por la serenidad y la sangre fría pero de ningún modo la calma debe parecerse al adormecimiento y la abulia.

Con Carlos Reutemann uno no sabe bien a qué atenerse.
No sabe si su apariencia en extremo tranquila esconde a un veloz hombre de la política nacional, un hombre calculador y frío que puede permitirse gestos cansinos porque su capacidad de anticipación le permite otorgar esa ventaja, o un hombre francamente lento, que es, nomás, lo que parece a primera vista.
Seis o siete años después de que Eduardo Duhalde le ofreciera la candidatura a la presidencia de la Nación, ha mostrado su apetencia de poder y así como antes había dicho que no aceptó por vio “cosas raras”, ahora –sin que nadie se la ofrezca- hizo saber que ya no ve nada desacomodado, que ahora sí está dispuesto a ser candidato a Presidente en 2001.
Según cómo se mire, se trata de una aspiración tardía o prematura. Algunos podrían decirle que su momento político ya pasó, que ahora ya no le está abierta la puerta del justicialismo como en 2002. Que ahora las cartas se han barajado de nuevo y hay otros jugadores.
El gesto de Reutemann mostrando interés por la candidatura presidencial, ya obtuvo varias respuestas. Una, de Chiche Duhalde que se apresuró a tomar distancia del santafesino, reclamándole su actitud de hace 6 años atrás, cuando no aceptó el ofrecimiento de los Duhalde. Este reproche de Chiche parece indicar que Eduardo, su marido, quiere ser candidato. De todos modos, no son pocos los que ven a la Sra. de Duhalde como una persona no excesivamente calificada para opinar sobre candidatos presidenciales, luego de que ella y su marido jugaran un papel decisivo en el entronizamiento del matrimonio gobernante.
Otro que le saltó a la yugular a Carlos Reutemann fue Felipe Solá, que fuera durante 9 años ministro de Carlos Menem, de quien luego se distanció de la peor manera, y pasó a ser un soldado K, hasta que su olfato, durante la crisis del campo, le indicó que nuevamente debía cambiar de bando. Y eso fue lo que hizo. Pero no es todo: ahora le reclama a Reutemann que sea más explícito en relación a su posición respecto de los Kirchner.
En otras palabras, le reclama al santafecino que diga si está a favor o en contra del gobierno. O, aunque sea, que diga si vio al menos alguna “cosa rara”.
Trascendidos periodísticos del fin de semana indican que los K. no ven con malos ojos la candidatura de un tipo como Reutemann, un moderado de la política que –ellos suponen- no se ensañará contra el gobierno actual en caso de que llegue al poder. Distinto sería el caso de Solá, por ejemplo, o de Duhalde o de De la Sota. Cualquiera de ellos que sea candidato lo será claramente contra el proyecto actual. Y eso supone investigaciones a fondo una vez que tomen el gobierno, en caso de que eso suceda. Ni pensar qué podría pasar si fuera Elisa Carrió la que llegara –como presidenta o vice- a la Casa Rosada.
Por eso, quizá sea Reuteman el mejor candidato K. para el 2011. Los Kirchner tienen la ilusión de que ya no vea “cosas raras”.
Ni ahora, ni nunca más.

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domingo, 4 de enero de 2009

Capitalismo y confianza. Gabriel Jackson

(Publicado en El País, Madrid - 04-01-2009)
Confieso que de adolescente tenía sentimientos muy encontrados respecto al sistema capitalista. Soñaba con profesiones como la de profesor de humanidades o músico de orquesta, que nunca me reportarían un puesto en la Bolsa, y mientras recorría las calles de Nueva York veía a hombres-anuncio de unos diez años más que yo que, proclamando que eran "Doctor en Física por el Instituto de Tecnología de Massachusetts" o "Doctor en Economía por Harvard", vendían manzanas. Pero también tenía un tío que, sin haber estudiado en la universidad, se había montado una buena papelería, se había comprado una bonita casa estucada en las afueras y, a lo largo del tiempo, más que perder había ganado en sus inversiones en Bolsa.

Para complicar un poco más mis sentimientos, yo admiraba mucho a los grupos de jóvenes comunistas que ayudaban a las familias a volver a los pisos de los que la policía acababa de des-alojarlas por no pagar el alquiler. Sin embargo, la razón principal de que no me hiciera comunista fue la repugnancia que en agosto de 1936 me causó el juicio por "traición" contra los "viejos bolcheviques", que después de "confesar" que habían conspirado para matar a Stalin, fueron ejecutados por orden de éste.
Durante toda mi vida adulta nunca he estudiado economía de manera sistemática, pero, como historiador de la Europa contemporánea, y por razones tanto profesionales como personales, sí que seguí atentamente la competencia político-económica entre el capitalismo democrático occidental y el comunismo de cuño soviético.
Durante la grave depresión de la década de 1930, pareció bastante posible que el comunismo, gracias a su centralización económica, supuestamente racional, pudiera realmente tener más éxito que el capitalismo. Sin embargo, desde finales de los cuarenta hasta la deliberada disolución del imperio soviético, entre 1989-1991, fue quedando cada vez más claro que una economía capitalista democrática, descentralizada y de mercados relativamente libres era bastante más productiva y proporcionaba mucha más calidad de vida que el modelo comunista soviético.
Al mismo tiempo, también era cierto que el mundo capitalista, debido a la Gran Depresión de los años treinta y también a la existencia del mundo soviético como modelo alternativo, había desarrollado el "Estado del bienestar", para que sus clases trabajadoras, tanto industriales como del sector terciario, no cayeran en la tentación de optar por la seguridad económica, la asistencia sanitaria universal y la ausencia de desempleo que aparentemente proporcionaban los regímenes comunistas.
La desaparición del comunismo soviético y europeo-oriental, junto a la transformación simultánea de la China comunista, que pasó de una fracasada utopía maoísta a una exitosa combinación de economía capitalista y control autoritario de la política y la cultura, han liberado a los conservadores occidentales (sobre todo en los países anglosajones) de la inquietud que suscitaba una posible alternativa al capitalismo de libre mercado.
En general, las ventajas sociales y culturales del Estado del bienestar fueron aumentando y consolidándose paulatinamente desde finales de la década de 1940 hasta la de 1980. Sin embargo, al desaparecer el rival económico que representaba el comunismo y con el desarrollo industrial de gran parte de Asia y de Latinoamérica, el proceso de globalización que, dominado por el capitalismo, se inició en los años ochenta, comenzó a reducir las ventajas del Estado del bienestar.
Ahora, en medio de las alarmantes experiencias de nuestro siglo XXI: empezando con los escándalos contables de Enron y Arthur Andersen, y siguiendo a ritmo acelerado con las hipotecas basura, las bonificaciones de cien millones de dólares para altos cargos cuyas empresas poco después perdían la mitad o más de su valor en Bolsa, y las diversas bancarrotas y rescates con dinero público de bancos y sectores industriales supuestamente de primera fila, he tratado realmente de instruirme en las necesidades y fallos de la economía actual.
Si simplificamos un poco, pero no mucho, el lubricante fundamental que precisa cualquier transacción con efectos negociables, tarjetas de crédito, valores, obligaciones, depósitos derivados o titularizaciones es la confianza de todos los implicados en la operación.
En el caso de los productos de escritorio de mi tío, la confianza dependía simplemente de su patente calidad y de que sus precios y métodos de facturación fueran justos y fiables. Pero en un ambiente empresarial complejo, centrado en materias primas diversas y caras, y en propiedades inmobiliarias también costosas, que precisan de varios niveles de licencias públicas, y del servicio de abogados, ingenieros e investigadores científicos especializados, los procesos deben conllevar una confianza total en la integridad de las personas. No pueden quedar en manos de vendedores zalameros o de corredores formados en universidades de élite, que recuerdo que en los años ochenta predicaban: "La codicia es buena".
Quienes arriesgan su capital merecen obtener un porcentaje mayor de beneficios que el que obtendrían invirtiendo en bonos del Tesoro garantizados, pero el conjunto del sector financiero debe regularse para que la codicia, el error y el engaño humanos no conduzcan una y otra vez a crisis como la de los años treinta y la actual. Y lo que recuerdo que viví de muchacho, y lo que ahora veo reproducirse, es que la pérdida de confianza paraliza a todo el mundo, y hace que nadie se gaste un céntimo, salvo que sea para cubrir las necesidades cotidianas.
Durante el New Deal estadounidense de Franklin Roosevelt, en las sociedades socialdemócratas desarrolladas de Escandinavia, y en los Estados de bienestar de Europa Occidental posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se daba por entendido que cualquier institución que gestionara grandes cantidades de dinero tenía que estar regulada por funcionarios responsables.
También se daba por hecho que para que el flujo de dinero sirviera para incrementar la prosperidad del conjunto de la sociedad, la gente debía tener un salario decente y poder opinar sobre sus condiciones laborales, y también contar con una asistencia sanitaria y una pensión de jubilación que le dieran confianza a la hora de gastar su dinero. En términos económicos, las décadas que median entre 1950 y 1980 fueron las mejores de la historia para los habitantes del entorno capitalista democrático. Pero el presidente Ronald Reagan, Margaret Thatcher y, en general, los teóricos del conservadurismo económico, comenzaron a postular que "el Gobierno es el problema, no la solución", y que la regulación de los bancos y los mercados de valores obstaculizaba el creativo desarrollo económico.
La existencia de bastantes ine-ficiencias y errores en los servicios públicos concedió cierta verosimilitud a esas ideas, y los fallos de la regulación se agudizaron, por el sencillo expediente de nombrar a reguladores que no creían realmente en las normas que supuestamente debían hacer cumplir.
A mis 88 años, mis deseos para el Año Nuevo son que la gente ambiciosa y enérgica limite su apetito de pura y simple riqueza, y que todos los Gobiernos democráticos, de derecha, centro o izquierda, reconozcan que la prosperidad económica depende absolutamente de la confianza, y que ésta depende de virtudes tan anticuadas como la honestidad y la moderación.


Gabriel Jackson es historiador estadounidense. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
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sábado, 3 de enero de 2009

La conservación cubana. Por Martín Caparrós


(Publicado en Crítica Digital. Viernes 2 de enero de 2009)


Cincuenta años son cincuenta años son cincuenta años. Es difícil pensar cincuenta años. Para mí, por ejemplo, son todos menos uno; para muchos de ustedes son más que los que cuentan. Para la Argentina es el lapso en que gobernaron Frondizi Guido Illia Onganía Levingston Lanusse Cámpora Lastiri Perón Perón Videla Viola Galtieri Bignone Alfonsín Menem De la Rúa Rodríguez Duhalde Kirchner Kirchner y quién sabe alguno más que no recuerdo o que no nos dijeron.
Para el mundo mundial es el tiempo que corrió entre los tocadiscos de 78 rpm y la computación hipercomunicada, pasando por la aparición de la píldora anticonceptiva, el rock and roll, el hombre en el espacio, los transplantes, la televisión color, el fútbol por televisión, el teléfono móvil, el genoma humano, la amenaza ecológica, el matrimonio homosexual, la caída soviética, el liberalismo triunfante, la unión europea, el boom asiático, la decadencia patria, las muertes de Marilyn Monroe Kennedy Churchill Guevara De Gaulle Perón Franco Mao Reagan Picasso Miró Bacon Lennon Marley Prodan Troilo Goyeneche Sinatra Cortázar Borges Sabato Hitchcock Fellini Houston Fassbinder Sartre Lacan Foucault Barthes y algunos miles de millones más. Hace cincuenta años África era colonias; hace cincuenta años no había un avión que volara directo de Buenos Aires a Madrid. Hace cincuenta años –hoy hace cincuenta años– un grupo de guerrilleros cubanos entró triunfante en La Habana y se quedó con el poder. Lo mandaba, como sabemos, como hoy, el doctor Fidel Alejandro Castro Ruz. Es raro pensar que en un mundo donde casi todo se ha movido tanto hay un país –un solo país– que tiene el mismo gobierno de hace cincuenta años. Es difícil encontrar algo más inmóvil, mejor conservado. Y todo en nombre del cambio por excelencia: de la revolución. La revolución cubana cumple cincuenta años; es difícil recuperar su historia ahora, cuando es puro pasado: el recuerdo de lo que iba a ser y nunca fue del todo. Sí fue, durante años, el ejemplo para muchos miles que confiaron en que si aquellos muchachos lo habían hecho, otros podrían hacerlo también: el modelo de vanguardia esclarecida y armada para la toma del poder en Latinoamérica –uno de los grandes fracasos políticos de la segunda mitad del siglo XX– le debe todo a Cuba. Pero eso no es su culpa: ellos sí lo habían hecho y no se les puede reprochar que otros quisieran hacer lo mismo. Más triste es que ellos mismos abandonaran, después, a los que trataban de imitarlos –y sus propios principios. Las circunstancias político-económicas y sus decisiones los entregaron a la URSS, y el sistema que se instaló en la isla tuvo mucho que ver con lo peor del estalinismo: un poder central absoluto, un control social y una censura estrictos, la cultura reservada a los fieles, cárcel para los críticos, la hipocresía para callar problemas graves, grandes proclamas revistiendo metas turbias. Y un pragmatismo extremo en ciertas cuestiones. Recuerdo en 1980, 1981, tiempos en que Moscú hacía grandes negocios con nuestros militares y los defendía y La Habana, obediente, bloqueaba en la ONU, la OIT los intentos de condenar a la dictadura argentina por sus violaciones a los derechos humanos: esas condenas a veces podían salvar vidas, y Cuba impidió más de una. (Lo curioso es que los que ahora tratan de olvidar esos bloqueos son los mismos que claman sin cesar por la “Memoria” –siempre tan selectiva.) Pero esos son detalles. El centro de la cuestión es que los guerrilleros castristas quisieron producir una sociedad “revolucionaria”, capaz de sacudirse la opresión y valerse por sí misma, e hicieron exactamente lo contrario: armaron una en la que confían tan poco que nunca le permitieron gobernarse. Si en cincuenta años no construyeron una sociedad que pudiera crear sus propios mecanismos, cambiarlos, mejorarlos, su fracaso es extremo. (Hubo un día en que ese fracaso se hizo chiste triste. Hace cuatro años, Fidel Castro se cayó en un acto y se rompió el brazo y la rodilla; cuando lo iban a operar –dijo el parte oficial–, Castro “explicó a los médicos que dadas las circunstancias actuales era necesario evitar la anestesia general para estar en condiciones de atender numerosos asuntos importantes […]. Así, todo el tiempo continuó recibiendo informaciones y dando instrucciones sobre el manejo de la situación”. Era patético: un señor mayor que había gobernado tanto y no podía darse el lujo de relajarse –en una mesa de operaciones– dos o tres horas para que lo curaran; un señor mayor que creía que, en cuarenta y seis años, no había conseguido organizar un gobierno y una sociedad que pudieran vivir sin él esas dos o tres horas.) No lo cuento distante, prescindente: la decepción de la revolución cubana es mi decepción. Yo también estuve ilusionado, y por eso me ataca esta tristeza cada vez que veo esas imágenes del 1 de enero de 1959, hace cincuenta años, cuando todo era posible todavía. Pero trato de pensarla más acá de emociones. Estoy de acuerdo con sus principios de educación y salud para todos, con su antiimperialismo cuando es cierto; estoy tan en desacuerdo con la idea de un hombre gobernando un país durante cinco décadas –y pasándoselo a su hermano cuando él ya no puede. Y estoy, sobre todo, desolado por el resultado social y económico. Después de cincuenta años de esfuerzos, el “socialismo cubano” consiguió crear una clase económicamente privilegiada: el 15 o 20 por ciento de la población, que recibe dólares del turismo o de sus parientes emigrados –el 15 o 20 por ciento menos laborioso, menos “revolucionario”–, vive mucho mejor que el resto. Un grupo de personas que disfruta de cantidad de bienes que los demás no tienen: contra ese tipo de injusticia ganaron los Castro Ruz, hace cincuenta años, una guerra. Y lo peor es que Cuba, después de haber sido un modelo de revolución posible, se convirtió en el modelo del fracaso del supuesto socialismo, el que usan los liberales para mostrar que no funciona. Es cierto que el intento cubano no funcionó, pero así como no tenía por qué ser modelo cuando parecía que funcionaba, tampoco lo es ahora. Cuba es Cuba es Cuba, una historia que hoy cumple cincuenta años de poder personal y absoluto. Y cualquier historia de poder absoluto es una historia equivocada.

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Cincuenta años después. Por Gonzalo Neidal


No es razonable reclamarle lozanía a un proceso político que ya lleva 50 años.
Pero quizá sea menos razonable aún el festejo oficial de las antiguas glorias y de los tiempos heroicos, como si no hubiese pasado ya medio siglo.
El hombre fuerte de Cuba tiene 82 años.
Y su hermano, investido del poder, 77.
Su visión del mundo y del futuro, seguramente, no ha de tener la perspectiva de los que tienen toda una vida por delante. Es probable que, cerca de la muerte, a uno no lo alimente la esperanza sino las raquíticas obsesiones del pasado lejano.

El puñado de barbudos que entusiasmó al mundo hace cincuenta años pronto se definió por el comunismo. Los revolucionarios se pegaron a la Unión Soviética y se transformaron en disciplinados alumnos de ese régimen lejano y monolítico.
Si su destino estaba en América Latina, la subordinación ideológica y política a Moscú se transformó en un obstáculo para comprenderla en su diversidad y fluidez. Los heroicos jóvenes que derrocaron a la sangrienta dictadura de Batista pagaron el alto precio de una visión monocorde que, con el paso de los años, ha mostrado su previsible caducidad.
Con el tiempo, las excelencias alcanzadas en educación y medicina, se han revelado insuficientes para satisfacer a las nuevas generaciones que, despojadas ya del espíritu rebelde de cinco décadas atrás, parecen reclamar un oxígeno que el régimen esclerosado no puede ofrecerles.
Los rebeldes de ahora no conocieron a Batista. Para ellos, todas esas luchas heroicas con barbas y fusiles, forman parte de un pasado remoto que no les sirve para compensar las carencias materiales y espirituales de hoy.
Mientras tanto, el mundo ha ido cambiando.
El hermano mayor se hundió hace ya 20 años y arrastró a toda la Europa del Este. Ya no hay soviets ni estatuas de Lenin. Alemania está nuevamente unida y es el corazón de la Europa capitalista. Cuba misma es ya un producto del mundo global, con sus formidables hoteles construidos por europeos y sus turistas de todo el mundo… capitalista.
Los cubanos de hoy están deslumbrados no ya por los relatos ni por los discursos de Fidel Castro sino por los celulares, las cámaras digitales, las notebooks e Internet. No encuentran razón para que exista un solo partido político y que las diferencias de opinión sean penalizadas con la cárcel. Piensan que está mal que un profesional gane por mes lo que un maletero de hotel gana en propinas, en un solo día.
Los blogs de cubanos rebeldes son leídos en todo el mundo. Denuncian que ha retornado la prostitución y el hambre. Dicen que el Partido Comunista hace más de una década que no hace un congreso. La más destacadas de las rebeles, Yoani Sánchez, afirma que “para nosotros la revolución agotó hace mucho su combustible, su capacidad renovadora… Cincuenta años después, el país tiene más tierras improductivas que nunca y el más alto déficit habitacional”.
Los rebeldes de hoy quieren que el gobierno no limite los viajes al exterior. Consideran un triunfo haber logrado que los cubanos puedan hospedarse en los hoteles de su país y contratar telefonía celular. Quieren también libertad política: la posibilidad de pensar libremente y de asociarse con libertad para defender sus ideas. Se niegan a seguir gobernados por una pareja de ancianos.
Cuba debería mirarse en el espejo chino. Ello significa aceptar que los cambios son inevitables y tomar nota de que las postergaciones y retaceos sólo harán que, cuando lleguen, traigan la fuerza de un vendaval.
Cincuenta años es demasiado tiempo para todo.
Incluso para una revolución.

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¿Votan los senadores contra las provincias? Por Rosendo Fraga


En la madrugada del 17 de julio el voto del vicepresidente de la Nación Julio Cobos desempató en una sesión histórica, en la cual por primera vez la Cámara Alta quedaba empatada con la totalidad de sus miembros presentes -el otro antecedente de desempate del Vicepresidente no contaba con la totalidad de los senadores presentes-, marcando así un antes y un después en cuanto al rol del Congreso frente al Ejecutivo.Por primera vez en más de un lustro de hegemonía política del kirchnerismo, el Ejecutivo sufría el primer límite a su modelo hiperpresidencialista y era el Senado que representa a las provincias quien lo imponía.

Pero al poco tiempo ese mismo Senado volvió a la situación anterior, aprobando diversos proyectos del oficialismo como el de solidaridad previsional, la estatización de Aerolíneas, el presupuesto, la prórroga de la emergencia económica, los superpoderes y el impuesto al cheque, la estatización de las AFJP y el llamado "Plan Anticrisis" que incluye el polémico blanqueo, entre otros.El oficialismo recuperó así su control sobre la Cámara Alta, sin que hayan mejorado sus índices de aprobación o consenso en la opinión pública, que siguen siendo similares a los de julio. Pero hay dos votaciones en particular que revelan la paradoja de que los senadores pueden estar votando incluso contra los intereses de las mismas provincias que representan, en su afán de acompañar al oficialismo sin cuestionamientos.Al tratarse la estatización de las AFJP, se votó un despacho en disidencia que proponía pasar a las provincias el 15% de los fondos que se estatizaban, de acuerdo al planteo del gobernador Hermes Binner de provincializar dichos fondos.Paradojalmente, 41 senadores votaron en contra de esta alternativa, mientras que sólo 23 votaron por hacerlo. Sólo en dos provincias (Santa Fe y Salta) los tres senadores que las representan votaron de acuerdo al despacho en disidencia que aumentaba los recursos para las provincias. A su vez los tres senadores de Tierra del Fuego, Misiones y Neuquén votaron en conjunto contra el interés federal de provincializar los recursos.La mayoría de los senadores que votaron contra la transferencia de fondos a las provincias respondían a los gobernadores, mientras que quienes votaron por hacerlo eran en su mayoría opositores a nivel provincial.Al tratarse la prórroga del impuesto al cheque volvió a votarse un despacho en disidencia -también impulsado por Binner- que proponía provincializar el 100% de la recaudación de este tributo que actualmente se distribuye 70% para el gobierno nacional y 30% para las provincias. En esto caso sólo 20 senadores votaron por transferir los recursos a las provincias, mientras que 45 votaron por no hacerlo, nuevamente contra el interés federal.En esta oportunida, la única provincia cuyos tres senadores ya fueran opositores a nivel nacional como Rubén Giustiniani o justicialistas como los casos de Carlos Reutemann y Roxana Latorre, votaron por la provincialización, defendiendo la vigencia del principio federal.En el otro extremo se repitió el caso de las mismas tres provincias (Tierra del Fuego, Neuquén y Misiones), votando los tres senadores contra el principio federal. Volvió a suceder que quienes votaron por la provincialización en general eran opositores en el ámbito provincial, mientras que los que votaron contra ella respondían al oficialismo local.¿Que hace que los senadores que el 17 de julio dieran una muestra de independencia singular ahora voten en contra de los mismos intereses explícitos del principio federal que tanto proclaman?Puede argumentarse que negociaciones poco transparentes entre el Ejecutivo y determinados gobernadores hace que estos hagan que sus senadores voten en contra del principio federal, porque a cambio recibirán determinados beneficios para la provincia.También puede decirse que algunos gobiernos provinciales, ahogados financieramente como puede ser el caso de Tierra del Fuego, tienen que someterse al gobierno nacional para recibir fondos discrecionales del mismo.Pero, en mi opinión, la clave está en que los senadores al votar contra el principio federal no pagan costo político alguno en sus provincias, como sí lo hacían al votar sobre la Resolución 125, cuando la opinión pública en cada distrito seguía atentamente cómo iba a votar cada uno de sus senadores y ello fue decisivo para el resultado del 17 de julio.En cambio ahora un senador puede votar contra provincializar recursos estatizados de las AFJP y la recaudación del impuesto al cheque y en las provincias no se presta la menor atención al tema, con lo cual el senador que vota de esta manera sabe que puede optar por seguir políticamente al Ejecutivo aun en contra del interés federal, sin que ello vaya a ser tenido en cuenta por sus coprovincianos.En este sentido también puede aducirse que los senadores que votaron de acuerdo al interés federal, aun a costa de enfrentar acciones adversas del gobierno nacional, tampoco reciben reconcimiento alguno.Aunque no entre en juego la cuestión federal, lo sucedido recientemente con el blanqueo es elocuente. Los sondeos mostraban que nueve de cada diez argentinos estaba en contra del mismo. Sin embargo, 39 senadores votaron a favor del mismo y sólo 28 en contra.¿Alguien ha reparado en quienes votaron de una u otra manera una medida que tanto el GAFI -el organismo internacional sobre las normas para evitar el lavado de dinero- y la embajada de los EE.UU. señalaron como peligrosa porque podía ser utilizada por el narcotráfico?En este caso volvió a darse que los tres senadores de Santa Fe -y lo mismo sucedió con los de Salta- votaron contra el blanqueo, mostrando una marcada independencia respecto al gobierno nacional. En el otro extremo, los tres de Neuquén y de Misiones lo hicieron a favor. En el caso de los tres senadores de Tierra del Fuego, que en las dos votaciones que pusieron a prueba el principio federal habían votado contra el mismo, en este caso se dividieron: uno votó en contra, otro a favor y el tercero se abstuvo.En el blanqueo se revirtió lo que había sucedido con la Resolución 125, cuando en Diputados el oficialismo se impuso por 129 votos contra 122 mientras que en el Senado fue derrotado. En cambio con el blanqueo el oficialismo obtiene una discutida cifra de 128 votos mientras que en el Senado se impuso por 6 votos.La conclusión es clara: mientras el ciudadano sea indiferente a cómo votan sus legisladores, estos pueden llegar aun a votar contra el interés provincial porque no pagan costo político con ello. Sólo si el voto funciona como un lógico sistema de premios y castigos, de acuerdo a como han votado los legisladores en la visión de los votantes, el Congreso recuperará el rol y el prestigio que debe tener.
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Míster Madoff pasea por Olivos. Por Silvio Santamarina, Diario Crítica


Cuando ya estaba rodeado por el FBI, Bernard Madoff llamó a sus gerentes de mayor confianza –que eran sus hijos– y les confesó que estaba quebrado y que su poder era una mentira que había logrado sostener por mucho tiempo, pero ya no. La fórmula mágica que le dio poder y riqueza es conocida como “esquema Ponzi”, una cadena de préstamos y colocaciones que va desplazando la pérdida en efecto dominó, quitándoles los ahorros a uno para pagar la deuda con el anterior, y así hasta el infinito. La clave era mantener la confianza de todos los inversores en el poder de Madoff: el día en que se abrió una grieta en esa ilusión de invulnerabilidad, la pirámide que parecía de piedra se derrumbó como un castillo de naipes.
Lo mismo, siguiendo la comparación, podría pasarles a los que apostaron varios años por Néstor Kirchner. La sensación que gana terreno por estos días en la política local es que el presidente les quita a unos para pagar a otros, a un ritmo de rotación que se acelera a medida que se acerca el turno electoral de octubre. No se trata sólo de dinero sino también de poder, según puede inferirse de la calesita de premios y castigos que hace girar a los funcionarios del Gabinete, y a los gobernadores, los legisladores, los dirigentes sociales, las empresas que hacen negocios con el Estado, e incluso los medios de comunicación.
En aparente proceso de despoder, Kirchner recurre una vez más a su viejo truco de doblar la apuesta, intentando mostrarse más poderoso. Sentado sobre un botín de poder y dinero cada vez más centralizado, Néstor será el gran expropiador y repartidor del año que comienza. Y el juego salvajemente pragmático de 2009 será precisamente el de ver quiénes se llevan las porciones más grandes del reparto K. Eso sí, sin quedar pegados al momento del derrumbe del glaciar patagónico. Leer más...

jueves, 1 de enero de 2009

"A nuestros hijos les damos una vacuna para prevenir utopías". Por Yoami Sánchez


(Publicado en Clarín. Domingo 28 de diciembre de 2008)

Yoani Sánchez es la autora del blog más popular, censurado y premiado de Cuba. En un texto exclusivo para Clarín recuenta sus vivencias bajo el gobierno de Fidel, da por superados sus logros, reclama libertades y poder para los jóvenes.
Eran los años setenta, y los que nacíamos nos encontrábamos un país muy diferente al de aquel mítico enero de 1959. Veníamos al mundo en medio de la sovietización de esta isla, mientras el estatismo gubernamental marcaba todos los detalles de nuestra vida. Nos criamos en un laboratorio de experimento social, cuyo producto más acabado sería el "hombre nuevo" que habitaría una Cuba donde la emancipación de la mujer, la erradicación de la discriminación racial y la igualdad para todos serían conquistas ya alcanzadas. Fuimos al círculo infantil con sólo cuarenta y cinco días de nacidos, para que nuestras madres pudieran incorporarse a la defensa de la Patria, a la producción agrícola o a sus flamantes cargos de directoras de empresas. Se nos hablaba de un futuro luminoso que estaba a la vuelta de la esquina, y se nos exigía el máximo sacrificio para llegar -cuanto antes- a él. Nos tocó gritar consignas en los matutinos, repetir hasta el cansancio el slogan de "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che", y pronto comprendimos que sólo la doble moral nos salvaría de ser reprendidos. El ensayo que se aplicó sobre nuestra generación, que hoy tiene entre veinticinco y cuarenta años, incluyó un nuevo modelo de estudio-trabajo de preuniversitarios en el campo. Íbamos allí a formarnos en las letras y en el azadón, pero en realidad nos dedicábamos a hacer interactuar nuestros cuerpos, alejados del control paterno. Nos graduamos en carreras universitarias impensadas por nuestros abuelos, pero al obtener el título vislumbramos que con él no lograríamos costearnos una vida decente. A nuestro lado, el portero de un hotel recibía diariamente en propinas lo que nosotros ganábamos en un mes.La crisis de los años noventa nos encontró en plena adolescencia, casi sin ropa que ponernos y organizando fiestas con alcohol extraído de los hospitales. El mercado racionado nos había dado -hasta que llegó el Período Especial- un atuendo básico para cubrir nuestros púberes cuerpos, pero ese ascetismo material sólo logró fascinarnos por la moda y el consumo. Mientras la propaganda oficial nos contaba de un mundo exterior que se caía a pedazos, vivíamos en una isla que no acabábamos de comprender y comprobábamos el enorme abismo entre la "verdad" del periódico Granma y lo que ocurría en las calles. Fuimos los que no se bautizaron, y el mercado negro siempre fue parte inseparable de nuestra vida.Carentes de posesiones materiales, vivimos aún bajo el mismo techo que los abuelos y los padres, a la espera de que algún día mueran para heredar su patrimonio. Apenas si aparecemos en el directorio telefónico y mucho menos en los registros de propiedad de autos y casas. El poder nos parece cosa de gente con más de seis décadas sobre sus hombros: las sillas del parlamento han visto posarse muy pocas de nuestras jóvenes asentaderas. Gobernados por ancianos, hemos optado por subirnos a un avión en busca de esos cambios que no pudimos hacer al interior de nuestro país. El paternalismo nos hizo expectantes de las órdenes que bajaban desde arriba y poco dados a la rebeldía. Para cuando llegó el nuevo milenio, nos hallábamos más lejos que nunca de aquel ideal social que nos habían descripto siendo niños; ya no seríamos el hombre del siglo XXI.Vimos el renacer de las festividades de Navidad, la entrada de los religiosos al Partido, la caducidad del Invencible Líder y el naufragio de las esperadas reformas. Frente a nosotros retornó la prostitución, y los hambrientos ojos de ciertos turistas se posaron en nuestras gráciles piernas de hombre nuevo. Hoy, en las calles de cualquier ciudad, somos la generación que más nutre el intercambio de sexo por dinero, la delincuencia y la apatía. Contenemos la risa cuando alguien nos explica que habitamos la utopía soñada por millones y que nuestro pequeño país es el David de cierta historia bíblica. Para nosotros, que nunca hemos podido tirarle una sola pedrada a ese Goliat llamado Estado, la comparación nos suena a broma.La Revolución que ayudaron a construir nuestros padres es hoy, para muchos inquietos jóvenes, algo del pasado. Las conquistas que -gracias en parte a la subvención soviética- este proceso logró, no han sido para mi generación la salvación mesiánica de la que tanto hablan los más viejos. Incluso el "mejor" momento del proceso fueron unos grises años ochenta que hoy recordamos por los dibujos animados rusos y algunos nombres como Boris o Natacha. Hemos recibido los frutos del sacrificio de nuestros progenitores y sin embargo tienen el sabor amargo del inmovilismo y el control, el rancio hedor de lo anticuado.Para nosotros la revolución agotó hace mucho su combustible, su capacidad renovadora. Ya no le queda nada viejo por destruir, pero le falta mucho por hacer. Cincuenta años después, el país tiene más tierras improductivas que nunca y el más alto déficit habitacional de la historia. La moneda con que se paga a los trabajadores carece de valor real, y los dos renglones de mayor prestigio, la educación y la salud, transitan por una verdadera crisis. Se observa un índice demográfico en retroceso y una emigración creciente. La que una vez fuera la ideología oficial, el marxismo leninismo, es hoy una curiosidad arqueológica de la que sólo se habla en círculos académicos. El Partido Comunista, único permitido por las leyes, no realiza un congreso hace más de una década. Nunca más se habló de planes quinquenales, y el sueño de contar en el siglo XXI con una sociedad justa no es siquiera una quimera, más bien parece una burla. Los cambios que esperamos no se limitan a lo económico. En el campo de los derechos ciudadanos aspiramos a que el gobierno elimine el humillante trámite de "permiso de salida" que limita los viajes al exterior. Especialmente la supresión del concepto de "salida definitiva", que convierte a los emigrantes en extranjeros que no pueden volver a radicarse en Cuba y con sus propiedades confiscadas. Ya se avanzó algo cuando fue permitido a los cubanos hospedarse en los hoteles y hacer contratos para telefonía celular, pero han sido apenas migajas frente a nuestro voraz apetito. Queremos tener acceso a Internet sin limitaciones o censura, derecho a poner en marcha nuestras pequeñas empresas y salarios en la misma moneda que necesitamos para comprar los productos básicos.Algunos que ya hemos superado los treinta años, seguimos deseando poder expresar libremente criterios y tener el derecho a asociarnos alrededor de cualquier tendencia o preferencia, sin temor a represalias. Este es el punto más candente y en el que menos quieren ceder aquellos que una vez bajaron, jóvenes y barbudos, de las montañas. El país parece ser de ellos, que no dejan de repetirnos sus hazañas y de mostrarnos sus medallas. Mientras tanto, nosotros hemos comenzado a tener hijos a los que hemos administrado -por precaución- una saludable vacuna para prevenir utopías.
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