martes, 17 de mayo de 2011

La izquierda neurótica y el gobierno. Por Abel Posse

Las izquierdas argentinas se atomizan por compromisos electorales, por dependencia interesada y venal del poder de turno y, sobre todo, por carencia de autocrítica y de un balance adecuado del fin mundial de las izquierdas no capitalistas. Carecen de respuestas estratégicas y repiten una agresividad sin destino, sin comprender que China garantizó los bonos de Estados Unidos y que de alguna manera ejercita un callado Plan Marshall con los países europeos y africanos en crisis. Invierte en los emergentes y en el grupo Brics, ese motor nuevo de a economía mundial (que ahora agrega la S de Sudáfrica que ocupa el lugar ese que la Argentina no supo aprovechar).

Para alegría de la izquierda barrial antimperialista, la Argentina está en mala posición en el grupo de los veinte. La tontería del Gobierno y de las izquierdas es no comprender que la Argentina forma parte de los países ricos del inmediato futuro. Es el emergente que se prefiere entre paréntesis y sin recibir las enormes inversiones que se le destinaría. Estaría a la cabeza de los exportadores agroalimentarios, tiene agua, la mejor tecnología agraria y agroindustrial, y el cheque en blanco de los mercados orientales y, sin embargo, se sienta ante el grupo de los veinte, con críticas o reservas de chico díscolo. Con prejuicios y puritanismo pequeñoburgués, como se decía.
En realidad, la izquierda desde el Partido Obrero hasta Pino Solanas, la Cámpora o el trotzkismo callejero de Quebracho, pasó de la política al folclorismo nostálgico de la boina derrotada del gran Guevara y del rencor al capitalismo, sin advertir que los dos imperios marxistas-leninistas no fueron derrotados en alguna atroz guerra mundial, sino que implosionaron con sus partidos marxistas-leninistas en el poder, precisamente por haber fracasado en el centro de todo el edificio materialista-dialéctico, cuyo ladrillo fundamental era la economía como sostén de todas las superestructuras.
Las izquierdas ya no pueden hacer la revolución, sino jugar a la revolución. El progresismo es la sustitución de la revolución por modificaciones cosméticas que no cambian el extremo rigor de la estructura capitalista mundial, en actual superación de la crisis financiera mundial de 2008 y con voluntad de extender la anonadadora globalización.
Se dice que muchos sectores que presionan las decisiones de nuestra Presidenta descubrieron a Carl Schmitt, pero lo leyeron mal. Se quedaron con la famosa confrontación de amigo-enemigo, pero olvidaron un aparte fundamental, que es su realismo ante la etapa de tremendo desarrollo industrial-tecnológico y la necesidad de no negar el ingreso de los países al juego del poder real del mundo. Escribió: “No hay que cegarse ante las necesidades objetivas del desarrollo económico, pero tampoco debemos cegarnos ante ellas como los mexicanos que creyeron en los ‘dioses’ blancos que vinieron del mar”. Aceptar el signo del enriquecimiento y el equilibrio de los grandes espacios. “Entonces se verá qué naciones y pueblos perdieron su faz, su idiosincrasia por haber sacrificado su individualidad nacional, su cultura, al ídolo de una tierra tecnificada.” Schmitt, con Ernst y Fiedrich Jünger, con el economista social Niekisch, comprendió ya en 1920 que sólo con riqueza y aprovechamiento táctico de las posibilidades de la realidad económica de cada tiempo se podrá acumular capital para construir desde el enriquecimiento la preservación cultural y la justicia social. Arrancar desde la noción de justicia, frenando el enriquecimiento nacional, era para Schmitt un gravísimo error, cuyo ejemplo sería Cuba: miseria con dignidad.
Los jóvenes de la Cámpora, el Gobierno y esa izquierda que parece despreciar el capitalismo internacional deberían comprender que están en un error puritano sin aprovechar entregadamente el camino de China o Brasil, que ingresando en el juego económico mundial lograron absorber marginalidad y miseria (hambre cero, escolaridad, el reciclado social del campesinado chino).Sólo desde el poder económico podremos desalienarnos de la subcultura mundializada. El capitalismo es una etapa y el mercantilismo actual, su crisis posiblemente terminal. Una nueva socialidad debe ser pensada en relación con la particularidad nacional.
La Argentina tiene la oportunidad de no anularse, de no quedarse al margen con el garrote en mano de Quebracho, ni con el socialismo nacional, rosado y sentimental.Parafraseando a los sabios jesuitas: “Hoy hay que entrar por la de ellos para salir con la nuestra”.
*Escritor y diplomático.
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sábado, 7 de mayo de 2011

"El mejor barómetro de la libertad de un país es leer sus periódicos". Por Mario Vargas Llosa

(Discurso del premio Nobel de Literatura en la entrega de los premios Ortega y Gasset)
Señor presidente del Gobierno, jefe de la oposición. Señoras, señores, queridos amigos. Comencé a trabajar en un periódico cuando tenía apenas 15 años, en el diario La Crónica, de Lima. Y creo que desde entonces siempre he hecho periodismo hasta ahora. Tal vez por eso soy un adicto a los periódicos y no puedo comenzar el día sin dedicar por lo menos una hora a leerlos y vivir, a través de ellos, la actualidad.

Celebrar 35 años de la vida de un periódico, que ha tenido un papel principalísimo en uno de los hechos históricos más importantes de la vida contemporánea, como ha sido la Transición española de la dictadura a la democracia, es un acontecimiento del que debemos alegrarnos no solo todos los lectores de periódicos sino todos los que creemos que el periodismo es uno de los pilares centrales de la cultura democrática.
Aunque ya se ha dicho, quisiera recordarlo una vez más: No existe barómetro mejor para la libertad de un país que leer sus periódicos. Así sabremos si de verdad la libertad existe y se refleja con un pluralismo informativo y político, o si la libertad se ha eclipsado. Nada refleja mejor la pérdida de libertad de un país que esa prensa monocorde que repite como una simple correa de transmisión las consignas del poder oficial.
Llegué como estudiante a España en el año 58 y recuerdo la extraordinaria explosión que significó en la Transición la aparición de periódicos que reflejaran un sistema de pensamiento que no tenían ni una sola opinión, sino un abanico de opiniones. Competían entre ellos, monopolizaban y discutían dentro de un denominador común de cordialidad y de esperanza por un futuro que se abría para España.
En esa circunstancia nació EL PAÍS. Es verdad que contribuyó de una manera decisiva a la democratización de España: ofreciendo unas tribunas, unas columnas, aumentando un espectro importante de la vida política española que hasta entonces había permanecido en la sombra... Pero el aporte de EL PAÍS a la Transición española fue mucho más importante que dar columna a un espectro político amplio de centro, de centro-izquierda o de izquierda. Contribuyó a la democratización del periodismo y luego a la democratización política de España. Fue un periódico que introdujo la modernidad en la diagramación, en la presentación de las noticias y, también, en la manera de encarar la actualidad. Fue marcando el ejercicio del periodismo en España. Es uno de los aspectos por el que, sin ninguna exageración, se puede decir que España anda muy bien.
No ha hecho del escándalo de la noticia espectacular el motivo principal de atención de sus lectores. Creo que todos los periódicos importantes de España guardan un mínimo de decoro, sobriedad y tienen un sentido agudo de la importancia de las noticias. Eso es siempre una extraordinaria garantía para la institucionalidad y la democracia. Creo que en esto EL PAÍS ha sido pionero y es una de las razones por las que uno debe enorgullecerse. España es un país de referencia en el escenario internacional gracias a esa forma de hacer periodismo.
He escuchado con cierta tristeza las palabras finales de [Juan Luis] Cebrián, en las que traspira un pesimismo sobre el estado de la democracia en España y en el resto del mundo occidental. Yo no soy tan pesimista como él. Creo que con todos los defectos que tiene, que son muchos, la democracia sigue siendo en Occidente la forma de sociedad más avanzada que tiene el mundo de hoy. Más avanzada en el sentido de haber difundido más las dolencias, los infortunios, los abusos a los derechos humanos fundamentales, que constituyen la vida de millones y millones de personas en todo el mundo.
La crisis económica ha golpeado con ferocidad a muchos hogares de España y de países europeos. Basta mirar atrás y hacia otros lados para darse cuenta que comparativamente la democracia en España sigue siendo una realidad. Y esa realidad ha liberado a España y a Europa de tragedias infinitamente peores que viven democracias más débiles o países que todavía no conocen la cultura de la libertad.
Yo creo que, como ha dicho Javier Moreno, la democracia es una realidad irreversible en España y eso es uno de los grandes logros de la Transición española. En muy poco tiempo la sociedad española hizo suya la cultura de la libertad y creó un país que estaba todavía profundamente dividido. Una sociedad de colaboración, cooperación y coexistencia en la diversidad.
Yo no creo como Juan Luis [Cebrián] que ese sentimiento, ese denominador común, se haya empobrecido y mucho menos desaparecido. Creo que siempre está allí, debajo de la vivencia y de la beligerancia, del debate político, debajo de los excesos de la palabra de turno que muchas veces acompaña este debate. Sobre las cuestiones fundamentales hay en España esos consensos extraordinarios que los hay en Inglaterra, en Francia, en los países nórdicos, Estados Unidos, y que son el sustento más firme de la democracia. Esa es la más extraordinaria realización política que me ha tocado vivir. Cómo un país que salía de 40 años de dictadura, de 40 años de falta de experiencia democrática y de falta de experiencia de coexistencia en libertad, hizo suya y se impregnó de esa cultura y la convirtió en una forma de vivir y convivir.
Eso ha traído a España un desarrollo extraordinario que la crisis terrible de estos días no puede hacernos olvidar. Y ha dotado a España de los instrumentos necesarios para poder superar crisis tan graves como las del momento presente. En todo esto, yo diría que el periodismo, y muy especialmente EL PAIS, ha cumplido un papel principalísimo.
Soy colaborador de El PAIS desde hace 21 años y me siento muy orgulloso de escribir en sus páginas. Muchas veces he discrepado y discrepo con la línea editorial de EL PAIS. EL PAIS, periódico liberal. Le he dicho a Juan Luis Cebrián que hay liberales... y liberales... [dice, alejando el brazo cada vez más hacia la derecha] y liberales, que creo que aquí [brazo apartado más a la derecha aún] estoy yo. [Risas del público].
Pero esas discrepancias he podido expresarlas siempre, con la más absoluta libertad, en las columnas que escribo en el diario sin haber recibido jamás por ello la menor amonestación. Creo que eso que ocurre en EL PAÍS es uno de los mejores síntomas de la manera cómo en España la cultura de la libertad ha impregnado la vida de los españoles. Y ese es para mí el mejor escudo que tiene España contra cualquier aventura retrograda.
Tiene razones EL PAÍS de sentirse orgulloso por haber contribuido a esta extraordinaria proeza democrática que es la España de nuestros días. Por eso hay que alegrarse de estos 35 años. Felicitar, agradecidos, a todos quienes han hecho posible y siguen haciendo posible la realidad diaria de EL PAÍS. Y desearles que cumplan muchos otros cumpleaños en el futuro para el bien de España, para el bien de Europa y para la felicidad de esos adictos a la lectura de periódicos como el que les habla. Muchas gracias.
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