martes, 9 de diciembre de 2008

Políticas educativas de conciliación nacional. Por Gonzalo Neidal



El director general de Cultura y Educación bonaerense, Mario Oporto, ha tenido una iniciativa que apunta a sembrar paz en los ánimos de los argentinos y, de paso, educar a los niños y jóvenes en el culto a la tolerancia, el diálogo y la conciliación.
Oporto ha emitido una resolución por la cual a ninguna escuela bonaerense se podrá poner el nombre de ninguna persona que haya estado vinculada a algún gobierno de facto. Así, por ejemplo, se ha reemplazado el nombre de la Escuela Pedro Eugenio Aramburu por el de Rodolfo Walsh.
Una interesante iniciativa. Los niños deben educarse en los valores de la democracia y, entonces, nada que la haya rozado debe ser homenajeado con el nombre de un colegio, célula primera de la cultura nacional.
Pero hay varios problemas.
Por ejemplo: ninguna escuela podrá llamarse Juan Domingo Perón, ya que el líder del justicialismo participó del derrocamiento de Yrigoyen en 1930, siendo muy joven pero además tuvo un rol protagónico en el derrocamiento del gobierno de Castillo el 4 de junio de 1943. No sólo eso sino que también integró el gobierno militar nacido de ese golpe, como secretario de Trabajo y Previsión y luego como Ministro de Guerra.
Lejos estamos de proponer que se lo aparte a Perón de cualquier homenaje sino que estamos haciendo notar la ridiculez de la resolución de Oporto, que parece haberse bebido varios litros de su apellido antes de ponerse a redactarla.
La resolución no incluye a los que han ejercido la violencia contra las instituciones de la república ni contra las autoridades legítimamente constituidas. Ni a los que reivindican hechos violentos como las acciones terroristas ocurridas en el país, ni a los que han participado de ellas. Por eso pueden existir escuelas con el nombre de Rodolfo Walsh, Madres de Plaza de Mayo, etc.
Si de ejemplificar se tratara, podríamos preguntarnos qué pasa con los gobernantes que proscribieron a Yrigoyen y a Perón, qué pasa con los que colaboraron con ellos y participaron de sus gobiernos.
Si tenemos una escuela llamada Rodolfo Walsh ¿por qué no tener una que se llame Norma Arrostito o bien Mario Firmenich? Que este último haya sobrevivido, no lo hace menos digno para gozar de una placa de bronce a la entrada de un colegio. Incluso la resolución de Oporto podría incluir que, como un apoyo al bolsillo de los padres, se distribuyan remeras con la cara de estos pro-hombres.
En tren de objetar nombres, tomemos el del máximo prócer de la educación argentina, Domingo F. Sarmiento. El sólo hecho de haber escrito en una carta a Bartolomé Mitre su conocida frase “no ahorre sangre de gaucho, que es lo único que tienen de humano y es el abono que necesitan nuestras tierras”, lo invalidaría totalmente para cualquier homenaje, pues no resulta edificante para nuestros hijos.
Y así, la lista sería interminable.
¿Lavalle, que fusiló a Dorrego y dio un golpe, podrá tener una escuela con su nombre?
¿Y Liniers? ¿Queda proscrito por haberse opuesto a la Revolución de Mayo?
¿Y los Héroes de Malvinas? ¿Se los considerará “vinculados” con el gobierno militar?
¿Tenemos algún nombre totalmente inobjetable en relación con su conducta política?
¿Tan pocos problemas tiene la Provincia de Buenos Aires como para ponerse a discutir, en este momento, quienes son los buenos y quienes los malos de la historia argentina?

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