miércoles, 31 de marzo de 2010

La pesadilla circular. Por Beatriz Sarlo




(Publicado en La Nación, miércoles 31 de marzo de 2010)


En el teatro político donde la genuina investigación puede confundirse con el carpetazo de informaciones sospechosas y miserables operaciones de prensa, es mejor estar seguro del pasado. Es mi caso. Viví de manera semiclandestina bajo la dictadura (que me buscó y no me encontró, aunque asaltó y vació la oficina de una revista que dirigía en 1976); publiqué y distribuí personalmente, desde marzo de 1978, otra revista, casi invisible hasta 1983, que muchos consideran un aporte a la rearticulación intelectual durante esos años; promoví y firmé solicitadas contra las leyes de obediencia debida y punto final; lo mismo contra el indulto.
No son méritos personales, sino de un grupo. Sobre el balance histórico de la violencia armada y de la izquierda revolucionaria, tuve, desde los años ochenta, profundas diferencias con quienes se resistían a mirar críticamente ese pasado. Me han atacado por ese motivo.
Tampoco en esto soy original. Les ha pasado a otros.
Es una humillante obligación presentar los papeles antes de opinar, pero tengo la sensación de que así están las cosas. Por un lado, porque abundan los conversos recientes, devenidos custodios; por el otro, porque se calumnia, no sólo bajo el anonimato cobarde, resentido y rabioso de los comentaristas de blogs.
Escuché el discurso de Estela Carlotto en la Plaza de Mayo, el 24 de marzo último. Después debí conseguir una copia de lo que leyó, porque no estaba convencida de haber oído bien. El camino a la politización de los dirigentes de derechos humanos lo abrió hace muchos años Hebe de Bonafini. Estela Carlotto no siguió esa ruta. Por el contrario: sostuvo la singularidad de su reclamo por los nietos apropiados durante la dictadura militar y consiguió, hasta hoy, 101 recuperaciones de identidad.
A Carlotto la ha rodeado una unanimidad de la que se excluyen sólo los sectores más recalcitrantes. Las cosas comenzaron a cambiar después del acto en la ESMA, en marzo de 2004, donde Kirchner, en un gesto de egolatría política típicamente suyo, se atribuyó el mérito, falto de sustancia para quien tuviera un poco de memoria no partidista, de que era el primer gobernante que hacía una reparación pública a las víctimas del terrorismo de Estado.
En el plano militar, ese acto no era peligroso, como lo fue el juicio a las juntas, una época sobre la cual la biografía de Kirchner no tiene capítulo conocido. En el plano simbólico, en cambio, la entrega de la ESMA a las organizaciones de derechos humanos fue un acto de indiscutible trascendencia. Era una deuda, y Kirchner la pagó. Las acciones de gobierno tienen repercusiones muy fuertes en la subjetividad, sobre todo en la de quienes, después de las leyes de obediencia debida y punto final, sintieron que la Argentina había interrumpido un curso de justicia que debía continuar. El acto de Kirchner fue reparador.
¿Era inevitable que esa reparación convirtiera en kirchneristas a quienes se habían mantenido independientes? A partir de ese momento, Bonafini siguió tronando contra todo, menos contra el Gobierno, al que no le arrojó los insultos, invectivas y maldiciones de que hizo objeto a Alfonsín. Carlotto, por su parte, se convirtió en la cara digna de los actos en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Estaba allí para aplaudir y sonreír a las cámaras (con esa moderada sonrisa que, años atrás, nos cautivó a todos).
Tiempo después, conflictos de poder en la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata, de los que informó Horacio Verbitsky en Página 12 (20 de agosto de 2006), revelaban fisuras como las que recorren las organizaciones, por disidencias de pensamiento o por desavenencias en el reparto de cargos. Carlotto se volvía terrenal, no sólo porque ponía su imagen en la platea kirchnerista con una asiduidad que antes no había ofrendado a ningún político, sino porque le pasaban cerca las disputas por figuración y por cargos. Descendía al barro del día tras día del poder.
Muchos tratábamos de pasar por alto la imagen de una Carlotto partidaria para concentrarnos en esos momentos en los que la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo anunciaba la identificación de un chico apropiado. El kirchnerismo de Carlotto es inadecuado a su función, ya que las organizaciones de derechos humanos no deben ser un contingente más en los enfrentamientos cotidianos de la política. Defienden derechos que están más allá de los gobiernos, porque son compromisos universales. Su lugar es la esfera pública. Desde allí, irradian sobre la política transversalmente, atraviesan los partidos y trabajan para que ese núcleo fundante de las sociedades modernas sea el pacto constitutivo. Los derechos humanos son, hoy, nuestro acuerdo de civilización.
Por eso, el discurso de Carlotto del 24 de marzo me dejó estupefacta. No tanto porque fuera imprevisible, sino porque siempre se tiene la esperanza de que algo peor no suceda. Carlotto supo tener una palabra firme, pero moderada y, sobre todo, limitada al tema que le ganó relevancia y respeto. Eso fue cambiando: intervino a favor de Aníbal Ibarra durante los meses que precedieron a su juicio en la Legislatura porteña por el incendio de Cromagnon; hizo la exégesis de una de las metáforas más ridículas de los últimos tiempos, la de los "goles secuestrados", enunciada en un brote de descabellada oratoria presidencial. Al fin y al cabo, intervenciones innecesarias y menores.
En el discurso leído el 24 de marzo, Carlotto, de modo perfectamente adecuado a su función, expuso varios reclamos al Gobierno: la apertura de todos los archivos, la investigación de la desaparición no resuelta de Julio Jorge López, la protección eficaz de los testigos que declaren en juicios por terrorismo de Estado y un máximo de recursos para los tribunales que los estén tramitando.
Pero la pieza escuchada en Plaza de Mayo es mucho más. De ello no puede responsabilizarse sólo a Carlotto, ya que fue endosada por su organización, por Familiares, por Madres Línea Fundadora, por Hermanos y por Hijos e Hijas. Como la figura que parece colocada más arriba de los conflictos entre estas organizaciones, Carlotto tuvo el papel de lectora. Se la puede responsabilizar por aceptarlo, pero no directamente por redactarlo, aunque, de forma brutal, coincida también con la visión maniquea de país que tiene el kirchnerismo, cuya política exterior el documento apoya de manera enfática.
Lo que leyó Carlotto congela la historia de los últimos cuarenta años y deja fuera a todos los que no coincidamos con sus hipótesis. Impone la matriz de un relato único: la lucha actual sigue siendo la misma que llevaron a cabo los desaparecidos "por la liberación de nuestro pueblo"; se reivindica "su proyecto político de país, su amor y compromiso con los excluidos"; en la otra trinchera de una guerra idéntica hasta la actualidad, están los mismos asesinos y también los mismos "cómplices del hambre, que hoy pretenden volver a las recetas neoliberales" y defienden idénticos intereses con una represión que ya se prolonga 200 años.
Si es verdad lo que leyó Carlotto, no hubo cambios en dos siglos, y frente a los mismos enemigos, en algún momento, quizá sean necesarios los mismos métodos; los enemigos también repetirían los suyos y nada de lo hecho habrá valido la pena. Bajo una máscara entusiasta, hay pesimismo histórico. Quienes escribieron el discurso de Carlotto probablemente se enorgullezcan de su persistencia en el pasado. Sólo han cambiado algunos nombres: ahora no se dice Kadafi o Fidel Castro, sino Chávez y Evo Morales. Por supuesto, queda excluida una memoria plural. Para este discurso, existe sólo una memoria y sólo un relato tan inalterable como un mito.
Carlotto, que ha buscado la vida más allá de la muerte en la identificación de los hijos de desaparecidos, se ha puesto del lado de lo invariable y de lo cristalizado. Todos seguimos idénticos en el mismo lugar, todos hundidos en la infernal repetición de una pesadilla que recomienza.
© LA NACION
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sábado, 27 de marzo de 2010

Algunos problemas del populismo. Por Daniel V. González




El populismo tiene una marca de fábrica que todavía no puede superar: tiene política económica para los tiempos de prosperidad y, llegado el momento en que las condiciones tornan adversas, parece carecer de respuestas adecuadas.
En las postrimerías de la Segunda Guerra mundial, al momento mismo de su nacimiento, el contexto económico era sumamente favorable para la instrumentación de una política económica de corte industrialista, como la que pergeñaron Perón y el grupo de militares que lo acompañó tras la revolución del 4 de junio de 1943. Argentina tenía saldos a favor con su principal comprador, Gran Bretaña y, además, los grandes países industriales aún se lamían sus heridas de la guerra, se reconstruían y, en consecuencia, temporalmente desatendían sus mercados de ultramar.
En esos años y con esas precisas circunstancias, Perón impulsó la industrialización de una manera clásica: protección del mercado interno, estímulo de la demanda doméstica mediante aumentos de salarios, apoyo crediticio a la industria, beneficios cambiarios para el sector a través de tipos de cambio diferenciales, etcétera.
Con el paso de los años, las condiciones económicas fueron cambiando: los saldos a favor se agotaron, los países industrializados volvieron a ocuparse de sus mercados desatendidos y, para colmo, el país sufrió una prolongada sequía que afectó notablemente sus cuentas externas. Ante el cambio de circunstancias, Perón intentó cambiar su política, como resulta lógico. Ya el país no podía continuar con los mecanismos expansivos anteriores. Era necesario hacer algunos ajustes, palabra que con los años haría temblar a los argentinos.
Así, el crédito barato menguó su oferta, los salarios dejaron de crecer, se convocó a un Congreso de la Productividad en el que se intentó modificar el discurso de los primeros años, que había quedado desactualizado por el cambio del contexto internacional y local. A partir de 1950 ya no se pudo continuar con el esquema de distribución del ingreso, protección industrial y financiamiento estatal a la industria local. Había que cambiarlo. Perón pensó incluso en el aporte del capital extranjero: negoció con Kaiser y Fíat para la fabricación de autos y con la Standard Oil de California para la extracción de petróleo.



La impronta nacionalista
A su regreso al gobierno en 1973, Perón ya no hablaba el mismo lenguaje de 1945. Su discurso se había aggiornado, acompañando los cambios en la situación económica mundial y nacional.
Fue Carlos Menem quien, a partir de 1991, comenzó a modificar y actualizar conceptos, criterios y estructuras que, útiles en los comienzos de la industrialización a mediados de los años 40, ahora se habían transformado en un contrapeso que impedían la modernización del país y su crecimiento:

· Las empresas públicas se habían transformado en obsoletas estructuras insoportables para el erario público y que, además, prestaban pésimos servicios a los usuarios. Cargadas de empleados y operarios, en los hechos obraban como un seguro de desempleo.
· La permanente protección arancelaria del mercado interno había generado industriales carentes de espíritu “schumpeteriano”: estaban lejos de invertir, innovar, arriesgar, conquistar mercados, renovar tecnología, etcétera.
· La inflación alcanzaba niveles que carcomían el ingreso de los más débiles y era un freno a la inversión productiva.

Menem impulsó la transformación económica en la única dirección posible. Y obtuvo resultados categóricos: en diez años la economía creció el 50%, se invirtió en energía, se descomprimió a los estados provinciales y nacional de la sobrecarga de empleo, se modernizó la estructura productiva en muchos aspectos. Y se detuvo la inflación, lo que significó un renacimiento del crédito a largo plazo, incluso el hipotecario.
Pero la impronta nacionalista, la marca de aquellos primeros años de “peronismo clásico” quedó marcada a fuego en la conciencia de algunos peronistas. Ese, el del ’45 era el “peronismo verdadero”. El de Menem, para este punto de vista, equivalía a una traición a aquellos sagrados e inmutables principios.

El debate ideológico
En toda la década de los noventa, el debate económico se libró entre los liberales y los intervencionistas, por llamar de algún modo a los grupos antagónicos.
Unos se jactaban de que finalmente el peronismo implementaba políticas “liberales”. Para ello obviaban el tipo de cambio fijo (intervencionismo extremo) o bien la creación del MERCOSUR (que significaba una infracción a la libertad de comercio exterior).
Los otros, presuntamente keynesianos, se quejaban de la desaparición del estado y del acatamiento a las normas del consenso de Washington. Sin embargo, el estado menemista fue infinitamente más fuerte y poderoso que el del gobierno de Raúl Alfonsín, que resultó incapaz de manejar la economía y terminó en un descalabro hiperinflacionario.
Los éxitos de la política económica llamaron a un prudente silencio a los que censuraban a Menem y Cavallo. Apenas atinaban a objetar aspectos laterales de la política en marcha (desnacionalizaciones, tipo de cambio retrasado, etc.) porque los logros en materia de crecimiento e inversiones eran notables e incontrastables.
Las privatizaciones, la apertura económica, las desregulaciones, sumadas a la detención de la inflación habían logrado un boom de consumo que no sólo registraban todas las estadísticas disponibles sino que permitieron a Carlos Menem lograr la modificación de la Constitución nacional y la reelección, con más votos que los que obtuvo en su primera candidatura.
Los economistas críticos vivían en medio una gran perplejidad: las políticas que ellos habían censurado toda la vida se revelaron como aptas para hacer crecer la economía pero esta importante circunstancia no les hizo mover un pelo, no hizo que revisaran, por ejemplo, si algunos de sus puntos de vista y razonamientos ya resultaban obsoletos.
El estallido de la convertibilidad durante el gobierno de la UCR y el Frepaso, les devolvió el alma al cuerpo: sus prevenciones contra la política de los noventa resultaron válidas, la convertibilidad había estallado. Y ellos estaban dispuestos, en nombre de la glorificación de su trinchera keynesiana (por así llamarla) a tirar el agua de la bañera con chico y todo. El “liberalismo” de los noventa finalmente y gracias a Dios, había mostrado su verdadera idiosincrasia, su inconsistencia y su imposibilidad de sostener los equilibrios macroeconómicos a largo plazo. Así, aunque Menem ya hacía dos años que había dejado el poder, los políticos condenaron a De la Rúa por el estallido pero también al “gobierno de los noventa”, al que estigmatizaron como la suma de todos los vicios del capitalismo.

El regreso populista
Durante el gobierno de Eduardo Duhalde sucedieron algunos cambios importantes, que marcaron los años posteriores. Uno, la devaluación. El dólar triplicó su valor en pocos días y ello significó, como cualquier devaluación, una formidable transferencia de recursos en contra de los asalariados y los sectores menos favorecidos de la economía. También benefició a los exportadores industriales y agropecuarios y permitió al gobierno ordenar las cuentas públicas, entre otras cosas por el cobro de retenciones a las exportaciones agrarias.
El otro cambio importante ocurrido durante el gobierno de Duhalde fue de orden internacional. El mercado mundial, la denostada globalización concurrió en nuestro auxilio: los precios de los alimentos comenzaron a escalar, inducidos por la demanda de China e India. El mundo global había decidido darnos una mano.
Es en ese marco sumamente favorable y probablemente irrepetible, que asume la presidencia Néstor Kirchner. Argentina lograba los superávit mellizos. El balance comercial y el presupuesto eran superavitarios en razón de las circunstancias descriptas.
El gobierno pretendió que esta situación obedecía al programa económico, al que calificaban de “modelo productivista”. En realidad, la expansión estaba sostenida principalmente por la demanda mundial de alimentos que permitía cerrar la brecha fiscal y aumentar las exportaciones y el saldo comercial a niveles sin antecedentes en la historia argentina reciente. Las reservas crecieron al ritmo de las exportaciones de soja, el yuyo maldito.
La abundancia de recursos permitía, además, realizar políticas expansivas (obra pública, subsidios al consumo de electricidad, gas, agua, naftas, transporte, planes sociales, etc.). La expansión del gasto público fue la característica saliente de estos años dorados. Pero la continuidad de semejante programa expansivo se torna insostenible a lo largo del tiempo. Y esto se hizo evidente en la crisis de hace dos años, cuando el gobierno intenta captar para las arcas fiscales los presuntos aumentos del precio internacional de cereales y oleaginosas a través de la Resolución 125.
Mantener la estructura de gastos (especialmente los subsidios) supone niveles de erogación que requieren crecientes ingresos públicos, ordinarios o extraordinarios. De ahí el regreso al estado del fondo de jubilaciones y pensiones.
En la misma dirección debe anotarse el actual intento de tomar una parte de las reservas.

El ajuste que vendrá
Podríamos decir que la economía tiene dos formas de equilibrar sus cuentas. Una, de un modo administrado y racional; por decisión del gobierno, que mide cada paso que da y está dispuesto a anunciar malas noticias. Porque, convengamos, hacer ajustes no le gusta a ningún gobierno. Se dice que ajustar tiene “costos políticos” y entonces se prefiere postergar cualquier modificación en la política económica para que, en todo caso, el problema tenga que ser resuelto por el gobierno que sigue.
La otra del ajuste es mediante un estallido de precios y el tipo de cambio. La postergación de tensiones macroeconómicas y la postergación de las correcciones, más tarde o más temprano, desembocan en un sismo económico. La ventaja de este modo traumático es que siempre uno puede echarle la culpa a fuerzas oscuras, a poderes económicos, a conspiraciones.
Ajustar el gasto público es una tarea ingrata. Consiste en comenzar a decir “NO” a gobernadores, a dirigentes sociales, a empresas subsidiadas, a proveedores, a empleados públicos. Supone reducir obra pública y abandonar programas. Es algo que los gobernantes se niegan a hacer y tratan de postergar su implementación todo el tiempo posible para que los costos políticos del ajuste recaigan sobre el gobierno que los suceda.
Nuevamente el populismo, entendido como un concepto de la política y la economía que intenta ofrecer satisfacción inmediata a los votantes, al margen de algunas leyes elementales de la economía (inversión, producción, equilibrio fiscal, etc) llega a un punto en el cual o bien cambia su discurso facilista o bien intenta continuar con el impulso expansivo anterior y marcha rumbo a un estallido equilibrante.
El nivel del gasto público no encontrará un alivio definitivo con las reservas que ahora el gobierno obtendrá. El problema continuará y se requerirán nuevos fondos para sostener lo que ya resulta imposible.
La duda es si será este gobierno o el que viene el que realizará el ajuste. Los Kirchner apuestan todo a llegar, como sea, al 2011 y dejar este presente griego al gobierno que lo suceda.
La oposición, consciente de ello, sólo atina a rechazar todo lo que viene del gobierno, sin sincerar el debate ni proponer nada consistente a cambio. Y hace eso porque, varias de las fuerzas que la integran, en muchos aspectos, habitan el mismo espacio ideológico y conceptual que el kirchnerismo.
En ese punto exacto estamos en este momento.


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sábado, 20 de marzo de 2010

¿Cuándo se jodió la Argentina? Por Abel Posse




No. No estábamos en el café La Catedral de la novela de Vargas Llosa cuando Santiago pregunta ¿cuándo se jodió el Perú?
Estábamos todos sentados en las sillas blancas, a lo largo del alero de la vasta galería mirando con callada fascinación el tremendo diluvio del otro sábado. Se nos inundaba nuestro día de deporte. No era lluvia, era una cortina de agua de catarata equivocada. Drama del cambio climático. Alguien dijo una metáfora que alguna vez usaron los porteños: -Caen chinos pedaleando? -Otro corrigió - Peor: caen todos los chinos y a las trompadas.
Éramos un arco de frustrados de pantalón corto y zapatillas, como una generación de escolares aplazados. La espera de poder salir a la cancha se fue vaciando de esperanza. De un grupo cercano se oyó la pregunta que se transformaría en tema del día: -Pero en realidad ¿Cuándo se jodió la Argentina?
Observé que la gente tiene respuestas ya muy repetidas, pero que el misterio queda siempre indemne:- ¿En qué momento se quiebra la Argentina admirable? Es como preguntar ¿quién se robó el paraíso?
Sólo alguno más viejo nombró a Yrigoyen. Ya no es tema, don Hipólito zafó de los rencores y maledicencias de la historia. Perrot, amoscado con las sonrisas, recuerda que el caudillo logró imponer la noción de una república en un país de indios disfrazados de civilizados, con galera inclusive.
-Yrigoyen peleó como un mazorquero que hubiese descubierto las delicadezas de la república. Este era un país de fundación. Desorientó la pasión de los inmigrantes que se venían a enriquecer. Yrigoyen era triste, sombrío, Alvear resintonizó al país con la fiesta de vivir.
Alguien murmuró con gravedad: el desvío es 1930. Nadie agregó comentarios. Nada tiene más autoridad que un lugar común. Seguramente muchos intentaban sentirse republicanos y esa fecha imponía un silencio recatado, casi de pecado original. Pero la mayoría son herederos de un Buenos Aires que odió y ridiculizó a Yrigoyen hasta que le cometieron un tremendo velorio (de desagravio) que es como los mafiosos suelen despedir a sus ejecutados. Hablando de entierro ¡qué bien manejó Cobos el entierro de Alfonsin! Un buen velorio o un susurro heroico te pueden dar la presidencia. Por suerte tuvieron a Alvear que los salvó de la tristeza solemne y la jerigonza del peludo. Alvear fue una síntesis entre los señores fundadores, que sabían vivir, y los nabos (Mujica dixit).
-Y con Justo se retoma el paso, la fiesta, de Alvear. ¡ Lo que era Buenos Aires!
- Hay un idiota que habló de década infame todos lo repiten como gansos. Lo único que no era infame en el mundo de los 30 era la Argentina. ¿Quiere que le enumere horrores, asesinatos y genocidios? : La década más miserablemente criminal de Stalin, ante el silencio de un izquierdismo mundial hipócrita; piense en la Alemania de los 30 y 40, en Italia, en el millón de muertos de España, en las carnicerías de China con Chang Kaiseng entrando en Shanghai y metiendo miles de comunistas en las calderas encendidas de las locomotoras.
Y Estados Unidos después del 29: diez años de coneja, gangsterismo, desocupación, pese al genio de Roosevelt?
¿Y nosotros qué? No vengan con historias ¿Qué? -Nada, aquí no pasó nada? "Use casimires ingleses Camper". "Si quiere que ella lo quiera, aféitese con Legión Extranjera". Nada. Corrientes 348, las casitas de Junín. Bueno, sí: la muerte de Gardel, el suicidio de De la Torre. Nada, casi nada. No arrimamos bochín en lo que sea el dolor del mundo. Leguisamo. Mineral. Yatasto . Sea hombre tómese un Amargo Obrero. Perón fue el gran corruptor. Dividió el país entre pueblo y explotadores, entre oligarcas y grasitas, como si fuese una originalidad. Distrajo a los de debajo de seguir ganando y progresando con el trabajo manual, como los gallegos y tanos. Frenó la marcha libre de Estados Unidos, de Canadá, de Australia. Sembró la sospecha de estafa en una sociedad realmente abierta.
El que respondió a Emilio era un neoperonista inteligente, socio nuevo:
-Si Perón no inventaba un remedo de odio clasista antioligárquico, a la Argentina se la tragaba el Comintern, el comunismo internacional. En realidad nunca le agradecieron a Perón haberlos salvado del opio comunista, y encima a la cubana: marxismo sudaca con fondo incesante de Guantanamera. Perón hizo algo inédito, les robó a los marxistas el pueblo y les dejó la cáscara de intelectuales resentidos perorando en las pizzerías de Corrientes y en el café La Paz. Fue magistral, les robó "el relato" con el pueblo puesto.
-Lo que quiera, lo que quiera ¿pero allí fue donde se jodió Argentina? El tema pasa por otra cosa, se perdieron las jerarquías, el empuje de luchar sin muletas, cierta humildad criolla, cierto estilo que terminó del todo cuando echaron a Illia, porque la Argentina fue un país vivible hasta Illia, parecíamos tranquilos y sensatos como uruguayos.
El neoperonista inteligente, que me entero que es abogado, persiste:
-Además fue el peronismo el que le puso fin al trotzguevarismo terrorista de los 70.
Parecía que todo el Paraná erraba y desembocaba sobre el club. En un instante la tormenta se llevó la arena blanca de los búnkeres. Emilio tuvo que forzar la voz para hacerse oír por el abogado:
-Fue Perón quien tuvo que tragarse el sapo del asesinato de Aramburu. Tardó bastante en traicionar la criminal juventud maravillosa. El punto decisivo fue la muerte de Rucci. Y el ataque del cuartel de Azul, enero del 74. Perón sintió que terminaba el juego, allí apareció lo que era en esencia, un hombre de Estado. Su familia había sido el Ejército que lo acunó en su infancia triste, sin mucha familia.
-La carta que les mandó a los oficiales después del ataque decía que "esos psicópatas serán exterminados uno a uno, para bien de la República". Creo que hasta por ahí inauguró la palabra aniquilar. Bajó la línea testamentaria para la viuda y para el lote de caciques que la rodearían. La biaba fue fuerte y callada, en el juego de la ilegalidad terrorista. No hubo pido ni perdón. La razón de Estado contra la razón revolucionaria. Por esto es que tiene cierta razón Gentile cuando dice que a partir del 76 estaban liquidados, aunque no es exacto del todo.
Se van levantando con las pantorrillas salpicadas. El deporte fracasó. Es para seguir con puchero, o guiso de lentejas, y siesta con pijama. El neoperonista palmea afectuosamente a Emilio. No te enojes, hasta Yrigoyen reconocería que en este país absurdo el "movimiento" peronista nos regaló el sueño de una revolución social y después el violento liberalismo de los 90, un ingreso triunfal en el primer mundo con el peso uno a uno. Es para el libro Guinness. ¿Sabe por qué la gente vota todavía por los peronistas?: porque dejaron a muchos el recuerdo de un par de momentos de felicidad. Alguien con voz alta, como cierre dijo:
-Pero como lo de ahora, nada. Nada parecido. La ignominia. Vamos flotando hacia la catástrofe.
-Pero esto ya está muerto y enterrado. El consuelo que no se puede imaginar que lo que venga pueda ser peor. ¿Tocamos fondo? ¡Qué optimismo!
- Pero no respondimos a la pregunta del día ¿Cuándo se jodió la Argentina? ¿Realmente nos hemos quebrado?
Sigue intacta en su voluntad y en sus fuerzas productivas, la gente quiere vivir. Se nos viene una cosecha descomunal. Como dijo Clemenceau en 1910: Los argentinos roban y destruyen durante el día pero por la noche el trigo crece y las vacas fornican con lujuria. Vamos para los 100 millones de toneladas con los precios internacionales más altos.
-Otra vez el asalto a los lingotes del Banco Central ¿se acuerdan? No se ilusione, che, como esto no hubo nada comparable.
-Y él dijo que se queda una década más. Nos tomó cariño.
Si lo dice es porque anotó en la libreta negra sus cálculos a futuro y ve un chorro de verdes.
-Dos para mí uno para vos. Dice burlonamente Emilio al desaparecer por el arco de la galería hacia el espacio de una nube tan negra como la que precedió a Moisés en el monte Sinaí. La nube del misterio de Dios.


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viernes, 19 de marzo de 2010

El ejercicio de los derechos no es delito. Declaración de intelectuales y políticos sobre la situación en Cuba


Los abajo firmantes nos dirigimos a los gobiernos democráticos de América Latina con el objetivo de solicitarles que reclamen ante el régimen cubano la liberación de todas las personas que en ese país se encuentran encarceladas por delitos que, de acuerdo con los estándares internacionales, son derechos básicos.
Estamos de acuerdo en que la región normalice sus relaciones con Cuba, pero para ello el gobierno de los hermanos Castro debe armonizar sus normas internas eliminando las restricciones a los derechos humanos más elementales. Es que a diferencia de cualquier país en el que se puede producir una violación a los derechos humanos, en Cuba existe una política de estado que expresamente viola las libertades fundamentales. Al respecto, la Constitución de Cuba, su Código Penal, leyes especiales como la número 88 y las sentencias de los tribunales populares, son una evidencia irrefutable de las violaciones a los derechos humanos en ese país.
En efecto, el análisis de ciertos aspectos del orden político cubano a través del estudio de su organización institucional y legal, es concluyente que ya desde sus instituciones fundamentales, el contenido de sus leyes y la interpretación que le dan los órganos judiciales, el régimen cubano está organizado sobre la base de la supremacía del poder del Estado por encima de los derechos humanos básicos, y frecuentemente los vulnera en nombre de intereses propios del gobierno.
Como todo régimen plenamente autoritario, los atropellos a los derechos, a las formas de democracia republicana, de control y límites al poder del Estado y de respeto a las elementales garantías judiciales de los ciudadanos, van mucho más allá en los hechos que en los textos legales y constitucionales.
Sin embargo, el régimen cubano ha invocado frecuentemente los logros en materia de educación o salud, para acallar las críticas a las violaciones a derechos humanos básicos. Pero sostener que se respetan los derechos humanos en una sociedad donde cualquier ciudadano puede ser detenido sin motivo por la autoridad, no puede expresar ideas políticas, no tiene derecho a asociarse, reunirse con otros, ejercer la industria o el comercio, disponer de su propiedad, entrar y salir del país, etc.; es tanto como sostener que un esclavo goza de derechos humanos porque su amo le provee alimento, un lugar donde dormir y lo cura cuando se enferma.
Lo cierto es que el régimen jurídico-político de Cuba viola la mayoría de las garantías básicas plasmadas en todos los instrumentos internacionales que se han suscripto en las últimas décadas, y que en la actualidad forman parte del derecho internacional de los derechos humanos.
Por ejemplo, un informe de Human Rights Watch de noviembre de 2009 señalaba "Numerosos presos políticos detenidos durante el gobierno de Fidel Castro continúan presos padeciendo las condiciones inhumanas de las prisiones cubanas. Y el gobierno de Raúl Castro ha recurrido a leyes draconianas y a procesos judiciales que son una farsa para encarcelar a muchas otras personas que se atrevieron a ejercer sus libertades básicas. El gobierno de Raúl Castro se ha amparado especialmente en una disposición del Código Penal de Cuba que permite al estado encarcelar a las personas antes de que hayan cometido un delito, cuando existan sospechas de que pueden cometerlo en el futuro. Esta disposición sobre 'peligrosidad' es netamente política y define como 'peligrosa' a cualquier conducta contraria a las normas socialistas. Esta norma, la más orwelliana de todas las leyes cubanas, capta la esencia de la mentalidad represiva del gobierno cubano, que percibe a cualquier persona cuyas acciones no concuerden con el gobierno como una potencial amenaza y, por ende, pasible de castigo…las actividades 'peligrosas' incluyen entregar copias de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, organizar manifestaciones pacíficas, escribir artículos que critican al gobierno, e intentar organizar sindicatos independientes".
Por cierto, es preocupante que América Latina se muestre tan indiferente frente a estas injusticias que sufre el pueblo cubano y tan complaciente con su ilegítimo gobierno, lo cual evidencia un límite de la democracia en la región. Especialmente preocupa que países que han sufrido terribles dictaduras, recibiendo en esos años de plomo importantes muestras de solidaridad democrática internacional, no reconozcan a la oposición pacífica cubana que es considerada subversiva por su gobierno debido a la invocación que hacen de los derechos humanos y la exigencia de su respeto o su difusión pública.
Es hora que América Latina se ponga del lado de los demócratas cubanos y le exija al régimen de los hermanos Castro que inicie una apertura política garantizando derechos muy elementales como la libertad de asociación y expresión, lo cual posibilitaría la liberación de muchos presos políticos por el principio de la vigencia de la ley más benigna. El 18 de marzo de 2010 se cumplirán siete años de la ola represiva conocida como "La primavera negra de Cuba", la cual culminó con la detención de 75 opositores pacíficos, entre ellos periodistas y bibliotecarios independientes y promotores del Proyecto Varela, una iniciativa de referéndum que solicitaba cambios al sistema vigente en la isla. Actualmente, la mayoría de los detenidos continúan en prisión, junto a otros tantos presos políticos encarcelados antes y después de esa fecha por delitos que solamente existen en Cuba. Varios se encuentran en muy malas condiciones de salud y, el pasado 23 de febrero, se produjo la muerte del preso de conciencia -así reconocido por Amnistía Internacional- Orlando Zapata Tamayo, quien cumplía una larga condena por delitos tales como "desacato, insubordinación, difamación de las instituciones, desorden público y menosprecio de la figura del comandante Fidel Castro".
Para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, "El señor Zapata Tamayo era una de las víctimas del Caso Número 12.476, donde la Comisión Interamericana recomendó al Estado de Cuba ordenar la liberación inmediata e incondicional de todas las víctimas declarando nulas las condenas en su contra, por haberse basado en leyes que imponen restricciones ilegítimas a sus derechos humanos. El informe de fondo de este caso, aprobado el 21 de octubre de 2006, también recomendaba adoptar las medidas necesarias para adecuar sus leyes, procedimientos y prácticas a las normas internacionales sobre derechos humanos, reparar a las víctimas y sus familiares por el daño material e inmaterial sufrido en virtud de las violaciones a la Declaración Americana establecidas en el informe, y adoptar las medidas necesarias para evitar que hechos similares volvieran a cometerse. El Estado de Cuba no ha cumplido con las recomendaciones de la CIDH".
Por lo expuesto, queremos hacerle llegar nuestra solidaridad a todos los demócratas cubanos y al mismo tiempo reclamarle a la opinión pública latinoamericana que no permanezca indiferente frente a la injusticia que padecen. La democracia no estará consolidada en América Latina mientras, ante la complacencia de gobiernos y organismos regionales, se mantenga vigente en Cuba un régimen de partido único que considera que el ejercicio de los derechos puede considerarse un delito y que por tal motivo una persona inocente debe ser privada de la libertad por largos años e incluso perder la vida.
Julio César Strassera, Patricio Aylwin, Graciela Fernández Meijide, Guillermo O'Donnell, Ricardo Gil Lavedra, Santiago Kovadloff, Vicente Palermo, Daniel Sabsay, Pepe Eliaschev, Beatriz Sarlo, Juan Carlos Vega, Fernando Iglesias, Claudia Hilb, Emilio de Ipola, Carlos Lauría, Andrew Graham-Yooll, Sergio Fausto, María Matilde Ollier, Gabriela Ippólito, Marcos Novaro, Ricardo Uceda, Guillermo Rozenwurcel, Jessica Valentini, Demetrio Magnoli, Patricio Navia, Sylvina Walger, Rafael Rojas, Daniel Muchnik, Antonio Camou, María Sáenz Quesada, Carlos Facal, Ricardo Rojas, Fernando Ruiz, Silvia Uranga, Claudia Guebel, Héctor Leis, Eduardo Viola, Paulo Uebel, Paola Silva, Eduardo Ulibarri, César Ricaurte, Robert Eisenmann, Dilmar Rosas, Hugo Machín, Ricardo Lafferriere, Heinz Sonntag, Andrés Cañizalez, Romeo Pérez Antón, Diego Camaño Viera, Carlos Bascuñán, Gabriel Palumbo, Alejandro Nogueira, Claudio Paolillo, Carlos Gervasoni, Ricardo López Göttig, Bernabé García Hamilton, Carlos Kohn, Marianne Kohn Beker, Rodolfo Rico, Humberto García Larralde, Alejandro Oropeza G., Caroline B. de Oteyza, Carlos Walter, Marta de la Vega, Rocío San Miguel, Manuel Alcalá Murillo, Vanessa Blum, José Cantero, Jorge Maldonado, Patricia Alvarez, Cecilia Lucca, Gabriel Salvia, Sabrina Ajmechet, Tomás Borovinsky y Raúl Ferro.
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sábado, 13 de marzo de 2010

Lula y los Castro. Por Mario Vargas Llosa


Mi capacidad de indignación política se embota algo los meses del año que paso en Europa. La razón, supongo, es que vivo allá en países democráticos en los que, no importa los problemas que padezcan, hay un amplio margen de libertad para la crítica, y los medios, los partidos, las instituciones y los individuos suelen protestar con entereza y ruido cuando se suscita un hecho afrentoso y despreciable, sobre todo en el campo político.
En América latina, en cambio, donde paso tres o cuatro meses al año, aquella capacidad de indignación retorna siempre, con la furia de mi juventud, y me hace vivir en el quién vive, desasosegado y alerta, esperando (y preguntándome de dónde vendrá esta vez) el hecho execrable que, generalmente, pasará inadvertido para el gran número, o merecerá el beneplácito o la indiferencia generales.

Estos días he vivido una vez más esa sensación de asco e ira viendo al risueño presidente Lula, de Brasil, abrazando cariñosamente a Fidel y Raúl Castro, en los mismos momentos en que los esbirros de la dictadura cubana correteaban a los disidentes y los sepultaban en los calabozos para impedirles asistir al entierro de Orlando Zapata Tamayo, el albañil opositor y pacifista de 42 años, del Grupo de los 75, al que la satrapía castrista dejó morir -luego de someterlo en vida a confinamiento y torturas y de condenarlo con pretextos a más de treinta años de prisión- tras 85 días de huelga de hambre.
Cualquier persona que no haya perdido la decencia y tenga un mínimo de información sobre lo que ocurre en Cuba espera del régimen castrista que actúe como lo ha hecho. Hay una absoluta coherencia entre la condición de dictadura totalitaria de Cuba y una política terrorista de persecución a toda forma de disidencia y de crítica, la violación sistemática de los más elementales derechos humanos, procesos amañados para sepultar a los opositores en cárceles inmundas y someterlos allí a vejaciones hasta enloquecerlos, matarlos o empujarlos al suicidio.
Los hermanos Castro llevan 51 años practicando esa política, y sólo los idiotas podrían esperar de ellos un comportamiento distinto.
Pero de Luiz Inacio Lula da Silva, gobernante elegido en comicios legítimos, presidente constitucional de un país democrático, como Brasil, uno esperaría, por lo menos, una actitud algo más digna y coherente con la cultura democrática que en teoría representa, y no la desvergüenza impúdica de lucirse, risueño y cómplice, con los asesinos virtuales de un disidente democrático, legitimando con su presencia y proceder la cacería de opositores desencadenada por el régimen en los mismos momentos en que él se fotografiaba abrazando a los verdugos de Orlando Zapata Tamayo.
El presidente Lula sabía perfectamente lo que hacía. Antes de viajar a Cuba, cincuenta disidentes cubanos le habían pedido una audiencia durante su estancia en La Habana y que intercediera ante las autoridades de la isla por la liberación de los presos políticos martirizados, como Zapata, en los calabozos cubanos.
El se negó a ambas cosas. Tampoco los recibió ni abogó por ellos en sus dos anteriores visitas a la isla, cuyo régimen liberticida siempre elogió sin el menor eufemismo. Por lo demás, esta manera de proceder del mandatario brasileño ha caracterizado todo su mandato. Hace años que, en su política exterior, desmiente de manera sistemática su política interna, en la que respeta las reglas del Estado de Derecho, y, en economía, en vez de las recetas marxistas que proponía cuando era sindicalista y candidato -dirigismo económico, nacionalizaciones, rechazo a la inversión extranjera, etcétera-, promueve una economía de mercado y de libre empresa, como cualquier estadista socialdemócrata europeo.
Pero cuando se trata del exterior el presidente Lula se desviste de los atuendos democráticos y se abraza con el comandante Chávez, con Evo Morales, con el comandante Ortega, es decir, con la hez de América latina, y no tiene el menor escrúpulo en abrir las puertas diplomáticas y económicas de Brasil a la satrapía teocrática integrista de Irán.
¿Qué significa esta duplicidad? ¿Que el presidente Lula nunca cambió de verdad? ¿Que es un simple travestido, capaz de todos los volteretazos ideológicos, un politicastro sin espina dorsal cívica y moral? Según algunos, los designios geopolíticos para Brasil del presidente Lula están por encima de pequeñeces como que Cuba sea, con Corea del Norte, una de las dictaduras donde se cometen los peores atropellos a los derechos humanos y donde hay más presos políticos.
Lo importante para él serían cosas más trascendentes, como el puerto de Mariel, que Brasil está financiando con 300 millones de dólares, así como la próxima construcción, por Petrobras, de una fábrica de lubricantes en La Habana. Ante realizaciones de este calado, ¿qué puede importarle al "estadista" brasileño que un albañil cubano del montón, y encima negro y pobre, muera de hambre clamando por nimiedades como la libertad?
En verdad, todo esto significa, ay, que Lula es un típico mandatario "democrático" latinoamericano. Casi todos ellos están cortados por la misma tijera y casi todos, unos más, otros menos, aunque -cuando no tienen más remedio- practican la democracia en el seno de sus propios países, en el exterior no tienen reparo alguno, como Lula, en cortejar a dictadores y demagogos tipo Chávez o Castro, porque creen, los pobres, que de este modo aquellos manoseos les otorgarán una credencial de "progresistas" que los libre de huelgas, revoluciones, acoso periodístico y de campañas internacionales acusándolos de violar los derechos humanos.
Como recuerda el analista peruano Fernando Rospigliosi, en un admirable artículo: "Mientras Zapata moría lentamente, los presidentes de América latina -incluido el sátrapa cubano- se reunían en México para formar una organización -¡otra más!- regional. Ni una palabra salió de allí para demandar la libertad o un mejor trato para los más de 200 presos políticos cubanos". El único que se atrevió a protestar -un justo entre los fariseos- fue el nuevo presidente de Chile, Sebastián Piñera.
De manera que la cara de cualquiera de estos jefes de Estado hubiera podido reemplazar a la de Luiz Inacio Lula da Silva, abrazando a los hermanos Castro, en la foto que me retorció las tripas al leer la prensa una mañana.
Esas caras no representan la libertad, la limpieza moral, el civismo, la legalidad y la coherencia en América latina. Estos valores se encarnan en personas como Orlando Zapata Tamayo, las Damas de Blanco, Oswaldo Payá, Elizardo Sánchez, la bloguera Yoani Sánchez y demás cubanos y cubanas que, sin dejarse intimidar por el acoso, las agresiones y vejaciones cotidianas de que son víctimas, se siguen enfrentando a la tiranía castrista. Y se encarnan, asimismo, en principalísimo lugar, en los centenares de prisioneros políticos y, sobre todo, en el periodista independiente Guillermo Fariñas, que, cuando escribo este artículo, lleva varios días de huelga de hambre en Cuba para protestar por la muerte de Zapata y exigir la liberación de los presos políticos.
Curiosa y terrible paradoja: que sea en el seno de uno de los más inhumanos y crueles regímenes que haya conocido el continente donde se hallen hoy los más dignos y respetables políticos de América latina.
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martes, 9 de marzo de 2010

Discurso de José Mujica al momento de asumir la presidencia del Uruguay, 1° de marzo de 2010


"Señora Presidenta de la Asamblea General, mi querida Lucía, Legisladores y Legisladoras que representan la diversidad de la Nación, Presidentes y Presidentas de países amigos que están con nosotros, altos funcionarios destacados para apoyar esta ceremonia, cuerpo Diplomático, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, Señores ex Presidentes, Dirigentes de los Partidos Políticos del Uruguay y de las principales organizaciones sociales, de las comunidades religiosas, en fin, señores y señoras. A todos los aquí presentes, gracias. Y también gracias a todos ustedes, compatriotas del alma, que nos acompañan en sus casas y en las calles.Mis conocimientos jurídicos, extraordinariamente escasos, me impiden dilucidar cuál es el momento exacto en que dejo de ser presidente electo para transformarme en presidente a secas. No se si es ahora, o si es dentro de un rato, cuando reciba los símbolos del mando de manos de mi antecesor.

Por mi parte, desearía que el título de “electo” no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy presidente sólo por la voluntad de los electores.“Electo” me advierte que no me distraiga y recuerde que estoy mandatado para la tarea. No en vano, el otro sobrenombre de los presidentes es “mandatario”.Primer mandatario, si se quiere, pero mandado por otros, no por sí mismo.Con mejores palabras y más solemnidad, esto es lo que la constitución establece.La Constitución es un marco, una guía, un contrato, un límite que encuadra a los gobiernos.Ese es su propósito principal.Pero es también un programa, que nos ordena cómo comportarnos, en cuestiones que tienen que ver con la esencia de la vida socialPor ejemplo, nos manda literalmente evitar que las cárceles sean instrumentos de mortificación.O nos dice NO reconocer ninguna diferencia de raza, género o color.¡Cuánta deuda tenemos aún con la constitución!!¡Con qué naturalidad la desobedecemos!No está de más recordarlo hoy, un día en que nos enorgullecemos de estar aplicando las reglas con todo rigor y detalle.Pondremos todo nuestro empeño en cumplir los mandatos constitucionales. En cumplir los que aluden a las formas de organización política del país, por supuesto Y también en cumplir los enunciados constitucionales que describen la ética social que la nación quiere darse.Hoy es el día cero o el día uno de mi gobierno.Y para mí, gobernar empieza por crear las condiciones políticas para gobernar.Por si suena como un traba-lenguas, lo repito: para mí, gobernar, empieza por crear las condiciones políticas para gobernar.Y gobernar, para generar transformaciones hacia el largo plazo, es más que nada crear las condiciones para gobernar 30 años con políticas de estado.Me gustaría creer, que esta de hoy, es la sesión inaugural de un gobierno de 30 años.No míos, por supuesto, ni tampoco del Frente Amplio, sino de un sistema de partidos, tan sabio y tan potente, que es capaz de generar túneles herméticos que atraviesan las distintos presidencias de los distintos partidos ,y que por allí, por esos túneles, corren intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos.Asuntos como la educación, la infraestructura, la matriz energética o la seguridad ciudadanaEsto no es una reflexión para el bronce ni para la posteridad. Es una formal declaración de intenciones.Me estoy imaginando el proceso político que viene, como una serie de encuentros, a los que unos llevamos los tornillos y otros llevan las tuercas.Es decir, encuentros a los que todos concurrimos, con la actitud de quien está incompleto sin la otra parte.En ese tono se va a desarrollar el próximo gobierno del Frente Amplio.Asistiendo incansablemente a las mesas de negociación con vocación de acuerdo.Puede ser que el gobierno tenga más tornillos que nadie,Más tornillos que el Partido Nacional, más que el Partido Colorado, más que los empresarios y más que los sindicatos…¿Pero de qué nos sirven los tornillos sueltos, si son incapaces de encontrar sus piezas complementarias en la sociedad?Vamos a buscar así el dialogo, no de buenos, ni de mansos, sino porque creemos que esta idea de la complementariedad de las piezas sociales, es la que mejor se ajusta a la realidad.Nos parece que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto, y que sólo con el diagnóstico correcto, se puede encontrar el tratamiento correcto.Miramos la radiografía, y lo que vemos adentro de la sociedad, son formas convexas y cóncavas, negociando el ajuste, porque se necesitan entre si. Entonces pensamos que sería contra natura, que los representantes políticos de esos retazos sociales, nos dedicáramos a separar y no a concertar.En Uruguay, todos los partidos políticos son socialmente heterogéneos. Pero los partidos tienen fracciones, y las fracciones tienen acentos sociales.Pero aún en el caso de las fracciones más específicamente representativas de sectores, el mandato de sus votantes no es el de atropellar ciegamente para conquistar territorio.Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada, son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque.Queremos una vida política orientada a la concertación y a la suma, porque de verdad queremos transformar la realidad.De verdad queremos terminar con la indigenciaDe verdad queremos que la gente tenga trabajo.De verdad queremos seguridad para la vida cotidiana.De verdad queremos salud y previsión social bien humanas.Nada de esto se consigue a los gritos. Basta mirar a los países que están adelante en estas materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena.Con poca épica, pocos héroes y pocos villanos.Más bien, tienen políticos que son honrados artesanos de la construcción.Nosotros queremos transformaciones y avances de verdad.Queremos cambios de esos, que se tocan con la mano, que no sólo afectan las estadísticas sino la vida real de la gente.Para lograrlo estamos convencidos de que se necesita una civilizada convivencia políticaY no vamos a ahorrar ningún esfuerzo para lograrla.Por supuesto, nada de esto comienza con nosotros. El país tiene hermosas tradiciones de respeto recíproco que vienen de muy atrás.Pero es probable que nunca hayamos estado tan cerca de conseguir un cambio cualitativo en la intensidad de esos vínculos entre partidos políticos.. Quizás ahora podemos pasar de la tolerancia a la colaboración, de la confrontación controlada a ciertos modos societarios de largo plazo.Con el Frente Amplio en el gobierno, el país ha completado un ciclo. Ahora todos sabemos que los ciudadanos no le extienden cheques en blanco a ningún partido y que los votos hay que ganárselos una y otra vez en buena ley. Los ciudadanos nos han advertido a todos que ya no son incondicionales de ningún partido, que evalúan y auditan las gestiones, que los que hoy son protagonistas principales, mañana pueden convertirse en actores secundarios.Después de 100 años, al fin, ya no hay partidos predestinados a ganar y partidos predestinados a perder.Esa fue la dura lección que los lemas tradicionales recibieron en los últimos años. El país les advirtió que no eran tan diferentes entre sí como pretendían, que sus prácticas y estilos se parecían demasiado y que se necesitaban nuevos jugadores, para que el sistema recuperara una saludable tensión competitiva.Por su parte el Frente Amplio, eterno desafiante y ahora transitorio campeón, tuvo que aceptar duras lecciones, no ya de los votantes sino de la realidad. Descubrimos que gobernar era bastante más difícil de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos y las demandas sociales infinitas, que la burocracia tiene vida propia, que la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias.Y hasta tuvimos que aprender, con mucho dolor, y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune a la corrupción.Estos últimos años han sido entonces de intenso aprendizaje para todos los actores políticos.Es probable que todos estemos ahora más maduros y por tanto listos para pasar a una etapa cualitativamente nueva en el relacionamiento entre fuerzas políticas.Cada una con su identidad y sus énfasis ideológicos.Sin aflojarle ni a la pulseada ni al control recíproco.Pero sí ampliando dos capacidades que estamos lejos de haber llevado al máximo: la sinceridad y la valentía.Más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos y un poco menos atado a los que nos conviene.Y más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías.Esa sinceridad y esa valentía van a ser necesarias para llevar adelante las políticas de estado que proyectamos.Para ponernos de acuerdo vamos a tener que rebajar nuestras respectivas posturas y promediarlas con las otras.Y esa rebaja implica líos obligatorios con nuestras bases políticas.Ese va a ser un test de valentía.Los temas de estado deben ser pocos y selectos.Deben ser aquellos asuntos en los que pensamos que se juega el destino, la identidad, el rostro futuro de esta sociedad.Sin pretensiones de verdad absoluta, hemos dicho que deberíamos empezar por 4 asuntos: educación, energía, medio ambiente y seguridad.Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación.Y otra vez, educación.Los gobernantes deberíamos ser obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo 100 veces, “debo ocuparme de la educación”Por que allí se anticipa el rostro de la sociedad que vendrá. De la educación dependen buena parte de las potencialidades productivas de un país. Pero también depende la futura aptitud de nuestra gente para la convivencia cotidiana.Y seguramente, cualquiera de los aquí presentes podría seguir agregando argumentos sobre el carácter prioritario de la educación.Pero, lo que probablemente nadie pueda contestar con facilidad es ¿a qué cosas vamos a renunciar, para darle recursos a la educación?¿Qué proyectos vamos a postergar, qué retribuciones vamos a negar, qué obras dejarán de hacerse?Con cuántos “NO” habrá que pagar el gran “SÍ” a la educación!Ningún partido querrá quedar en soledad para hacerse responsable de todo ese desgaste. Tendremos que hacerlo juntos, decidirlo juntos y por supuesto, poner el pecho juntos.Este es el significado de las políticas de estado.Sus consecuencias no deben beneficiar ni perjudicar a ningún partido en particular.¿Estamos dispuestos a hacerlo?Si no lo estamos, todas nuestras grandes declaraciones de amor por la educación, no serán más que palabrerío de discurso político.También hemos sugerido que los temas de infraestructura de energía, sean separados de la agenda gubernamental corriente, y tratados en común por todos los partidos.La energía es un asunto lleno de complicaciones técnicas.Implica complejos pronósticos sobre el stock de recursos no renovables, como los hidrocarburos. Pero también implica casi adivinanzas, sobre lo que nos traerá el desarrollo tecnológico de la energía solar o de la energía eólica. E implica cálculos, de resultado todavía incierto, sobre la conveniencia de hacer agricultura de alimentos o agricultura para producir bio-combustibles.Pero después que todos los ingenieros y todos los adivinadores del futuro den su veredicto, la política tendrá que ocuparse de las definiciones estratégicas, en temas en los que la opinión social va a estar dividida.El más notorio de esos temas, es el uso de energía nuclear para generar electricidad.Otro, es cuanto estamos dispuesto a pagar para apoyar las energías renovables que no son económicamente rentables, incluidos los biocombustibles.En estos temas, tan imprevisibles, el aumento de la base de sustento político no garantiza que se tomen decisiones óptimas. Pero SI asegura que los rumbos elegidos no serán modificados sobre la marcha.En materia energética no se puede avanzar en zig-zag. Porque pueden pasar décadas entre el momento en que un proyecto comienza a andar, y el momento en que empieza a producir.También, hemos reservado las estrategias de medio ambiente, para ser tratadas en régimen de políticas de estado.Hoy la comunidad internacional nos pide que nos pensemos a notros mismos como miembros de una especie, cuyo hábitat está cada vez más amenazado. Hace años que el país ha incorporado una fuerte consciencia sobre el tema, ha legislado con sabiduría y ha operado con decisión y transparencia.Pero la tensión, entre el cuidado del medio ambiente y la expansión productiva, va a ir en aumento. Vamos a estar cada vez más tironeados, entre las promesas de la explosión agrícola, y las amenazas asociadas al uso intensivo de agroquímicos.Para no hablar de asuntos aún mas complejos, como las incógnitas vinculadas a la modificación genética, de las especies vegetales.¡Hasta nuestras pobres vacas! con sus emisiones de gases, son un enorme tema de discusión medio ambiental en el mundo.Sobre todos estos asuntos, ya empiezan a escucharse algunos tambores de guerra. Afortunadamente, de guerra conceptual, entre los partidarios de la producción a rajatabla, y los preservacionistas a toda costa.El estado deberá arbitrar y tomar las mejores decisiones.Sean las que sean, deben tener un ancho respaldo político, para que tengan toda la legitimidad posible y puedan sostenerse en el tiempo, contra viento y marea.Aquí de nuevo el sistema político tendrá que ser sincero y valiente, porque para cuidar el medio ambiente habrá que renunciar a algunas promesas productivas. O al revés, para sostener la producción, habrá que rebajar la ambición de una naturaleza intocada.Nos jugamos mucho en todo esto. Tenemos que decidirlo entre todos.Y después, enfrentar las consecuencias entre todos.La seguridad ciudadana, es el último tema que estamos proponiendo abordar, de inmediato, en régimen de políticas de estado.No lo incluiríamos, si sólo se tratara de mejorar la lucha contra una aumentada delincuencia tradicional. Creemos, que no sólo estamos frente a un escenario de números crecientes, sino ante transformaciones cualitativas.Ahora tenemos drogas, como la pasta base, de muy bajo costo, que no sólo destruyen al adicto sino que lo inducen a la violencia.Y tenemos mafias enriquecidas, con amplia capacidad de generar corrupción en la policía. Y tenemos operadores del narcotráfico internacional, que usan el país para el tránsito, la distribución y el lavado de dinero.Aún, somos una sociedad tranquila y relativamente segura. Pero lo peor que podríamos hacer, es subestimar la amenaza. La sociedad ha levantado el asunto a los primeros lugares de la agenda pública y desde el sistema político tenemos que responder sin demora y a fondo.Educación, energía, medio ambiente y seguridad son los temas para los que debiéramos definir estrategias orientadas al largo plazo y luego, arroparlas, protegerlas del vaivén político para que puedan proyectarse en el tiempo y consumar sus efectos.Para todo lo demás, necesitamos que la política discurra en sus formas naturales: es decir, el gobierno en el gobierno y la oposición en la oposición.Con respeto recíproco, pero cada uno en su lugar.Como gobierno, nos corresponde la iniciativa para trazar el mapa de ruta.Aquí vamos.Lo que hoy comienza, se define a sí mismo, entusiastamente, como un segundo gobierno. Ya lo dijimos en la campaña: nuestro programa se resume en 2 palabras “Más de lo mismo”En primer lugar, vamos a darle al país 5 años más de manejo profesional de la economía, para que la gente pueda trabajar tranquila, e invertir tranquila.Una macroeconomía prolija es un prerrequisito para todo lo demás. Seremos serios en la administración del gasto, serios en el manejo de los déficit, serios en la política monetaria y más que serios, perros, en la vigilancia del sistema financiero.Permítanme decirlo de una manera provocativa: vamos a ser ortodoxos en la macroeconomía.Lo que vamos a compensar largamente, siendo heterodoxos, innovadores y atrevidos, en otros aspectos.En particular, vamos a tener un estado activo, en el estímulo a lo que hemos llamado, el país agro inteligente.El agro uruguayo está viviendo una revolución tecnológica y empresarial, creciendo muy por encima del resto del país.Los problemas son hoy otros: la sustentabilidad del suelo, la incorporación masiva del riego como factor de producción y sobre todo de mitigación ante las frecuentes sequías. Los proyectos de fuentes de agua que involucran predios de diferente propiedad, marcan una época y es un deber darles el máximo apoyo. Las políticas de reserva y de seguros son exigencias de la adaptación al cambio climático. La investigación, la recreación genética, la alta especialización en las ramas biológicas que nutren el trabajo agrícola de toda esta región, definible como último reservorio alimentario de la humanidad, son para nosotros el capítulo central de una especialización que hemos en llamar l país agro-inteligente.Queremos que la tierra nos de uno. Y a ese uno, agregarle 10 de trabajo inteligente. Para al final tener un valor de 11, verdadero, competitivo, exportable.No vamos a inventar nada, vamos con humildad detrás del ejemplo de otros países pequeños, como Nueva Zelanda o Dinamarca.Si el país fuera una ecuación, diría que la fórmula a intentar es agro + inteligencia + turismo + logística regional. Y punto.Esta, es nuestra gran ilusión.A mi juicio, la única gran ilusión disponible para el país.Por eso, no vamos a esperar de brazos cruzados que nos la traiga el destino o el mercado. Vamos a salir a buscarla con decisión.Pero también con seriedad.Apoyando sólo aquellas actividades, que una vez maduras, tengan verdadera chance de subsistir por sí mismas.No queremos repetir errores del pasado.En particular no queremos que nos vuelva a pasar lo que ocurrió entre los años 50 y 70, cuando la sociedad desperdició enormes recursos, en la quimera de industrias imposibles.Ya una vez quisimos ser antárticos, y producirlo todo fronteras adentro. Nos fue mal, muy mal.Seria criminal no aprender de aquellos dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al mundo.Y si vamos a ser proactivos en ciertas dimensiones de la economía productiva, vamos a ser el doble de proactivos en la búsqueda de una mayor equidad social.¡Eso sí, que no vamos a esperarlo sentados.!¡Ahí sí, que no tenemos paciencia para esperar que la prosperidad resuelva sola las cosas.Tal como hizo el gobierno que termina, vamos a llevar el gasto social a los máximos posibles. Y vamos a sostener y profundizar los múltiples programas solidarios emprendidos en los últimos 5 años.Ya bajamos la indigencia a la mitad, pero aún queda un 2 % de la población en esa situación. El objetivo es terminar con esta vergüenza nacional, y que hasta el último de los habitantes del país, tenga sus necesidades básicas satisfechas, en los términos definidos por las Naciones Unidas.Pero con saciar las necesidades básicas no hacemos nada!Hoy, y después de años de prosperidad y de esfuerzo solidario, 1 de cada 5 uruguayos, sigue en condiciones de pobreza.Aún, si al país como conjunto, le sigue yendo bien, estamos amenazados en convertirnos en una sociedad que avanza a 2 velocidades: unos recogen los frutos de un crecimiento acelerado, otros - por retraso cultural y marginación - apenas los contemplan.No es justo, pero además es peligroso, porque no queremos un país que se luzca en las estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir.Y no será bueno, si la prosperidad y el bienestar de una familia, se tiene que disfrutar con muros o alambres de púa.De nuevo, para enfrentar la pobreza, la educación es la gran fuente de esperanzas.La escuela y sus maestros, son el ariete principal que hemos de usar para integrar a aquellos a los que las penurias dejaron al costado.El combate a la pobreza dura tiene mucho de acción formativa en la niñez y la adolescencia.A la cabeza de todas las prioridades va a estar la masificación de las escuelas de tiempo completo, seguido por el fortalecimiento de la Universidad del Trabajo y el sostén de esa maravilla que es el Plan Ceibal.Ya tenemos una computadora por niño y por maestro. Ahora vamos por una computadora por adolescente y por profesor.Y por conexión a Internet en todos los hogares.Si la educación es la vacuna, contra la pobreza del futuro, la vivienda es el remedio urgente para la pobreza de hoy.En primera instancia desplegaremos un abanico de iniciativas solidarias con la vivienda carenciada, DENTRO Y FUERA de los recursos presupuestales.Apelaremos al esfuerzo social. Vamos a demostrar que la sociedad tiene otras reservas de solidaridad que no están en el Estado.Me niego al escepticismo, sé que todos podemos hacer algo por los demás y que lo vamos a demostrar.¡Van a ver! , van a aparecer materiales, dinero, cabezas profesionales y brazos generosos.! LES APUESTO A QUE SI !No quiero olvidarme de nuestros pobres de uniforme.Las FF.AA, llenas de pobres, van a ser parte del Plan de Emergencia Habitacional y vamos a movernos rápido para aliviar en algo la penuria salarial que las aflige.El pasado no es excusa para que hoy no nos demos cuenta que una patria de todos incluye a estos soldados.Nuestro reconocimiento para aquellos compatriotas militares que sirven en Haití y han demostrado una admirable entereza y eficiencia solidaria.En estos años, el Uruguay ha cambiado mucho, y nadie discute que ha cambiado para bien.Allí están los números económicos y sociales, de todos los colores.Pero hay un cambio menos visible, imposible de cuantificar, pero a mi juicio de gran importancia: el cambio en la autoestima, el cambio en la manera que nos percibimos a nosotros mismos y a los horizontes posibles.Nuestros modestos éxitos nos han hecho más ambiciosos y más inconformistas.¡Bienvenido inconformismo!¡Bienvenido el cuestionamiento de viejas certezas!Y en esta línea:BIENVENIDO EL PROFUNDO CUESTIONAMIENTO DEL ESTADO URUGUAYO.Del estado hacia adentro, como estructura, como organización, como prestador de servicios.El Uruguay se mantuvo al margen de los vientos privatizadores de los años 90. Es más, la sociedad recibió propuestas, las consideró y las rechazó explícitamente.Estuvimos entre los abanderados de ese rechazo y no nos arrepentimos.Pero el respaldo de los ciudadanos, fue a un modo de propiedad social, no a un modo de gestión de la cosa pública y menos, a sus resultados.Es probable que aquellos eventos y estas confusiones, hayan postergado demasiado la discusión franca sobre el Estado, sobre los recursos que consume y sobre la calidad de los servicios que presta.Hoy una revisación profunda es impostergable.Necesitamos evaluaciones serias, imparciales y profundas.Necesitamos números y comparaciones.Y con todo eso a la vista, tenemos que rediseñar el Estado.Todos sabemos que puede ser más eficiente y más barato.Esta reforma, no va ser en contra de los funcionarios sino con los funcionarios.Pero tampoco vale hacerse el distraído: el 90 % de la eficacia del estado se juega en el desempeño de los funcionarios públicos.La sociedad uruguaya ha sido benévola con algunos de sus servidores públicos y casi cruel con otros. Ha permitido que, funciones sencillas, que no requieren esfuerzo ni preparación, se paguen en algunas oficinas 10 veces más de lo que recibe quien realiza un trabajo imprescindible y duro, como un policía o un maestro rural.Cuando estas asimetrías duran un tiempo, pueden considerarse errores o desaciertos. Cuando duran décadas, más bien parecen ser manifestaciones de una sociedad que se va volviendo cínica.Del mismo modo la sociedad uruguaya ha protegido a sus servidores públicos mucho más que a sus trabajadores privados. Recordemos que en la crisis del año 2002 y 2003, casi 200 mil personas perdieron su trabajo y ninguna fue un funcionario público. Se estima que otras 200 mil sufrieron rebajas en sus salarios, y todos fueron trabajadores privados.Como bien ha dicho el presidente Tabaré Vazquez, esta es la madre de todas las reformas. No deberíamos permitir que esa madre nos siga esperando.¿En que mundo vivimos? No está fácil de saber.Me gustaría preguntárselo, a cada uno de los ilustres visitantes que están aquí.Aunque sin duda tienen “mucho mundo”, me atrevería a decir que no van a poder darme una respuesta simple.¿Verdad que no?El mundo está cambiando a cada ratoY lo que es peor, a cada rato está cambiando la teoría, de cómo se construye, uno mejor.Todavía no acabamos de padecer las consecuencias de la crisis planetaria, con que nos obsequió el sistema financiero, en la cumbre del mundo.Descubrimos que habían creado un universo de burbuja y de casino. Pero que desde allí, no solo se jugaba a la ruleta, sino que se podía golpear al mundo productivo real.Durante la crisis, para rescatar lo que quedaba en pie, se rompieron dogmas que parecían sagrados, se decretó la muerte de los paradigmas vigentes y se volvió a la política, como a un refugio de esperanza.Hoy ante los desafíos no previsibles de la realidad, casi todos pensamos que ningún camino puede descartarse a priori, ninguna experiencia desconocerse, ninguna fórmula archivarse para siempre.Sólo el dogmatismo, quedó sepultado.No está fácil navegar. Las brújulas ya no están seguras de donde quedan los puntos cardinalesAsí que mirando las estrellas nos quedan algunas pocas certezas para orientarnos.Primero, que el mundo ya no hay un centro sino varios y que la globalización es un hecho irreversible.Por todos lados, los humanos anudamos nuestro destino y nos hacemos mutuamente dependientes. La idea de cerrase al mundo quedó obsoleta.Pero a su vez, el proteccionismo sigue vivito y coleando, y a menudo es protagonizado por unidades de tamaño continental.Los latinoamericanos, un poco a los tumbos, estamos intentando construir mercados más grandes¡Pero como nos cuesta!!Somos una familia balcanizada, que quiere juntarse, pero no puede. Hicimos, tal vez, muchos hermosos países, pero seguimos fracasando en hacer la Patria Grande.Por lo menos hasta ahora.No perdemos la esperanza, porque aún están vivos los sentimientos: desde el Río Bravo a las Malvinas vive una sola nación, la nación latino-americana.Dentro de nuestro hogar latinoamericano, tenemos un dormitorio que compartimos y que se llama MERCOSUR. ! AYY MERCOSUR!¡Cuanto amor y cuando enojo nos suscita!Hoy estamos en público y no es el momento de hablar de los temas de alcoba.Solo déjenme afirmar que para nosotros, el MERCOSUR es “hasta que la muerte nos separe” y que esperamos una actitud reciproca de nuestros socios mayores.Finalmente, deseamos que el Bicentenario nos encuentre con un Río de la Plata más angosto, despejados todos los caminos que nos unen.He reservado para el final, la más grata de todas las tareas: saludar la presencia de quienes han venido a acompañarnos desde el exterior, especialmente de aquéllos que han venido desde muy lejos, casi inesperadamente.Años atrás hubiéramos considerado estas visitas como un valioso gesto diplomático, una cortesía de país a país.Creo que en los últimos tiempos, estas presencias tienen un significado mucho más intenso y mucho más político. Siento que al estar aquí, ustedes expresan el respaldo a los procesos democráticos de renovación del poder. Se hacen testigos de la celebración.¡Ya sabíamos del afecto ¡ Pero nos gusta más sentirlo en la presencia física de todos ustedes. Sentirlo cara a cara. Y también corresponderlo cara a cara!Esto es así, para el afecto entre la gente y para el afecto entre los países. Quererse de cerca, debería estar recomendado en las academias de diplomacia.Así que, amigos del mundo aquí presentes, reciban el agradecimiento del Uruguay entero. Sepan que no sólo estamos honrados por su presencia. También estamos contentos de tenerlos aquí y hasta diría que un poco conmovidos.Para terminar, déjenme llegar al borde de la exageración, y decir que, este gobierno que empieza, no lo ganamos, sino que lo heredamos.Porque la principal razón de mi llegada a la presidencia, es el éxito logrado por el primer gobierno del FA, encabezado por el Doctor Tabaré Vázquez.El y sus equipos han hecho un gran trabajo: les digo muchas gracias en nombre de 3 millones de uruguayos.Nosotros, vamos a seguir por el mismo camino, construyendo una PATRIA PARA TODOS Y CON TODOS

MUCHAS GRACIAS
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domingo, 7 de marzo de 2010

Pepe Mujica: la sensatez de la utopía. Por Beatriz Sarlo

(Publicado en La Nación, domingo 07/03/2009)
Pepe Mujica está de moda en la Argentina, sobre todo porque habilita una comparación fácil con el gobierno local. Su discurso de asunción propuso un modelo que depende absolutamente del diálogo y el esfuerzo por acordar: nadie, dijo el presidente uruguayo, tiene todos los tornillos ni todas las tuercas. Esto es un demócrata uruguayo, personaje de un sueño incumplido en la orilla del río donde vivimos. La justificada admiración no subraya suficientemente que Uruguay lleva décadas de experimentación de un frente político progresista que integra personalidades tan distintas como Tabaré Vázquez, Danilo Astori y el nuevo presidente.

Hay otros tramos del discurso pronunciado en Montevideo el lunes último que muestran facetas no menos envidiables y más originales. Pepe Mujica fue miembro de la guerrilla tupamara, preso político, torturado y víctima de las peores cárceles durante catorce años. Lo importante es lo que pudo hacer con ese pasado. Estuvo en el filo de la navaja y su experiencia es mucho más variada y dramática que la de alguien que hubiera militado por esos mismos años en otras agrupaciones o en el Partido Colorado. No digo mejor. Digo sencillamente que protagonizó acontecimientos cruciales, de esos que suceden en una zona indecisa donde vida y muerte están separadas por una línea débil y azarosa. Por casualidad, Pepe Mujica no murió en el encierro, por ejemplo. Como esa posibilidad existió de verdad, habla muy poco o casi nunca de ella. Quienes lo han entrevistado cuentan que evoca a desgano y con imprecisiones esos episodios. Es discreto respecto de su pasado, incluso cuando podría mostrarse íntegro y valiente.
Ese pasado no es un fantasma que visita el presente porque falta un balance de los actos realizados y las ideas que entonces los impulsaron, y, por lo tanto, se ha quedado preso de aquello que no se conoce del todo o no se ha vuelto a revisar a fondo. Pepe Mujica sabe perfectamente de dónde viene y quién fue.
Para muchos uruguayos, ese pasado todavía permanece abierto y tienen sus razones de vida para justificar que las tumbas no se cierren hasta que no estén todos los nombres en sus lápidas. Pero Mujica cerró esas cuentas; en varios reportajes ha dicho que no permitió que el pasado se hiciera dueño de su presente. Hay quien puede hacerlo y quien no. Mujica pudo. Sin grandes ademanes pero con irreversible firmeza, hoy les tiende su mano a los militares.
Lo que un hombre hace con su pasado pone condiciones a su presente y a su futuro. Mujica no duda sobre los crímenes de las dictaduras argentina o uruguaya. Pero el resultado de dos plebiscitos le impuso aceptar que los ciudadanos de su país (aunque por un margen estrecho) no estaban por la revisión de la Ley de Caducidad que dejó sin castigo los crímenes de Estado. Muchos uruguayos trabajaron para que el resultado de esos plebiscitos fuera diferente, entre ellos muchos jóvenes, militantes sindicales cercanos al Frente Amplio, intelectuales. Mujica reconoció esa derrota democrática y se movió hacia delante. Juicios como en la Argentina no tendrán lugar en el Uruguay y quienes apoyamos la realización de los juicios deberíamos, si fuéramos ciudadanos uruguayos, seguir buscando las circunstancias que los hagan posibles antes de que el paso del tiempo los deje atrás para siempre. Pero confiaríamos también en que Pepe Mujica es un político que no queda fijado en una idea, y que puede seguir adelante aunque haya perdido.
Esto es lo que aprendió a hacer con sus años guerrilleros. No a olvidarlos, sino a ser un hombre libre precisamente porque los vivió y siguió pensando. Son las paradojas de la política, aquellas que vuelven interesante e imprevista la resolución de un hombre: Alfonsín, un radical que condenó la violencia setentista, hizo posible el juicio a las Juntas Militares. Mujica, un guerrillero, aceptó el plebiscito que hace imposible juicios equivalentes en Uruguay. La Argentina corrió el riesgo de varias insurrecciones militares por esos juicios; mientras tanto, en Uruguay se fortalecía el Frente Amplio y llegaba por primera vez a la intendencia de Montevideo (que es como decir que aquí se llega a todo el territorio de Buenos Aires). Dos caminos. Es temerario decir que uno u otro se eligió de manera equivocada, aunque muchos argentinos sueñen con un Frente Amplio y muchos uruguayos todavía esperen tribunales que juzguen los crímenes de Estado.
Difícil no pensar todo esto mientras se lee el discurso de asunción de Pepe Mujica. La versión publicada no incluye, por cierto, una frase que intercaló Mujica y cuya autenticidad (incluso si no hubiera sido transmitida por televisión) es indudable. Levantó la vista de los papeles, se sacó los anteojos y dijo: "A los uruguayos nos gustan la libertad y los fines de semana largos".
Un economicista dirá que la frase se dirige a uno de los pilares del modelo que Mujica propuso en su discurso. Ciertamente, la adorarán los empresarios del turismo y sus empleados, que son muchos. Pero, si se pone entre paréntesis la interpretación llana del economicismo, surge algo más. Escucho la frase así: a los uruguayos no les gusta la prepotencia y quieren vivir en una buena sociedad. La costanera de Montevideo, espléndidamente recuperada por las intendencias del Frente Amplio, con sus playas que van desde el Cerro hasta Carrasco, todas con el mismo equipamiento, los mismos bancos, las mismas cuadrillas de limpieza, son el paisaje de una buena sociedad (quien lo dude, que camine desde Quilmes hasta Aeroparque, si es que puede). Lo que el italiano Carlo Donolo llama "la calidad como bien común", ese bien que "nunca es suficiente".
Una buena sociedad considera que sus números económicos pierden sentido si no traducen esa cualidad evanescente y difícil: "No queremos un país que se luzca en las estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir", agregó Mujica. La idea de "buena sociedad" ya promete una discusión interesante, una típica discusión que puede galvanizar la esfera pública e interesar no sólo a los políticos. "Libertad y fines de semana largos": una sociedad menos consumista y menos veloz, más benevolente (también de eso ha hablado Mujica en su campaña).
La breve frase intercalada, que parece casi sin importancia, dicha al pasar, recuerda otra, pronunciada en el 2004, ante un periodista de la revista Brecha de Montevideo: "Soy un hombre de izquierda, preocupado por la cuestión social y la justicia. La izquierda es una sensibilidad; después se construye todo un andamiaje, pero cuando se arranca es una sensibilidad". Y algunos años después: "La estética de hoy es la ética. La ética tiene que ver con desde lo que ganás, a cómo vivís, a cómo atendés a la gente". Atenerse a esta ética (que, con refinada sencillez, Mujica llama también estética) sólo parece posible en algunos pocos países. A cualquiera se le ocurren los casos del norte europeo.
Mucho de lo que dijo Pepe Mujica en el discurso de asunción proviene de este suelo de sensibilidad y experiencia, donde también se alimenta su lenguaje al que es injusto definir como producto de la condescendencia populista que adopta una lengua que no es la propia a fin de comunicarse con aquellos que tampoco pertenecen al mismo mundo. Mujica habla sólo su lengua popular puesta al servicio de la política; no se trata de una adopción calculada sino, guste o no, de una oralidad, con su fonética, sus inflexiones, sus pausas, sus puntos suspensivos. Quien escuchó el discurso de asunción no escuchó algo completamente ajeno a esta lengua sino, como diría el propio Mujica, una versión "emprolijada" para las circunstancias, con traje pero sin corbata.
Si se definió hace un par de años como un hombre de izquierda, es legítimo preguntarse qué queda de esa sensibilidad en este discurso. En los primeros párrafos, dijo: "Desearía que el título de ´electo´ no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy presidente sólo por la voluntad de los electores". Aunque parezca simplemente una confirmación del origen democrático de su mandato, en la frase hay algo más. Como tutela y garantía del compromiso que asumió al ser elegido, Mujica cita una idea del democratismo radical: la revocabilidad del mandato, si el mandatario no cumple con lo acordado en el acto en que fue elegido. El presidente sigue siendo un "electo" mientras conserve los rasgos y promueva las acciones por las que llegó a su cargo. No es una disposición constitucional del Uruguay, ni de las repúblicas representativas. Sin embargo, el presidente uruguayo la evoca, al pasar, como pacto ético y político: un compromiso que asume más allá de las obligaciones constitucionales.
Mujica menciona dos virtudes difíciles de ejercer porque implican examinar con realismo las condiciones y los límites de una acción de gobierno: la sinceridad y la valentía. Propone ser "más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos y un poco menos atado a lo que nos conviene, y más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías". Nada más difícil que examinar críticamente una utopía sin abandonarla; nada más complicado que buscar el ajuste a un tiempo presente de un horizonte futuro que, más que un programa, es un principio de esperanza. Sin embargo, este es el gran desafío de la izquierda contemporánea: cómo traducir una utopía en reformas.
Mujica ha presentado los temas básicos: "Educación, energía, medio ambiente y seguridad ", o como también lo marcó en su hoja de ruta: "la fórmula a intentar es agro + inteligencia + turismo + logística regional. Y punto". El cierre abrupto de la fórmula le permite no incluir en ella lo que fue el tema social de su discurso, y no lo incluyó allí porque será la base de su presidencia: terminar con la "vergüenza nacional" de las necesidades básicas insatisfechas.
Como es un hombre realista (y también un hombre de principios), indica dos direcciones de gobierno: la reforma del Estado, "el profundo cuestionamiento del Estado uruguayo" y la movilización de las reservas de solidaridad colectiva a las que convocó con una emoción que sería demasiado fácil calificar de voluntarista. Estamos cansados de llamar voluntarista a toda exploración de las mejores cualidades de una sociedad.
Mujica armó una estructura frágil pero indispensable entre realismo y voluntarismo. Es su gran apuesta, porque no cree que todo lo provoque el destino o venga del mercado. En un reportaje que le hizo Nelson Cesín para Brecha pocos días antes de la asunción presidencial, dijo: "Si donde vamos a mejorar la vivienda no tenemos asegurado un puñado de militancia social que se preocupe de si mandaste los chiquilines a la escuela, si fuiste al médico, si teniendo tal laburo fuiste a laburar, si no tenemos eso asegurado no arreglamos la vivienda". Y agregó: "Porque además queremos reivindicar el papel del trabajo voluntario y del compromiso. Los funcionarios públicos creen que estas cosas les quitan trabajo, algunos obreros de la construcción tienden a creer lo mismo, y están equivocados de cabo a rabo: se trata de atender a un mundo que no está en el mercado, que se cayó del sistema".
Este hombre, que ha declarado su respeto por la ortodoxia económica al reconocer la mano de acero que rige las condiciones materiales, no perdió la impronta de una sensibilidad progresista ni su creencia en la acción política más allá de los cargos: la "militancia", ese protagonista a construir. Si la economía tiene sus leyes, la buena sociedad tendrá las suyas.
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Lo que se discute es quién se hace cargo del ajuste. Por Daniel V. González

(Publicado en La Mañana de Córdoba el viernes 05/03/2010)
En cadena nacional, la presidente Cristina Kirchner dijo que ella quiere pagar la deuda pública y que la oposición no deja que lo haga.
¿Es esto lo que se discute? Creemos que no. Sería muy irresponsable que la oposición se negara a pagar la deuda del estado.
Lo que se discute es otra cosa: cómo se paga la deuda pública.
Y, sobre todo, quién se hace cargo del ajuste sobreviniente.
Rebobinemos un poco. Los fondos para el pago de la deuda ya están previstos en el presupuesto nacional de 2010. Este Fondo del Bicentenario se creó, en un principio, para “garantizar” el pago pero luego derivó rápidamente en un sinceramiento: el gobierno tienen la intención de pagar los vencimientos de la deuda pública con reservas.
¿Por qué quiere hacer esto el gobierno? Muy sencillo: de ese modo podrá utilizar los fondos previstos en el presupuesto de 2010 para otros gastos (obra pública, planes sociales, etc.) y, de ese modo, alivianar los rigores de una situación económica que se tornaría áspera sin el aporte de las reservas. Al pagar la deuda con ahorros, el gobierno se evita el ajuste que significa sacar de circulación 6.000 millones de dólares.
La oposición, que piensa que ocupará la Casa Rosada en el próximo turno de gobierno, no quiere que el inevitable ajuste económico que sobrevendrá, deba hacerlo el nuevo gobierno. Quiere que sea este gobierno y no el siguiente el que pague el costo político de la estrechez.
Uno dice del otro que tiene “ánimo destituyente”.
La oposición podría responder que, desde el oficialismo, hay “ánimo destruyente”, en el sentido de que se quiere apelar a las reservas con la vista puesta en el cortísimo plazo, sin preocuparse por lo que venga en el futuro tras el cambio de guardia en el gobierno nacional.
El actual gobierno quiere pasarle el problema al que lo suceda.
La oposición quiere que el ajuste sea realizado por los Kirchner.
Y eso es lo que se está discutiendo en este momento, no otra cosa.
Algo para reflexionar: ¡qué bien nos vendría tener en caja los 10.000 millones que le pagamos anticipadamente al FMI!
Este pago fue una bravuconada de cuya ineficacia ahora estamos teniendo pruebas definitivas. El pagar esa deuda antes de su vencimiento, pactada a bajísimas tasas, nos obligó a tomar fondos a un costo cuatro veces mayor. Pero no sólo eso: ahora, que verdaderamente necesitamos el dinero, no lo tenemos y entramos en complicaciones que, inclusive, podrían derivar en chisporroteos institucionales.

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viernes, 5 de marzo de 2010

La Presidenta contra el mundo. Por Sylvina Walger




Este culebrón no empezó el 1° de marzo con la Presidenta en el Congreso confundiendo al país con historias de DNU, que permitirían honrar nuestras deudas y, de paso, las de la pareja presidencial. Gente a la que le gusta tanto gastar como acumular, pero para sí. La triunfalista monserga ?con toques marciales- que acompañó los anuncios no se privó de emanar ese acíbar paranoico que suele impregnar los discursos de la Señora. Y que aplica a aquellos que no son sus iguales (poquitos). Acíbar del que también están exentos los que pertenecen a la nobleza, a Estados importantes, a la farándula o son revolucionarios "fashion" que destruyen sus países con la misma aplicación que nuestra pareja reinante.

Volviendo a lo nuestro, los denuestos (valga la rima) comenzaron esta vez el 26 de febrero y por CNN en Español. Los dardos que habitualmente destina a Magnetto fueron a parar al presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Entrevistada por Aristegui, la encargada de grandes reportajes de la CNN, la presidenta argentina desplegó un primaveral y amplio vestido floreado de fondo blanco que acompañaba con su inevitable cinturón ancho (otras veces, como el día DNU, suele llevar una cincha muy apretada). Atuendo que presumiblemente terminaba (porque la pantalla no lo mostró) en un par de zapatos forrados en una tela igual a el vestido. (Cristina, como Imelda Marcos y Evita, es famosa por sus 800 pares de zapatos). Una persona más popular ya hubiera impuesto el "look Divito", que en la Argentina no cuesta mucho. Un maquillaje perfecto en tonos oscuros pero cuyo peso equivalía a una tonelada y que bien podría haber sido capaz de sobrevivir a varios terremotos escondía su molesta Rosácea. No digo nada del Rolex de oro ni de (algunas) de sus carteras Hermes porque no se vieron. Pero estar, estaban. Son su fetiche como el sombrero de vaquero cuando supone que está de sport.
Enfrentada a Aristegui, una mujer menuda cuyo máximo lujo son vaqueros con mocasines. Un look tirando a George Sand a cuyo lado Cristina Fernández parecía la protagonista de la nueva telenovela que emite Telefé, "India" (de la India, no de los pueblos originarios). Un Bolliwood puro con toques brasileros. ¿Qué más se puede pedir?
Era de suponer que sus cuestionamientos a Obama versarían sobre temas tan candentes como Guantánamo, Afganistán, etc. Su enojo, pese al pretexto de que no habría tomado en cuenta a la "región", era haber abandonado a Zelaya y a su sombrero a su suerte, al no haberse jugado en contra del golpe de Honduras.
Todo golpe de Estado es repudiable, pero son tanto más repudiables los que se quieren eternizar en el cargo. Una costumbre bien de la "región". Aquí el que agarra el sillón no lo suelta ni que lo maten. Zelaya ?que no es del rubro Bachelet- entra en esta categoría igual que el matrimonio presidencial. Su preocupación es justa -imaginan porque proyectan sus paranoias- que les puede pasar a ellos. No se los deseo, imagino lo que debe ser un exilio con Diana Conti cerca (ha dicho que sin los K se muere). Peor que la tortura.
Latinoamérica no está enojada con Obama salvo el grupo que se autodefine como revolucionario, y cuyos integrantes no son otra cosa que embriones de las mismas tiranías de siempre, pero a quienes un triunfo de Obama dejaría sin discurso.
Pese a todo, logró que Hillary pasara a visitarla y omitiera el desaire que le hizo a Valenzuela simplemente por decir la verdad. Y más todavía, logró que Clinton le escuchara la cháchara de sus intransigentes reclamos sobre Malvinas. Cristina en vez de indigestarse con Laclau debería leer historia inglesa y un poco de Clausewitz. Tal vez así comprendería mejor a los detestados invasores y sabría cómo tratarlos. Al mismo tiempo que entendería que una guerra que se pierde no admite reclamos. Hay que hacer muchos méritos para volver a ganar el derecho a una discusión. El mundo no es faccioso como la Argentina y su "región". La explicación de que las actividades bélicas no las inició el matrimonio poco le importa a Gordon Brown. Lo mismo que si Galtieri era un asesino o no. La guerra la comenzó la Argentina y la perdió Argentina, con eso les basta.
El más penoso error que cometió la señora de Kirchner durante la entrevista fue omitir mencionar la muerte del disidente cubano Orlando Zapata, ocurrida el 23 de febrero. Antes se había ufanado de no haber asistido a la investidura de Obama por estar de visita en Cuba, cuya foto trucada con el achacado Fidel supo dar la vuelta al mundo.
Ni una palabra de condena tuvo para los hermanitos Castro que, igual que Margaret Thatcher hizo en su época con un preso del IRA, dejaron a un huelguista morir de hambre. Aunque según publicó en el diario El País la prestigiosa y respetada bloguera cubana Yoani Sanchez, su muerte ocurrió luego de que sus carceleros lo enterraran vivo en un calabozo con la cabeza afuera.
De Cristina presidenta se ha dicho mucho y la mayoría, cierto. Agotadoramente autorreferente, enojada hasta el resentimiento, anclada en un pasado violento del que siempre quedan dudas si lo padeció o no, intelectual frustrada, más cerca del populismo de un Laclau (como bien explica Beatriz Sarlo ) que del socialismo de un Norberto Bobbio, es un tipo de personalidad que la psicología americana llama "falso self" (falso yo). Dicho más simplemente, es creer y actuar en la convicción que uno es alguien que no es. Un convencimiento que explica los innumerables errores y disparates que salen de su boca.
De este convencimiento quizá lo más preocupante sea su reivindicación permanente de la democracia y sus instituciones. Y a ella no solo le molesta la democracia sino que la ignora en la práctica aunque la declame. Nada más claro que su actitud con Cuba que, al decir de la escritora Rosa Montero, "ya se han acabado las excusas: justificar o disculpar hoy el castrismo es como justificar o disculpar el fascismo. Una indecencia." ¿No iría siendo hora que Cristina se saque la careta y deje de agredir?
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