jueves, 29 de abril de 2010

La batalla cultural. Por Beatriz Sarlo


El kirchnerismo se ha caracterizado por la riña con el periodismo no oficialista. Sobre esto se ha escrito mucho, aunque nunca será suficiente subrayar su debilidad de principios. Los argentinos vivimos dictaduras militares que liquidaron a periodistas, y esa imagen del pasado es tan horrenda que se la utiliza sin escrúpulos para disminuir cualquier hecho presente. Sin embargo, la libertad de prensa no admite grados: que antes haya sido atacada no disculpa transgresiones que, frente al asesinato, parecerían menos graves. Ultimamente, el desdén por la prensa viene acompañado por un ataque a obras y autores, con incursiones en la Feria del Libro que terminan a los sillazos como si fuera una fiesta de fin de curso que se fue de madre, aunque son, en verdad, un intento de cortar la palabra a los gritos y por la fuerza.


Pero está en curso un proceso más novedoso. Lo llamaré dispositivo cultural kirchnerista, armado de partes heterogéneas que funcionan de manera más o menos independiente, aunque alineadas con el Gobierno. Se trata de un dispositivo cultural, y no de la Oficina Ideológica del Ejecutivo. Comprende iniciativas prácticas descentralizadas, aunque convergentes en sus objetivos, y una red de discursos e intervenciones que reúne instituciones del Estado, pero también formaciones de la sociedad civil. Sería conveniente pensarlo más allá de la batahola.
Desde marzo de 2008, cuando comenzaba el conflicto con el campo, el Gobierno fue apoyado por los intelectuales, académicos y profesionales de Carta Abierta, que difundieron un documento. El segundo párrafo de esa primera Carta Abierta les ofreció a los Kirchner el argumento que repitieron durante meses: "Un clima destituyente se ha instalado, que ha sido considerado con la categoría de golpismo. No, quizás, en el sentido más clásico del aliento a alguna forma más o menos violenta de interrupción del orden institucional. Pero no hay duda de que muchos de los argumentos que se oyeron en estas semanas tienen parecidos ostensibles con los que en el pasado justificaron ese tipo de intervenciones, y sobre todo un muy reconocible desprecio por la legitimidad gubernamental".
Así se compactaba el núcleo de los discursos kirchneristas: transformar un conflicto de intereses económicos y una movilización social que incluía a pequeños y grandes, pobres y ricos, en una operación golpista de nuevo tipo. La palabra "destituyente" produjo un efecto inmediato y duradero, tanto que todavía se la utilizó para caracterizar a quienes se oponían a la ley de medios audiovisuales, más de un año y medio después.
Carta Abierta hizo reuniones en la Biblioteca Nacional, que dirige Horacio González, uno de sus miembros de más larga tradición peronista y gran influencia intelectual. A algunas de ellas asistió Kirchner. No se frecuentan con mayor asiduidad porque los Kirchner no tienen tiempo para intelectuales y la Presidenta cree que en esas cuestiones se arregla sola.
Alrededor de Carta Abierta, otras formaciones, como Red de Mujeres con Cristina, semanalmente reparten citas por correo electrónico, extraídas de Página 12 o de Laclau y Zizek, en amable armonía epistemológica. Estos hebdomadarios "ramilletes de pensamiento" difunden, más allá de los círculos especializados, fórmulas políticas que no ofrecen los discursos del Gobierno (generalmente pobres, pese a las pretensiones). Son citas sobre las que se puede volver y pensar. No las subestimo, porque forman parte de una larga tradición de frases y epigramas políticos para el uso de sectores menos intelectuales que quienes los difunden. Se intenta una expansión hacia afuera de la elite.
Pero las iniciativas de Carta Abierta y sus subsidiarias, como puede comprobarlo quien haya asistido a algunos de los actos recientes o a las actividades en la ESMA, quedan dentro de un espacio académico y profesional relativamente restringido. No hacen opinión pública, salvo entre los lectores de Página 12 , que están habituados a las intervenciones periodísticas de esos mismos intelectuales, o en medios incluso de menor circulación como Contraeditorial , las revistas del grupo Spolsky y la mejor realizada Debate . De cualquier modo, todo va sumando: de las sucesivas Cartas Abiertas al más deshilachado y amarillo Veintitrés , circula un discurso con diversos niveles de escritura. Estas iniciativas permanecen todavía dentro de lo que se llama campo intelectual y sus cercanías.
No conozco el número de lectores de Página 12 , pero incluye un progresismo convencido de que, ante el fracaso de otros progresismos, Kirchner es su última oportunidad y que la política de derechos humanos y el enjuiciamiento de los terroristas de Estado imponen tragarse algunos sapos. En este arco, Página 12 se combina dinámicamente con lo que hoy parece ser un centro del dispositivo cultural: el programa de televisión 6, 7, 8 , magazine con participación estelar de Sandra Russo, del corazón de Página 12 (la única mujer que en ese diario ha firmado contratapas) y autora de un libro, que ha sido adelantado por el diario, sobre la dirigente Milagro Sala; con cartel francés se luce Orlando Barone (que ha dejado la revista Gente en el pasado para ser columnista de Debate e impávido humorista de la televisión oficial).
No se puede subestimar 6, 7, 8 con la respuesta sencilla de que se ve el programa porque está enmarcado en las emisiones de Fútbol para Todos. Esa respuesta ignora que tal fue precisamente el objetivo de estatizar las transmisiones mediante un contrato con la AFA que empezó costando 600 millones anuales y para el que ya se han anunciado refuerzos. Quien tuvo la idea no pensó simplemente en que se pasaría publicidad oficial durante los partidos, sino que el fútbol iba a calentar la pantalla de Canal 7, con un efecto de arrastre que conoce cualquiera que sepa algo de televisión. Lo que pagamos todos los argentinos es ese efecto de arrastre, que hoy beneficia a 6, 7, 8 , pero que, como cualquier efecto, es ciego.
Creado por un joven de la nueva televisión, 6, 7, 8 dio lugar a una comunidad de audiencia. En el acto del 24 de marzo en Plaza de Mayo pude ver la llegada de una columna de televidentes autoconvocados por Facebook, perfectamente organizada, con sus volantes y sus remeras ("Somos la mierda oficialista"); gente de pueblos del Gran Buenos Aires que se había organizado para llegar a la Plaza, todos miembros de una pequeña burguesía progresista que no había encontrado otros lugares de expresión desde el conflicto con el campo en el cual suscribió el discurso de Carta Abierta, habiéndolo leído en su fuente original o escuchado en las versiones presidenciales. Son decididos, incluso agresivos verbalmente, pero no violentos; militantes espontáneos, no matones. Así, el campo reducido representado por Carta Abierta se ensancha hacia zonas no profesionales ni académicas. Los intelectuales no miran 6, 7, 8 , simplemente pueden ir a hablar en su escenario chacotero (lo vi al solemne Rafael Bielsa haciendo equilibrio al escuchar la canción pop "Somos boludos").
Fútbol para Todos, entonces, es una gran plataforma, un portaaviones que se dirige a públicos más masivos. Hay más y mejor en el futuro. En estos días, la Presidenta anunció el proyecto de repartir urgentemente medio millón de decodificadores de televisión digital, norma en la que ya están trasmitiendo Canal 7 y Encuentro. Así como les restituyó el derecho a los goles, el kirchnerismo no va a mantener al pueblo en la privación de señales digitales, máxime cuando el secretario de Medios, Gabriel Mariotto, ya ha anunciado una red de diez canales digitales públicos (es decir, en estas circunstancias, oficiales).
Acá entramos en aguas profundas. Mariotto actúa rápido, no se fija en menudencias, y tiene la determinación de quienes piensan que la batalla final no se gana sin una victoria comunicativa. En esto no es igual a los Kirchner, que, abandonados a su espontaneidad, simplemente ahogarían económicamente o cooptarían con negocios a la prensa, como lo hicieron en Santa Cruz. Mariotto es un graduado de Ciencias de la Comunicación, que ha leído los manuales. Los Kirchner, con gente como Mariotto, ampliaron su horizonte. Lo que se arme con la televisión digital y la lluvia benéfica de decodificadores será la trama más fuerte de todo este dispositivo de redes.
Y también están los blogs y los blogueros, celebrados por Aníbal Fernández en una de sus últimas escapadas nocturnas como militante. La "nube K" sostiene decenas de páginas web conocidas y desconocidas (todos los opositores leen la de Artemio López, porque, con buen ojo, siempre se encuentra algo). Precisamente, la mortecina página de Carta Abierta indica el modo en que la crema de los intelectuales kirchneristas es relativamente ajena a ese mundo.
Pero lo fundamental de la "nube K" son los condottieri que recorren la web buscando palabras clave que les permitan llegar a intervenciones en portales, periódicos digitales, blogs, que piden a gritos un comentario de la ortodoxia doctrinaria kirchnerista. Sobre todo, que hagan indispensable el insulto y el desliz maledicente de un modo sólo comparable con la violencia verbal que ejercen algunos comentaristas anti-K en otros foros virtuales. La Web no es una nube de ángeles que quieren simplemente comunicarse con independencia de los grandes medios.
Los blogueros y comentaristas se identifican con las formas rizomáticas de una nueva esfera virtual, donde no se es responsable ni de la injuria ni del falso testimonio. Viven del rumor que difunden y multiplican; viven también del anonimato, que es la regla que nadie se atreve a discutir. Este mundo es difícil de cuantificar. Por un lado, está el lugar común de la importancia de la Red, de Twitter, etcétera; por el otro, el temor religioso de quedarse fuera de lo nuevo; finalmente, están los vivos: la Red existe y es gratis.
El dispositivo kirchnerista no se completaría sin ella. Tampoco sería realista un cuadro que no registrara los episodios de una batalla cultural por las capas medias. Cuando se habla de hegemonía, en un sentido estricto, hay que pensar en esta dimensión donde se juega a convencer, aunque, cada vez con más frecuencia, pasen a primer plano los aficionados a las trompadas. Total, como dijo un comentarista de 6, 7, 8, en la Feria del Libro no hay más violencia que en un concierto de rock.

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miércoles, 21 de abril de 2010

Los carmelitas calzados. Por Yoani Sánchez


Ojos atentos, tímpanos especializados en el sonido escurridizo del desvío de recursos y uniformes de un color marrón, casi tierra. Son los “carmelitas”, un verdadero ejército de inspectores que en los centros de producción velan porque el robo no se lleve lo poco que nos queda. Funcionan como un cuerpo de protección no subordinado a la administración del centro laboral donde se les ubica y responden -como soldados- a una estructura superior de ordeno y mando. Reciben a cambio un mejor salario, algunos kilogramos de pollo cada mes y esa apetitosa merienda que revenden en el mercado negro. Constituyen la nueva tropa de auditores, en un país donde los empleos no se miden por lo que se gana sino por lo que permiten sustraer hacia el mercado negro.

Estos controladores permanecen poco tiempo en cada industria, para evitar que hagan relaciones con los empleados y puedan caer en cadenas de corrupción. En las fábricas de tabaco, deben registrar a los torcedores para que no saquen –entre sus ropas- las hojas o los puros ya terminados; en la Planta de Suchel del municipio Cerro se ocupan de buscar entre los bolsos de los trabajadores los extractos de champú o de perfume; en medio de la carretera chequean que cada pasajero de un ómnibus tenga su boleto legal y en Río Zaza debieron impedir que salieran las bolsas de leche o el concentrado de tomate. Entrenados para comprobar sellos, cerrar candados y anotar los productos existentes en un almacén, no han logrado sin embargo detener los constantes desfalcos. Imposible parece la tarea de crear burbujas de eficiencia y control en una Isla donde saquear al estado es una práctica de sobrevivencia.
La cuestión es que el gobierno sabe que la gente roba en cada centro de trabajo, pero también comprende que cerrar todos los caminos del desvalijamiento crearía un clima de mucha tensión social. Hasta ahora, la vista gorda ante la sustracción era una manera de mantener tranquilos a los infractores para que no fueran a demostrar su inconformidad de otras maneras más públicas. La mayoría de los ciudadanos es consciente de que aplaudir o callarse evita que investiguen sus vidas y salga a la luz el sustento ilegal del que se nutre su familia. La permisibilidad de la malversación ha sido durante largos años una eficiente moneda de cambio de la docilidad. De ahí lo difícil de erradicarla sin dinamitar el propio sistema. Los “carmelitas” no podrán evitar que se sigan sustrayendo recursos, porque la corrupción es la savia que nutre –fundamentalmente- a quienes mandan hoy las huestes de la auditoría hacia las calles.


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lunes, 19 de abril de 2010

Beatriz Sarlo: "Con Kirchner no se puede acordar ni un picnic"

(Publicado en La Nación On Line el lunes 19 de abril de 2010)
Por Virginia Lauricella y Santiago Dapelo De la Redacción de lanacion.com

Apoyada contra una pared de su estudio de la calle Talcahuano, situado a pocas cuadras del Congreso, Beatriz Sarlo enciende un cigarrillo con boquilla, accesorio que a esta altura la caracteriza. Antes de comenzar la entrevista, la política ya ocupa el centro de la escena.
Observadora mordaz de la realidad, conspicua analista de la cultura nacional, la autora de Escenas de la vida posmoderna llega al paroxismo cuando habla de uno de los grandes problemas irresueltos: la pobreza. "En estado de miseria y necesidad no hay ciudadanía política, no se pueden ejercer los derechos", advierte.

Durante una hora, en el ciclo de reportajes que lanacion.com propone de cara al Bicentenario, la docente, escritora y ensayista de prestigio internacional reflexiona sobre la Argentina, los argentinos y la argentinidad. Su cuerpo menudo se sienta al costado de una mesa despojada, flanqueada por una biblioteca. En ese escenario, desmenuza la coyuntura política y social.
La sociedad ya no pide que vengan lo militares a solucionar los problemas y los partidos políticos no tienen ya esa connivencia con la violencia militar
"El problema fundamental hoy es el perfeccionamiento de las instituciones, pero el eje es la pobreza. En términos institucionales, la Argentina ha avanzado y en términos de ciudadanía social ha retrocedido ininterrumpidamente desde los años ´70", asegura la intelectual que, siguiendo a Susan Sontag, en su libro Tiempo pasado, estableció: "Es más importante entender que recordar. Aunque para entender sea preciso, también, recordar".
- ¿Qué le evoca la palabra Bicentenario?
- Es una celebración que los argentinos no estamos en condiciones de hacer. Efectivamente, parece que las cosas de larga preparación no salen demasiado bien en este país. Tendrán lugar algunas puestas en escena en el espacio público, pero va a pasar sin que nos demos cuenta. Me gustaría saber qué está sucediendo en las escuelas, cómo se está procesando.
- ¿Por qué cree que llegamos así?
- Posiblemente por improvisación y por la capacidad que hemos adquirido de enfrascarnos en el problema del momento. Y el Bicentenario no lo es. Cuando Francia celebró el Bicentenario de la Revolución Francesa fueron años de discusiones encarnizadas sobre cómo iba a ser el despliegue en la esfera pública, cómo iba a tratarlo el Estado... Después hubo críticas y se siguió comentando. Hay una especie de "instantaneísmo" del cual surgirán cosas sin importancia.

- ¿Le parece que el Bicentenario se volvió sólo una marca y no una oportunidad para reflexionar de verdad?
- Bueno, llamar "fondo del Bicentenario" a uno de los decretos de necesidad y urgencia más problemáticos promulgados por la Presidencia indica que esta palabra ha perdido toda densidad semántica. Y es porque a nadie le importa realmente. Es posible que a ninguno de nosotros le importe. No se vive el clima que se vivió en 1910. Primero, porque las cosas han cambiado culturalmente. Sería imposible pensar que un poeta se sentara como Leopoldo Lugones y escribiera Odas Seculares. Las artes tienen hoy una vinculación con la vida pública muy diferente y mucho menos sintonizada con ella. En segundo lugar, se careció de un centro planificador que organizara territorialmente esta celebración. En tercer lugar, la celebración coincide con una crisis, lo que hace difícil que el Gobierno encare una celebración que implica mucha preparación y energía.
- Cien años atrás, Joaquín V. González indicaba que un rasgo distintivo de los argentinos es que vivimos en discordia. ¿Hay posibilidad de salir de esa dicotomía del blanco o negro?
- Sí, González hablaba de la ley de la discordia y mencionaba otro rasgo que es la defección de las elites. Hacía un balance del Centenario que no era negativo, pero también mencionaba que las elites políticas y económicas no habían estado a la altura de las circunstancias. Si bien se había logrado mucho en términos institucionales, las elites habían defeccionado de ciertas tareas espirituales que a González le parecían fundamentales.
En la Argentina, la marca maldita que tuvo en los últimos 100 años es la de los golpes de estado. Comienzan en 1930 y no terminan de sucederse hasta 1976. O sea que 46 años, casi la mitad de esos 100 años, vivimos en una constante inestabilidad política. Aquí hubo una intervención militar permanente en la vida civil del país por defección de las elites políticas, pero también por una politización profundísima de las Fuerzas Armadas. Si hubiera algo que celebrar en este segundo Centenario es el fin de la desestabilización institucional en el país.
- ¿Cómo ve a las instituciones democráticas?
- Están funcionando. Ha habido una renovación de la Corte Suprema muy importante que encaró Kirchner y hay cierto protagonismo parlamentario. No podemos pensar que funcionen como en una república escandinava, la Argentina viene de un funcionamiento muy defectuoso de sus instituciones. Me parece muy importante que esté la Corte Suprema como un reaseguro último de la constitucionalidad. El problema fundamental hoy es el perfeccionamiento de las instituciones, pero el eje es la pobreza.
La ciudadanía social que parecía en expansión durante la primera década peronista es la que está profundamente afectada. Y en estado de miseria y necesidad no hay ciudadanía política, no se pueden ejercer los derechos. Ahí es donde surge el clientelismo, el verticalismo, los punteros. En términos institucionales en los últimos 30 años ha habido un progreso, pero en términos económico sociales hubo retroceso.
- ¿Cree que la dirigencia busca quebrar esa lógica o la alimenta?
- El Partido Justicialista tiene una larga tradición de relación con los pobres. Es una relación en la cual hay una mezcla de clientelismo y también de protección. Quien piensa que la relación del justicialismo con lo pobres es simplemente ir con un garrote a pedir el voto se equivoca. El peronismo es el que mejor sabe hacer esto porque es el que tiene la mayor cantidad de gobernadores e intendentes en los sectores donde hay más pobres. Eso lo convierte en una "federación" de expertos en manipulación de las conciencias, de los votos y del otorgamiento de favores indispensables para la vida cotidiana de los pobres. Hay que ser pobre para saber que para parir se necesita ayuda y a veces es sólo el puntero el que está ayudando.
- Es un mal necesario...
- Si una ambulancia no puede entrar a la villa indica que hay una ausencia del Estado. Por tanto aparecen estas intermediaciones [en relación a los punteros] que hacen que la política sea muchísimo más primitiva. No permite que esa gente en estado de necesidad pueda ejercer plenamente su ciudadanía.
- ¿Cómo se revierte esa situación de vulnerabilidad?
- La ciudadanía se recupera sacando a la gente de las condiciones de indigencia. Meter ciudadanía en la pobreza, universalizando los programas de ayuda. El adjetivo clave es universal. El Estado moderno debe serlo por definición.
- La movilidad y la justicia social fueron banderas del peronismo. ¿La dirigencia se olvidó de ésto?
- El primer gobierno de Perón se dio en otras condiciones nacionales e internacionales. Los primeros años de ese gobierno en términos económicos fue muy favorable para la Argentina. Era un país más sencillo porque no había problemas de empleo. La sustitución de las importaciones, las condiciones en que quedó Europa después de la guerra hicieron que florecieran una serie de industrias que después no pudieron mantenerse. Lo inaudito en la Argentina es la caída del empleo a partir de mediados de la década del ´70. Perón no enfrentó esa realidad. El mundo del desempleo vino después.
- ¿Cómo llegamos a los 200 años?
Llegamos retrocediendo. La Argentina era un tipo de Nación caracterizada por una alfabetización muy eficaz. Hoy no podemos garantizar una alfabetización universal que sirva para el mundo del trabajo.
- ¿La dirigencia actual está capacitada para sacar el país adelante?
- Pienso que la política se hace con partidos. Lo que se necesitan son partidos innovadores. Los políticos deben serlo culturalmente.
- ¿Son innovadores los políticos?
- Han surgido nuevos líderes. Kirchner en su momento fue sumamente innovador. Que después haya tomado un camino que a mí personalmente me disgusta de manera profunda es otra cosa. Pero en el momento en que llega a la presidencia con la conciencia de que debe legitimarse frente al pueblo es innovador. Es valiente en dos o tres cosas que realiza. En otras continúa la presidencia de [Eduardo] Duhalde, que es el que nos sacó de la crisis. Además pienso que han surgido políticos como [Elisa] Carrió, [Claudio] Lozano y [Fernando "Pino"] Solanas que interpelan a gente joven. El justicialismo y radicalismo están tratando de entender cómo rearmar esa extensión en términos de una política innovadora y con sentido de futuro.
- La sociedad argentina es presidencialista, paternalista. ¿Hay líderes que le puedan disputar el poder a Kirchner?
- El poder es como la plata. El poder llama al poder. Kirchner podría haber pasado toda su vida en Santa Cruz. Construyó poder desde un lugar muy privilegiado: la Presidencia de la República. Hay que ver qué pasa con los políticos que deben construir desde lugares menos privilegiados. Se está produciendo por primera vez un corte en la política: los que hacen política porque tienen dinero. Es el peor corte que se puede producir. Si hay un candidato como [Francisco] de Narváez que va a usar su potencia económica en una interna afecta a otros sectores de gran experiencia como puede ser Felipe Sola.
- ¿Se perdió la militancia en ese sentido? Pienso en candidatos como [Mauricio] Macri y De Narváez que salieron del empresariado.
- El sentido de la militancia y la crisis de la política van juntas. En 2001, el reclamo "que se vayan todos" era una impugnación a viejos estilos políticos. Los partidos grandes conservan algo de sus estilos. Tienen aire de familia. Contra eso la gente reaccionó. Con una baja lectura de los diarios, con una lectura distraída de la política, a la gente le faltan elementos para juzgar a la política. Si dijera que la sociedad siempre es maravillosa, sería populista y no lo soy. Soy de izquierda, pero no populista. Si las encuestas dicen que sólo el 5% de las personas leen la sección política tengo que tomar con pinzas ciertas críticas.
- Otras naciones de la región como Brasil, Uruguay y Chile siguen desde hace años políticas de estado inamovibles más allá de la alternancia en el poder. ¿Por qué cree que todavía se discute qué tipo de país queremos?
- Brasil sí es un país de políticas a largo plazo en política exterior. El hecho de que [Luiz Inacio] Lula da Silva sea un líder de primera línea tiene que ver con que Brasil es una potencia emergente, que es un personaje que ejerce fascinación, pero también tiene que ver con una herencia de una política exterior de la Cancillería. Ya tiene un camino trazado por la cancillería y Fernando Enrique [Cardoso]. De Uruguay deberíamos aprender que es un país que acepta su medida. A la Argentina le es doblemente necesario porque siempre creyó que era más de lo que era y ahora es mucho menos de lo que hubiera podido ser. Uruguay siempre aceptó la idea de ser un país pequeño. Nosotros decíamos: "los argentinos y los latinoamericanos", como creando una categoría distinta. De Chile aún no sabemos. La Concertación fue un modelo de diálogo entre partidos políticos. Tenemos que hacer una adecuación de nuestra idea de país y eso va a llevar a una adecuación de políticas materiales: qué tipo de desarrollo, qué tipo de empleo queremos, cómo ayudamos a los que están fuera del mercado de trabajo.
- Da la sensación que de haber acuerdo entre las distintas fuerzas será en la etapa post Kirchner...
- Bueno, con Kirchner no se puede acordar ni un picnic. Mal se puede acordar una política de Estado. No sé si hoy tienen noción los Kirchner de lo que es una política de Estado.
- ¿La decepcionaron los Kirchner?
- Apoyé la nueva conformación de la Corte y la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida, que en realidad proviene de proyectos anteriores en el Parlamento. Me parece que ellos hicieron de eso un uso indebido ya que el momento verdaderamente peligroso en el juicio a los militares fue cuando Alfonsín decidió el proceso. Se pusieron de héroes de una epopeya que ya no lo era. Pero entiendo que las organizaciones de derechos humanos se hayan sentido interpeladas por este Gobierno y la recuperación de chicos apropiados. Hubo ciertas intervenciones en cuestiones que afectan la vida de la gente que me parecieron muy importantes.
Ahora, el estilo Kirchner durante el conflicto con el campo ya venía anunciado de antes. Los Kirchner no dialogan. No sé si alguien que leyó a Carl Schmitt los convenció de que eso era muy propio de políticos decisionistas. Lo cierto es que ellos no lo leyeron. Tomar decisiones en Olivos todas las mañanas no es lo que Carl Schmitt llama decisionismo político. Espero que nadie los haya convencido de eso. La idea de conversión de todo acto político en un acto bélico se veía de antes de diciembre de 2007.
- ¿Qué le sugiere que la próxima presidencia se la puedan llegar a disputar Julio Cobos, Francisco de Narváez, Carlos Reutemann o Mauricio Macri?
- Kirchner no tiene hoy diplomas para presentarse como de centro izquierda. Esos diplomas son de su pasado. Después, la derecha cultural que interpela a una zona de la sociedad con Macri, De Narváez y Cobos. Interpela todo lo que en la sociedad uno podría etiquetar como posmoderno, aunque el término no se use más. Es decir, desconfianza de lo político, pensar que el fracaso o el triunfo dependen de un camino individual. Pensar que la politica es gestión, por lo tanto pierde toda dimensión social de lo político. Lo que vale es hacer muchas veredas bien en Palermo Hollywood. Me gustaría peatonalizar Lugano o urbanizar las villas. Pensar que la politica es gestión es sacar del medio la idea de que la politica es conflicto entre los que tienen y los que no. Lo que esta surgiendo es una idea individualista de cómo me va en la sociedad.
La derecha política interpela a una zona auténtica de la sociedad que es la derecha cultural de la sociedad que ha perdido todo principio solidarista. Una deuda pendiente es reelaborar los argumentos de la izquierda politica y cultural.

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lunes, 5 de abril de 2010

Cuba tal cual. Por Pepe Eliaschev


Nada más actual y local que fijarse en la Cuba de hoy, verla con los ojos abiertos, entender lo que en ella sucede y convencerse de que nada de lo que allí acontece y vibra es ajeno a la Argentina. Tampoco lo es a un hemisferio donde las palpitaciones de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador revelan que los interrogantes y angustias de la región son más parecidos que diferentes, país por país.
Lo cierto es que en esta Cuba de 2010 hay gente inerme, vulnerable y solitaria que ha resuelto morirse de hambre en lugar de dar el brazo a torcer. En una isla que ya lleva más de medio siglo con el mismo gobierno, dirigido por dos hermanos cuyas edades suman casi 160 años, el poder reside en un régimen cuyo núcleo dirigente es hoy una gerontocracia asustada y recelosa.
Los románticos jóvenes barbudos de aquellos años Cincuenta son hoy un mito arcaico y vaciado de sentido. En Cuba gobierna la misma gente desde enero de 1959, sin que jamás hayan legitimado tamaña perpetuación en elecciones donde hubiera competencia democrática plural. Alcanza con imaginar que los hermanos Castro eran en 1959 contemporáneos de Eisenhower, Kruschev, De Gaulle y Mao, hoy fallecidos hace décadas. Su interminable retención del poder se ha prolongado a 20 años de la muerte del llamado “socialismo realmente existente”.
Transformadas China y Vietnam en economías capitalistas, con todo el Este europeo y Rusia convertidas en sociedades abiertas, el único remanente de aquella época con el cual puede identificarse hoy Cuba es la deplorable y vetusta dinastía tiránica de Corea del Norte.
Los Estados Unidos maltrataron a Cuba durante largo tiempo, pero ese garrafal error estratégico terminó por convertirse en la única excusa del régimen para eternizarse en su rutina de víctima. Los gobiernos norteamericanos, desde Kennedy hasta el último Bush, son responsables de reiteradas torpezas y desplantes que funcionaron como argumento predilecto para que el gobierno comunista de la isla se haya abroquelado por décadas en su condición de pequeña nación agredida por un imperio voraz y agresor.
Pero hoy el principal bloqueo que sufre Cuba es el que se impone a sí misma con su propio sistema, un régimen estatal de partido único donde el adversario central de presidente Raúl Castro es la apatía lapidaria de su propio pueblo y el evidente desprestigio internacional que suscita.
Lo que padecen hoy los titulares del régimen ya no es la oposición aislada y sospechosa de derechas retardatarias y colonialismos ancestrales. A los Castro los enfrenta hoy la opinión democrática y progresista de Europa y América Latina, que expresa su hartazgo por un sistema que se repite en su letanía de victimización recurrente.
Cuba es hoy una sociedad pobre y atrasada, aislada del mundo, melancólico vástago de una era perimida. Sus problemas cotidianos no derivan de la crueldad del capitalismo extranjero sino de la decrepitud de un socialismo autoritario y paranoico. Tras medio siglo ininterrumpido en el poder, el gobierno de los Castro no pudo evitar que el país dependa malamente del turismo, el níquel, las remesas de dinero de cubanos de la diáspora y la venta de servicios médicos a extranjeros que pagan en divisas fuertes. Nada estructuralmente decisivo e irreversible ha cambiado desde que al capitalismo dependiente previo a 1959 que gobernaba esa isla fue reemplazado por la revolución.
Los enemigos de las primeras dos décadas ya no existen o carecen de peso especifico. No hay invasiones mercenarias, sabotajes de la contrarrevolución, atentados terroristas, ni intentos de envenenar a Castro, como los hubo durante los primeros lustros. A Cuba no la amenaza nadie desde el exterior hace décadas.
Les ha sucedido a los Castro lo que no imaginaban. Si bien es cierto que el embargo comercial norteamericano hacia la isla se perpetúa y la perjudica (decisión norteamericana de torpeza incomprensible, solo explicable por el extorsivo poder electoral de la colonia cubana en la Florida), nada le impide a La Habana comerciar con Canadá, Europa, Rusia, Japón, China y América Latina.
La peregrina idea de que el embargo es un “bloqueo”, pretende tapar el sol con un dedo: los problemas de Cuba son esencialmente internos y derivan de su estatismo perimido y de la completa liquidación de los estímulos individuales, liquidados en nombre de un comunismo primitivo que predica un retórico hombre nuevo, mientras consolidaba el poder omnímodo una vigorosa nomenclatura burocrática. Esto se consumó en el contexto de un océano de controles y restricciones cuya ineptitud funcional se pudo ver claramente tras la demolición del comunismo europeo desde adentro de su propia sociedad.
Pero este presente de Cuba asume nuevas proyecciones expresivas ante la naturaleza cambiante que exhiben las circunstancias. Señoras de edad que se visten de blanco y caminan por la calle para protestar pacíficamente por sus familiares presos, hacen eco a hombres a los que el poder llama despectivamente (con indudable connotaciones racistas) “elementos antisociales”
Al gobierno de Fidel Castro le jugó a favor durante muchísimos años la beligerancia grosera del exilio de Miami, cliente de décadas de varios gobiernos de los Estados Unidos. Como dice con lógica impecable un ex jefe guerrillero de El salvador, Joaquín Villalobos, Castro “ahora no puede culpar al imperialismo por el heroísmo de los opositores, ni pelearse contra las ganas de bailar de los cubanos luego de haberlos hastiado con medio siglo de consignas políticas”.
La importancia que tiene para la Argentina y America Latina lo que sucede en Cuba, proceso fascinante y doloroso cuyo desenlace es imprevisible, es que la senectud aquel régimen proyecta sombras gruesas sobre otros dominantes experimentos populistas en un continente donde le habían surgido a los Castro aliados como nunca antes.
Sin embargo, sectores determinantes de la izquierda siguen viendo a Cuba como paradigma de la dignidad moral de America Latina, aunque su completo enfeudamiento a la Unión Soviética, plasmado en 1960, solo terminó en 1990 y solo por la desaparición del régimen comunista en Rusia. Villalobos dice con filosa lucidez que Cuba ha sido durante medio siglo una especie de “Vaticano revolucionario”.
Pero si las izquierdas extremas, marxistas o nacionalistas, no conciben distanciarse de las aristas autoritarias y dictatoriales de lo que ha sido el sistema castrista, el centro-izquierda democrático de América Latina siente terror de cuestionar al régimen de los Castro. No lo hacen en la Argentina personalidades como Hermes Binner, Elisa Carrió, Ernesto Sanz, más allá de predicar una vaporosa solidaridad con la democratización de la isla. Es como si pensaran que censurar a un régimen de partido único y sin garantías individuales básicas equivaliera a cometer una blasfemia capital contra el dogma y sus misteriosas verdades incuestionables.
La inexorable modificación que tendrá lugar en el interior de Cuba generará repercusiones inevitables. Los sobrevivientes del primigenio equipo con el que gobernó Castro desde mediados del siglo XX ya no estarán.

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domingo, 4 de abril de 2010

La izquierda en el Titanic cubano


(Nota aparecida en el Suplemento Enfoques de La Nación, Domingo 4 de abril de 2010)

Quizá la imagen más representativa de la fascinación que suscitó la revolución cubana entre los intelectuales de izquierda sea esa fotografía de 1960 en la que se ve a Jean-Paul Sartre junto al Che Guevara en La Habana. El pensador francés está sentado en el sofá del despacho del revolucionario argentino, y éste lo mira desde la altura que le proporciona su butaca. Como asegura el ensayista cubano Iván de la Nuez en su libro Fantasía Roja , hay algo de sumisión en la postura de Sartre hacia el miliciano más popular del planeta. Desde entonces, legiones de intelectuales de izquierda desfilaron por Cuba, deslumbrados por el poder de seducción del Che y del otro santo laico de la revolución: Fidel Castro. Los abusos del régimen, desde el tragicómico "caso Padilla" hasta la reciente muerte del disidente Orlando Zapata, fueron dejando en el camino a antiguos compañeros de viaje de una revolución que derivó hacia un sistema autoritario. Pero la fascinación continúa todavía hoy para una parte de la izquierda.

La muerte de Zapata tras una prolongada huelga de hambre ha generado un reguero de críticas a ambos lados del Atlántico. El manifiesto "Yo acuso al gobierno de Cuba", impulsado por el periodista catalán Joan Antoni Guerrero, ha recibido ya más de 40.000 adhesiones. La flamante premio Nobel de Literatura Herta Müller ha estampado su firma junto a la de un numeroso grupo de intelectuales y artistas de izquierda, como el escritor Antonio Muñoz Molina, el historiador Ian Gibson, los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén o el cineasta Pedro Almodóvar. Algunos de los firmantes, como Víctor Manuel y Ana Belén, militaron en partidos comunistas hace años. En la Argentina también se han alzado voces progresistas por la misma causa. Autores como Guillermo O´Donnell, Beatriz Sarlo o Claudia Hilb, entre otros, acaban de plasmar sus firmas en una declaración a favor de los derechos humanos en la isla (ver nota aparte).
"Firmé esa carta porque estoy a favor de la legalidad democrática y de la universalidad de los derechos humanos, en Cuba o en Birmania", explica a Enfoques Muñoz Molina desde Nueva York. "Estoy en contra de la dictadura de Castro no a pesar de que soy de izquierdas, sino porque lo soy; ser de izquierdas no me parece que sea alabar a un tirano", añade el académico español.
Video: los intelectuales se plantan frente a Cuba
La huelga de hambre que lleva a cabo otro opositor cubano, el periodista Guillermo Fariñas, ha encendido las alarmas en la propia isla. Pablo Milanés, una de las voces emblemáticas de la revolución, llegó a decir recientemente que si Fariñas moría, habría que condenar al presidente cubano, Raúl Castro, "desde el punto de vista humano". Mucho más comedido fue el otro gran exponente de la nueva trova, Silvio Rodríguez, al reclamar hace unos días cambios urgentes en la isla. Algo parecido ya lo expresó el propio Raúl cuando llegó al poder hace dos años. Pero los cambios no llegan.
Las ilusiones perdidas
Lo que sí ha cambiado en los últimos tiempos es la actitud de algunos intelectuales de izquierda, que fueron rompiendo su silencio sobre Cuba a medida que el régimen hacía más visible su propia decadencia. Tras la desintegración de la URSS, a principios de los años 90, Castro fue enrocándose ideológicamente mientras la economía de la isla se desplomaba progresivamente.
El escritor y periodista español Juan Cruz relata desde Madrid cómo fue su particular desencuentro con la revolución cubana: "Cuando me di cuenta de veras de que lo que nos habían contado no era cierto, o no lo era para mí en absoluto, fue cuando fui a Cuba en 1990. Vi entonces la degradación del proyecto, la humillación hiriente a la que se sometía a los ciudadanos cubanos en nombre de una revolución que ya había perdido todo glamour. Me dio pena porque era el final abrupto de las ilusiones perdidas, la señal del fracaso de una generación y de varias generaciones".
Para el ensayista cubano Rafael Rojas, la visión idílica del socialismo cubano en ciertas zonas de la izquierda tiene su origen "en el peso que tuvo la revolución cubana en la formación ideológica de varias generaciones". El autor de Tumbas sin sosiego , exiliado en Ciudad de México, cree que el desencuentro actual entre una parte de la izquierda y el régimen radica en que la mayoría de los intelectuales progresistas no defiende hoy el partido único o la ideología marxista-leninista para ninguno de sus países.
Pero el régimen cuenta todavía con apoyos relevantes, como los de Gabriel García Márquez o José Saramago, ambos premios Nobel de Literatura. O como el del intelectual hispano-francés Ignacio Ramonet, autor del libro Cien horas con Fidel , una extensa y complaciente entrevista con el líder cubano que fue revisada minuciosamente por Castro antes de su publicación en 2006.
A Muñoz Molina le resulta curioso que tantos escritores "estén dispuestos a renunciar, en nombre de sus principios, a la libertad de expresión... de otros, concretamente los cubanos". El caso de Cuba demuestra, según el autor de El jinete polaco , que una parte de la clase intelectual europea y latinoamericana "no asume de corazón los postulados democráticos sin los cuales ellos no pueden trabajar, por ejemplo, la libertad de pensamiento y expresión". "Yo no soy quién para marcarle reglas a nadie -apunta Muñoz Molina- pero a mí mismo me aplico la siguiente: no defenderé nunca un régimen en el que yo mismo no pueda ganarme la vida escribiendo libremente".
De la visita de Sartre y su compañera Simone de Beauvoir a Cuba entre enero y febrero de 1960 surgió Huracán sobre el azúcar , la obra fundacional que abriría el camino a otros intelectuales sobre el compromiso de la izquierda con una revolución que daba sus primeros pasos en el proceso de reformas sociales. Las mejores plumas de la década del 60 se volcaron con Cuba en esos primeros momentos de romanticismo revolucionario: Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Fuentes, Goytisolo, Debray, Sontag, Enzensberger, Duras... La lista es infinita. Todos querían glosar la gesta de una revolución que se les había negado en sus respectivos países. Todos se subieron a ese hechizante buque caribeño y pocos vieron entonces los icebergs que, como cantaría más tarde Enzensberger en su poema épico "El hundimiento del Titanic", acechaban ya la hermosa bahía de La Habana.
"No olviden que los intelectuales no se encuentran jamás felices en ninguna parte. Cuba es su paraíso y yo les deseo que se quede así, que siga siéndolo", escribió Sartre en Huracán sobre el azúcar . Un paraíso al que el filósofo le daría la espalda diez años más tarde. Los huracanes, sin embargo, permanecieron durante décadas en la isla del azúcar. Como un ciclón enfurecido, Fidel Castro sacudió los cañaverales ideológicos del país hasta dejar la revolución irreconocible: el cierre de Lunes de Revolución (la elogiada revista cultural dirigida por Guillermo Cabrera Infante), la "gran ofensiva revolucionaria" que acabó con los pequeños comercios, la creación de las UMAP, los campos donde se encerraba a homosexuales e "inadaptados", la progresiva sovietización del régimen... Demasiado viento huracanado.
Pero fue la detención del poeta Heberto Padilla en 1971 la gota que colmó el vaso, provocando la primera cosecha de deserciones de intelectuales de izquierda. Padilla, que había defendido tres años antes una obra de Cabrera Infante, fue acusado de contrarrevolucionario por cuestionar la política cultural del régimen e "invitado" a retractarse públicamente de su premiado libro Fuera de juego .
En uno de sus libros de memorias, En los reinos de taifa , Juan Goytisolo relata la parodia del juicio a Padilla y el cisma que originó entre los intelectuales que apoyaban la revolución. "El montaje teatral del esperpéntico mea culpa de Padilla en la sede de la Uneac [Unión de Escritores y Artistas de Cuba] era un grotesco reflejo caribeño de las célebres purgas de Moscú", escribe Goytisolo sobre el juicio al poeta, en el que éste confesaba que había sido "injusto e ingrato" con Fidel y ensalzaba, con un sarcasmo casi suicida, la "esforzadísima" labor de los "muy inteligentes" agentes de la Seguridad del Estado.
El grupo de escritores afines a la revolución que se había conformado en París en torno a la revista Libre reaccionó con estupor. En una carta abierta a Castro muy respetuosa, medio centenar de intelectuales lamentaron la persecución sufrida por Padilla. García Márquez se desmarcó de la declaración, pero Sartre, Simone de Beauvoir, Sontag, Vargas Llosa y Goytisolo, entre otros, exigieron una explicación al máximo líder.
Fidel les respondió lanzándoles otro cicloncito: los firmantes no eran más que "ratas intelectuales, basura, agentillos del colonialismo". Corría el año 1971 y fue el final del hechizo tropical para muchos, incluido Sartre. A una segunda carta de repulsa se sumaron Resnais, Pasolini y Rulfo, mientras Gabo y Cortázar decidían continuar a bordo del barco castrista.
A Castro, las deserciones de Sartre, Goytisolo, Vargas Llosa y compañía lo dejaron incólume. Contaba todavía con el respaldo de figuras como Gabo. O como Régis Debray. En su libro ¿Revolución en la Revolución? , el filósofo francés se convierte en el mejor ideólogo del castrismo-guevarismo. Al contrario que los "intelectuales de salón", Debray conjuga la teoría con la praxis, Althuser y el foquismo guerrillero, la pluma y la pistola, como lo demuestra al enrolarse en la revolución permanente del Che y al purgar varios años de cárcel en Bolivia. Treinta años más tarde, el elegido de Castro también abandonaría el Titanic caribeño.
Pero los icebergs totalitarios habían asomado en el Caribe una década antes del "caso Padilla". En junio de 1961, Castro pronunciaba sus célebres "palabras a los intelectuales": "¿Cuáles son los derechos de los escritores y los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada". Ese vendaval lo notaron escritores autóctonos como Cabrera Infante, Virgilio Piñera, José Lezama Lima o Reinaldo Arenas. Este último logró escapar de la isla durante el éxodo de Mariel, en 1980, tras haber sufrido el acoso del régimen durante el período conocido como el Quinquenio Gris (1971-76), en el que se marginaba a aquellos artistas e intelectuales que no cumplieran con los "parámetros políticos y morales" de la revolución. Como Piñera, Arenas estaba en la mira del régimen por su condición de homosexual, considerada una "patología social" por los milicianos de verde olivo.
La primavera de 2003 marcó otro punto de inflexión en el desencuentro entre Castro y los intelectuales. Las severas condenas a 75 disidentes provocaron la repulsa de un nutrido grupo de escritores como Günter Grass, Carlos Monsiváis, Muñoz Molina o Juan Cruz, entre otros. La protesta pasó algo inadvertida por la coincidencia con el inicio de la guerra de Irak. Unos días después de que se divulgara la declaración de los intelectuales, el régimen fusilaba a tres secuestradores de una lancha de pasajeros que pretendían huir a Estados Unidos. La carta abierta publicada entonces por un fiel seguidor del castrismo como José Saramago levantó ampollas en el Palacio de la Revolución. "Hasta aquí he llegado con Cuba", escribió entonces Saramago. Tras una ofensiva diplomática del régimen, el Nobel portugués, comunista de la primera hora, volvería a subirse al crucero castrista seis meses después. El silencio de García Márquez fue, una vez más, notorio, lo que le valdría la reprobación pública de Susan Sontag [ver aparte].
La deriva autoritaria
Convaleciente de una grave enfermedad desde 2006, Castro no tiene hoy la misma capacidad de reacción que hace siete años, cuando logró no sólo revertir la "deserción" de Saramago sino también movilizar a sus huestes. Como si vivieran todavía en 1961, artistas e intelectuales cubanos como Silvio Rodríguez, Alicia Alonso o Senel Paz cerraron filas con el régimen y firmaron un manifiesto en el diario Granma en el que justificaban los fusilamientos y las detenciones bajo el eterno argumento de la defensa de la patria y la isla asediada por Washington. Ni rastro de autocrítica ante el carácter totalitario del régimen.
Para Juan Cruz, las evidencias de esa deriva autoritaria son tan grandes como las graves evidencias que formaban parte del paisaje del franquismo. "Ahora no hace falta mirar demasiado para darse cuenta de que el proyecto revolucionario no es ya ni una reliquia, y lo siento", se lamenta el autor de Egos revueltos . Rojas coincide con Cruz: "La revolución cubana fue una cosa y el totalitarismo cubano es otra".
Pero incluso esa primera etapa de la revolución, donde los avances sociales iban de la mano de una política de mano dura en el terreno de las ideas, despierta la incertidumbre entre algunos intelectuales. "Tengo mis dudas de que un sistema educativo o sanitario puedan funcionar eficazmente sin el imperio de la ley y los controles democráticos" advierte Muñoz Molina.
El buque oxidado de la revolución cubana, hundido entre bancos de arena coralina, todavía vende pasajes a aquellos que nunca quisieron prestar atención al premonitorio Canto III del poema de Enzensberger: "Y miré hacia fuera distraído sobre el muelle del Caribe, y allí vi, mucho más grande y más blanco que todas las cosas blancas, muy lejos... vi el iceberg, alto, frío, como una helada Fata Morgana, deslizándose hacia mí, lento, inexorable y blanco".

Los nuevos incondicionales
Hechizado por la figura de Fidel Castro, Oliver Stone aterrizó en Cuba en 2003 para filmar el gran retrato del líder de la revolución. Tuvo la mala fortuna de que el rodaje de Comandante coincidiera con la ola de represión de ese año. A su productora, HBO, no le gustó que el director no incluyera la voz de la disidencia y lo envió de vuelta a la isla para rodar otro documental, pero en Looking for Fidel el protagonista volvió a ser el mismo. Buscando otro tipo de experiencias, más arqueológicas que políticas, también bajo la sombra del hechizo, Ry Cooder y Wim Wenders recalaron en las ruinas habaneras para armar la historia de una orquesta que nunca existió. Ibrahim Ferrer trabajaba de limpiabotas cuando Cooder fue a buscarlo para que cantara en Buena Vista Social Club . Y el gran Compay Segundo había salido del ostracismo hacía poco gracias a un productor español.


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viernes, 2 de abril de 2010

Lo que encubre la guerra política. Por Eduardo Fidanza


(Publicado en La Nación, viernes 2 de abril de 2010)

La política moderna es un juego de máscaras, astucias y trifulcas. Pero de vez en cuando los dirigentes se abocan a temas sustantivos. No sucede eso en la Argentina de estos días. Nuestros políticos parecen sumidos en una lucha de posiciones, al modo de la primera Guerra Mundial: han cavado trincheras, avanzan y retroceden en medio de la bengala, usan munición legal y, cuando las cosas se complican, no dudan en acudir al gas mostaza. Pero a no asustarse: es sólo psicodrama.
No obstante, las balas de salva distraen de lo importante. Sugeriré apenas tres hipótesis.
En primer lugar: los bandos principales -los que pueden ganar la batalla- están definidos más por alineamientos electorales (unos quieren hacerse del gobierno; los otros, retenerlo) que por diferencias programáticas.
Otras fuerzas con programas alternativos (de izquierda o derecha) no están en condiciones de ganar. Y si ganaran deberían adecuar
sus planes a la cultura dominante. Segundo, los motivos del combate -el uso de las reservas, el volumen y el financiamiento del gasto, el divorcio de los mercados internacionales de crédito, la inflación- se consideran causas y no consecuencias de antiguos problemas que están todavía irresueltos. Y tercero: a pocos parece preocuparles la calidad de las políticas públicas y su sustentabilidad.
Así, la guerra política argentina tiene algo de absurdo: los enemigos principales no lo son tanto; las cuestiones sobre las que disputan están mal planteadas y no interesa la consistencia de los materiales necesarios para una buena y duradera reconstrucción.
Pero hay algo más: todos están de acuerdo en que el país donde se libra el combate atraviesa por uno de los mejores momentos de toda su historia económica.
Y esto habilita una cuarta hipótesis: la economía privada y el Estado ya no pelean por la escasez, sino por la riqueza que la Argentina crea a partir del mejoramiento del precio de las materias primas exportables, principalmente la soja. El conflicto con el campo fue una expresión de este fenómeno.
Pablo Gerchunoff, un lúcido economista argentino, ha expuesto las razones estructurales de la nueva situación. Gerchunoff se pregunta si no habremos salido, después de muchas décadas, de lo que se llamó el stop and go .
Estas palabras inglesas ilustran un ciclo económico caracterizado, en trazos gruesos, por una fase de expansión (el go ), que incluye el aumento de las exportaciones y el consumo, el consecuente incremento de las importaciones, el déficit de la balanza comercial y de pagos, la aceleración de la inflación y la recesión (el stop ).
No puedo detenerme en el detallado análisis de Pablo Gerchunoff, pero destaco su conciencia generacional. Los sociólogos y los economistas de su época (que es también la mía) estudiaron bajo el rigor del modelo de la Cepal de los años 60. Este sostenía que economías como la nuestra estaban fatalmente condenadas a empujar una piedra irremontable: el llamado "estrangulamiento externo", provocado por la disparidad entre los precios de lo que exportábamos (alimentos y materias primas) y de lo que importábamos (insumos industriales y bienes de capital).
Dicho con sencillez: vendíamos barato, comprábamos caro y cubríamos la brecha con deuda.
No crecíamos: nos faltaban las divisas. Ante las nuevas condiciones, Gerchunoff confiesa conmovido: "Para un hombre de mi generación, la sola sospecha de que los dólares disponibles pueden no ser una restricción para el crecimiento revoluciona la mente".
Sin embargo, el milagro no lo provocó el cambio favorable de las condiciones comerciales por sí solo. La novia estaba preparada cuando llegó el príncipe azul: algunos sectores industriales se habían modernizado y aportaban divisas, y la producción agropecuaria había hecho una transformación crucial en el plano de la tecnología, la estructura de la propiedad y la gestión estratégica de negocios. El día que la soja se valorizó comenzó la fiesta.
Se dijo que Néstor y Cristina Kirchner se habían limitado nada más que a aprovechar el viento de cola. No es tan claro. Ellos implementaron inicialmente una política económica posible y de amplio consenso.
En forma explicita o implícita, la apoyaron el radicalismo, el peronismo y partidos menores, es decir, las fuerzas que reúnen el ochenta por ciento de los votos a nivel nacional.
La política de Néstor Kirchner y de su ministro Roberto Lavagna se basó en una presencia activa del Estado en la economía y buscó favorecer el mercado interno. Sus instrumentos básicos fueron el dólar alto, los aranceles a las importaciones, el incremento del gasto público y la presión impositiva.
Esta política tuvo un logro adicional: renegoció con ventajas la mayor parte de la deuda pública, aprovechando su alto grado de atomización.
El éxito fue estruendoso. Todos los indicadores, de variables duras o blandas, experimentaron un crecimiento excepcional entre 2003 y 2007: el PBI, el empleo, el consumo, la inversión, la confianza en el gobierno y, finalmente, el voto: en las elecciones de 2005 y 2007 el gobierno duplicó su caudal electoral de origen.
Además de recordar lo que fue, quisiera señalar lo que permanece: esa orientación de gobierno -que es más que una política económica- a la que llamaré "pro Estado", sigue siendo compartida, fuera de cámara, por los dos grandes partidos históricos de la Argentina. Lo que se cuestiona ahora, si se quiere, son los excesos del kirchnerismo: la prepotencia institucional, el manejo arbitrario de los fondos federales, la corrupción y la justificación de los medios para el fin excluyente de mantener e incrementar el poder.
Con el trasfondo de ese consenso, kirchneristas, peronistas escindidos y radicales discuten acerca de una pesadilla que vuelve: la inflación. Y la eventual necesidad de implementar medidas de "ajuste" (una palabra maldita) para controlarla.
Los que sustentan un programa alternativo, al que llamaré "pro mercado" (ante todo, los grupos de presión, no aquellas fuerzas que están en condiciones de ganar elecciones), atribuyen la inflación al gasto público y achacan su crecimiento a razones políticas.
La inflación es el impuesto más regresivo. No obstante, resulta sumamente difícil sortear estos dilemas con honestidad intelectual.
Es verdad que no se puede gastar más de lo que ingresa y también es verdad que es peligroso activar con gasto una economía inflacionaria. Pero no es menos cierto que el incremento del gasto facilitó la salida de la crisis de principios de este siglo y también facilitó la salida del reciente colapso internacional.
Por otra parte, en la estructura del gasto hay algunos rubros irracionales, como ciertos subsidios, pero también planes sociales y, ahora, la asignación universal a la niñez, un puntal del programa implícitamente compartido. La salud macroeconómica por sí sola no da de comer.
Estos argumentos no justifican a los Kirchner: sólo los ponen en contexto. Ellos gobernaron mal, con grave irresponsabilidad. Sin embargo, el estilo de liderazgo que adoptaron tiene raíces y tradición. No lo inventaron. Me refiero al presidencialismo fuerte, cuyo mensaje es éste: el poder, en última instancia, reposa en el Ejecutivo.
Los Kirchner, a su modo brutal, ejecutan esa pieza. Emulan a Perón y, sin reconocerlo ni respetar las reglas como él, establecen una línea de continuidad con Raúl Alfonsín. Cuando pasen los años, la historia registrará más parecidos entre estos líderes de los que hoy resultan evidentes. Si es así, también se mostrará que sus aciertos y fracasos son comparables.
Concluyo con el tema tal vez clave: la sustentabilidad.
Los economistas políticos están de acuerdo en un punto: a la Argentina le resulta fácil empezar a crecer; lo difícil es sostenerlo. Buscando responder a esa anomalía, esos especialistas han hecho una advertencia que parece muy relevante. Si es que gracias a las nuevas condiciones superamos el stop and go , lo que seguramente no podremos eludir es lo que llaman go and fail (avanzar y fracasar).
Al respecto, véanse los análisis del economista José María Fanelli, de los que aquí solo puedo dar una indicación. ¿Por qué fracasaríamos? Debido a una matriz compleja de factores económicos, culturales e institucionales. Entre ellos, la incapacidad para establecer reglas y atenerse a ellas, la falta de respeto a los contratos, la ineficacia en la gestión de los derechos de propiedad, las transferencias drásticas de riqueza.
A eso debemos agregar terribles plagas sociales: pobreza, desigualdad, delito, mafias. Los gobiernos de los últimos veintiseis años no vieron estos problemas en su conjunto. El peronismo, con signos ideológicos distintos, administró el país durante diecinueve años en ese lapso, por lo que le cabe una responsabilidad mayor. Las cuestiones irresueltas tampoco parecen angustiar a los políticos de hoy, absorbidos por una guerra vana y encubridora.
Sin embargo, podemos tener cierto optimismo: quizás el ejemplo regional, la dinámica socioeconómica y las oportunidades de crecer que se presentan provoquen un cambio de visión.
No se trata de un problema de modelo. Orientados por el Estado o por el mercado, nuestro despegue se trunca. La cuestión de fondo es reconstruir las conductas, las instituciones y los liderazgos que nos conviertan en un país consistente y progresista.
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