domingo, 25 de marzo de 2012

Efecto Macri. Por Gonzalo Neidal

El gobernador José Manuel de la Sota está enviando señales muy claras al gobierno nacional.
Inequívocas.
Hablan de un esfuerzo firme para mostrar un alineamiento claro con la sintonía política que emana de la Casa Rosada.

Y son estos gestos los que hablan de la situación económico-financiera de la Provincia de Córdoba, mucho más que cualquier cifra, balance o presupuesto. Al parecer, el gobierno tiene claro que su destino está atado de un modo definitivo no sólo a los avatares de la situación económica general, ni a su influencia sobre los recursos nacionales sino también, principalmente, a la voluntad de daño del gobierno nacional.
Desea, a toda costa, que Cristina lo identifique como a un amigo. Y sabe, además, que para eso necesita remontar en la consideración oficial pues en el pasado, ha tenido comportamientos de independencia y criterio propio indudables. Y esto es algo que en el gobierno nacional se considera una rebeldía intolerable que es imprescindible aniquilar.
Si bien el gobernador de Córdoba siempre fue un hombre ajeno al círculo kirchnerista, fue en tiempos del conflicto con el campo cuando la distancia con Cristina y Néstor se hizo más evidente. Y las razones del apoyo cordobés a los ruralistas no fueron puramente ideológicas: el peronismo de Córdoba cosecha allí muchos votos. Sufragios que resultan decisivos al momento del escrutinio. Ha sido el  mundo rural, el “cluster” agropecuario, lo que le ha permitido al PJ de Córdoba ganar y sostener la victoria en cuatro elecciones consecutivas.
En marzo de 2008, Juan Schiaretti tuvo una firme posición en defensa de las reivindicaciones rurales y esa actitud fue una fuente de discordia que se prolonga hasta hoy. De la Sota no sólo apoyó aquellas definiciones sino que, además, se negó a ceder lugares en la lista de diputados nacionales en las últimas elecciones, algo que le valió una rotunda derrota práctica: tuvo que bajar la propia lista luego del abrumador resultado adverso en las  internas nacionales.
Las elecciones locales habían creado en el PJ de Córdoba una expectativa de vuelo propio que se truncó rápidamente. En efecto, el triunfo en las elecciones a gobernador creó la ilusión de un nuevo mapa político nacional que quedó rápidamente abolido tras el resultado de las elecciones internas y la ratificación en los comicios presidenciales: Cristina fue reelegida por una mayoría abrumadora y este hecho abría la perspectiva clara de un poder concentrado que buscaría escarmentar a los díscolos.
Llegaba entonces la hora de buscar, en defensa propia, la amistad del gobierno nacional. Y los gestos se sucedieron. La presencia en actos de Cristina, la muestra fotográfica sobre Néstor Kirchner, los discursos ratificando que “Córdoba juega con Cristina”, las pensiones para detenidos en tiempos del Proceso y, ahora, la publicidad del boleto estudiantil gratuito forzando un homenaje a los jóvenes asesinados en la llamada Noche de los Lápices.
Todos sabemos que la visión del gobernador respecto de los setenta y sus secuelas no es coincidente con la de la Casa Rosada. Pero De la Sota no es un ideólogo sino un político que tiene la obligación de gobernar Córdoba por cuatro años. Con los ojos puestos en el asedio a Mauricio Macri y las hostilidades incesantes contra Daniel Scioli, los caminos a elegir no son muchos. O se conquista la voluntad del gobierno nacional o Córdoba tendrá un futuro con muchos problemas.
¿Serán suficientes los gestos de Córdoba para endulzar sus vínculos con la Nación? Sería difícil adivinarlo. Pero es preciso tener en cuenta que no corren tiempos fáciles para las finanzas nacionales. En el conflicto con Macri está presente la política en un primer plano: se identifica al Jefe de Gobierno porteño como uno de los más importantes rivales del proyecto K. Pero también es cierto que en el pretendido traspaso de servicios a la CABA cuenta el desmejoramiento de las finanzas nacionales y la necesidad de reducir gastos.
Pero hay razones adicionales para no ilusionarse con un cambio a favor de Córdoba. La lógica del poder kirchnerista excluye la negociación. Se funda en el exterminio político del rival. Para ellos, los buenos modales del gobernador De la Sota, son síntomas de debilidad. Su amabilidad es tomada como una rendición, su ánimo de conciliación, como la voz mendicante de un derrotado.
En algún momento que hoy parece remoto, De la Sota habló de “stalinismo” para referirse al poder K. Y fue una imagen acertada. Stalin (aunque no sólo él) conseguía la rendición incondicional de los disidentes, los hacía confesar su culpa y clamar perdón. Pero luego los ejecutaba de un modo infamante.
En el concepto de poder kirchnerista no hay espacio para disidencias de ningún tipo, sea pasada o presente. El que discute el poder, es un enemigo y sólo corresponde su desaparición política.
De la Sota no quiere ser Macri. Al revés: quiere ser considerado un amigo. Pero sabe que sus gestos no le aseguran un trato benévolo.
¿Lo sabe?


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