domingo, 28 de febrero de 2010

El paternalismo educativo. Por Tomás Abraham


Nuevamente antes del comienzo de las clases se hacen anuncios sobre la educación. La educación se ha convertido en una excusa para llevar a cabo una predicación. Educar es un tema pastoral tanto para laicos como para religiosos. Todos están de acuerdo en la “importancia” de la educación. Los funcionarios del Gobierno dicen que invierten el seis por ciento del PBI en el sector y que construyeron setecientas escuelas. Sin embargo, los informes que se puede leer sobre el estado de la cuestión son negativos, por no decir desastrosos.
Pero más allá de los números, quisiera referirme a la ideología dominante que nutre tanto las políticas educativas que ya se han concretado como las que se promete realizar de aquí en más.
Por lo tanto, no me referiré a la lucha de muchos docentes por mejorar la calidad educativa, de la que sabemos poco porque no tienen voz ni presencia en los medios de comunicación.
El eje del pensamiento educativo prevaleciente, que no sólo se limita a las ideas que al respecto tiene el Gobierno sino que abarca a una buena parte del espectro cultural y político, es el de inclusión-selección. Por eso se llega a la conclusión de que si la deserción en la escuela secundaria llega al cuarenta por ciento es porque no se han encontrado aún los medios para aplicar políticas más inclusivas. Si se compara esta escuela con la de hace décadas, se dice que aquélla era para pocos y ésta quiere ser para todos.
Sin embargo, es absurdo discutir si queremos o no queremos una educación para todos. Con ese nivel de retórica y de moralina no llegamos a ninguna parte. Aun el más malthusiano de los hombres jamás confesará que quiere una educación de elite para pocos y que el resto de los mortales se las arregle como pueda. Todos queremos todo pero primero hay que hacer algo.
La escuela media pública no sólo no es inclusiva sino que es expulsiva. Quienes tienen poder adquisitivo huyen a la enseñanza privada, que no siempre garantiza la buscada excelencia, y los que no lo hacen desertan. Las cifras son elocuentes.
Pero tampoco tiene sentido meter una queja más en el país del lamento ni creer que sólo se trata de retener menores en el aula. Educar no es compadecer. ¡Pobrecitos los chicos!, se conduelen los pedagogos. ¡Pobrecitos los pobres!, comunican los científicos sociales. ¡Qué injusta es la falta de justicia!, dicen los políticos. Los chicos no son pobrecitos como quieren nuestros progresistas, que deberían saber que la dignidad de los maestros depende también de una preparación exigente y no sólo de la conmiseración por sus queridas víctimas. Los chicos tampoco son probables asesinos cuando así conviene formatearlos para las entregas periódicas de dosis de venganza. Son seres humanos de corta edad que deben estudiar. Sí, estudiar. Lo que quiere decir aprender.
Y para aprender hay que estudiar. Y estudiar duele. Y no será la primera vez que ciertos dolores son muy lindos, dan grandes recompensas, son esfuerzos alegres. El querer elaborar políticas educativas indoloras porque la vida ya es muy dura, insípidas porque el día a día ya tiene un sabor amargo, toda esta vía de autocompasión y miserabilismo, la energía volcada para aplanar lo que sobresalga, excluir al diferente, ¡sí, al diferente!, no al que no es igual por su sexualidad, su color de piel o su género, la moda ya los protege, sino al que quiere estudiar, quien desea aprender, los docentes que aún se entusiasman con enseñar, los que son curiosos y se quieren enterar de lo que pasa más allá de sus narices, quienes quieren progresar –palabra expulsada de lo políticamente correcto–, todos estos diferentes también tienen el derecho de tener su lugar en el mundo.
¡Qué feo es ser resultadista!, exclaman los democráticos que anuncian que todos merecen diez por venir a la escuela, y el que quiera destacarse debe recordar que si no hay diez para todos antes que nada se debe ser solidario y sacarse un seis para que todos tengan algunos puntos.
A nadie le dará ganas de estudiar con esta protección que hace de los docentes enfermeros y de los alumnos enfermos. Una persona pobre no está enferma. Tiene capacidades para desarrollar, ganas de hacer, es curiosa, inquieta, hablo de niños, adolescentes y adultos. Todo lo que necesitan es aprender y que nadie les refuerce la idea de que de todos modos no tienen futuro. La crisis actual tiene que ver con la idea de que nada en el futuro será distinto al presente. El nada vale la pena es un mensaje transgeneracional.
¿Por qué no se difunden en los medios de comunicación los trabajos que hacen numerosos docentes que luchan contra todo tipo de adversidades para que los alumnos no abandonen la escuela y sólo se comunican los pedidos de las gremiales de más presupuesto, más salario y más recursos edilicios bajo amenaza de paro?
Existen las llamadas nuevas tecnologías. Son maravillosas. No hace falta que acuda nuevamente el severo preceptor para que nos amoneste con su puntero y nos diga que Google no alcanza. Nada alcanza y menos cuando no se nos ocurre nada. Ya sabemos que cursar once materias por año y recitar: Sócrates, Everest, Paso de los Patos, cotiledóneas, isobaras, Hipólito Yrigoyen y sulfuro de banana no es lo mejor. Pero ninguna innovación servirá para nada con esta ideología que sólo protege el estancamiento y la impotencia.
No se trata de justificar las dificultades con la situación social que viven vastos sectores de la población. Se trata de hacer cosas en donde se puede. Indudablemente, un chico que viene de un hogar que no es hogar, sin familia integrada, madres golpeadas, barrio de paco, enfermedades sin atender, no tiene un problema educativo sino vital, pero el setenta por ciento de la población sí tiene un problema educativo y no sólo lo tienen los menores.
Tampoco es un argumento decir que en todo el mundo pasa lo mismo porque en ningún lado pasa lo mismo. Pueden existir situaciones que parecen semejantes pero el grado de desatención, estancamiento o atraso varía, y mucho. Este asunto no se soluciona con más sermones de ciudadanía, espíritu de grupo y consignas de neomarxismos baratos vendidos en posgrados no tan baratos o folletos del marketing gerencial para una entelequia global. La formación docente ha insumido recursos fiscales o del exterior con programas envasados que la mayoría de las veces sirven para un fin de semana con todo pago y un poco de cultura general.
Una golondrina no hace verano, dijo el poeta. Siempre se puede citar casos de maestros abnegados y de otros que por su esfuerzo solitario requieren asistencia para lograr sus objetivos. Y también se puede publicar una estadística de un ausentismo fuera de todo control que desvía fondos que muchos necesitan.
A la inteligencia hay que generarla. Estudiar es pensar. Pensar es aprender a enfrentar obstáculos. Estudiar implica una exigencia que no es natural, se adquiere. Es una cuestión de hábito. Necesita disciplina, paciencia y concentración. No se reduce a un deseo de creatividad, de practicar artes múltiples, jugar a volar como angelitos y otras reliquias de una puericultura lírica que no son más que síntomas de la derrota educativa. Estudiar es un trabajo. Enseñar también.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).

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sábado, 27 de febrero de 2010

Las huellas del rencor. Por Santiago Kovadloff



Tras la asunción de Raúl Alfonsín como presidente de la Nación, en diciembre de 1983, buena parte de los intelectuales argentinos se entregó a una disputa enconada: determinar quiénes, entre ellos, habían contribuido realmente al derrumbe del proceso militar. Es decir, si aquellos que, por distintas razones, se habían ido del país durante los años de plomo, o aquellos que habían permanecido en él.
La feroz intransigencia con que esos hombres y mujeres, lúcidos en tantos aspectos, necesitaron agredirse unos a otros, dio forma a dos bandos irreconciliables, empeñados en demostrar que la única conducta adecuada había sido la propia. Esa confrontación implacable dañó profundamente la cultura del país, pero no sorprendió sino a los distraídos. Probó, una vez más, que en nuestra turbulenta historia nacional el maniqueísmo preservaba, intacto, su lugar protagónico.
Casi treinta años después, aquella dicotomía encarnizada vuelve a ganar la plaza. El propósito de instrumentar políticamente la tendencia a las contraposiciones tajantes y al enfrentamiento sin mengua doblega, de nuevo, nuestro discernimiento. Pero ya no se trata sólo de los intelectuales. Los Kirchner advirtieron mejor que nadie lo alta que podía llegar a ser la rentabilidad de esa disposición a la intolerancia, a la subestimación franca del derecho y el parecer ajenos. Y supieron capitalizarla. En ella fundaron su concepto del poder. A ella sometieron la práctica de la ley y la democracia, la caracterización del adversario y el destino de la República.
Hoy, las huellas del rencor se multiplican. Rebasan los muros del cenáculo intelectual y se proyectan sobre la vida cotidiana. El rencor está en la calle. Se alimenta, al igual que Asterión, de carne humana.
Alentado por el oficialismo mediante un discurso reduccionista, cuyos acentos sobresalientes son el desprecio y la jactancia, ese rencor se asienta en disyuntivas tajantes por las que aún se muestran atraídos muchos argentinos. No hay matices. No hay término medio. El Bien y el Mal lo absorben todo. No hay lugar para nadie que no esté adscripto a uno de estos polos. Se trata de optar entre la mentira y la verdad.
Las huellas del rencor ya se advierten en las relaciones interpersonales. Se plasman más allá de la disidencia entre intereses económicos o sectoriales. Más allá de las tensiones razonables entre el Estado, los gremios y las corporaciones. El rencor ha irrumpido en la intimidad. Amistades de muchos años ven quebrantada su fortaleza por la imposibilidad de disentir sin violencia cuando se habla de política.
La crispación brutal con que el matrimonio gobernante suele tomar la palabra ejerce su efecto deletéreo sobre quienes, conversando, se deslizan de pronto hacia la actualidad y terminan enfrentados con la misma saña con que pudieron haberlo hecho, hace cinco siglos, católicos y protestantes o, hace siete décadas, quienes se mostraban a favor o en contra del Eje. No hay transigencia.
La irreductibilidad de las posiciones campea sin freno y obstruye el intercambio de ideas cada vez con más frecuencia y en las circunstancias más inesperadas: en la casa de un amigo, en un almuerzo entre compañeros de trabajo, en un encuentro nocturno de parejas cercanas.
Es indudable que, en la Argentina, ha renacido cierto interés por la política. Pero con más energía aún se ha diseminado el odio al disenso, la necesidad de ahogar en la uniformidad de criterio toda discrepancia.
Siguiendo el patético ejemplo brindado por el Gobierno, un pronunciado sectarismo empieza a advertirse en la vida privada.
La desconfianza generada por las disidencias políticas desbarata la espontaneidad e impone cautelas y suspicacias que envenenan los vínculos. Poco a poco se ha ido extendiendo la convicción de que no hay convivencia posible con quienes sostengan una opinión distinta de la propia.
La tesis paranoide desplegada por un oficialismo que se considera emplazado por enemigos y detractores que no dejan de conspirar influye en el mundo de los afectos y fragmenta aún más a una sociedad ya escindida. Es sobre todo en la clase media donde los desacuerdos políticos operan con furia inaudita; es allí donde la radicalización en los juicios se deja ver con más evidencia y donde alcanza su poder de ruptura más hondo.
Sé de muchos que, en ambientes ideológicos con los que están identificados, ya no se atreven a pronunciar los nombres de aquellas personas a las que estiman, pero que no comparten con ellos un mismo diagnóstico sobre la realidad. Temen el repudio de los suyos. Temen despertar la ira e, incluso, la duda sobre su fidelidad al credo común. Una autocensura creciente desplaza a la libertad de juicio y va ampliando la lista de indeseables que ya no deben formar parte del círculo de allegados.
La incidencia de lo político puede más que lo afectivo y la necesidad de consensos sin fisura empieza a preponderar donde anteriormente reinaba el placer de conversar en un clima sin restricciones. Y así como la pareja presidencial no se cansa de repetir que o se está con el país (es decir, con ella) o se está contra el país (es decir, contra ella), así proceden también quienes, no tolerando la menor discrepancia con su comprensión de los hechos, prefieren poner fin a relaciones hasta ayer entrañables antes que rever sus rígidos principios.
Por supuesto, sería abusivo pretender que la responsabilidad fundacional de todo esto la tienen los Kirchner. Ellos no son sino los instigadores de una sensibilidad cuyas raíces se nutren en lo más sustantivo de nuestra identidad. Los Kirchner son oportunistas. Hábiles aprovechadores. Han sabido cebar a una bestia nunca del todo enjaulada y de probada veteranía en el arte de colonizar el corazón de los argentinos.
Mediante un discurso de acentos invariablemente destemplados y agresivos, el matrimonio presidencial ha logrado manipular esa arraigada propensión nacional a la confrontación y la intolerancia. Ha sabido hacerse portavoz de un reduccionismo burdo y violento que doscientos años de historia no parecen haber atenuado.
Nos guste o no, los Kirchner, al pronunciarse, no muestran únicamente lo que son. Muestran también lo que, como Nación, todavía no hemos dejado de ser: subestimadores infatigables de todos aquellos que no coinciden con nosotros, depredadores constantes de oportunidades y recursos, republicanamente irresponsables, desdeñosos de la ley.
Expresión, en suma, de una incultura cívica que no conoce distinciones de clases, ni de propósitos o de partidos. Somos idólatras de nuestras propias creencias y enemigos incansables de las ajenas.
Mucho se ha dicho acerca de lo saturada que está la mayoría de la sociedad a raíz del hostigamiento a que la somete el proceder de la pareja gobernante. Para probar el espesor de ese hartazgo, suele hacerse referencia al pasado 28 de junio.
Entonces ?se nos recuerda? la gente votó contra ese modo prepotente y demagógico de practicar la política.
Pero no debe olvidarse que ello no excluye la disconformidad popular con la conducta de los líderes opositores. Es innegable que se les brindó un voto de confianza. Sin embargo, simultáneamente, se les hizo un reclamo de mayor madurez. Conviene, por eso, ser cautos.
No menos errática en su modo de ejercer la política, no menos fastuosa en el autoelogio, oportunista, presuntuosa y contradictoria, además de esquemática y conceptualmente anémica, se muestra la mayoría de los candidatos que hoy disputa a zarpazos el liderazgo de la oposición.
Por eso la atención de la gente no se concentra ante todo en ella sino, cada vez más, en la acción parlamentaria. No deja de ser un signo de salud cívica encomiable el hecho de que, en un escenario como el actual, el interés público se oriente hacia las tareas del Congreso.
Allí está, antes que en las promesas grandilocuentes de los candidatos prematuros, la clave del porvenir programático del país. De un país que necesita recuperar no sólo calidad institucional y justicia social auténtica. Necesita, igualmente, volver a depurar la vida privada. Desbaratar el miedo y el prejuicio. Confiar otra vez en el diálogo y alentar la tolerancia.
© La Nacion
Santiago Kovadloff es profesor de Filosofía y escritor. Sus últimos libros de ensayos son Una biografía de la lluvia y El enigma del sufrimiento.






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jueves, 25 de febrero de 2010

Cuando se unen la estupidez con la ignorancia. Por Dora Grigera


Algo muy llamativo está sucediendo en Argentina desde hace varios años. En el final de este comentario introductorio daremos a conocer una cifra que se desprende de esta historia que a más de uno va a dejar helado. Se trata de un tema poco difundido en los medios masivos. En realidad, es más probable que aparezca en el National Geographic que en nuestra TV abierta. Por estos días, la prensa argentina e internacional se ocupa extensamente de lo que está ocurriendo en Punta Tombo, Chubut, donde miles y miles de pingüinos llegan hasta esas playas cercanas a la Península de Valdez. Los llamados pájaros bobos son la atracción para visitantes argentinos y extranjeros. De todas formas, desde hace ya varias temporadas a estas pequeñas criaturas de 50 cm de alto les surgió una "competencia" que está alterando el mapa de las aves patagónicas.
Los albatros y las gaviotas se han multiplicado de tal forma en esa geografía nacional que algunos biólogos del CENPAT (Centro de Estudios del Medio Ambiente Patagónico) están estudiando de dónde proviene semejante cantidad de ejemplares alados. A lo largo de todo el gigantesco golfo San Jorge y en localidades pesqueras aledañas de Chubut y Santa Cruz, los habitantes del lugar ven el cielo oscurecerse cuando las bandadas terminan literalmente tapando al sol. ¿De dónde salieron? ¿Por qué son tantos?, se preguntan. Usted, con razón, también se puede preguntar: ¿Y esto que tiene que ver con nuestra realidad? Ya llegamos, esté atento a la cifra que le vamos a revelar. Estos gigantes del aire despegan hacia el mar en busca de comida... Los científicos dicen que cada día encuentran más comida, por eso se reproducen tanto, por eso son cien veces más que en los cercanos años noventa; cien veces más. Resulta que tanto los albatros como las gaviotas encuentran flotando cientos de toneladas de peces muertos muy cerca de la costa… ¿Es la contaminación? Es un fenómeno natural? No, es simplemente Argentina. El Secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación tuvo una desastrosa idea: Retirar los inspectores que iban a bordo de los pesqueros y los fresqueros que buscan langostinos, cambiándolos por meros "observadores", con un casi nulo poder de policía. Este hecho coincidió casualmente (o no tanto) con otras dos situaciones desgraciadas: 1. La Comunidad Económica Europea expulsó de sus mares a los buques congeladores que eran altamente depredadores. Ante la imposibilidad de trabajar en el viejo continente, las grandes empresas españolas emigraron hacia Argentina , donde la depredación es una palabra desconocida, casi sin uso. 2. Las autoridades provinciales de Santa Cruz y Chubut en los noventa completaron el círculo permitiendo a las naves factorías foráneas a tirar (sí, a tirar por la borda) aquel pescado que no les conviniera. Desde entonces, los buques que buscan langostinos sólo se interesan por esta especie, que cuesta en el mercado internacional 18 dólares el kilo. Leyó bien, casi 60 pesos el kilo. Por ello, arrojan al mar la merluza, el cazón, el abadejo, las rayas y hasta el salmón que caen en sus redes. Como la merluza es un predador del langostino, ejemplares de muchísimo kilaje quedan atrapados, son llevados a la cubierta y luego arrojados al mar. Como estos peces viven a 80 o 90 metros bajo la superficie, una vez subidos al barco mueren por una normal diferencia de presión. Aunque sean devueltos al océano, ya están muertos. ¿Quién se los come? Acertó: los albatros y las gaviotas..... ¿Sabe cuántas toneladas de merluza tira al mar cada uno de estos barcos de 40 o 50 metros de eslora? 10 toneladas diarias; 10.000 kilos. Siga sumando con nosotros. 10.000 kilos por día, sólo de merluza (no estamos contando centolla, ni abadejo, ni cazón, ni salmón, ni nada de eso) hay que multiplicarlos por la cantidad de barcos que salen a buscar langostinos. ¿Sabe cuántos son, cada día, sólo en esa zona? Nunca menos de cien. Multiplique, cien barcos, que tiran diez mil kilos de merluza, son un millón de kilos de pescado arrojados al mar cada vez que sale el sol. ¿Sabe cuántos argentinos podrían comer estos manjares gratis cada día? Un millón de compatriotas, que dejarían de tener hambre, porque un kilo de excelente pescado es un regalo de los dioses. ¿Sabe cuál es el país que tiene la mejor educación y la tecnología más avanzada del mundo? Japón. ¿Y sabe cuál es la base de la comida nipona? No es el arroz como nos hacen creer, es el pescado. ¿Hace falta detallar las virtudes que les traería a nuestros chicos alimentar sus cerebros con fósforo de nuestros mejores ejemplares marinos?Estos números que causan vergüenza fueron denunciados una y otra vez por los marineros no nucleados en el SOMU, el sindicato que dirige el impresentable "Caballo" Suárez, ese irresponsable titular del gremio marino que se emborrachó en el medio de una gira de Cristina Kirchner por Europa, generando un escándalo que motivó que lo sacaran de la delegación. La oposición a Suárez les ha implorado a los empresarios, a los gobernadores patagónicos y a las autoridades nacionales, que terminen con esta depredación del recurso y que alimenten a la gente pobre, que también existe en el sur de nuestro país. ¿Saben cuál fue la respuesta de los dueños de las pesqueras españolas? Tratan de no contratar personal de a bordo argentino, optando por peruanos y bolivianos que no se quejan de la depredación; porque, total, la plataforma continental no la sienten como propia. ¿Saben qué contestan los políticos argentinos? Les bajan los impuestos a las ganancias para que ganen más y no sigan protestando. Hace pocas semanas, los marineros opositores se rebelaron y quemaron varias plantas de procesamiento en Puerto Deseado. Uno de los pedidos, además del salarial, era que dejaran de tirar pescados muertos al mar. Los científicos extranjeros que analizan la multiplicación de gaviotas y albatros señalan con resignación: "La causa de semejante mutación en la población de aves no es otra que la enorme riqueza de los argentinos, casi tan grande como su propia estupidez."
Por Alicia Jardel Profesora y Colaboradora de Investigacion de Bélgica
Ahora ya lo sabés. En lugar de amargarte, nada más, difundilo. Este es otro de los interminables negociados que hacen los políticos a expensas de la riqueza de nuestro suelo, la apatía de nuestro pueblo, (y lo que es muchísimo peor) el futuro de nuestros hijos...


DORA GRIGERA - DOCTORA EN BIOLOGIA - INVESTIGADORA DEL CENTRO UNIVERSITARIO DE BARILOCHE - UNIVERSIDAD NA


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Pasado y futuro del discurso político. Por Eduardo Fidanza


En enero último, Carlos Reymundo Roberts hizo en este diario un sagaz retrato de la mise en scène de los discursos presidenciales. Con el título "La señora del micrófono", el periodista señaló tres características de éstos. Primero, que dividen el mundo entre las fuerzas del bien y las del mal; segundo, que son dirigidos a interlocutores que no están presentes en el lugar (Roberts dice refiriéndose a quienes asisten a los actos: "La señora los mira, pero no los ve"), y, tercero, que los funcionarios que acompañan a la Presidenta toleran cada vez menos sus gestos y palabras. Roberts agrega que a Cristina Fernández le gusta desempeñar ese rol y repetir machaconamente su visión del mundo, a despecho de escándalos, crisis y caída en los sondeos.
Le sumaría a esta pintura un dato más: la Presidenta no convence y se está quedando políticamente aislada. Apenas su marido y algún emisor ocasional de mensajes peleadores la acompañan. El resto de los representantes del oficialismo (y el conjunto del peronismo) anhela un futuro con más pluralidad y menos declamación querellante. En rigor, y off the record , ellos creen que la guerra contra el mal es insensata y, además, está perdida.
El punto adquiere interés, porque Cristina agrega cada día un torrente agresivo a la afligida actualidad. Es como si quisiera torcer el destino llamando perros o buitres a sus adversarios. Tanto empeño lleva a reflexionar acerca del significado de ese mensaje, y de su encuadre en el discurso político en general y en la larga tradición discursiva del peronismo.
Pero no se trata sólo de palabras. La semiótica moderna ha cuestionado la premisa res non verba . Ella nos enseña que las palabras y los gestos, los énfasis y las entonaciones tienen la misma significación y rotundidad que cualquier otro hecho colectivo.
Consagrados analistas sociales, como Silvia Sigal y Eliseo Verón, y jóvenes investigadores que siguen sus huellas realizaron análisis del discurso peronista que abarcan todo su ciclo histórico, desde 1944 hasta la actualidad. Una relectura de esas contribuciones quizá pueda iluminar las escenificaciones presidenciales y anticipar los rasgos del discurso político por venir.
Eliseo Verón puso las bases de este tipo de estudios en la Argentina. Apoyado en los avances de la semiótica francesa, desarrolló y aplicó herramientas teóricas para analizar el discurso de los políticos. Junto con Silvia Sigal, escribió el brillante libro Perón o muerte . Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista , considerado hoy un clásico en la materia.
De los aportes de Verón resaltaré uno, considerado clave para interpretar el texto político. Es la distinción entre enunciado y enunciación. Un enunciado es equiparable, hasta cierto punto, a los contenidos de un discurso. La enunciación, en cambio, es el modo en que se enfatizan y modulan los contenidos. Es posible comunicar las mismas cosas de maneras muy distintas. Por ejemplo, afirmar: "¡Esta es la verdad!", no es igual que decir: "Creo que ésta es la verdad", y, sin embargo, el contenido es similar. En el nivel de la enunciación se construye la relación del que habla con lo que dice y con aquellos a quienes se dirige.
Mirar a los interlocutores sin verlos, hablarles con palabras que no son para ellos, como observa Roberts a propósito de Cristina, es una forma de enunciar. Los tópicos del discurso pueden asemejarse, pero el tipo de vínculo y la escena generados son diferentes.
Una contribución complementaria de Verón aclara las modalidades discursivas del poder. En un artículo de referencia ineludible, titulado " La palabra adversativa e_SDRq , diferenció tres receptores de los discursos políticos: el "prodestinatario", que es el que comulga con las ideas del líder; el "contradestinatario", que es quien se le opone, y el "paradestinatario", que es aquel que no toma posición o está indeciso. Cada uno de ellos reclama una enunciación diferente: al que apoya debe reforzársele la creencia; al que se opone debe combatírselo, y al indeciso, persuadírselo.
Con recursos analíticos de esta naturaleza, Sigal y Verón argumentaron algo polémico, pero iluminador, en Perón o muerte... : el peronismo no es una ideología, sino una forma de enunciación. Esa enunciación se caracterizó inicialmente por: a) "un modelo de llegada": Perón llega desde el cuartel al Estado, poniéndose por encima de cualquier partidismo para salvar a la Patria; b) una relación afectuosa pero distante con el pueblo, cuyo rol se limitará a tener confianza en el líder e ir "del trabajo a casa y de casa al trabajo"; c) una crítica a la política partidaria, juzgada culpable de la degradación social, y d) una descentración del adversario, al que sólo le queda el lugar de la impertinencia antipatriótica.
En el discurso de Perón, el advenimiento del líder para redimir a la sociedad equivale a un "momento fuerte" de su devenir, que en el origen le tocó protagonizar a San Martín y luego a otros patriotas. La Argentina que evoca Perón recae, cíclicamente, en momentos fuertes, críticos, que requieren un líder salvador. Eso implica, según interpretan Sigal y Verón, la supresión de la historia y el vaciamiento de la política: el tiempo que transcurre entre los momentos fuertes carece de significado.
Los temas de Perón reaparecen, con matices, en el discurso de Menem y Kirchner. Como ha mostrado el politicólogo Hernán Fair, Menem retoma la enunciación del fundador del movimiento al colocarse por encima de las pasiones partidarias y apelar a la unidad nacional para sacar al país del caos. Su pragmatismo no es distinto del de Perón: Menem lo llama, con severidad, "cirugía mayor sin anestesia", pero está al servicio de revertir la crisis económica y restituir el orden y el bienestar perdidos. Los que no entiendan esa terapia se convertirán en adversarios.
En esta serie, el discurso kirchnerista se acerca y se aparta del de Perón. Como éste, Kirchner también llega desde otro lugar: es un pingüino venido del Sur. Cuando llama a la transversalidad o, en raras coyunturas, apela al conjunto de los argentinos, roza a Perón. Y se aleja de él cuando el enfrentamiento con los contradestinatarios absorbe todas sus energías discursivas hasta convertirse en el motivo excluyente de la enunciación. La joven investigadora Ana Montero condensa muy bien este rasgo, al decir que el discurso kirchnerista "está absolutamente habitado por las voces de sus adversarios".
Resta considerar el tema de las fronteras. Toda facción política, dirán los analistas de discursos, debe trazar una línea para diferenciarse de sus oponentes. Con decisivas gradaciones, en política siempre hay una pugna entre "ellos" y "nosotros". El abuso de esta distinción es un rasgo de nuestra historia, que Perón intentó subsanar cuando agónicamente declaró que para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino. A su modo, Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde respetaron ese precepto.
Los Kirchner, en cambio, parecen haber vuelto a la extrema polarización. Sin más violencia que la verbal, lo que es un logro, pero impidiendo cualquier forma de negociación o acuerdo. Como se ha dicho tantas veces, los inspira un ethos setentista. En ese punto son infieles al último Perón y al espíritu, no a la letra, de la democracia. Como los ideólogos de la JP de los años 70, enuncian desde la latitud de la discordia eterna. Desde el lugar trágico donde se excluye al "otro".
La sociedad argentina ya no quiere ese texto. Ni en el gobierno ni en la oposición. Rechaza las peleas, los personalismos y las profecías catastróficas. Por eso, los dirigentes que encarnan tales actitudes están perdidos. El ocaso del estilo querellante abre la puerta al porvenir. Y a las inquietudes. ¿Cómo será el discurso político del futuro? ¿Cómo enunciará el poder después de los Kirchner? ¿Cuáles serán sus contenidos y modulaciones? ¿Qué tipo de frontera trazará para diferenciarse?
Es probable que algunas respuestas estén condicionadas por el modo en que concluya el ciclo Kirchner. Si termina con normalidad, se evitará un nuevo "momento fuerte", de los que habilitan las tentaciones discursivas de refundación, excepcionalidad y redención. Por desgracia, muchas presidencias empezaron así en nuestra historia. Los Kirchner no se explicarían sin la crisis de principio de siglo.
Seamos, no obstante, optimistas. Supongamos que, con tensiones y sobresaltos, llegaremos a 2011 en paz. El electorado obligará entonces a sus nuevos gobernantes a la prudencia y el diálogo. Estas virtudes germinan ya en muchos miembros responsables de la oposición y del Gobierno. Principalmente en el Congreso, al que hay que mirar con esperanzada atención. Por otro lado, la comparación con Chile y Uruguay está calando en la dirigencia mucho más de lo que se puede mensurar. La vergüenza y la sana envidia hacen su trabajo. Horadan la piedra con tenacidad.
Sugiero un par de ideas. El nuevo discurso político debería evitar la exclusión. No será bueno ser espejo del régimen anterior. Por eso, si se rescataran aspectos de la gestión Kirchner sería un avance enorme. Insólito. Después, tendría que retomarse la tradición discursiva del consenso, sin sobreactuaciones, porque la política es lucha, pero asumiendo que los problemas que se deben enfrentar obligarán a mediaciones frecuentes.
Por último, pero no lo último: es urgente volver a la historia. Habrá que trazar una nueva frontera que ponga al país dentro del sistema mundial, entendiendo que el capitalismo, aun con todas sus fallas, es, hasta nuevo aviso, el modo realista de progresar.
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viernes, 19 de febrero de 2010

El doble cuerpo de Julio Cobos. Por Beatriz Sarlo


La política argentina siempre está al borde de la anomalía, que no afecta únicamente los actos de los "otros". El kirchnerismo no es sólo una solitaria exasperación de los rasgos antiinstitucionales del peronismo. El clientelismo no es sólo la versión actual de los caudillismos pasados ni lo practican, en exclusiva, los intendentes justicialistas. Por el contrario, cuando un rasgo tiñe de este modo la escena, todos los que participan en ella son desviados hacia el magnético campo de la anomalía, pese a sus ideologías explícitas y a sus tradiciones.

Eso es, en mi opinión, lo que sucede con el "caso del vicepresidente". Cobos llegó a serlo contrariando a su partido, que lo juzgó responsable de un acto que debía castigarse con la "expulsión de por vida". A Cobos lo siguió un batallón de dirigentes radicales persuadidos de que el radicalismo no ganaría una elección hasta quién sabe cuándo y de que pasarse al Frente para la Victoria era la única forma de seguir en política. Esto los convenció, por lo menos, tanto como el discurso sobre la transversalidad con el que Kirchner decoraba una construcción basada en incorporar dirigentes no justicialistas (vinieran de la UCR o del Partido Socialista) que le permitieran cambiar la correlación de fuerzas que en 2006 no lo favorecía en el PJ.
La transversalidad, a la que contribuyeron no sólo el entonces oscuro Cobos, sino también el ex vicepresidente Carlos Alvarez, que se dedicó a restarle fuerzas a Carrió para ofrendárselas a Kirchner, como si la transversalidad santacruceña fuera una remake de aquella, fuertemente impulsada por ideas, que él, Bordón y Storani anunciaron en la Confitería del Molino en 1994. Por el contrario, como lo probaba la figura gerencial, apagada y poco carismática de Cobos, la transversalidad del Frente para la Victoria era más instrumental que ideológica, aunque en su costado de centroizquierda conservara todavía las ilusiones de un Kirchner renovador progresista.
Estuve en el acto del corsódromo de Gauleguaychú, en el invierno de 2006, cuando Cobos, ante la mirada gélida de Kirchner, pronunció su primer discurso antes de ser lanzado como integrante de la fórmula presidencial. En ese momento, Cobos no inspiraba nada a nadie, excepto al entonces presidente Kirchner, que sabía que el mendocino no llegaría sólo al Frente para la Victoria, sino ofreciendo con su pase una porción de radicales y, sobre todo, descalabrando a un partido que atravesaba serias dificultades; tantas que culminaron en la candidatura presidencial de Roberto Lavagna. Eran momentos en que Kirchner estaba deshaciendo a su antojo todo el viejo sistema político argentino, para bien o para mal.
El pase de Cobos al Frente para la Victoria todavía debe ser explicado. Sus motivos políticos coyunturales a todo el mundo le parecían por entonces muy evidentes, y a muchos, incluso, acertados. Kirchner ganaba todo y los demás perdían sin remedio. En esos años, hoy lejanísimos, la movida de Cobos era tan natural como exitosa. Estaba dentro del orden de las cosas. No innovaba nada, sino que se plegaba con astucia a la innovación que Kirchner parecía representar. En vez de presentar batalla, aceptaba el orden presidencial.
En dos años, las cosas se mostraron muy diferentes. Kirchner se equivocó en el conflicto con el campo y Cobos, un hombre cuyo rasgo más destacado es la prudencia (es un extremista de la prudencia), votó en contra de la resolución 125 como reclamaba casi todo el mundo, viendo a un gobierno encerrado en la trampa que se había construido para sí mismo. En esa madrugada, se creyó asistir al nacimiento de una nueva estrella en el desnutrido planetario político local.
Sin embargo, aunque estos sean los acontecimientos vistos desde su costado externo, hay algo profundamente insatisfactorio en el segundo capítulo de esta historia, en cuyo transcurso Cobos emprende el regreso a la casa radical. El vicepresidente no ha hecho un balance conocido de lo actuado en el primer capítulo. Vuelve al hogar sin pronunciar juicio sobre su escapada al kirchnerismo. Y los radicales parecen dispuestos a recibirlo sin revisar las cuentas. Una sola noche, la de la 125, y una montaña de encuestas de opinión pública son más fuertes que la decisión política (equivocada en opinión de muchos) de hacerse kirchnerista. Sin duda, las dificultades están por delante porque algunos radicales, como Gerardo Morales, no aceptan que el blanqueo de Cobos se convierta en su apoteosis. Estos dirigentes jugaron solos durante muchos meses y no quieren ser tan solícitos con el hijo pródigo.
Los políticos que no revisan su pasado corren el riesgo de repetirlo bajo formas diferentes. Una clara y larga revisión de lo hecho por Cobos debería incluir no sólo la confianza, infundada, en la capacidad de Kirchner para construir un espacio político plural; debería también incorporar el error de cálculo, que es uno de los errores que pueden conducir a consecuencias fatales. Un político impulsivo tiende a equivocarse, porque sus cálculos son más sucintos y precipitados. Cuando un político somero y frío como Cobos se equivoca, pone en escena la debilidad de sus criterios de juicio. Y conste que, para dejar despejado el terreno, ni siquiera hablo de valores o principios. Del ex vicepresidente Carlos Alvarez conocemos su silenciosa inclusión en el espacio kirchnerista, pero también conocemos sus opiniones y sus análisis sobre lo que estuvo mal y lo que estuvo bien en los años de construcción del Frepaso y la Alianza. De Cobos no sabemos nada, excepto que, silenciosamente, comunica que estuvo bien entonces, en la cabalgata inaugurada en el corsódromo de Gualeguaychú, y ahora, en la cena radical de San Nicolás.
Del lado de los dirigentes radicales, tampoco las cosas se ordenan según las líneas que permitirían una política más clara. En un reportaje aparecido en Perfil hace pocos días, el presidente de la UCR, Ernesto Sanz, dijo textualmente: "No sólo [Cobos] no tiene que renunciar, tiene que votar, porque es un senador más a la hora del desempate. La sociedad el 28 de junio votó por estas cosas. Entonces, es como si hubiera votado un supra senador de la oposición. Y este es un valor que la oposición no tiene que regalárselo al oficialismo". ¿"Suprasenador"?
La cita es asombrosa, y, afortunadamente, los radicales tienen en sus filas juristas como Ricardo Gil Lavedra, que poseen el saber necesario para desentrañarla. Sólo me animo a señalar que no existe en la Argentina una figura constitucional llamada "suprasenador" y que, responsablemente, tal neologismo no debe usarse siquiera como término de una comparación. Ya son suficientes los engendros institucionales con los que se gobierna, como para que el jefe de la oposición les agregue sus ocurrencias. No existen los "suprasenadores", del mismo modo que no deberían existir los "supraexpresidentes".
Por otra parte, dentro de las variadas interpretaciones del voto del 28 de junio, la de atribuirle valor constituyente es inverosímil. La gente votó lo que votó, pero jamás podría haber votado que el vicepresidente de la República se convirtiera en "suprasenador" de la oposición. La frase es de un populismo profundo: se pliega a los supuestos "deseos de la gente" como si todos los deseos fueran legítimos por el sólo hecho de que una mayoría o una minoría los experimentara.
Las contorsiones a que obliga el doble cuerpo de Cobos (uno en la vicepresidencia y otro en la oposición) no mejoran la política actual. Cobos afirmó recientemente que tiene "libertad de pensamiento, opinión y decisión". En efecto, puede ejercer esas tres libertades, pero el ejercicio de la tercera lo obligaría a renunciar a la condición vicepresidencial que lo colocó en un escenario al que no habría llegado tan rápido por sus propios medios. No digo que no hubiera llegado por sus propios méritos, porque, en verdad, se lo conoce todavía bastante poco.
© LA NACION


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jueves, 11 de febrero de 2010

Néstor Kirchner, el gran gerente. Por Beatriz Sarlo




Hay quienes creen que, con perspectiva histórica, la compra de los dos millones de dólares que hizo el ex presidente Kirchner será un dato menor para juzgar toda esta etapa. Pero sería una renuncia moral y política quitarle el peso que tiene en la densa trama del presente.
Todo esto me pasa por estar en blanco", dice Víctor Hugo Morales que le dijo Kirchner por teléfono (línea privada). No hay motivos para desconfiar del periodista elegido por Kirchner como emisario para difundir explicaciones sobre su última operación inmobiliaria, que el diario gratuito El Argentino califica, con toda razón, de "productivas" (el adjetivo gratuito lleva a preguntarse con qué fondos se financia esa gratuidad, que los lectores seguramente agradecen, como agradecen los reaparecidos goles de Canal 7, que tampoco son gratis).
Sorprende un poco, sin embargo, que el político más importante de la Argentina elija un solo programa para aclarar su situación. ¿Está dando una primicia o eligiendo a un profesional ubicado sobre toda suspicacia, hoy enfrentado con la bestia negra de los odios periodísticos que profesa Kirchner?
Como sea, Kirchner "está en blanco" pese a que Redrado, en un gesto vengativo, habló más de lo que en su momento suponían quienes lo pusieron en el Banco Central y lo mantuvieron calladito durante años. Por eso se quebraron las lealtades inconfesables que ahora se llaman "códigos", y el ex presidente se vio sometido a la humillación de explicar los motivos que lo llevaron a adquirir dos millones de dólares en octubre de 2008. Esos motivos suenan perfectamente correctos, ya que fueron derechito a una inversión productiva en el sector turístico, rama de los servicios en los que los Kirchner se han especializado.
O sea que nos enteramos de nuevo, porque la Presidenta lo dice cada vez que se menciona su enriquecimiento, que Kirchner "está en blanco" y que, a veces, cuando lo molestan el periodismo o alguno de sus ex funcionarios, lo lamenta, como si dijera: "Todo esto me pasa por ser un ciudadano honesto", frase que resulta invariablemente sospechosa, pero no vamos a destejer lo que no se dice cuando se dice algo. Si un tipo cualquiera se queja de ser un ciudadano honesto, vaya y pase, la gente habla sin pensar; pero la frase no la puede pronunciar un ex presidente de la república que sabe que no tiene otro camino, salvo que crea que su poder podrá impedir una visita a Comodoro Py.
Lo sorprendente del mensaje que Kirchner le envió a Víctor Hugo Morales es que tenga tiempo para estar en tantas cosas. Ejerce una influencia constante sobre las decisiones del Ejecutivo; forma parte de un triunvirato de gobierno que pocas veces se extiende más allá de sus infatigables peones; recorre el país con motricidad nerviosa, especialmente el Gran Buenos Aires, esa zona que es su "vientre blando" por donde puede entrar la puñalada.
Sin embargo, agrega a esa montaña de trabajo cotidiano las inversiones inmobiliarias, dando prueba de una capacidad de gestión pública y privada excepcional. Cualquier mortal del común sabe que, si está con una sola tarea difícil entre manos y lo llaman porque debe cubrir un cheque o actualizar su declaración de impuestos, el mundo se le viene abajo: "Decíme, ¿no lo podemos dejar para después?"
Pero Kirchner no es un mortal común. Es gerente del gobierno nacional y también sigue ocupando la gerencia de sus asuntos privados. La escena previa a la compra de las divisas es difícil de imaginar. Incluso para gente tan rica como Kirchner y su esposa, dos millones de dólares son plata.
Muchos como yo quizá todavía estén pensando qué le dijo a Kirchner su asesor inmobiliario-turístico: que tenían tantos días para decidirse y de dónde podía sacar los pesos para adquirir los dólares necesarios en la operación que iba a ampliar su ya admirable imperio calafateño. Después de todo es "el lugar en el mundo" de Cristina Fernández y, frente a esa conmovedora inclinación sentimental de una esposa a la que todo le cuesta más porque es mujer, no es cuestión de andar con mezquindades.
Kirchner tiene derecho a mantener conversaciones tan interesantes como ésta, y no existe una ley que le impida hacer buenos negocios a los maridos de las presidentas. Por supuesto, existen principios no escritos de moderación y prudencia que aconsejan a los políticos no enriquecerse demasiado mientras sus cónyuges ocupen los puestos más elevados del Ejecutivo y los funcionarios pasen parte del día defendiendo sus declaraciones de impuestos o sus adquisiciones de bienes como si ese fuera el trabajo normal de los ministros.
Pero Kirchner no es un moderado; puede ser un burgués sin principios o un dirigente típicamente peronista (lo cual no es un insulto sino una cultura política nacional), pero moderado, jamás. Todos sabemos que los Kirchner, como antes Menem a su manera, son transgresores de la timidez moral propia de la pequeño burguesía, que tiene reparos ante la extensión absoluta del poder; este recelo no sería compartido por los sectores menos favorecidos (o, por lo menos, así reza la leyenda política peronista y, a veces, las encuestas).
Frente a los timoratos, son audaces. En sí misma, la audacia no es positiva ni negativa: es un rasgo de temperamento que hay que juzgar no por sus desplantes sino por sus resultados. Es posible que la suerte acompañe a los audaces; pero también es posible que, envalentonados por esa amistad con la fortuna, enceguezcan. No está escrito en ninguna parte que la audacia que funcionó una temporada no sea vista como terquedad en la siguiente. Le pasó a Menem.
Los Kirchner son políticos que esperan con confianza optimista el juicio de la historia, sobre cuya positividad no les cabe duda. Incluso algunos historiadores locuaces y un poco precipitados han dicho que, vistos en perspectiva, los años Kirchner parecerán buenos. Esa afirmación, aunque llegara a probarse, pasa por alto un argumento esencial que me gustaría exponer brevemente.
La historia enseña que algunas configuraciones políticas del pasado pueden deslizarse, con cambios, hacia el presente; enseña que no todo presente es un momento excepcional, sino que responde a formaciones de mediana o larga duración que vuelven más comprensibles acontecimientos a primera vista completamente originales; muestra que algunas figuras de la ideología pueden retornar, aunque nunca retornen del mismo modo. En síntesis, la historia permite pensar de manera relativa el presente, captando su originalidad pero también sus intermitencias y repeticiones.
La historia se vuelve conservadora cuando sólo descubre en el presente las ominosas repeticiones del pasado o la desaparición irreversible de unos años dorados. Entre presente y pasado la historia tiene que ser original para descubrir lo nuevo, pero también proponer buenas versiones de lo sucedido para establecer comparaciones y paralelos.
Sobre la base de que quizás el gobierno de los Kirchner obtenga un juicio más benévolo o merezca directamente ser colocado "entre los mejores", como fantasean los más optimistas, no es posible sino esperar la validación de tal hipótesis que los historiadores futuros, dentro de diez o veinte años, podrán corroborar o demoler. Pero no somos historiadores de nuestro presente. Porque es imposible serlo y porque, además, no es bueno como ejercicio de ciudadanía. La única forma de intervenir en el presente es dándole un espesor que la historia, inevitablemente, relativiza. El presente se vive con pasiones políticas y tomas de posición ideológicas que el historiador no acepta sin que medien filtros teóricos y de método. El presente necesita de la indignación tanto como de la mesura porque lo que está sucediendo no es un objeto de análisis sino una experiencia.
Ignoro hoy cuál será el balance de los Kirchner; probablemente los dos millones de dólares serán allí un dato menor. Pero sería una renuncia moral y política quitarles el peso que tienen en la densa trama del presente.

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El circuito virtuoso de las cuatro íes. Por Daniel Montamat





La organización económica argentina está en crisis. Tras décadas de declinación relativa, ya no puede disimular las lacras de la pobreza, la indigencia y la marginalidad. La política económica de los últimos años dinamitó los cimientos del crecimiento económico sostenido, condición necesaria de todo programa de desarrollo económico y social. Información, incentivos, inversión e innovación retroalimentan un proceso decisorio clave en la generación de riqueza y trabajo. Los programas económicos de izquierda y de derecha (desde José "Pepe" Mujica hasta Sebastián Piñera) se cuidan de inhibir este circuito. Circuito que nunca entendieron los planificadores centrales al estilo soviético, ni los improvisadores populistas del capitalismo corporativo.
Hoy el Indec nos desinforma. Quiere hacernos creer que durante 2009 la economía argentina no tuvo recesión, que la inflación es la mitad de la que experimenta el bolsillo promedio de los argentinos, y que los pobres que vemos a diestro y siniestro tampoco son demasiados.
La información viciada del Indec contamina todo el sistema económico y contribuye a desarreglar más el sistema de incentivos, ya distorsionado por los controles de precios y por el festival de subsidios. Con esas señales e incentivos, ¿dónde invertir? En un extremo, lo más lejos que se pueda de la discrecionalidad del Gobierno, y, en el otro, donde señale el Gobierno bajo el estímulo de tratos especiales.
Como la discrecionalidad rompió las compuertas e inundó todo, la inversión privada se redujo y la inversión pública debe sustituirla hasta donde puede, con el riesgo de llegar tarde y mal. La tasa de inversión actual es insuficiente para sostener tasas de crecimiento del 5% del producto, y el proceso de inversión tiene mucho de arbitrario y de orientación rentística como para promover la innovación. La innovación, producto del conocimiento y la tecnología, es la única que apuntala la productividad total de los factores en el largo plazo, y las ganancias de productividad son las únicas que pueden asegurar empleos calificados y salarios dignos.
Como se ve, empezando por información viciada y distorsiones de precios, el circuito termina paralizando la inversión y la capacidad de innovar. Todo en aras de promesas incumplidas y espejismos de corto plazo, como el Fondo del Bicentenario.
Cuando una economía funciona correctamente genera información sobre las preferencias de los consumidores, así como soluciones a la producción. Tal información, que se manifiesta en forma de precios y decisiones de compra, se transmite de tal modo que en ese momento se crea un incentivo y se organizan los medios para corresponder a esa señal. Mi gasto en pesos al realizar una compra se convierte para el proveedor en el medio de cubrir el costo de ofrecer el bien y obtener un beneficio. Si el beneficio es desmedido puede que esté abusando de una posición monopólica o de una asimetría informativa, pero la corrección de esta falla requiere controles basados en más y mejor información.
La información y el incentivo orientan la inversión además de financiarla. Con el tiempo, y el acompañamiento de políticas que vertebren educación, tecnología y producción, también estimulan, guían y seleccionan las innovaciones que mejor satisfacen los deseos de los consumidores internos y externos.
Por supuesto, el esquema idealizado constituye una simplificación de una realidad llena de imperfecciones, abusos e ineficiencias, y de algunos problemas como las "externalidades", que pueden pasar inadvertidas por completo. Pero las políticas correctivas, incluidos los mecanismos necesarios para redistribuir ingreso e igualar oportunidades, nunca deben operar como inhibidores del circuito de las cuatro íes. Si lo hacen, terminan gestando las causas de un futuro colapso económico.
La Unión Soviética intentó durante décadas organizar la economía sustituyendo el circuito información-incentivos-inversión-innovación por el plan central y las unidades de producción. Durante algunos años las tasas de crecimiento de las asignaciones planificadas de recursos y el camino forzado a la industrialización sedujeron a algunos y engañaron a muchos. Se puede conceder que la economía soviética fue eficaz para dirigir esfuerzos físicos descomunales en pos de objetivos prefijados para ser alcanzados, pero la economía del mandato fracasó frente a los problemas del cambio y la innovación a largo plazo. Cuando el coloso mostró sus pies de barro e implosionó, los resultados del síndrome de las cuatro íes quedaron estereotipados en aquella chanza descriptiva del desengaño de la planificación centralizada: "Ellos fingen que nos pagan; y nosotros simulamos trabajar". Nada más alejado de un sistema eficiente de incentivos.
Pero como enseña Baumol ( Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity ), el capitalismo "malo", que él denomina "capitalismo oligárquico", también inhibe con arbitrariedad y favoritismo el proceso de información-incentivo-inversión-innovación detrás de objetivos de un poder concentrado, autocrático y consustanciado con un estrecho núcleo de intereses dominantes. La organización económica se vuelve rentista y cada vez más desigualitaria. El capitalismo oligárquico también alimenta las causas de su propio fracaso.
¿Por dónde empezar el cambio? Empecemos por volver a tener información económica confiable. La sociedad y la clase dirigente en su conjunto reclaman un nuevo instituto de estadística oficial. Ya no sirven los parches ni las promesas. La mentira oficial no puede quedar institucionalizada. Allí hay que dar una señal contundente.
Hay que remontar las distorsiones de precios de la economía, porque de lo contrario todos los incentivos operan mal. ¿Por qué en todos estos años de petróleo caro y fuerte dependencia de la energía fósil no se invirtió en proyectos de energía alternativa? Porque por controles y retenciones tuvimos "pisados" los precios de la energía fósil. La demanda, entonces, consumía más energía fósil, y a los inversores no les cerraban las cuentas para ofrecer energía alternativa.
¿Por qué desde el atril se despotricó una y otra vez contra el "yuyo" maldito y, sin embargo, somos cada vez más sojadependientes? Por los incentivos que genera el sistema de precios, las retenciones y los permisos de exportación que rigen el sector.
¿Por qué nos hemos consumido el 50% del stock de reservas probadas de gas natural sin reponerlas? Porque el congelamiento de precios y tarifas y los redireccionamientos de la oferta hacia determinados consumos incentivaron a los productores a sobre-explotar lo que estaba en producción y hacer mínima exploración para reponer reservas. ¿Son perversos? No, deciden su inversión guiados por las señales de precios distorsionados, y los incentivos que éstos traducen junto con la incertidumbre de reglas y estrategia de largo plazo.
La inversión acumulada bruta cayó el año pasado un 13% respecto de 2008. Representa el 19% del producto, cuando en los mejores años alcanzó el 22%. Las tasas ocultan que hay mucha inversión pública que está sustituyendo inversión privada. Pero las cifras también ocultan la eficiencia con la que se asigna la inversión, como consecuencia de los problemas de información y de incentivos (además de los premios y castigos políticos). Si a un bajo nivel de inversión le adicionamos un bajo nivel de calidad, condenamos el aparato productivo al estancamiento, y al conjunto de la sociedad a un deterioro sistemático del nivel de vida.
La cadena de valor agropecuaria fue ejemplo de innovación hasta que el síndrome que nos afecta la paralizó. Combinando tecnologías blandas y duras duplicó la producción en 10 años: de 50 a 100 millones de toneladas de granos.
Hoy se debería estar investigando con el apoyo de las políticas públicas un nuevo escalón de productividad. El país debería estar analizando, con Brasil, una estrategia común para convertir la proteína vegetal en proteína animal y biocombustibles. La información externa y los incentivos de afuera constituyen sendos estímulos para invertir e innovar. Pero la economía populista se da de bruces con las cuatro íes. Es tiempo de sustituirla por una estrategia de desarrollo económico y social.
El autor es doctor en Ciencias Económicas, en Derecho y Ciencias Sociales.

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martes, 9 de febrero de 2010

¿Por qué siempre nos perdemos el tren? Por Orlando Ferreres


Nos perdemos todos los trenes discutiendo cosas irrelevantes para nuestro futuro, en tanto que el mundo sigue andando. Ahora estamos viendo si Cobos es un oportunista o no; si se modifica el gasto público o se puede tirar siempre para adelante quedándose con las reservas de los jubilados o del BCRA; si se puede gobernar con DNU durante el verano y desde marzo a noviembre con el Congreso, cosa que permite la inconsistente Constitución de 1994; si hay que cambiar la Carta Orgánica del Banco Central que nos permitió crecer al 9 % anual por varios años sin problemas, cosa que no había ocurrido desde 1903, y ahora no sirve mas, y otro sinnúmero de medidas que no nos llevan a ningún lado.

Y hablando de no ir a ningún lado, la Presidenta canceló su viaje a China, porque Cobos no era confiable aun cuando fuera el vicepresidente que ella eligió hace dos años. Fue una lástima esta cancelación, pues era una oportunidad para entender un poco más lo que puede ir ocurriendo en el mundo en los próximos 20 años, lo que es fundamental para poder gobernar adecuadamente nuestro país. Si gobernamos sólo considerando las pequeñeces locales, vamos a tener un país pequeño, pues no nos damos cuenta de los cambios mundiales y que nuestra meta se va moviendo según los que hacen los demás países. Por eso es que Itamaty tiene tanta importancia en los resultados que logra Brasil, pues sus decisiones propias van en línea con las tendencias mundiales, tratando de usarlas como palanca para potenciar al país.
Mirar el largo plazo y en ese horizonte ir fijando nuestras decisiones es algo fundamental que hemos perdido. Al tener una mirada solo a muy corto plazo, hoy estamos aliados en alguna medida a Venezuela, Ecuador, Bolivia y Cuba. No se vislumbra que ese bloque sea relevante dentro de las próximas dos décadas, y para un país 20 años es el horizonte de planeamiento a considerar como estratégico.
Si observamos el mundo con mirada de largo plazo, enseguida se destaca China, pues viene creciendo a tasas del 9% anual en los últimos 30 años, en tanto que el mundo occidental lo viene haciendo al 3% anual. O sea, China crece 6 puntos más rápido cada año. Ahora, con la crisis mundial, China creció sólo al 6% anual lo que da una impresión de que se va a reducir esa diferencia, pero es al revés pues Estados Unidos y Europa han tenido una recesión del orden del 3% anual, o sea que la diferencia a favor de China se amplia aún más en las crisis, ya que el diferencial es de 8-9 puntos anuales.
¿Cuál es la perspectiva para los próximos 20 años?
En el fundamentado análisis de A. Maddison, "Contours of The World Economy, 1 a 2030 AD", Oxford (2007), se ha realizado este trabajo, comparando China con algunos países clave, desde el año 1500 hasta ahora y una proyección para los próximos 20 años, hasta 2030. En 1820 China representaba el 33 % de la economía mundial, pero no entendió el capitalismo con su aplicación racional de la ciencia para aumentar la producción. Ellos tenían ciencia, habían inventado la pólvora pero la usaban básicamente para fuegos artificiales. Tenían el ábaco (la computadora) paro la usaban para juegos. La imprenta, la usaban para hacer dibujos y no para la difusión de los conocimientos. Y poseían grandes barcos de hasta mil tripulantes, cuando los portugueses o españoles solo tenían carabelas de 160 personas, pero no conquistaban el nuevo mundo.
La gran expansión productiva del mundo occidental, con la aplicación de grandes recursos a la salud y la higiene, hizo que la esperanza de vida al nacer se incrementara de 28 años a más de 78 en el siglo XX, pero los chinos habían quedado fuera de ese desarrollo extraordinario. En 1950 China solo representaba el 5% de la economía mundial, cuando en 1820 alcanzaba el 33%. En la década del 50 se produce una reacción frente a la evidencia de los hechos, y los chinos inician la incorporación de capital y management occidental, con una conducción política férrea, objetivos a largo plazo y no pensando en el "bonus" de fin de cada año que predominan ahora en el occidente cortoplacista.
Así los chinos van recuperando terreno y ya tienen más del 15 % del PIB global. En los próximos 20 años van a ser el país de mayor PIB del mundo, el líder mundial. Creo que en estas próximas dos décadas vamos a tener grandes discusiones internacionales, por ejemplo, sobre el papel del dólar como moneda internacional y finalmente va a surgir una moneda de reserva internacional que resguarde el valor del dinero a largo plazo, lo cual es muy justo y necesario. China además la va a necesitar y la va a imponer con su nuevo tamaño. Y de esta manera, muchos otros cambios necesarios en variables influyentes en la economía mundial.
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Yo fui un zurdito del Nacional de Buenos Aires. Por Rolando Hanglin


Esto que voy a contar sucedió en 1961, cuando yo atravesaba mi tercer año en el venerable y amado Colegio Nacional de Buenos Aires, en la calle Bolívar. Ya por entonces, los adolescentes allí soportados estoicamente por el Rector Florentino Sanguinetti, que en paz descanse, ostentábamos el mismo perfil que los actuales alumnos. Estábamos intensamente politizados. De cada división de 40 chicos, unos 15 participábamos del centro de estudiantes, las asambleas, las conspiraciones, las bataholas entre "bolches" y "fachos".
En mi caso personal, me había asociado a la rama juvenil del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, conocido como MIR Praxis y orientado por un gran pensador, el doctor Silvio Frondizi, que luego moriría asesinado durante la dictadura militar. Cuando escribo "gran pensador" me refiero a su obra memorable en dos tomos, La Realidad Argentina, publicada en los años 50, donde Silvio pronosticaba la globalización económica y cultural, bajo el nombre de Integración Mundial del Capitalismo, etapa superior del Imperialismo.
Bien. Los adherentes juveniles pertenecíamos a la categoría de "activistas" mientras que otros, más adultos, figuraban como "militantes". Las actividades de Praxis, por aquel entonces, se reducían a una militancia discreta en las villas miseria, distribuyendo panfletos e intentando participar de asambleas o cooperativas obreras. Obviamente, los pobladores eran todos peronistas, de manera que nuestra visita les resultaba un poco incómoda. Pero nos toleraban.
Sobre todas las cosas, nuestra actividad política se centraba en el propio colegio. Escribíamos en revistas murales, impresas a mimeógrafo o mediante "rotaprint", participábamos de ardientes asambleas del Centro, debatíamos las obras de Franz Fanon, Antonio Gramsci, Hernández Arregui, Arturo Jauretche, Jean-Paul Sartre.
Nuestro archienemigo era el profesor de química, Luis Bontempi. Prohombre del colegio, columnista científico del diario La Prensa y anticomunista cabal. Bontempi era un hombre mayor (70 largos) que vestía siempre pantalón gris y blazer azul con botones dorados. Tenía unos pocos pelos blancos que coronaban su calva reluciente.
Bontempi entraba al claustro con cara de pocos amigos, sin saludar. En el acto se apagaba el murmullo de los alumnos. Permanecía en silencio un minuto o dos. Nosotros nos aquietábamos hasta que el profesor levantaba la cabeza y, mirándonos con seriedad, iniciaba su discurso con voz tonante:
- ¡Me jode... me jode...! - luego hacía una pausa y retomaba - ¡Me jode que se pongan de pie para saludar, se ve que tienen alma de lacayos! ¿A dónde fueron este fin de semana, a Odessa? ¿Los bolches ya recibieron la cartilla?
Bontempi sostenía que los bolches (nosotros) recibíamos desde Moscú una cartilla con instrucciones del Partido Comunista. A su juicio, dábamos un triste espectáculo en trenes y colectivos, manoseándonos con "pendejas sudadas". La cátedra de Química estaba salpicada por una serie de arbitrariedades y lagunas inconcebibles. Por ejemplo: los alumnos que portaban un apellido ilustre (recuerdo por ejemplo a Ortiz de Rozas, Peyrou, Telechea Aramburu y Charly Frondizi) recibían una nota generosa: 7 como mínimo. Otros de origen menos patricio debían conformarse con un 4. Yo, con apellido inglés, a veces zafaba con 6. Todo, independientemente de lo que escribiéramos en las pruebas escritas, que versaban siempre sobre temas que Bontempi no había explicado ni por las tapas.
Muchas veces fuimos a quejarnos a don Florentino, pero el sabio rector se encogía de hombros. Un poco, porque Bontempi era parte del riñón del colegio. Otro poco, porque Sanguinetti advertía que nosotros necesitábamos una contrapartida, un referente pedagógico del pensamiento conservador y autoritario. Es decir: que supiéramos que, saliendo de los libros de Eduardo Galeano e Ismael Viñas, había otra gente, otra realidad.
Cuando, al año siguiente, en su generosa modernidad, el rector Sanguinetti estableció el gabinete psicopedagógico y llenó el colegio de psicólogos, Bontempi estalló de ira.
Atrincherado en el gabinete de química (una especie de recinto cerrado) nos obligaba a formar fila como reclutas y allí, ordenándonos el silencio más absoluto, nos arengaba:
- ¿Saben cuál es la psicología? ¡Garrote! ¡Garrote y más garrote! ¡Sobre todo para los bolches!
En otras ocasiones, hallándose de buen humor, Bontempi nos explicaba alguna cosa sobre el sulfato de amonio o el cloruro de potasio, precipitados, reacciones y otras yerbas, siempre en tono rutinario. Como quien sabe que está diciendo algo aburrido. Y rematando la frase, expresaba quedamente:
- Todo esto sucede gracias al dedo de Dios.
Pausa. Bontempi respiraba. Alzaba la vista, abandonando por un instante las probetas y los frascos. Nos miraba.
- ¿Qué pasa, bolches? ¡Ya les ví la carita de asco! ¿No les gustó lo del dedo de Dios? ¡Así es, bolches, las cosas suceden porque lo manda Dios! Estos son los grandes misterios de la existencia, que no están al alcance de pendejos como ustedes...
Así nos chumbaba, diariamente, el brillante profesor Bontempi, de quien hemos aprendido mucho. Todos lo recordamos con afecto por su gran sentido del humor y su genial arbitrariedad.
Pero en aquel tiempo teníamos 15 o 16 años. Nuestro gran tema era "la revolución". La socialista, por supuesto. ¿Cómo sucederá? ¿Qué papel jugaremos en ella? ¿Será este mismo año, dentro de diez años, a la caída de Frondizi? Estábamos seguros de que, en un proceso histórico de irresistible aceleración, las bases obreras peronistas abandonarían a la burocracia de Andrés Framini, Augusto Vandor y José Alonso, para unirse a la vanguardia marxista con su partido armado (que éramos nosotros mismos, pero enfocados por una película de Sergio Eisenstein) y procederían a tomar el poder. Naturalmente, esta toma del poder no sería pacífica sino una verdadera revolución social, con la fórmula de la "guerra popular prolongada" (Ho Chi Minh en Vietnam) o el "foquismo latinoamericano" y finalmente el paredón de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Eso sí: en el momento culminante de la revolución, todos los enemigos serían pasados por las armas. Como en la Revolución Rusa, la Francesa o la China. Paredones y horcas por todas partes, ya que "la violencia es la partera de la historia", según había establecido Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) o tal vez el mismo Karl Marx.
No nos atrevíamos a pensar que, en ese paredón, en esos patíbulos, serían inmolados nuestros propios padres y madres, tíos y tías, primos y primas, todos miembros de la aborrecible burguesía. Ese detalle lo dejábamos para una reflexión posterior.
Para nosotros no había nada más repulsivo que la burguesía. Siendo, nosotros mismos, hijos mimados de la burguesía argentina, enviados para nuestra educación a un colegio de excelencia histórica, sentíamos que todo lo burgués nos producía náuseas. El matrimonio burgués, las leyes burguesas, los prejuicios burgueses, la familia burguesa, los partidos políticos burgueses, las casas burguesas. En aquella época estaba de moda (entre nosotros) el arquetipo del "hombre total". Para entrar en ese molde, había que "militar". Quiero decir, realizar alguna militancia, pero no en el ámbito burgués sino en las villas obreras. Y además había que acostarse con la novia. La de uno, aclaremos. Esto nos consagraba como "hombres totales". No ya chiquilines con una noviecita burguesa para ir al cine o a tomar el té. ¡No! Una pareja militante, comprometida, involucrada, total, debía tener sexo. Y lo lográbamos, a nuestros 17 años, con chicas de 15, o más... o menos.
En fin: ese era nuestro universo mental. De aquella generación (promoción 64) saldrían los guerrilleros del año 70, cuando el izquierdismo se hizo repentinamente masivo y un remolino ideológico juntó a los trotskistas con los de la Fede (Federación Juvenil Comunista) a los social-cristianos con los tercermundistas, a los "facho-católicos" de la Guardia Restauradora Nacionalista con los "facho-populistas" de Tacuara y, todos juntos, desembocaron en el grupo Montoneros con sus agrupaciones paralelas: FAR, FAP, el ERP. Después sobrevendrían los asesinatos históricos (Aramburu, Vandor, José Alonso, José Rucci) la masacre de Ezeiza, la Triple A y la represión ilegal de Videla-Massera-Agosti.
La saga de los Montoneros sigue siendo -a mi modo de ver- la gran aventura histórica de nuestra generación. Muchos de mis compañeros del colegio están desaparecidos o muertos. Otros se exilaron. Algunos nos bajamos a tiempo del tren que conducía hacia el precipicio. Suerte. El destino que se cruza. Una novia providencial. O tal vez, sencillamente, no teníamos coraje para semejante empresa. Esas cosas. Por supuesto, están los que sobrevivieron y siguen dedicados a la política, pero ya con mucha experiencia y sin armas.
La aventura de Montoneros, como la Guerra del Paraguay, la Conquista del Desierto o la recuperación de las Malvinas, es uno de esos episodios de violencia cruel que salpican nuestra historia y no pueden dejar a nadie indiferente. Yo, al menos, leo todo lo que se publica sobre Montoneros y me conmueve encontrar nombres de ex -compañeros, porque... "yo pude haber estado ahí".
Algo debo decir para completar estos recuerdos: cuando éramos fervorosos militantes de izquierda, nunca nos interesaron los Derechos Humanos. Eran prejuicios burgueses. Eran principios que debíamos violar uno por uno, si pretendíamos realizar una verdadera revolución social con paredón, fusilados y eliminados. Aspirábamos a ser combatientes, no ciudadanos correctos de la democracia burguesa. La democracia nos parecía una estafa y un vil negocio de "marketing".
¿Cómo fue que los guerrilleros implacables se convirtieron en devotos de los derechos humanos? Eso no lo sé. Los derechos humanos eran propaganda yanqui, como lo demostraron sus grandes impulsores, Jimmy Carter y Patricia Derian, cuando hacían tambalear a los generales del proceso argentino. En mis tiempos, los DDHH no tenían nada que ver con la izquierda: eran una bandera del enemigo burgués. No comprendo cómo se operó la mutación que estamos presenciando.
¡Pero hay tantas cosas que uno no entiende!
Casi todas.


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domingo, 7 de febrero de 2010

La salida es el desarrollo. Por Juan J. LLach


La preocupante situación de las finanzas públicas es la clave detrás del DNU del Fondo del Bicentenario, y también de la posterior avasallante remoción del presidente del Banco Central y de los conflictos desatados en su torno. Surge como nota auspiciosa un mayor equilibrio de poderes, con mayor protagonismo del Poder Judicial y del Congreso.
La cuestión fiscal puede verse desde dos ángulos. La mirada habitual se dirige hacia el déficit. Después de un récord histórico de seis años, de un superávit del 1,43% del PBI, después del pago de intereses de la deuda, en 2009 la Argentina entró en déficit. Lo propio hicieron casi todos los países desarrollados y muchos países emergentes, por ser ésa una de las principales herramientas de política económica para combatir la peor crisis global en ochenta años.

Pero hay una gran diferencia, y es que casi todos esos países pueden recurrir al mercado de capitales, interno o externo, para financiarse, mientras que desde hace tres años la Argentina ha hecho todo lo posible para no poder hacerlo. Además, nuestro país no ahorró lo suficiente durante la bonanza de 2003-2008, y por ello tampoco pudo recurrir, como Chile y algunos otros países, a esos recursos.
Otra mirada sobre la cuestión fiscal es la del gasto público consolidado, que incluye todas las erogaciones financiadas con impuestos o contribuciones obligatorias de la Nación, las provincias, los municipios y las obras sociales. Este gasto había llegado ya a un máximo histórico de 37,7% del PBI en 2008. En 2009, el gasto nacional aumentó 30,7%. Dada la escasez de recursos de provincias y municipios, hacemos un supuesto muy conservador de un 23% de aumento del gasto total en 2009, lo que implica un 43% del PBI.
Si se persistiera en seguir gastando como hasta ahora, el gasto público total llegaría en 2010 al 45% del PBI: unos 592.000 millones de pesos, o 144.000 millones de dólares. Este es un nivel sólo superado por una docena de países muy desarrollados. Como dirían los chicos, suena muy loco. Por un lado, la evasión allá es mucho menor que en la Argentina (hay que tener en cuenta que quien paga todos los impuestos aporta aquí la mitad de sus ingresos anuales, y en el caso del agro, aún más). Nuestras tasas impositivas para los cumplidores son las de un país desarrollado.
Además, el jubileo tributario de la moratoria y el blanqueo, que anula todas las sanciones a quien cumpla de aquí en más, ha deteriorado la moral impositiva media, aun en los contribuyentes cumplidores, que era uno de los progresos atesorados por la Argentina en las últimas dos décadas. Por otro lado, por la deficiencia de los servicios públicos, son muchos los que deben pagar por su cuenta la educación, la salud, la seguridad, y a veces hasta la justicia, mediante los arbitrajes. Se trata, en síntesis, de un nivel de gasto muy difícil de financiar normalmente.
A pesar de haber llegado a tales alturas, es clara la intención del Gobierno de seguir gastando tanto como sea posible. Quiérase o no, 2010 también será "un año electoral", y el Gobierno desea perpetuarse, aunque sus probabilidades de lograrlo sean bajísimas. Por ello, también se reducirán al mínimo los ajustes de precios de la energía y los combustibles, que, en parte, serían de estricta justicia y le darían una fuente genuina de financiamiento, al reducir los subsidios. Es probable que éstos sean mantenidos también para la producción de carne (aunque, insólitamente, sólo en feedlots ), con lo que se intenta vanamente retrotraer los fuertes aumentos de precios originados en la política previa de reprimir la producción. En línea, pues, con seguir consumiendo los stocks de petróleo, gas y carne vacuna, a cuenta de los próximos gobiernos y, lo que es mucho peor, de las generaciones futuras, se fueron buscando otros activos para meter mano. Primero fue la expropiación de los fondos acumulados en las cuentas de capitalización de las AFJP, incluso las de quienes habían confiado ingenuamente en el Estado, eligiendo a la administradora del Banco Nación. El año pasado se consumieron también los fondos entregados por el FMI por el aumento de las cuotas de sus miembros.
Ahora se intentará, con el canje de deuda, lograr algún acceso al financiamiento voluntario, que probablemente se consiga en montos limitados. Por eso les llegó el turno a las reservas del Banco Central. En un país con una historia monetaria más normal y acceso al financiamiento voluntario, usar las reservas como recurso de financiamiento complementario pasaría inadvertido, salvo para los especialistas. Pero en la Argentina, un país que ha desfondado repetidamente el BCRA, generando inflaciones desbocadas, y que hoy no tiene acceso al financiamiento, se trata de un recurso peligroso que sería mejor no utilizar. Es probable, sin embargo, que una negociación política permita la aprobación legislativa del Fondo del Bicentenario, al precio de un nuevo aumento del gasto público para aliviar a provincias y municipios que el propio poder central ha ahogado con su centralismo tributario. Por ello harán falta más fuentes de financiamiento, y ellas consistirán en "bicicletear" a contratistas y proveedores, lo que puede aportar mucha caja, y un clásico argentino: el impuesto inflacionario. En este contexto, y más allá de lo que se piense respecto de la autonomía del Banco Central, hubiera sido mucho mejor para generar confianza en el peso y calmar las muy riesgosas expectativas de inflación nombrar una conducción del BCRA con mayor independencia del poder político. Por cierto, las nuevas autoridades tienen abierta la oportunidad de hacerlo.
Ante este cuadro, también la oposición enfrenta un complejo dilema. Dadas sus buenas posibilidades de imponerse en 2011, el camino elegido por el Gobierno, de seguir con una política fiscal muy expansiva, unido a insostenibles niveles de subsidios y a precios relativos distorsionados, les dejará una pesadísima herencia a sus sucesores. Por otro lado, no ayudar al Gobierno a encontrar una salida, o pedir un ajuste fiscal, le podría acarrear costos políticos, aunque muchas veces se subestima a los votantes cuando se piensa que ellos no entenderían un mensaje realista sobre los peligros que se corren. Frente a tan difícil situación, surgen algunas visiones extremas. Hay quienes piensan que un gasto público del 45% del PBI no podrá financiarse y deberá licuarse con devaluación e inflación crecientes. Es decir, un brusco aumento del impuesto inflacionario. Otros creen que es posible hacer un gran ajuste fiscal para reducir el gasto rápidamente en varios puntos del PBI. Alguna moderación del gasto habrá de todos modos, por las buenas o por las malas. Pero existen además, y pueden intentarse, otros caminos. El principal de ellos es apostar por el desarrollo, más allá de la recuperación en curso, y hacerlo por vías genuinas, y entonces sí licuar el gasto, pero por el crecimiento de la economía.
No va en esta dirección el trascendido de que parte de las reservas del BCRA podrían usarse para financiar al sector privado, algo que sólo pueden permitirse países más creíbles y con reservas mucho mayores. De lo que se trata es de alentar la inversión con un programa financiero creíble, diciendo la verdad y desarmando gradualmente la maraña de medidas que desalientan la producción. También aquí la oposición tiene un papel por jugar, desde el Congreso y también anticipando sus propuestas de desarrollo a partir de 2011, porque ello ayudará a recuperar la credibilidad en el país, clave pare crecer y evitar los peores caminos. ©LA NACION
El autor es economista y sociólogo.


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Julio Cobos, un Hamlet en el Congreso. Por Gonzalo Neidal

Julio Cobos es un tipo raro. Uno nunca sabe con qué va a salir. Qué va a hacer. Hacia dónde va a salir disparado.Hombre gris, sigiloso, de bajísimo perfil, de opiniones difusas, exuda una personalidad invertebrada, amorfa, aceitosa. Nadie acierta a saber si se trata de un estilo cuidadosamente cultivado o si, simplemente, es pura y simple pusilanimidad. Si es apenas, nomás, lo que aparenta: un tipo balbuciente, vacilante, invadido por una perpetua perplejidad.Ignorado por el mundo, se hizo famoso en aquella noche agraria, con un voto inesperado e intempestivo. Inopinado y sorpresivo. Un voto pronunciado con falta de convicción, de temple e, incluso, de fundamentos. Casi vergonzante.
El famoso voto “no positivo” le valió la fama. Pasó de ser un habitante oscuro de la República Gris del Asentimiento a líder de la rebelión contra los Kirchner.La gente supo que existía un vicepresidente, que se llamaba Cobos y que desempató la votación a favor del campo, en contra del gobierno.Y, a partir de allí, la fama.Desde ese momento, la gente no sólo lo identificaba sino que también lo saludaba. Se quería sacar fotos con él y le pedía autógrafos. Y eso, en la Argentina, es suficiente para empezar a construir un proyecto presidencial. Encargó encuestas y midió bien.¿Que él traicionó primero al radicalismo (al incorporarse al proyecto Kirchner) y ahora traicionaba al kirchnerismo (al infligirle una dura derrota parlamentaria)? No tiene importancia. ¿O acaso los Kirchner no habían sido también fervientes menemistas en los noventa?Y una parte del radicalismo comenzó a construir su proyecto presidencial a partir del voto trasnochado de este kirchnerista arrepentido. Pero incluso dentro de su partido lo miran con cierto recelo. Quizá piensen que se trata de un personaje de lealtades efímeras con el cual uno nunca puede estar seguro de nada.En definitiva, un tipo imprevisible que se levanta cada día con un humor político distinto y del que puede esperarse cualquier cosa en cualquier momento.Para fortalecer esta fama de impredecible, Cobos votó en sintonía con el gobierno nacional en la Comisión Bicameral que debía expedirse sobre el caso de Martín Redrado. Y sacudió a su partido, al que aspira a liderar para llevarlo a la presidencia.La UCR piensa que es difícil sumar votos si su principal referente y precandidato virtual se muestra favorable a la opinión de los Kirchner en un caso tan importante como el de Redrado. Al voto de Cobos, el radicalismo lo vive como una traición. Otra traición.Quizá Cobos quiso aparecer como una persona ecuánime y objetiva, alguien que le da la razón al gobierno cuando piensa que la tiene, aunque no comparta su proyecto global.Puede ser también que Cobos haya votado como votó como consecuencia de un profundo y aún desconocido estudio que realizó acerca de la gestión Redrado. Pero lo cierto es que este voto positivo, a favor del gobierno, ha sido menos festejado y, nos parece, le redituará menos pedidos de autógrafos que el otro.Fatigado, vuelve ahora a su despacho en la Casa Rosada, con una calavera en la mano, preguntándose una y otra vez si ser o no ser. Y, en todo caso, qué diablos ser.

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