domingo, 25 de marzo de 2012

¿Gobernar es subsidiar? Por Gonzalo Neidal

Se ha impuesto la idea de que gobernar es subsidiar.
Una variación de aquella máxima de Alberdi, preocupado por la baja densidad poblacional.
En los tiempos que corren, se entiende que el verdadero gobernante es aquél que logra aumentar la cantidad de subsidios que se reparten entre sus gobernados.

Más subsidios, mejor gobierno.
Es un concepto que sólo puede darse el lujo de implementar un país rico, que tiene recursos para repartir, cuyo estado tiene dinero para distribuir.
Uno podría pensar que los subsidios son transitorios pues si se construye un gran país, con gente laboriosa, con gente que trabaja y produce, entonces ya los subsidios serían innecesarios pues cada uno podría pagar lo que necesita para vivir, de su propio bolsillo sin que el estado lo esté ayudando en cada paso que da.
Pero no: cada vez se subsidia más y más y cada vez los ciudadanos consideran al subsidio como algo natural, justo, necesario y correcto. Hace un par de días, veinte personas de una villa en Buenos Aires, sometieron al caos a toda la ciudad reclamando vehículos para transportar a sus hijos al colegio. Y lo hicieron con anuencia presidencial pues el piquete fue luego apoyado y considerado justo por la propia presidenta en un discurso, en el marco de la irracional lucha que libra contra el Jefe de Gobierno de Buenos Aires.
El subsidio, generalmente nacido de una emergencia y justificado por ella, ya ocupa un lugar irrenunciable e irreducible en la economía nacional. El  que subsidia es un gran gobernante. El que intenta eliminar subsidios, en cambio, es un insensible que sólo busca quitar el pan a los que menos tienen. Es el subsidio lo que marca la vocación social del que gobierna.
Claro que los subsidios no son gratis para la economía. No son un simple reparto de excedentes ociosos. Si subsidiamos el gas, por ejemplo, alentamos su consumo e inhibimos su producción. Si nos cobran barato el gas, es lógico que elijamos consumir más, en reemplazo de otras fuentes (naftas, electricidad, etc.). Si nos pagan poco por el gas que producimos, entonces es razonable que elijamos producir menos pues el precio nos resulta insuficiente. Así funciona el mercado en el capitalismo, sistema vigente en el país. Con una política tal, el gas tiende a agotarse rápidamente, entonces le echaremos la culpa a las empresas, por su afán de lucro. Y, probablemente, llegará un momento en no habrá gas ni para los que quieran pagar por él.
El concepto ha impregnado toda la política nacional. En Córdoba ya estamos implementando un subsidio para que el transporte sea gratuito en toda la provincia para aquellos vinculados a la actividad educativa. Y una retribución para los que estuvieron presos durante el Proceso. Y un subsidio para las mujeres embarazadas que no tienen cobertura de obra social.
¿Quién puede oponerse a medidas que denotan tan fina sensibilidad por parte de los gobernantes? ¿Quién es capaz de mostrar tanta crueldad como para rechazar medidas tan progresistas y avanzadas?
Pero algo está pasando para que cada día necesitemos más y más subsidios para vivir. Antes de la crisis del 2001, cada pasajero podía afrontar de su bolsillo el valor pleno del transporte urbano. Ahora parece un escándalo que las empresas pretendan cobrar lo que el boleto debería valer para cubrir los costos y generar una ganancia razonable.
¿Qué ha pasado con la distribución del ingreso en estos años de tanta prosperidad y de crecimiento chino? ¿Acaso no sería razonable que, tras tantos años de crecimiento cada uno de nosotros estuviera en condiciones de renunciar a los subsidios? ¿Por qué antes pagábamos el precio pleno y ahora no podemos hacerlo?
Los subsidios, claro está, tienen un beneficio electoral casi instantáneo: el subsidiado es invadido por un fuerte impulso a votar al que lo subsidia. El político que critica el subsidio es su enemigo directo pues es una amenaza evidente al beneficio que recibe.
El buen gobernante es el que se la ingenia cada día para inventar un nuevo subsidio. El que no lo hace, no sabe gobernar o gobierna a favor de los ricos. Por supuesto que si la Argentina de los subsidios llegara a estallar, entonces siempre nos la ingeniaremos para echarle la culpa a un complot internacional contra los pobres.
La Argentina del subsidio ha llegado a la saturación. En algún momento, toda realidad ignorada pasa su factura.


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