martes, 28 de septiembre de 2010

Los gurúes de los Kirchner. Por Beatriz Sarlo


La sofisticación de la teoría de Ernesto Laclau sobre el populismo no es materia de esta nota. Quien la escribe ha leído atentamente La razón populista (2005), pero ahora seguirá el ejemplo de lo que hace Laclau cuando lo reportean: usar instrumentos menos abstrusos y, a veces, singularmente toscos. En Internet, el lector podrá leer esas intervenciones periodísticas a veces provocadoras. Los reportajes a Laclau enhebran sentencias apodícticas, enunciados cortantes, frases sin fisuras, mandamientos, irreverencias, aforismos irónicos y predicciones. Se siente autorizado por su obra y por su renombre, que cuida especialmente cuando adivina una amenaza a su estrellato, por ejemplo Slavoj Zizek (a quien Chantal Mouffe define como un revolucionario retórico y vociferante, eximiendo a su marido de la ingrata tarea de echar tierra sobre un competidor de la izquierda académica).


Visiblemente halagados, en una entrevista reciente, Laclau y Chantal Mouffe rememoran anécdotas locales que no son comunes en Europa, donde viven. Parece que los asistentes al Congreso de Ciencia Política que hace poco tuvo lugar en San Juan les hacían firmar ejemplares y los convirtieron en temporarias celebritiesintelectuales. Pese a esta cordial resonancia entre los cientistas políticos del Congreso, la lectura de La razón populista es una tarea para entrenados. En cambio, En torno a lo político (2007), de Chantal Mouffe, la muestra como una pensadora disciplinada y poco extravagante.
En sus libros Laclau tiene un estilo trabajoso; en sus reportajes es simple y va al grano. No es necesario que un político haya leído a Laclau para entender lo que dice en las entrevistas. La difusión de las ideas se produce en círculos concéntricos y esto lo saben bien quienes hacen historia de la cultura. De modo que, salvo para los especialistas, Laclau puede circular tranquilamente en su simplificada versión mediática. Vale como ejemplo de esa difusión la actual reivindicación de la palabra "enemigo" en vez de "adversario" que emiten muchos de los voceros del Gobierno, puesta en valor que probablemente se haya originado en académicos que hoy militan en el Poder Ejecutivo, como Juan Manuel Abal Medina. Digamos, de paso, que Chantal Mouffe no podría reivindicar este uso desafiante de la palabra enemigo por razones que se verán más adelante y que prueban mayor sutileza intelectual y sensatez política.
De todos modos, antes de tocar la carne palpitante de actualidad que pone Laclau en sus entrevistas, vale la pena mencionar algunas de las ideas de La razón populista , aunque se corra el riesgo de herir su oscuridad y simplificar sus arabescos.
Ernesto Laclau considera que, cuando un sistema político atraviesa una crisis que afecta las viejas formas y estructuras, cuando aparece disperso o desmembrado como la Argentina a comienzos de este siglo, sólo el populismo es capaz de construir nuevamente una unidad, articulando las demandas diferentes que estallan por todas partes y volviéndolas equivalentes, es decir, aptas para sumarse en un mismo campo. Por eso, el populismo no tiene un contenido definido de antemano, sino que depende de las reivindicaciones que se articulen en esa nueva unidad. Al hacerlo se traza una frontera que divide a la sociedad en dos partes; una de ellas, el pueblo, es un "componente parcial que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima". Suena históricamente conocido.
Cuanto más demandas diferentes sean integradas, más amplio será el campo enemigo, hasta tal punto que el discurso populista gira en torno de un "significante vacío". Pero no se trata de un vacío abstracto sino de un vacío que permite producir sentidos políticos, como -el ejemplo es de Laclau- la consigna "pan, tierra y libertad" o, con mayor actualidad, "capas medias versus morochos".
Podría decirse que estas definiciones de Laclau se aplican a todo nuevo régimen político. También podría decirse que el trazado de una línea interna que separe las demandas de quienes las rechazan es la política misma, no sólo la forma populista de la política. La intervención política ordena demandas y define conflictos. Para Laclau, la forma política apropiada (por lo menos para América latina, pero no sólo para América latina) es el populismo, que puede ser de izquierda o de derecha, pero Dios quiso que, en este momento del continente, con Chávez a la cabeza, fuera de izquierda.
Hasta aquí la discusión podría desarrollarse en el empíreo de las ideas sin mayores consecuencias. Pero Laclau es incomparablemente más simple cuando saca la mirada del "significante vacío" y la pone en la política real. Allí se vuelve esquemático y sus ejemplos parecen un poco elementales y alejados de las múltiples determinaciones concretas. Sin muchas mediaciones, aborda los hechos como si encontrara en ellos la directa versión empírica de sus categorías ideales.
En una entrevista reciente, traduce vertiginosamente las tesis de su libro: "Si existe una demanda concreta de un grupo local sobre un tema como transporte y la municipalidad la niega, hay una demanda frustrada. Pero si la gente empieza a ver que hay otras demandas en otros sectores y que también son negadas, entonces empieza a crearse entre todas esas demandas una cierta unidad y empiezan a formar la base de una oposición al poder. En cierto momento es necesario cristalizar esa cadena de equivalencias entre demandas insatisfechas en un significante que las significa a ellas como totalidad: es el momento de la ruptura populista, cuando la relación líder-masa empieza a cristalizar. Pero hay todo un renglón intermedio que es el momento parlamentario. Ese momento muchas veces opera sobre bases clientelísticas y puede tratar de interrumpir la relación populista entre masa y líder. Cuando ocurre, entonces tenemos a un poder parlamentario, antipersonalista, que se opone a la movilización de bases".
El servicial ejemplo de un grupo que pide una mejora en el transporte transcurriría antes del advenimiento del líder populista; con ese grupo, también en ese momento anterior, coexistiría otro que pide un sistema de salas de primeros auxilios y un tercero que reclama mejoras en las escuelas elementales. Todos tienen objetivos diferentes, pero el líder populista puede convertir esas demandas en una cadena de equivalencias que se enfrenten, por ejemplo, con los responsables de una injusta distribución del gasto público. En ese momento se traza una línea de separación y se funda un sujeto popular. Perón viene a la mente como el líder histórico que realizó esta paradigmática construcción de hegemonía, encontrando el nombre que desde entonces designa al enemigo del pueblo: la oligarquía, los vendepatria, etcétera.
Por eso, Perón, Chávez o cualquier líder populista están autorizados por el carácter de la operación hegemónica a limitar la república parlamentaria que distorsiona la política, ya que difiere o impide el trazado de una línea nítida y la definición del conflicto. Una "frontera interna", que divida claramente al pueblo de sus enemigos, requiere una "invocación política". Invocar quiere decir llamar y dar nombre: socialismo bolivariano frente al imperio, kirchnerismo frente a las corporaciones.
Sin embargo, a diferencia de lo que muchos pensamos y eventualmente tememos, Laclau sostiene que la conflictividad kirchnerista es incompleta. Por un lado no ha profundizado la frontera con los enemigos de todas las reivindicaciones populares; por el otro, no le ha dado un discurso a esa identidad que, de todos modos, ha contribuido a fundar.
Si alguien se imagina a Kirchner relamiéndose de gusto, alentado por esta explicación, y preparando nuevos tendidos de líneas divisorias, no se equivocará, aunque, para ser justos, también debería reconocerse que Kirchner no la necesita para hacer lo que hace y lo que hizo. Laclau agrega otros buenos argumentos para la persistencia en el poder de los líderes populistas (en general son los mismos argumentos por los cuales podría permanecer una dictadura): "Soy partidario hoy en América latina de la reelección presidencial indefinida. No de que un presidente sea reelegido de por vida, sino de que pueda presentarse. Por ejemplo, por el presente período histórico, sin Chávez el proceso de reforma en Venezuela sería impensable; si hoy se va, empezaría un período de restauración del viejo sistema a través del Parlamento y otras instituciones. Sin Evo Morales, el cambio en Bolivia es impensable. En Argentina no hemos llegado a una situación en la que Kirchner sea indispensable, pero si todo lo que significó el kirchnerismo como configuración política desaparece, muchas posibilidades de cambio van a desaparecer".
Laclau ha ido depositando refinadas capas de teoría sobre su populismo de origen, aquel adoptado como hipótesis histórica en su primera patria intelectual: el partido y las ideas de Jorge Abelardo Ramos. Esto no es una revelación inquietante, ya que para Laclau, como se ha dicho, el populismo es la forma misma de lo político.
La cuestión debería matizarse cuando se lee a Chantal Mouffe e incluso cuando se registran sus opiniones en (una menor) cantidad de entrevistas. Chantal Mouffe no es una teórica del populismo sino que interviene en el debate sobre el carácter de la democracia. De modo legible y con claridad expone que la democracia no es simplemente un régimen de consensos sino el escenario de disputas que las instituciones encuadran dentro de sus reglas para que no se vuelvan destructivas. No podría estar más de acuerdo. Si Laclau no muestra ningún interés por el aspecto institucional de las democracias y sostiene solamente la legitimidad de origen (es decir que un gobierno haya ganado elecciones), Chantal Mouffe está preocupada por redefinir la democracia no como la institucionalidad que sólo permite la construcción de acuerdos que evadan las contradicciones reales, sino también el despliegue y la eventual resolución de conflictos. El foco de la mirada teórica de Laclau y Mouffe, en el último libro de cada uno de ellos es, por eso, diferente.
La pregunta sería: ¿es el gobierno de los Kirchner un gobierno populista? Si la respuesta es afirmativa, la crítica liberal institucionalista es obtusa por su fijación en los pormenores sin grandeza política de la administración. Pero no sería posible criticarlo por lo que no se propone ser: su legitimidad, como la de Chávez, es una legitimidad de origen, y sus modalidades son las de un liderazgo que ha comprendido que, frente al viraje de Occidente hacia la derecha, las posibilidades pasan por el populismo si se busca superar el estancamiento social y el retraso provocados por el capitalismo.
En ese caso, al gobierno de Kirchner habría que pedirle más populismo (tal como lo hace Laclau) y no menos. Laclau considera al kirchnerismo un populismo todavía "incompleto" si se lo compara con el chavismo. ¿Qué quiere decir más populismo? Que el kirchnerismo profundice el corte político que constituye al pueblo, que profundice la división de la sociedad entre los de abajo y los de arriba (estoy citándolo) y, si es necesario, que rompa los marcos institucionales que se convierten en barreras a la vitalidad y la dinámica de la decisión política; que defina el conflicto y no se confunda: los adversarios son siempre enemigos. Laclau no está interesado en el trámite de las decisiones políticas (que son monopolio del líder); se conforma con la legitimidad electoral de origen como base de una democracia populista.
El reformismo democrático tramitado en las instituciones no sólo tiene como destino el fracaso sino que no merece ser nombrado como política. Para Laclau es sólo administración. La épica de lo político se sostiene en el corte, no en el gradualismo. En eso se funda el olímpico desprecio con que Laclau amontona en la derecha o en la traición al pueblo a Hermes Binner, a Ricardo Alfonsín, a Elisa Carrió y Margarita Stolbizer. Tal como tratan los Kirchner desde hace un tiempo a cualquiera que definan como adversario devenido enemigo. Naturalmente, Martín Sabbatella le parece a Laclau un político inteligente y acertado. A Solanas le aconseja que vuelva a dedicarse al cine.
Con este reparto de premios y castigos la teoría desciende al llano. Laclau puede sentirse satisfecho de este nuevo encuentro del pensamiento nacional de izquierda con un líder populista. Un sueño vuelto realidad gracias a un "significante vacío" llenado por los Kirchner a quienes la teoría también les habilita la reelección indefinida. Sería cosa de modificar la Constitución, ese fetiche.
Chantal Mouffe se interesa por cuestiones diferentes y, por eso, es esperanzador que se diga que la Presidenta la estima, aunque todavía no haya dado muestras concretas de esa simpatía intelectual. Plantea no la partición conflictiva de lo político (que por supuesto da por descontado), sino las formas en que la política puede tramitar los conflictos. Para Laclau, al trazar una frontera que define al pueblo, la política ha cumplido su función fundadora y se trata, de allí en más, de las victorias que obtiene ese pueblo (o su dirigente) en una larga guerra de posiciones. Para Chantal Mouffe, en cambio, si bien es imposible abolir los antagonismos, la política puede transformarlos en "una forma de oposición nosotros/ellos que sea compatible con la democracia pluralista", "transformar el antagonismo en agonismo" y desplegar democráticamente un "modelo adversarial".
La diferencia entre Laclau y Chantal Mouffe es evidente. Desde la perspectiva de Laclau las instituciones liberal-democráticas son solamente formas objetivadas ("alienadas", se habría dicho hace tiempo) que ocultan relaciones de poder económico y social. Chantal Mouffe, que no rechazaría de plano esta definición, tiene, sin embargo, mejores perspectivas para evaluar sus consecuencias prácticas en la escena política, entre ellas que una hipótesis de conflicto se agite continuamente como estandarte en cada una de los escenarios cotidianos. Y esta agitación belicosa parece ser lo que está sucediendo.

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lunes, 20 de septiembre de 2010

Un sistema tenebroso. Por Tomás Abraham

(Publicado en diario Perfil, Sábado 18 de setiembre de 2010)
Discutimos los 70. Desde el Gobierno se los bautizó como la era de la juventud maravillosa. Cada vez que el kirchnerismo quiere retomar la iniciativa ideológica y marcar la trinchera que divide a los argentinos, saca una nueva foto del álbum de la muerte. Se ve cada vez más que la búsqueda de culpables de actos de tortura y crímenes de lesa humanidad no sigue un plan coherente que se basta a sí mismo con independencia de la coyuntura política. Por el contrario, en este caso, a diferencia de la caza de nazis y criminales de guerra desde la Segunda Guerra Mundial, la investigación y la búsqueda de asesinos a sueldo del Estado depende de las necesidades de legitimación ética y política de un gobierno.


En un país en el que durante una década, de 1975 al ’84, la sociedad se organizó bajo la tutela y el orden militar procesista, festejó dos mundiales de fútbol (selección mayor y juvenil) y vivió la normalidad cotidiana adaptada a quienes mandaban, si verdaderamente se quiere encontrar complicidades en la red de convivencia social con el régimen imperante en nuestro país, se puede llegar a sospechar de casi todas las instituciones de la república.
No es la primera vez desde que se instaló la democracia que la década de los 70 es un tema polémico. Cuando ingresé en 1984 como profesor titular de Filosofía a la Facultad de Psicología, elaboré un programa de estudios en el que presentaba textos de Maurice Merleau Ponty, Albert Camus y Jean Paul Sartre, en los que se discutía acerca de la militancia, la colaboración y la resistencia en los años de la ocupación alemana.
Ponía mediante este traslado de contextos históricos una distancia reflexiva respecto de discusiones entre intelectuales argentinos de aquellos días sobre las actitudes de quienes se fueron y quienes se quedaron en el país durante la dictadura. Textos como La república del silencio, Las manos sucias, El hombre rebelde, además de los artículos en los que estos intelectuales franceses debatían sobre qué era un colaborador, en su desacuerdo por distinguir en el universo de la ocupación las complicidades involuntarias o gestos diarios de un orden impuesto de la participación activa en el terror fascista, planteaban nuevos interrogantes sobre la cadena de responsabilidades bajo un régimen dictatorial prolongado.
Los 70 no son el objeto de una teoría, ni la de los dos demonios, ni ninguna otra. El demonio era uno solo con varias cabezas. Hacía años que la sociedad argentina preparaba el suelo cultural para iniciar la caza del subversivo. Durante el “onganiato” ya se puso en marcha la idea de limpiar a la sociedad argentina de elementos disolventes. A la proscripción del peronismo, cuyos dirigentes gremiales se mataban entre sí, se le agregaba un ataque cultural contra lo que llamaban los judíos, los ateos y los hippies, que lejos de ser una persecución frívola contra artistas plásticos, intentó crear una nueva hegemonía cultural a partir del nacionalismo católico con nostalgias franquistas –el llamado Escorial Rosado, como definía la época uno de sus ideólogos– en nombre de la seguridad y de un tipo de civilización. No sólo se trataba de gorilaje sino de inquisición.
Los 70 son un sistema. El uso de este sistema con fines electorales es sumamente peligroso para el futuro del país. Pero no lo es menos pedir su ampliación. Desde la vertiente opuesta a este gobierno, se critica el modo en que se investiga lo sucedido en aquellos días y se pide la extensión de las investigaciones y los juicios a la Triple A, los Montoneros y el ERP. Libros sobre el tema, manifestaciones en los medios, han hecho un contrapunto a la línea gubernamental que buscaría culpables en una sola de las dos trincheras que dividen al país, con el objetivo de ensancharla para hacer de ambas un solo foso penal. ¿Para qué sirve todo eso? ¿Por la justicia? ¿Por respeto a la verdad histórica? ¿Para que las futuras generaciones se eduquen con otros valores que las pasadas? ¿O para que copien lo maravilloso de la lucha armada entronado por el oportunismo de nuevos actores de acuerdo a las circunstancias? ¿Podrá ser cierto que la generación de la que soy parte, como también lo son los miembros de este gobierno y sus críticos, no sólo se hayan equivocado trágicamente en el pasado en lo político y lo moral, sino que pretendan clausurar el horizonte de la historia para hacerla cíclica y vengativa?
Hablo de un punto final pero no para los culpables del terrorismo de Estado sino para este sistema. Pero sin que esto implique la suspensión de los juicios actuales por crímenes de lesa humanidad, sino para terminar con la instrumentación retórica y la implementación política de este sistema.
Tanto los que dicen que nos están gobernando una banda de montoneros reciclados como quienes ven en los críticos al sistema de los 70 a procesistas emboscados o claudicantes cobardes, alimentan una vez más la maquinaria de la destrucción nacional.
El sistema de los 70 del que hablo es el que ambiciona un poder total. No conoce otra figura del poder que la totalitaria. Se burlan de quienes creen que se puede luchar por un poder parcial, ya que, afirman, se tiene poder o no se lo tiene. En política, repiten, no hay poco poder. O lo hay o no lo hay. Como si hubiera en una supuesta configuración básica del político el deseo de un poder total. Se cree que el que así no lo confiesa miente.
Este deseo totalitario de poder se legitima con una Idea con mayúscula. El socialismo revolucionario es una, el socialismo nacional o la civilización occidental y cristiana son otras. No así el neoliberalismo o el estatismo, que son subgéneros de un mundo globalizado con sus normas determinantes más allá de alternativas locales. El destino económico de la Argentina está supeditado al mercado mundial tanto en los noventa como ahora. Hace veinte años con flujos enormes de dinero financiero, hoy con una demanda histórica de materias primas.
Nuestro país, lejos de vivir con lo nuestro, es de una gran porosidad, ajustada a un desarrollo apenas, y con buena voluntad, intermedio.
El deseo de Poder Total como instinto básico invoca una Idea que suele llamarse Modelo. Es otra entelequia. Se dirá que es de crecimiento e inclusión como antes de liberación o dependencia, o se lo nombrará con cualquier otro eslogan banal que encienda corazones. Una cosa es decir que la prioridad política es la pobreza de millones de argentinos, y no la corrupción, ni la inflación, ni la lucha por recuperar el Indec, ni la confianza de los inversores, sino la realidad de un país con chicos en la calle pidiendo limosna, sueldos magros, gente sin vivienda, un sistema de salud y de salubridad miserables, con lo cual la democracia ya es de por sí corrupta, y otra hablar de Modelo. Porque una vez que se establece la prioridad, la batalla para transformar la realidad no requiere de un modelo sino de medidas flexibles, variables, heterodoxas, que se adecuan a una realidad cambiante. De este modo, se podrán corregir las que no han dado buenos resultados.
También es peligroso, a la vez que dogmático, sostener que el sistema de los 70 es el único modo en que se puede generar conciencia política. Como si esa denominada conciencia fuera una materia maleable que puede manipularse desde el poder, y en caso de creer en algo así, suponer que es la única conciencia posible.
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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Nadie nos hará callar. Por Álvaro Abós

El Gobierno gastó en 2009 ochocientos millones de pesos en publicidad oficial. Esa fortuna se destinó en su mayoría a medios adictos y se retaceó a otros independientes. El Gobierno renta un ejército de blogueros para que insulten a todo aquel que emita opiniones que difieran del oficialismo. Posee un espacio central en la televisión oficial donde se denigra a los periodistas críticos. ¿Se los denigra o se confronta con ellos? Es que confrontar, para el Gobierno, significa descalificar, amedrentar o sencillamente golpear, como sucedió en la Feria del Libro de 2010, cuando matones enviados por un secretario de Estado reventaron la presentación de un libro que no gustaba al poder. El Gobierno ha emprendido una campaña virulenta contra Clarín . Para ello, usa válidas excusas como el necesario reordenamiento de las comunicaciones, regidas por anticuadas leyes de la dictadura, la renovación tecnológica y la legítima corrección de prácticas monopólicas. Pero el Gobierno reitera su costumbre de transformar la realidad compleja en una dualidad blanco-negro y entonces plantea el caso en estos términos: o estás con Clarín o estás con el Gobierno.

Decisiones provocadas por la inquina del Gobierno hacia el grupo Clarín atormentan a los ciudadanos. Véase, por ejemplo, el cierre de Fibertel, medida que, si prosperase, perjudicaría a ciudadanos que no están involucrados en la pelea por el poder, e incluso a aquellos que quizá simpatizan con el Gobierno. Con un agravante: estas maniobras no sólo envenenan el clima cívico, sino que además son inútiles. Quieren destruir a un diario no por sus desmesurados negocios, sino porque en este momento, por un motivo u otro, se ha convertido en una voz crítica.
Pero ¿sobrevalorar a los medios como hace el Gobierno no es despreciar a los ciudadanos? Porque a la sociedad argentina, que es muy ducha en estas cuestiones, no le será difícil descubrir que el verdadero propósito de estas maniobras, bajo la retórica que las encubre, es la preservación del poder por el grupo encaramado en él. Además de inútil, la gimnasia kirchnerista es contraproducente para sus propios fines: demonizar a Clarín no ha hecho sino galvanizar a ese diario y hacer que su redacción despierte del letargo y haga un producto periodístico más vibrante .
Circula una anécdota atribuida a Perón según la cual habría dicho, ya anciano: "Cuando ningún diario me apoyaba, gané; cuando todos me apoyaban, perdí el poder". En realidad, Perón tuvo siempre diarios que lo apoyaron. En 1946 era sólo uno: La Epoca . Ya en el poder obtuvo el respaldo de dos diarios nuevos: Democracia y El Laborista . Todos de escasa circulación frente a los grandes diarios de aquella época, sobre todo La Prensa , luego La Razón , en menor medida LA NACION y aun recién nacido un tabloide que Roberto J. Noble trataba de imponer: Clarín . La expropiación en 1951 del diario La Prensa , el más estricto crítico del primer peronismo, fue un error garrafal de Perón. Pero más que juzgar el silenciamiento de un medio opositor quizá sea útil examinar lo que pasó inmediatamente después de la barrabasada: La Prensa fue entregada a la CGT, que lo convirtió en diario oficialista, sin ningún eco en el público. Aun peor: la gaffe de Perón benefició al competidor Clarín porque los avisos clasificados por línea, que eran el motor de la difusión del diario de los Gainza Paz, pasaron al diario de Noble, que a partir de entonces comenzó su crecimiento imparable. Nadie les ordenó a los anunciantes que dejaran de publicar en La Prensa expropiada. Lo decidieron solos. O sea que la operación La Prensa para el primer Perón fue un desastre en toda la línea. ¿Por qué incurrió Perón en ese error? Porque su vocación autoritaria le impedía tolerar la crítica. Y creía que era posible aplastarla. Los Kirchner harían bien en reflexionar sobre aquella historia.
Hoy repiten el error, pero en un contexto distinto. La libertad de prensa es, a esta altura de la historia, como el aire que se respira. No se puede vivir en el siglo XXI sin admitir ese principio. Una y otra vez, sin embargo, el Gobierno tropieza con la misma piedra. Veamos un ejemplo, de muchos. Allá por 2004, Radio Nacional le dio un espacio al veterano militante peronista Jorge Rulli. El programa se llamó Horizonte Sur y de inmediato concitó muchos oyentes, algunos atraídos por las ideas sobre ecología que allí se difundían y otros por el prestigio del propio Rulli. Es que este hombre fue víctima de las persecuciones sin cuento que la Revolución Libertadora infligió al peronismo desde su derrocamiento, en 1955, cuando Rulli, con pantalones cortos, se convirtió en militante. Los partidarios de Perón en aquella época fueron atormentados con leyes inicuas como el decreto 4161, que punía el uso y la mera tenencia de impresos con la palabra "Perón". Fueron encarcelados; algunos, fusilados; todos, privados de su derecho a elegir, que no recuperaron hasta 1973. Rulli lleva en su propia cara, bajo la forma de cicatrices, las huellas de las torturas que padeció durante sus largas prisiones. Lo conocí en la cárcel y volví a verlo en el exilio, donde escribíamos contra la dictadura de Videla. Recuperada la democracia, Rulli hizo su autocrítica, a pesar de que no tenía por qué flagelarse, ya que nunca incurrió en la locura de la violencia foquista. Lo hizo en su libro Diálogos en el exilio , coescrito por Rulli y otro luchador, Envar El Kadre. En un momento de su vida, Rulli, sin abdicar de su historia peronista, la convirtió en combate por la preservación de la naturaleza. Desde hace más de veinte años se dedica a ello con la fuerza de su pasión intacta. Ha escrito varios libros y ha ganado prestigio internacional en foros ecologistas. Pero Rulli, en su espacio radial, no se contentaba con combatir la contaminación de la Tierra y opinaba con libertad y refutaba con desparpajo aspectos de la gestión del Gobierno. Esa voz crítica, dictaminó alguien en las alturas, debía ser acallada. A comienzos de 2009, Radio Nacional lo echó. Tuvieron que readmitirlo, abrumados por las protestas de gente de todas las tendencias, que quizás disentíamos en alguna o en muchas de las opiniones de Rulli, pero que apreciábamos la honestidad de su lucha contra diversas formas de injusticia. A comienzos de 2010 -siempre en esa especie de nocturnidad alevosa que es la pausa veraniega- volvieron a echarlo, y esta vez lo consiguieron.
Si un gobierno que se dice peronista (un matutino progubernamental alabó recientemente al secretario de Cultura de la Nación al definirlo "peronista de izquierda") es capaz de humillar de esa forma a un hombre ya legendario como Rulli, ¿qué se puede esperar que haga con otras voces? Si la "radio pública" fue capaz de expulsar a patadas a Jorge Rulli, ¿qué se puede esperar que haga el gobierno K con el sistema global de la prensa argentina, a la que pretende regular? Alguno dirá: pero bueno, al fin y al cabo, a Rulli le pasó lo mismo que a tantos otros comunicadores: al dueño del espacio no le gusta lo que dice, y entonces, así como lo contrató, lo echa. ¿O acaso Rulli no puede irse con su programa a otra radio ?
Es cierto, pero la defenestración de Rulli de la radio pública no debe ser olvidada porque, si bien ya no tiene arreglo, ilumina la naturaleza del poder kirchnerista. El Gobierno practica lo que critica en los otros. El Gobierno acalla al que piensa por su cuenta, como sostiene que hacen las corporaciones que dice combatir. El caso Rulli desnuda la ingeniería de ese "despotismo electivo" del que hablaba Jefferson: una compulsión del político que ha ganado elecciones pero cuya preocupación central deja de ser el servicio y pasa a ser la perpetuación en el poder.
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¿La Argentina seguirá siendo una democracia? Por Robert Cox

(Publicado en Clarín. Miércoles 15/09/2010)
Durante la dictadura, un diario publicó casi todos los días una mordaz denuncia contra los presumidos oficiales militares que condujeron a Argentina a una larga noche de horror . Ese diario era Clarín . Era una denuncia sin palabras porque el periodista que daba testimonio de los males e imbecilidades del proceso era el dibujante del diario, Hermenegildo “Menchi” Sábat.
La palabra inglesa cartoonist no hace justicia al trabajo de Sábat. Se lo describiría mejor como un Daumier de nuestros días, el crítico social e ilustrador francés, o como el Goya de este país, a pesar de que su trabajo no está imbuido de la ferocidad que caracteriza a los dibujos del artista español. Día tras día, al igual que los artistas/dibujantes que lo precedieron, Sábat pone al descubierto a la gente que está en el poder.


Era especialmente peligroso trabajar en las décadas en que Argentina estaba envuelta en las garras del terrorismo . El general Carlos Suárez Mason, adecuadamente conocido como “El carnicero”, envió a Sábat una grabación con una amenaza de muerte con su propia voz porque no le gustaba la forma como lo dibujaba.
Con todo, en un espléndido giro irónico, el más malvado de todos los miembros de la Junta Militar, el almirante Emilio Massera, fue tan presumido como para no ver que Sábat lo había mostrado en un devastador dibujo que captaba la maldad del almirante así como su narcisismo. Massera hizo llegar el mensaje a Clarín de que quería ese original.
Quedé fascinado con el retrato que hizo Sábat del comandante en jefe de la Marina. Lo mostraba sonriéndole a su propia imagen en un espejo de mano. Cuando vi el dibujo en Clarín esa mañana, recuerdo haber pensado y temido que Menchi hubiera llegado esa vez demasiado lejos en la sátira de un hombre tan loco por el poder.
Gracias a Dios, el amor tan arrogante de Massera por sí mismo impidió que se diera cuenta de que Sábat lo había pinchado en la página al igual que un naturalista pincharía un insecto venenoso para ser visto como un espécimen.
Sábat fue muy valiente al someter al ridículo a presuntuosos gobernantes militares que tenían el poder de la vida y la muerte sobre todos los ciudadanos.
Esta es una de las formas como es posible mantener la decencia humana en tiempos de tiranía.
Durante una exposición de sus dibujos en una importante galería del centro de la ciudad, cuando los militares se encontraban en la cima de su poder, Sábat incluyó dos enormes lienzos titulados “Retrato oficial” y “Héroe del ejército”. Son pinturas de un gorila con una sonrisa burlona vestido con un espléndido uniforme militar y de un extraño animal que podría ser una cruza entre un pavo y un orangután, ataviado también con un uniforme del ejército.
Cuando vi las pinturas en la exposición contuve el aliento y recé para que “El carnicero” no visitara la galería y para que ninguno de los otros visitantes, la mayoría de los cuales disfrutaron seguramente de una risita silenciosa a expensas del represor régimen, informara a las autoridades sobre esta defensa de la democracia maravillosamente subversiva.
Clarín tuvo otro momento de resistencia épica cuando María Elena Walsh, que hablaba valientemente en contra de la censura que, según sus propias palabras, había convertido a la Argentina en un jardín de infantes, desafió a la dictadura.
Su grito de dolor por la destrucción de la cultura argentina fue publicado en el suplemento cultural y fue como si una luz brillante hubiera horadado la penumbra.
Nosotros, los demócratas, ansiosos por aprovechar cualquier señal de resistencia para lo que sabíamos por entonces que era nazismo, o debiéramos haber sabido, bendecimos su corazón.
Menciono estos dos momentos de gloria en la historia de Clarín por razones personales.
Menchi Sábat es y fue un muy buen amigo durante cerca de medio siglo. La adorable María Elena es la estrecha amiga que nunca conocí, cuyas canciones, cuentos y arte como intérprete cautivaron a mi esposa, nuestros hijos, nuestros nietos y a mí personalmente durante más de 50 años.
Menchi y María Elena simbolizan para mí el aporte a la Argentina que una cantidad incontable de periodistas hicieron y hacen al escribir para Clarín , el más importante diario del país en términos de circulación.
El trabajo de Sábat y el gran gesto en defensa de la libertad hecho por María Elena Walsh hace cerca de 33 años adquieren hoy un nuevo significado en momentos en que Clarín es atacado.
Creo que es mi deber defender a Clarín tal como lo hicieron otros periodistas, en especial, Jorge Fontevecchia, editor de Perfil, una editorial rival. Lo hago por la misma razón por la que creí era necesario salir en defensa de Jacobo Timerman cuando fue calumniado y difamado, algo que muchas veces pensé debe haberle dolido más que las torturas que soportó en una de las cárceles clandestinas de los militares.
Timerman no era impecable. Él mismo admitió para su propia vergüenza haber complotado con los militares para derrocar al menos a uno, o dos o más gobiernos civiles.
La Opinión , el gran diario que fundó en su momento, fue financiado por David Graiver, un oscuro financista que contaba entre sus clientes a Montoneros, la organización guerrillera que también llevó a cabo algunas acciones terroristas contra la población civil.
Hay que decir en su favor que Timerman era un hombre sumamente generoso. Como empresario fue un genio que ayudó a llevar al periodismo argentino hasta el corazón de los medios modernos. Se enemistó con los militares, probablemente más por ser judío que por cualquier otro motivo, y fue tratado vergonzosamente. Fue injustamente encarcelado, privado de su ciudadanía y enviado al exilio. Tuvo suerte de escapar con vida porque los militares querían silenciarlo.
El Gobierno se hizo cargo de La Opinión.
La pregunta hoy es si Clarín y La Nación enfrentan la misma amenaza. La acusación contra Clarín es que, en sociedad con La Nación , aprovechó la situación de 1976, cuando Graiver murió en un accidente aéreo en México, para adquirir Papel Prensa, el fabricante de papel del país más importante, el único virtualmente.
La adquisición de la mayoría de acciones de Papel Prensa por parte de Clarín , La Nación y La Razón (cuyas acciones fueron luego compradas por Clarín ) junto con el Gobierno nacional fue algo en mi opinión muy deshonesto -entonces y ahora-. En mi opinión, la deshonestidad fue especialmente marcada en el caso de La Nación , que siempre se enorgulleció de su independencia.
Durante más años de los que recuerdo, la sociedad de ambos diarios en asociación con el Estado fue ferozmente criticada por la mayoría de los miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa como totalmente sin escrúpulos y como una competencia injusta para los otros diarios argentinos. Recuerdo haber destacado durante una reunión de la SIP que en el caso de La Nación era como si el Vaticano decidiera abrir una clínica para abortos.
Se podrá pensar que una disputa de 33 años de antigüedad por una empresa de papel no es noticia hoy.
Muchas veces me pregunté, mientras se libraba este Guerra de Medios sobre el tema, qué piensa el hombre y la mujer de la calle sobre todo esto .
Lo que creo es que todo esto tiene que ver con si Argentina seguirá siendo una democracia . Si el Gobierno se hace cargo de Clarín , que parece correr el mayor peligro, como ocurrió con La Opinión , ello indicará que el actual gobierno no respeta la libertad de expresión , que resulta vital para una democracia saludable .
Como Clarín forma parte de un grupo mediático dueño de importantes canales de TV y otras empresas de comunicación, la amenaza no está confinada al diario . Una regulación del Gobierno ya ordenó a una empresa de Clarín , Fibertel, acusada de operar sin licencia luego de una fusión con Cablevisión, cerrar dentro de 90 días.
El Grupo Clarín enfrenta un futuro incierto si el Gobierno sigue amenazando con hacerse cargo , lo que afectaría al principal canal de TV del país, el 13, y a TN, el principal canal de noticias, así como a muchos diarios y emisoras de radio y televisión que pertenecen al Grupo en forma total o parcial.
Son temas serios los que están en juego aquí, que van más allá del debate sobre la recientemente promulgada Ley de Medios, que impone límites a la propiedad de los medios, y de la polémica sobre el papel y la propiedad de Papel Prensa.
En el momento en que el gobierno militar dio su aprobación para la compra de Papel Prensa pensé que era un soborno para que los tres diarios garantizaran su cooperación en el encubrimiento del plan de los militares de exterminar a todo aquel considerado “subversivo” haciéndolo “desaparecer”.
En otras palabras, todo aquel contrario a los militares corría el riesgo de ser secuestrado, torturado de forma rutinaria y asesinado luego. Los cuerpos debían ser hechos desaparecer por distintos medios. El objetivo era no dejar huellas de los restos humanos.
La adquisición de Papel Prensa es obviamente una cuestión que debieran decidir los tribunales . Lamentablemente, en su discurso al país sobre el tema de Papel Prensa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sugirió que, de algún modo, Clarín y La Nación eran responsables del secuestro y tortura de Lidia Papaleo, la viuda de Graiver, que fue secuestrada por los militares y retenida en una cárcel clandestina después de firmar los papeles que transferían sus acciones en Papel Prensa a los diarios.
Lidia Papaleo contó cómo fue torturada y violada y contó también su sufrimiento, en detalle, por primera vez en más de 30 años. Dice que hasta ahora no se había sentido segura de hacerlo. El secuestro de Lidia Papaleo, la familia Graiver y sus socios fue algo conocido por mí en líneas generales en su momento.
Pero fue recién cuando regresé a Argentina dos meses atrás, cuando me enteré de las barbaridades infligidas a Lidia Papaleo a través de una declaración que ella hizo durante una reunión del directorio de Papel Prensa, que no fue debidamente informada por La Nación y, por lo que sé, tampoco reproducida por Clarín . Ella difundió luego una carta detallada contando todo lo que tuvo que vivir.
Me sentí indignado, al igual que cualquier persona decente, por la crueldad que sufrió a manos de los militares y por la duración de su encarcelamiento. De todos modos, no creo que el CEO de Clarín, Héctor Magnetto, ni el editor de La Nación, Bartolomé Mitre, puedan ser vistos como responsables, en forma alguna, por las depravadas acciones de los torturadores de Lidia Papaleo .
Sí, debiéramos estar indignados por lo que sabemos sobre su sufrimiento. Pero debiéramos sentirnos casi igualmente indignados si la ley es pisoteada para apropiarse de Clarín o para intimidar a La Nación , como ocurrió cuando los militares se hicieron cargo de La Opinión .
Si fueran silenciados como lo fueron casi todos los medios durante la dictadura militar, estaríamos siendo testigos de una grave pérdida de libertad .
George Orwell debiera estar vivo y viviendo en Argentina en este momento para que pudiera advertir, una vez más, sobre el peligro que plantea para la democracia un autoritarismo de izquierda.
Esta nota, cuya reproducción fue autorizada, fue publicada en el Buenos Aires Herald, el domingo 12 de septiembre.
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lunes, 6 de septiembre de 2010

Anatomía de la nueva gesta del Kirchnerismo. Por Beatriz Sarlo


(Publicado en La Nación, viernes 3 de setiembre de 2010)

Decidido a ganar en la primera vuelta electoral de 2011, ya que la derrota sería casi inexorable si tiene que disputar un ballottage, el Gobierno ha resuelto ir bocado por bocado, para consolidar en las capas medias un núcleo de votantes que no tenía hace un tiempo. Para ello maneja a la bartola categorías como "corporaciones" y "poder corporativo", corrompiendo el lenguaje público, como si su discurso, nimbado de advocaciones solemnes, fuera intocable.


De las corporaciones, el Gobierno tiene una visión instrumental y una caracterización difusa: negoció amistosamente con el Grupo Clarín hasta el conflicto con el campo, otorgándole la prolongación de sus licencias e introduciendo a su representante en la confianza de Olivos; luego lo encerró en un juego de pinzas con algunas de las cuestiones más sagradas que este mismo gobierno había tenido la decisión de poner en la primera página del orden del día: la identidad de chicos apropiados por la dictadura.El 24 de marzo de este año, la Presidenta le prometió a Estela de Carlotto que, si la Justicia no se pronunciaba sobre la identidad de los hijos de Ernestina Herrera de Noble, ella misma (suponemos que abandonando provisionalmente el cargo, ya que no podría hacerlo como jefa del Ejecutivo) la acompañaría con un recurso ante los tribunales internacionales para borrar "tantos años de impunidad y poder mediático". Hoy, la identidad de esas dos personas todavía no ha sido esclarecida, pero por razones que no son evidentes la cuestión ya no es agitada con la misma insistencia por el Gobierno. Fue reemplazada por otras: la cancelación de la licencia a Fibertel y la campaña sobre Papel Prensa.Tampoco en este último caso a la Presidenta parece haberle importado chapotear entre medias verdades, contradicciones y retruécanos, peleas entre hermanos y reapariciones en estilo lumpen de un ex miembro del círculo de López Rega. Las víctimas de la dictadura son puestas sin miramientos en una escena mediática y se las muestra más allá de lo que debe ser juzgado en público: gente que sufrió el terrorismo de Estado, hombres y mujeres con intereses, deslealtades, peleas, mentiras y ocultamientos. Nadie merece, mucho menos una víctima de torturas, ser llevado y traído en una investigación "trucha" (redactada por el inverosímil Guillermo Moreno). También los Montoneros tuvieron bajo presión a los familiares de David Graiver, después de que murió debiéndoles los 17 millones de dólares provenientes del secuestro de los hermanos Born. La Presidenta abrió este episodio del pasado argentino como una caja de Pandora y lo convirtió en una escandalosa y confusa lección de historia, en lugar de llevarlo inmediatamente a juicio, que es lo que debió hacer en primer lugar, si tenía sospechas fundadas.Todo en el episodio es siniestro: el secuestro de los Born, la administración de una parte del rescate por el joven financista Graiver, el reclamo de los montoneros a su viuda para que devolviera el dinero, en tonos diversos y con la amenaza de que podían pasar a los actos; la venta de apuro de los bienes para pagar a la guerrilla y a otros acreedores. Cercados por los montoneros y la dictadura, fueron también víctimas de la falta de principios con que se recaudaban fondos y quienes los administraban. Ser víctima no es un estado que mejore a nadie, sino que exige justicia -no importa el momento-, la pida o no la víctima misma.Todo es oscuro desde el golpe de Estado de 1976 y, como lo demostraron algunos periodistas como Robert Cox del Buenos Aires Herald , Manfred Schönfeld de La Prensa (hombre de derecha el último y liberal el primero) o Herman Schiller de Nueva Presencia , era posible hacer más de lo que hizo el gran periodismo. También era posible no hacer nada. En eso, los Kirchner tienen un currículum notable. No hicieron nada durante la dictadura, ni tanteando los límites como unos pocos políticos radicales y justicialistas, ni en el movimiento de derechos humanos, ni presentando siquiera un hábeas corpus. Nunca es tarde para convertirse a una causa justa, pero la conversión tardía no da tantos derechos morales. Los Kirchner se han dedicado a revolver la historia de los setenta. No se dan cuenta de que ellos no quedan exentos de ser acusados de indiferencia durante los años que duró la dictadura. Si dejaran de manipular esa historia sería más probable que nadie tuviera la tentación de recordar la de ellos.Pero necesitan esa historia para darle una dimensión ideológica a su epopeya. Las corporaciones y los monopolios se han convertido en la etiqueta con que se caracteriza a todos aquellos que pasan a formar parte del campo enemigo. De allí el carácter desacompasado de las políticas que la Presidenta ha propuesto en los últimos meses. Porque se ha peleado con el Grupo Clarín, comienza a caracterizarlo como el peor obstáculo a la libertad de información. Antes, cuando su marido era amigo del grupo, tal calificación no había formado parte del polvorín kirchnerista. No es aceptable decir "más vale tarde que nunca" o, en su versión más refinada: "ha llegado la etapa en la que es posible enfrentar ese monopolio".Todas son medidas tácticas. Perciben a los grandes diarios como enemigos, y quieren disminuir, como sea, su potencial influencia antes de las elecciones del 2011. En este marco, no se puede discutir en serio lo que debería haberse discutido: por ejemplo, un modelo a la norteamericana que prohíba que los diarios tengan medios audiovisuales en su zona de influencia; por ejemplo, si es una amenaza a la libertad de prensa que dos diarios sean fabricantes de papel (Jorge Fontevecchia, que no puede ser acusado de parcialidad a favor de las grandes empresas gráficas, no piensa que sea una amenaza), cómo debe el Estado supervisar esa integración vertical; por ejemplo, quiénes deben formar los organismos de control de medios audiovisuales. Con los Kirchner y su tacticismo, cualquiera de esas discusiones queda clavada en la coyuntura inmediata.Algunos dirán que el viejo topo de la historia, como lo llamaba Marx, cava sus surcos en profundidad convirtiendo estas medidas tacticistas en el camino que conduce a una Argentina libre de monopolios. Es difícil participar de ese optimismo sobre las andanzas del viejo topo. A los Kirchner no sólo no les importa la libertad de información, sino que la han redefinido: sería libre solamente aquella información producida y difundida por órganos que no sean dominantes en el mercado. Embellecen esta definición haciendo la alabanza de aquello que no les importó mucho cuando Kirchner fue gobernador de Santa Cruz: los pequeños emprendimientos periodísticos y los canales de información comunitarios. Ser un gran medio de comunicación ha pasado a representar una categoría estigmatizada. La excepción es la plataforma gráfica y mediática que el Gobierno está armando con el dinero público y emprendedores amigos.El Gobierno ha construido a su opositor. La famosa metáfora de que nadie resiste cinco tapas de tal diario se ha demostrado falsa, ya que son muchas más de cinco las tapas que el Gobierno, con razón, considera adversas. Al mismo tiempo, la Presidenta invita a una gesta que consolide a su alrededor el voto de izquierda, presionando sobre sectores filokirchneristas, como los que representa Martín Sabbatella.Mientras tanto, Kirchner se arrincona con miembros de otras corporaciones de peso histórico: Moyano ha llegado al Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires para iniciar un ciclo de recuperación sindical de posiciones perdidas en el aparato político. Esta "corporación" no ha hecho sino acrecentar su poder en los últimos años; los negocios limpios no son su fuerte, como lo demostró la renuncia de una ministra, Graciela Ocaña, desalojada por la fuerza de las farmacias y droguerías sindicadas y familiares, después de crear el neologismo "Moyanolandia".¿Qué van a hacer ahora? El tacticismo es una forma de la improvisación, incluso exitoso; es inmediatista. No es un proyecto político, sino un kit de supervivencia.

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