domingo, 25 de marzo de 2012

Patrioterismo y frigidez. Por Gonzalo Neidal

Pareciera que, mientras más goles anote Messi, será peor para él respecto de la consideración que le depara una franja de argentinos.
Una y otra vez uno se pregunta por qué el mejor jugador de fútbol de esta época y, para muchos entendidos, el más grande de todos los tiempos, goza de tan poca estima en su propio país.

Messi deslumbra al mundo, hace de cada partido y de cada gol una obra de arte.
Con escasos 23 años ha acumulado títulos de todos los colores y tamaños. Individuales y del equipo que integra.
Rompe todos los records. Es amado por los hinchas del Barcelona y respetado por los simpatizantes de los otros equipos. Directores técnicos de todo el planeta no tienen más que alabanzas para él.
Casi todos los partidos deslumbra con su juego y con sus goles.
Pero en la Argentina, recibe objeciones.
Acá recibe reclamos. Acá estamos llenos de peros, salvedades y prevenciones hacia él.
¿Qué es exactamente lo que le pedimos?
En primer lugar, que sea como Maradona.
Que les haga dos goles a los ingleses pero, sobre todo, que les haga uno con la mano.
Probablemente también le pidamos que tenga la picardía de llenar con algún líquido dañino un bidón y ofrecérselo, con una sonrisa, a algún rival para obtener alguna ventaja de semejante gesto carente de deportividad.
Le pedimos, por supuesto, que nos haga ganar un mundial porque llevamos un cuarto de siglo sin ganar ninguno y eso nos frustra mucho. Messi y ningún otro jugador es el culpable de nuestra frustración.
No importa que cada vez que Messi juegue para nuestra Selección sea el mejor jugador de nuestro equipo. No: nunca alcanzará lo que haga. Siempre faltará algo. Y, si llegara a ganar un Mundial de Fútbol, encontraremos alguna nueva objeción para hacerle.
Porque lo que le objetamos a Messi es falta de patriotismo.
Que no llora como lo hace Nalbandián cuando canta el himno en la Copa Davis. Y después pierde, claro. Pero demostrado el patriotismo, eso resulta perdonable.
Que no se “pone el equipo al hombro como hacía Maradona”. Esta objeción omite considerar que son jugadores distintos y que Messi convierte muchos más goles que Maradona.
Y por eso, cuanto mejor juega Messi en el Barcelona, más furiosos nos ponemos y mayor es nuestro reclamo, ignorando que el equipo catalán posee un plantel de futbolistas eximios para toda la cancha.
Messi, además, parece divertirse cuando juega. No hace goles con bronca ni se los dedica a sus enemigos, que además no tiene. No muestra agresividad verbal y no se pelea con nadie. No es un pendenciero sino más bien una persona amable, que sonríe siempre.
Pues bien: esto tampoco gusta.
Nos encantan los gritones, los peleadores, los que protestan todo y le echan la culpa de las derrotas a oscuros intereses, a conspiraciones de los poderosos de la FIFA. Tampoco lo favorece a Messi el haber nacido en una familia de clase media, sin mayores privaciones.
Por eso: no es que lo que hace Messi sea insuficiente. No. Es peor que eso: mientras mejor juegue Messi, peor será para la frigidez de una franja de argentinos, incapaz de disfrutar de su fútbol.
Pero hay gente, que también es mucha, que ha gozado del fútbol de Maradona a punto tal que le perdona sus deslices verbales e incluso sus devaneos como Director Técnico.
Gente que desea incluso que Diego triunfe en Dubai, que sea muy feliz allá y que incluso elija ese país como el de su residencia permanente y definitiva.
Gente que cada fin de semana está pendiente de una casaca ajena y lejana.
Gente que se sienta frente al televisor con una sonrisa, preguntándose qué inventará ese sábado Lionel Messi.


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