lunes, 22 de diciembre de 2008

Autos, heladeras y otras ilusiones. Por Gonzalo Neidal

(Publicado en La Mañana de Córdoba - Lunes 22-12-2008)

Cada día que pasa el gobierno anuncia un nuevo programa –sea viejo o nuevo- para conjurar la crisis económica que nos está llegando.
En este juego de desempolvar todos los proyectos que ya se anunciaron, se olvidan algunas cosas esenciales para estos tiempos de políticas keynesianas y de estímulos a la demanda.
Una de ellas, ya insalvable, es que todo ahora nos sería mucho más fácil si en los tiempos de bonanza se hubiera tenido la precaución de acumular un fondo anticíclico para ser utilizado en estas épocas de vacas flacas. Pero eso requería una lectura de la realidad –en ese momento- que este gobierno no estaba dispuesto a hacer.

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En primer lugar, aceptar que la próspera situación que se vivía era transitoria y que podían volver los tiempos de restricciones. Pero admitir esto suponía también afirmar que la prosperidad iniciada en el 2002 no se debía al “modelo productivo” sino a algunas circunstancias extraordinarias que podían desaparecer. Una, la devaluación, que el tiempo y el acomodamiento de los ingresos relativos se encargarían de esmerilar al cabo de tres o cuatro años.
El otro, también muy importante, eran los precios de los commodities agrarios, cuya elevado nivel era erróneamente adjudicado al hambre chino postergado pero que, en realidad (o detrás de ese fenómeno), obedecía a la política monetaria expansiva de los Estados Unidos que devino en hipotecas subprime, burbuja inmobiliaria y, más tarde, eclosión.
¿Para qué ahorrar si el mérito del crecimiento era producto del Plan Económico de Kirchner? ¿Por qué prever un desmejoramiento de la situación económica si siempre tendríamos a Néstor a mano para que nos soluciones los problemas?
En cierto modo, a Kirchner, igual que a Cavallo, lo condenó la omnipotencia. La soberbia.
Y ahora, con los problemas a la vista, salgamos todos a vender heladeras. O a comprarlas. Pero en situaciones como estas, la economía parece comenzar a regirse por las leyes de Murphy. Ahora necesitamos dinero, pero ya hemos roto con el FMI y preferimos pedírselo a Chávez que cada vez tiene menos y que, además, no nos cobraría ahora menos del 20% (países como Chile o Brasil pagan 7%). Ahora necesitaríamos expandir los créditos internos pero no estamos en condiciones de financiar a menos del 16 o el 20% anual (doce puntos arriba de la inflación Moreno). Las tasas bancarias de descubierto son de terror. Los bancos se niegan a prestar si no es a tasas altísimas dado múltiple riesgo que existe: devaluación, inflación, no recuperación del crédito.
Resulta un poco gracioso, además, el programa para cambiar la heladera propuesto por la presidenta. No ha de haber andado demasiado bien la distribución del ingreso en estos últimos 5 años si hace falta un auxilio específico por parte del gobierno para que los sectores más postergados cambien sus heladeras.
Además, un cálculo a lápiz alzado acerca de la antigüedad de los bienes que se reemplazarían con el crédito de Cristina y Néstor, nos lleva a una antigüedad de entre 15 y 20 años. Se trataría, entonces, de las heladeras adquiridas durante los años de Carlos Menem, al comienzo de su gestión, cuando se dio –sin apoyo estatal específico- un boom de adquisición de productos electro domésticos gracias al renacimiento del crédito por la detención drástica de la inflación.
Las ambiciones del gobierno, parece, han sufrido una drástica mengua respecto de sus pretensiones de un año atrás: del portentoso tren bala a una módica heladera. La adhesión popular quizá haya hecho el mismo recorrido.

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