lunes, 28 de diciembre de 2009

Un cambio positivo sin costo político: restablecer el libre comercio con Brasil. Por Domingo Cavallo

Por Domingo Cavallo, para Perfil, domingo 27 de diciembre de 2009
El gobierno que asuma el 10 de diciembre de 2011 deberá cambiar integralmente la organización económica y social de Argentina. Si no lo hace, nuestro país, en lugar de progresar, seguirá retrocediendo. Lamentablemente casi ninguno de los cambios necesarios comenzarán a ser implementados por el Gobierno de los Kirchner en los dos años que quedan de mandato. Hay una excepción a la que me voy a referir en la segunda parte de este artículo.

Pero comencemos por los cambios que los Kirchner no van a introducir. No van a cambiar el nivel y la composición del Gasto Público. Seguirán despilfarrando casi 40 mil millones de pesos anuales en un esquema de subsidios a las empresas de servicios públicos aunque alimenten la ineficiencia, la des-inversión y la corrupción. No introducirán ningún cambio porque quieren postergar el sinceramiento de los precios y tarifas hasta que asuma el nuevo gobierno y sea éste y no ellos, el que pague el costo político del inevitable tarifazo.
Tampoco van a eliminar los impuestos distorsivos. Para Néstor Kirchner, hacer caja cobrando impuestos es la primera prioridad. Aún cuando esos impuestos estén destruyendo a los sectores más eficientes y productivos de la economía. Y aún cuando la carga impositiva reduzca los puestos de trabajo bien remunerados y sólo aumente el tamaño de la economía informal. Para ellos y, lamentablemente, para muchos economistas profesionales, esto es considerado un rasgo de “ortodoxia fiscal”. Además, eliminar las retenciones a las exportaciones significaría dejar que los precios de mercado de muchos alimentos reflejen la realidad. Preferirán que el costo político de este segundo sinceramiento de precios lo pague el próximo gobierno.
Ni pensar que vayan a reducir las trabas cuantitativas a las exportaciones. Muy por el contrario, no sería raro que pretendan evitar el aumento del precio de la leche y de la carne (que se origina en la escasez de oferta creado por sus políticas), con más restricciones a las exportaciones y nuevos controles de precios. Tampoco van a revertir la política de restricción cuantitativa a las importaciones con la que intentan apuntalar un ineficiente proceso de re-industrialización por sustitución de importaciones. Piensan dejar para un futuro gobierno el problema de desocupación disfrazada que resultará de esta creación artificial de empleo industrial.
Tampoco van a organizar un sistema transparente de subsidio familiar universal como el que pregonan todos los partidos de la oposición y los estudiosos de la política social. Prefieren seguir con el reparto clientelista de subsidios sociales de los que marginan a quienes no demuestran adhesión incondicional al gobierno. Por supuesto, ni pensar que todos los subsidios sociales se paguen en cuentas de ahorro con tarjeta de débito. Eso sería dificultarles a los organizadores de la clientela política los retornos que, para no dejar rastros, deben darse en efectivo.
Tampoco van a facilitar la tarea de los gobernadores e intendentes en relación a la prestación de servicios de seguridad, educación y salud. Muy por el contrario, que los dirigentes locales estén contra las cuerdas por conflictos salariales y se aleje cada vez más la posibilidad de mejorar la calidad de esos servicios, es una condición necesaria para que el gobierno de los Kirchner siga haciendo arrodillar a gobernadores e intendentes en demanda de fondos para comprar su lealtad incondicional.
Pero aún con este sombrío panorama político para los dos próximos años, hay un frente en el que el Gobierno de los Kirchner podría avanzar en la dirección correcta: recomponer la relación con el gobierno de Brasil y revitalizar el MERCOSUR, al menos como área de libre comercio.
La moneda de Brasil es hoy mucho más fuerte que la moneda de Argentina. No se justifica ningún tipo de restricción cuantitativa ni arancelaria al comercio con Brasil. Si Argentina adoptara la decisión de remover todas las absurdas restricciones que viene creando desde 2003 en adelante, Brasil seguramente levantaría las restricciones que nos ha impuesto como represalia. El renacimiento del libre comercio entre Argentina y Brasil permitiría pensar en la revitalización del MERCOSUR y Argentina tendría al menos un ámbito de cooperación constructiva con el resto del Mundo.
Para el Gobierno de los Kirchner no significaría costo fiscal y muy pocos costos políticos netos. Por el contrario, en el ambiente industrial y del trabajo reduciría los riesgos de que nos transformemos en proveedores no confiables también del MERCOSUR, como lamentablemente ya lo somos de la mayoría de los países. Sólo protestarían algunas industrias que ni aún con el Peso a la mitad de valor que el Real dejan de pedir protección. Hoy son muchas más las industrias que sufren las dificultades para abastecerse de partes y componentes del Brasil y las que ven impedidas sus ventas oportunas a ese país hermano.
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jueves, 24 de diciembre de 2009

José Pablo Feinmann: de filósofo seudoprogresista a alcahuete del poder. Por Luis Majul


De todos los chupamedias del poder, los que me resultan más despreciables son los que usan su inteligencia y su pluma para ejercer la alcahuetería superficial. Debo aceptar que durante un tiempo me resistí a colocar a José Pablo Feinmann en esa categoría, pero el agresivo artículo que escribió el pasado domingo 13 de diciembre, en Página 12, me terminó de convencer.
Feinmann, uno de los chupamedias K más inteligentes, quien cobra un importante sueldo del muy interesante Canal Encuentro, metió todo y a todos en su misma bolsa de envidia y resentimiento. Así, me colocó junto a Joaquín Morales Solá, Edy Zunino y Marcos Aguinis en el bando de “los enemigos” que escriben libros y a los que “les brota la basura por todos sus poros”. Pareció muy enojado por el éxito de ventas de lo que considera libros “anti-K”. Levantó su dedo (derecho) y dictaminó que todas las obras citadas estaban escritas por “periodistas con un tufillo aventurero. Gente que no ha demostrado talento ensayístico ni atesorado prestigio intelectual a lo largo de los años”.
Para empezar, alguien le debería decir a Feinmann, de una buena vez, que no escribe tan bien como supone. El término “talento ensayístico” me exime de mayores comentarios.
Para seguir, es increíble que un intelectual de su trayectoria no registre la diferencia entre un panfleto como el de Aguinis, un libro de autoayuda como los que citó en su nota, una recopilación de columnas como las de Morales Solá y las investigaciones periodísticas de Zunino y de quien esto escribe. Es más: es inconcebible que no reivindique a la investigación periodística como uno de los instrumentos más nobles para fortalecer el sistema democrático.
Y para completar la idea, confirmé, a través de fuentes confiables, que el estudioso de las ideas ajenas no se tomó ni siquiera el trabajo de leer por arriba "El Dueño". Si lo hubiera hecho, habría comprobado que se trata de una investigación periodística de más de 500 páginas, muy lejos de los instant books con los que quiso emparentar mi trabajo. Eso me sirvió para confirmar que Feinmann no tiene la mínima honestidad intelectual, la que aconseja, entre otras cosas, leer un material antes de calificarlo de basura.
De inmediato me pregunté sobre los verdaderos motivos de su miserable ataque.
¿Qué es lo que hace que un pensador comprometido con esta gestión, de repente, haga el trabajo “sucio” de “tirar estiércol” a periodistas que informan, denuncian e investigan, igual que lo hicieron durante el gobierno de Carlos Menem, Fernando De la Rúa o Eduardo Duhalde?
¿Es solo la admiración personal que un día Feinmann confesó que sentía por Cristina Fernández, cuando lo invité a Hemisferio Derecho, el programa que conduzco en Canal a?
Sabía que Néstor Kirchner no hablaría de "El Dueño" por dos razones. Una: para no generar todavía más revuelo alrededor del libro. Y dos: para evitar responder sobre su presunto enriquecimiento ilícito, entre otras causas que lo comprometen. Sabía también que el kichnerismo tenía pensado utilizar a su bandita de periodistas paraoficiales para desacreditar el trabajo, pero que la movida no había tenido éxito porque la mayoría coincidía en que "El Dueño" estaba apoyado en una larga investigación. Así, cuando la operación basura contra el libro estaba cayendo por su propio peso, irrumpió la intrincada pluma de Feinmann. Incluso, en su desagradable nota, el intelectual termina aceptando que “hay corrupción en este gobierno”.
Pero, entonces ¿a qué obedece la extemporánea reacción de Feinmann? ¿A un pedido de Néstor y/o Cristina? ¿A una necesidad propia de devolver, de algún modo, lo que recibe del Estado que hoy maneja el poder de turno?
Mientras sigo buscando respuestas a su acción, leo que Feinmann termina justificando la corrupción K porque “el horrible fascismo que está armándose es mucho, pero mucho peor” (N del A: ¿Quién le habrá aconsejado a Feinmann que para enfatizar las ideas hay que repetir las palabras?).
¿Qué nos quiere decir, de verdad, José Pablo? ¿Qué un poco de corrupción está bien, solo porque el tipo que la apaña es más parecido a todos nosotros que un dinosaurio como Abel Posee?
Me encantaría que Feinmann usara sus neuronas para responder por qué sigue defendiendo, con argumentos tan retorcidos, a un gobierno que se presenta como de izquierda pero que, en realidad, es de derecha.
Son preguntas muy sencillas:
¿Es progresista un gobierno que tolera y apaña la corrupción?
¿Es progresista un gobierno que ayudo a “incorporar”, durante los últimos tres años, tres millones de pobres?
¿Es progresista un gobierno que le deja la bandera de la lucha contra la inseguridad a la derecha, aún cuando sabe que las principales víctimas de los delitos son los que menos tienen?
¿Es progresista un gobierno que no hace caso a los jueces y que no tolera las críticas y las denuncias que involucran a sus funcionarios?
¿Es progresista un gobierno que reparte los fondos del Estado de manera discrecional?
Feinmann forma parte del nuevo autoritarismo ideológico de la pseudoizquierda, que ve como representante de la derecha a todo aquel que no apoya de manera incondicional a Néstor y a Cristina.
Por si no tiene tiempo de leer un libro de más de 500 páginas como "El Dueño", aprovecho para informarle que participé de las primeras marchas convocadas por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, voté al candidato del Frente para la Victoria en 2003, aplaudí la conformación de la última Corte Suprema de Justicia que impulsó el ex Presidente e ingresé junto a miles de personas a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) el 24 de marzo de 2004, convencido de que, hasta ese momento, ningún gobierno había realizado más para aclarar los delitos de la dictadura que el de Néstor Kirchner.
De todos los chupamedias del poder, los que más me repugnan son los que usan su inteligencia para justificar lo injustificable. Son los peores. Porque se escudan en su supuesto prestigio para decir y hacer cualquier cosa. Y además son baratos: los compran con un programa de televisión, o con una palmadita oficial en la espalda, el toque justo para engordar su enorme ego.
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viernes, 18 de diciembre de 2009

Contra la pobreza, buena educación. Por Manuel Alvarez-Tronge

Millones de personas bajo la línea de pobreza en nuestro país, más del treinta y cuatro por ciento de la población, según la Iglesia Católica. Compatriotas con hambre en el país de la carne. Combatir esta vergüenza nacional de argentinos con frío, sin techo ni trabajo, mal educados, adolescentes que deambulan por las calles en busca del "paco" y armados, actores de la inseguridad, sin atención médica, compartiendo sus días a lo largo y ancho de la república con el dengue y la vinchuca o hacinados en villas donde los abusos sexuales y la violencia parecen naturales, como lo fueron el pan caliente y el bife para nuestros abuelos, debe ser prioridad y política de Estado. ¿Cómo hacerlo?

Es una verdad aceptada universalmente que la buena educación constituye una herramienta extraordinaria para combatir la pobreza. La Unesco se ha cansado de afirmarlo. La Argentina no es una excepción a la regla.
El reciente decreto 1602, que estableció la "asignación universal por hijo para protección social" destinada a menores en edad escolar, constituye un primer paso en esta dirección, al requerir para su otorgamiento la acreditación de "concurrencia (de los menores) a establecimientos educativos públicos", pero, lamentablemente, esta sola exigencia no es suficiente, y desdibuja el papel central de la buena educación como factor clave en el ataque a la pobreza. Veamos una alternativa distinta.
En primer lugar, tomemos conciencia del problema: no estamos educando bien en la Argentina. El país está aplazado en calidad educativa. Cerca del sesenta por ciento de los alumnos del secundario en nuestro país (15 años promedio) no comprende lo que lee, según las evaluaciones mundiales PISA.
Estos exámenes colocan a la Argentina en los últimos lugares del listado de países evaluados por trienio; entre cincuenta y siete países, ocupamos la posición cincuenta y dos. Las evaluaciones latinoamericanas Serce (alumnos de primario) ratifican estos resultados y confirman el descenso comparativo de nuestro país en la región.
Si a estos datos alarmantes les sumamos la falta de escolarización en el nivel inicial para los más pequeños; los paros docentes, que contribuyen decididamente al incumplimiento de los 180 días mínimos de clase, y los cientos de miles de alumnos que repiten y abandonan los estudios, concluimos en el diagnóstico precedente: la Argentina tiene un problema educativo mayúsculo que resolver. En este marco, los altos índices de pobreza referidos contribuyen a configurar una situación grave que debe abordarse con urgencia.
Proponemos una alternativa contra ambos males que requiere dos factores esenciales para su éxito: una política de Estado que supere las mejores intenciones del gobierno de turno que la implemente y un consenso de la sociedad civil para que participe y exija su cumplimiento.
Lo explicamos con la limitación que supone la brevedad de este artículo. Más que entregar un subsidio por alumno a los padres, creemos que una solución más eficiente pasa por invertir en las escuelas argentinas para hacer de ellas un motivo de orgullo nacional, convirtiéndolas en unidad de combate contra este deshonor que constituyen la indigencia y el atraso.
La escuela es educación, pero es también, en muchos casos, comida, salud, familia. En el país hay algo más de cuarenta mil establecimientos. Los $ 180 mensuales de la asignación citada, multiplicados por la cantidad de alumnos beneficiarios menores de 18 años, suponen una suma de varios miles de millones de pesos por año. Con un presupuesto similar se produciría una revolución copernicana en los colegios necesitados del país.
Se atacaría la pobreza de raíz, mejorando las escuelas en sus tres frentes principales: a) capital social (se proveería a sus alumnos de los alimentos indispensables, no sólo para darles de comer, sino también para una nutrición adecuada, además de atención médica de urgencia y estable); b) capital físico (asegurar la infraestructura adecuada de estos establecimientos y de los elementos técnicos -bibliotecas, útiles, acceso a Internet, computadoras- para una educación de calidad), y c) capital humano -quizás el más importante- (mejores salarios para maestros que lo merecen y los mejores docentes para estas escuelas seleccionadas, aquellos con capacidad de liderazgo para hacer realidad la mejor educación necesaria). Todo esto, en un marco de compromiso que deberán asumir los responsables de los menores para con este plan, que beneficia a sus comunidades y que se mantendrá mientras los alumnos se esfuercen y obtengan los resultados respectivos.
Brindar esta ayuda por escuela permite mayor control de la asignación: no son millones de beneficiarios, sino sólo unas decenas de miles de escuelas que se auditarán en sus obligaciones. Su evolución y las prestaciones que brinden a sus comunidades harán de imán seductor a las familias en riesgo, y la educación de calidad contribuirá a terminar con la pobreza, produciendo desarrollo intelectual y económico, como señala la Cepal.
La función central de la escuela es socializar, es transformar, es ser fábrica de pensadores, y no un depósito de contenidos. Cimienta la autoestima de los alumnos, les brinda contención a ellos y a su entorno familiar y, fundamentalmente, incluye, es para todos: la buena educación debe ser universal.
Todo esto desterrará la pobreza indignante de un país que no honra su pasado ni su riqueza con millones de argentinos en la indigencia. El éxito se coronará cuando cambien el paradigma: para los alumnos que se inicien o estudien en estas escuelas ya no será la cuna un condicionante para un destino mejor, sino la buena educación el camino para alcanzarlo. © LA NACION
El autor es presidente del proyecto Educar 2050 ( www.educar2050.org.ar )
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El patio de Karina, no es particular


(Nota publicada en el blog de Yoani Sánchez: www.desdecuba.com/generaciony)


El lobo feroz o el loco del saco se llamaban en mi infancia de otra manera: la Reforma Urbana. Crecida en una casa de la cual mis padres no tenían papeles, cuando tocaban a la puerta nos recorría el sobresalto de que podía ser un inspector de la vivienda. Aprendí a mirar por las persianas antes de abrir, en una práctica que aún conservo, para evitar a esos husmeadores con portafolio que nos advertían de la fragilidad legal de nuestro hogar. La institución que ellos representaban era más temida en mi solar que la propia policía. Numerosas confiscaciones, sellos pegados en las puertas, desalojos y multas, hacían que a los guapos de Centro Habana les temblaran las mandíbulas cuando oían hablar del Instituto de la Vivienda.
Por estos días ha regresado ese fantasma de mi niñez con lo sucedido alrededor del patio de mi amiga Karina Gálvez. Economista y profesora universitaria, esta simpática pinareña fue parte del consejo editorial de la revista Vitral y ahora es pilar imprescindible del portal Convivencia. Eso, en una sociedad donde la censura y el oportunismo crecen –por todas partes– como el marabú, puede interpretarse como un gran error por parte de Karina. Para colmo, siempre ha creído que la casa de sus padres, donde nació y vive hace más de cuarenta años, era una propiedad familiar, tal y como dice el título guardado en la segunda gaveta de su armario. Sobre la base de que construir en el propio patio debe ser algo tan íntimo como la decisión de dejarse crecer las uñas, levantó un ranchón sin paredes al que todos los amigos contribuyeron con algo. Poco a poco, aquello se convirtió en sitio para el debate, epicentro de la reflexión y lugar de peregrinaje imprescindible para creadores y librepensadores de Pinar del Río.
Hasta el Obispo Emérito Ciro González vino a bendecir la Virgen de la Caridad que presidía aquel acogedor espacio. Recuerdo que Reinaldo y yo buscamos un ceramista que grabó la bandera y el escudo cubanos para el improvisado altar en el ya célebre “Patio de Karina”. Comenzaron entonces las escaramuzas legales, los inspectores de la Reforma Urbana con sus amenazas de derrumbe forzoso y expropiación. Parecía que todo iba a quedar en una penalización monetaria o –en el peor de los casos– en el derribo de lo construido. Pero a los que no han sabido edificar les produce un especial placer confiscar, quitar lo logrado por otros, incautar lo que ellos mismos no han creado. De manera que ayer martes, una brigada llegó a casa de mi amiga y le anunció que su patio ya no era suyo, sino propiedad de la empresa estatal CIMEX que colinda con la casa. A una velocidad rara vez vista por estos lares, levantaron una barrera de metal que en la noche se convirtió en un muro de ladrillos.
Karina –en su infinita capacidad de reír ante todo– me dijo que pintarán sobre la fea muralla un par de gallos de colores que anuncien la alborada. Al otro lado, el terreno que siempre le ha pertenecido ahora es usado por otros. Un día lo recuperará, lo sé, porque ni la Reforma Urbana, ni la policía política, ni la brigada de respuesta rápida que apostaron afuera podrán impedir que sigamos diciendo y sintiendo que ese es el Patio de Karina.
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