miércoles, 24 de diciembre de 2008

Espíritu navideño. Por Gonzalo Neidal

Algo nos pasa para esta época del año.
No es la primera vez que cerramos con problemas e incertidumbre. Con enconos.
Y del espíritu de conciliación que propone la Navidad, mejor ni hablemos. De eso sí que estamos bien lejos.
Claro que nos referimos al escenario y los protagonistas de la política, que es la que irradia sus efectos, obsesiones e influjos sobre cada una de las circunstancias de la vida social.
Al parecer no es la conciliación, ni el diálogo, ni los gestos amistosos, ni la negociación, ni las concesiones recíprocas, ni –aunque sea- la amabilidad y los buenos modales los que predominan en la política nacional.
Con el atrevimiento que les está permitidos a los hermanos, un político uruguayo dijo hace poco que a los argentinos les hace falta que se quieran un poco más. Touché.
Pero en la creación de ese clima de fertilidad negociadora, la responsabilidad mayor la tienen los que gobiernan.
Y, en ese sentido, estamos embromados.
Ya antes de asumir, la presidenta dijo que ella admiraba a “la Evita de la crispación”. Y hay pocos verbos que tengan una acepción tan restringida y estricta como “crispar”. Es irritar, exacerbar.
Y la presidenta lo está logrando.
Sin lugar a dudas se trata de su éxito más rutilante.
Probablemente provenga de una generación que concibe la política de un modo unilateral: como una secuencia ininterrumpida de enfrentamientos. Probablemente crea que el único modo de ejercer el poder es peleándose con casi todos, siempre con un gesto de disgusto y malhumor dibujado en el rostro.
Es un estilo. Pero un estilo sofocante. Un estilo que fatiga.
Es el estilo del miedo. De sumar voluntades con la amenaza, es cierto. Pero también del miedo propio. Del miedo a la diversidad ideológica. Y eso es vecino de la intolerancia. Y está bien lejos de la conciliación.
Y también es un estilo que se agota rápidamente. Que sirve para un momento determinado pero no para siempre. Que es útil para capear un temporal pero que no puede transformarse en el modo permanente de gobernar.
Es como si los bomberos, convocados para apagar el incendio, se quedaran a vivir en casa. Pero no solo eso: sino que además pretendieran voltear puertas y tirar agua cada día.
A la oposición también le caben algunas de estas observaciones.
Una robusta dirigente, que inicialmente había apoyado al actual gobierno, no deja pasar un solo día sin realizar algún pronóstico catastrófico o realizar alguna denuncia imponente.
Claro que todo esto ya no nos asusta. Estamos acostumbrados a las ráfagas verbales. Es nuestro estilo de hacer política: el que no está de acuerdo conmigo es un ladrón, un traidor a la patria y un entreguista vendido al oro imperial.
¿Políticas de estado? Causa risa el sólo pensar en eso.
Las políticas de estado suponen negociación entre vastos sectores. Excluyen la imposición, admiten el disenso, propician las coincidencias, suponen concesiones.
Y luego, la continuidad en el rumbo elegido para los grandes temas nacionales, para los grandes proyectos y objetivos.
Nosotros, por el momento, hacemos algo distinto: refundamos el país cada década.
Borramos todo lo anterior y declaramos que nuestro gobierno es el mejor de los últimos doscientos años.
O desde la visita de Magallanes, si estamos en tren de adular.
Por eso: si bien mañana es Navidad, el espíritu navideño todavía parece lejano.
De todos modos, no dejemos de brindar.

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