domingo, 28 de diciembre de 2008

Los partidos políticos. Por Tomás Abraham



(Publicada en Perfil. Domingo 28 de diciembre de 2008)


Para algunos no puede haber democracia sin partidos políticos. Otros afirman que la democracia representativa no es más que un teatro de comedia. Se debate sobre la vigencia del modelo de la representación en política. Muchos la ven como un dique de contención de la acción de los grupos disidentes, otros como la escena corporativa que defiende los intereses de los poderosos.
Durante un siglo se discutió sobre la consistencia de la democracia. Los liberales la entendían como el dispositivo institucional que asegura que la sociedad está regida por el dictado de las leyes. La izquierda revolucionaria sostenía que la democracia republicana era una cáscara formal que protege a la clase dominante.

Frente a la misma, se luchaba por instaurar la democracia real en la que la igualdad no fuera sólo de derechos sino de condiciones de existencia. Lo social era la medida precisa de las libertades frente a las vaguedades formales de lo jurídico.
Respecto de estos temas, los politólogos suman argumentos y experimentan con diversos modelos institucionales. Todavía hay mucha tela para cortar y la última palabra de la ciencia política aún no ha sido dicha. Por el contrario, los avatares y la dinámica histórica no hacen más que agregar más condimentos a las teorías politológicas. Ahora hay que completar el problema de las sociedades políticas con la novedad de la globalización, la de las minorías religiosas, el narcotráfico, los problemas de género.
Propongo interrogar este fenómeno desde un ángulo diferente al de las sociologías políticas, una perspectiva antropológica, relacionada con los modos de vida y la percepción de sí y de los otros de los aficionados a la política.
¿Qué es una identidad política? Se la enuncia con una ideología. ¿Cuál es la de los protagonistas de la política?
Son peronistas, son progresistas, son liberales, en realidad no tienen ideología, tan sólo una visión aproximativa de las cosas que les permite ser idealistas cuando están en la oposición y no tienen poder, y realistas pragmáticos cuando soportan responsabilidades de gestión.
Se es de tal o cual partido político por la lealtad a un fundador. Si no hay un padre epónimo no hay partido político. Irigoyen, Juan B. Justo, Perón, Lisandro de la Torre, Stalin. Las realidades en las que vivieron nada tienen que ver con las nuestras. Además, no fueron santos ni héroes, por lo general hombres contradictorios y ambivalentes, cuyos dichos y tesis bien vale seleccionar con cuidado, esconder con frecuencia, y apenas mostrar según las circunstancias.
Los partidos se definen por su pasado. Su simbolismo equivale a tradición. El presente los desdibuja. Borra sus diferencias. Por eso los políticos pueden pasar de un sector político a otro sin dejar de conservar sus peculiaridades.
El simbolismo tiene la virtud de simplificar. Hoy los partidos políticos son simbólicos. Pero su identidad ya no es simple. El radicalismo perdió su rostro en 1930 con el desdoblamiento provocado por el antipersonalismo. Concluyó la escisión con Frondizi.
El triunfo de Alfonsín en 1984 no fue radical sino el de quien supo interpretar la división del momento: democracia-dictadura. El triunfo de Kirchner, no el de la descabezada elección de 2003, sino el de los años siguientes, tampoco fue una victoria peronista sino de quien supo interpretar a la trinchera divisoria de aguas de la crisis de 2001.
La identidad peronista que se quiebra en los setenta concluye su disolución simbólica en los noventa con Menem. Hoy su simbolismo es una franquicia ofrecida en el mercado libre.
Por eso hay alianzas, frentes y coaliciones, para no olvidar a los movimientos que permiten regenerar identidades, por lo general fugaces.
Sin embargo, hay líneas de fuerza identitarias que podrían llegar a diferenciar a partidos y políticos.
El PRO de Macri tiene una especial preocupación por que los pobres e indigentes no se hagan de un centavo indebido del Estado. Van al detalle cuando se trata de becas para un colectivo, un subsidio para jóvenes desclasados, una ayuda para una entidad benéfica. Le tienen horror a lo que llaman clientelismo para humildes y al parasitismo de quienes se aprovechan y llegan a obtener dos planes de ayuda en lugar de uno.
Contamos con el progresismo que insiste en lograr consensos, diálogos, tolerancia, pluralismo, respeto al diferente, dignificación del género, protección del niño, conservación de las especies en vías de extinción –incluyendo a los políticos–.
Creen en el equilibrio y que hay un justo medio por el que si todos ceden un poco, se beneficia la mayoría. Dejo a la ultraizquierda para otra oportunidad.
Es importante la facción que estima que la sociedad es un campo de batalla en el que sus miembros son soldados. Se lo escuché decir el lunes 15 a Tony Soprano que tiene una visión de lo público como el de un espacio en cuyo centro hay un botín. Creo que sintetiza a los políticos que una vez que logran encaramarse en el poder público, se apropian de la mayor cantidad de dinero posible vía coimas y entramados corporativos.
Dicen emplearlo para la caja política con la explicación de que el dinero todo lo puede y los partidos políticos sin él nada pueden. Sólo un porcentaje de este caudal va al bolsillo de particulares. Cuando por la codicia y la omnipotencia esta cantidad crece hasta límites incalculables, se corren riesgos que sólo los temerarios asumen.
¿Significa todo esto un profundo desprecio por la clase política? De ninguna manera, todo lo contrario. La forma representativa de gobierno puede ser considerada como un teatro, tal como lo definen sus detractores. Pero en realidad éste es su mérito. Podemos presenciar en un tablado ahora amplificado por la pantalla y las redes comunicacionales, los modos característicos de una idiosincracia nacional. Los delegados de la sociedad son el espejo de la Argentina. Los hay heroicos y serviles, trabajadores y ventajistas, moralistas y oportunistas. Nos permiten una miniaturización del modo clásico en que establecemos nuestras relaciones sociales.
Por lo tanto, también ofrecen mayor claridad sobre procesos que atraviesan toda la sociedad y sobre el modo en que se ejerce el poder en la Argentina. Tanto el poder de los monarcas, de los capataces y testaferros, como el modo en que se expresan los disidentes, contestatarios y resistentes.
Lo que significa que la sociedad civil no es superior a los representantes políticos. Aquellos que opinan que esto no es cierto, que la gente es mejor que los políticos, son los periodistas. Una gran parte de la tarea comunicacional consiste en criticar y denunciar a los políticos y de esa manera adular a los lectores, oyentes y televidentes.
¡Qué panorama desolador! ¿Acaso necesitamos más Savonarolas? La verdad que no. La gente quiere creer en algo. Por mi parte, propongo no creer más en nada. La creencia es una propuesta débil. La esperanza es una pasión triste. Nada hay que esperar. La voluntad de vivir se mide con el entusiasmo. En lugar de creer, querer.
Feliz año para todos.


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