domingo, 25 de marzo de 2012

Bandera, Malvinas y trenes. Por Gonzalo Neidal

La palabra presidencial era muy esperada.
No tanto para escuchar las rutinarias obviedades sobre la importancia del General Manuel Belgrano en la Historia Nacional sino por una razón mucho más pedestre: todos queríamos saber qué piensa la presidenta acerca de la tragedia ferroviaria ocurrida en Once, que dejó el saldo de 51 muertos y más de 700 heridos.

Es que el silencio presidencial en los días previos, el viaje de la presidenta al sur y la austeridad de mensajes de los funcionarios del poder ejecutivo, hacían prever, o al menos desear, un pronunciamiento esclarecedor y, más que eso, una línea de acción respecto de los ferrocarriles.
Y fue así nomás, el tema tuvo que ser abordado aunque sea brevemente y con generalidades que postergan el enunciado de una política concreta, sea ésta confirmatoria o rectificativa. La presidenta dijo que esperará el pronunciamiento de la Justicia. Y manifestó su deseo de que ésta dictamine en un plazo breve, que estableció en 15 días.
Este súbito respeto por los dictámenes judiciales, claro, omite una realidad: que el ejecutivo cuenta ya con informes, auditorías, inspecciones y diversos elementos que le permitirían, si quisiera y sin esperar la investigación judicial, tomar decisiones administrativas con fundamentos y legalidad. Al esquivar este camino, la presidenta muestra dudas acerca de medidas que ella y sólo ella tiene en sus manos. Ha abierto un compás de espera y, para hacerlo, se ampara en el respeto al trámite judicial. Pero, más tarde o más temprano, el tiempo de las decisiones llegará.
Comenzó sus palabras coreando con La Cámpora, algunos estribillos de los cánticos partidarios, lo que resulta completamente impropio en un acto convocado para evocar el bicentenario de la creación de la Bandera Nacional. A partir de allí, no hizo sino repetir trillados conceptos sobre la importancia de Belgrano en la historia argentina. Ratificó que es su prócer preferido y dio algunas pistas para esa jerarquización personal: dijo que fue un no-militar que tomó las armas en defensa de la Patria. Enseguida nomás, enlazó con Malvinas, leit motiv de sus últimas apariciones y tema que ocupará, es previsible, sus futuros discursos hasta el 30º aniversario de la ocupación de las islas, dentro de un mes.
En este punto la presidenta siente que pisa terreno firme. El previo discurso del gobernador Bonfatti y la reciente reunión en Ushuaia de legisladores kirchneristas, a los que se sumaron otros de varios partidos políticos de la oposición, hace pensar que ese tema le permitirá presentar un frente unido que desdibujará o amortiguará la crítica opositora en otros terrenos más inmediatos y elementales.
Sus alusiones a Néstor Kirchner fueron varias, con tono emotivo. Repasó los ocho años de gobierno aportando cifras, números y éxitos de su gestión y de la de su difunto esposo.
También dio algunas señales acerca de sus futuros actos de gobierno: “no manejamos el petróleo”, afirmó, como si el gobierno fuera ajeno a las insuficiencias energéticas que hoy abruman al país y que complican sus cuentas externas debido a la elevada factura por importación de combustibles.
En su reaparición pública, la presidenta lució quebradiza, emocionada, errática, vulnerable. Su discurso careció de la actitud de jolgorio y suficiencia que son habituales en ella. Da la impresión de que la tragedia de Once la ha conmovido. Ya sea por la natural congoja que pueda sentir por el terrible costo en vidas humanas, ya por las evidentes complicaciones que le arriman a su gestión de gobierno.
La época de las buenas noticias parece haber terminado.
Al menos, la cara de la presidenta y sus resbaladizas palabras parecen indicar eso.


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