domingo, 25 de marzo de 2012

¿Estrategia industrial o combate estilo Brancaleone? Por Gonzalo Neidal

Cuando se escriba la historia económica de estos días, habrá quienes orienten su crónica hacia le explicación de que la intensa actividad que desarrolla Guillermo Moreno no es otra cosa que una meditada política de defensa de la industria nacional.
La dura restricción a las importaciones que estamos presenciando será designada, probablemente, como una estrategia de desarrollo industrial, un pensado modelo para proteger la industria e impulsarla hacia un nivel superior.
Reservar el mercado local para los industriales autóctonos es la más antigua de todas las estrategias de industrialización. Fue utilizada por todos los países del mundo hacia los albores de sus procesos industriales y muchos de ellos aún hoy ponen trabas de distinta índole para preservar a algunos sectores, no siempre industriales, de la competencia extranjera.
Existen muchas formas de proteger el mercado local y beneficiar a los fabricantes nacionales: la restricción a las importaciones es apenas uno de ellos. En la lista pueden anotarse también el tipo de cambio subvaluado, las barreras para-arancelarias (pretextos sanitarios o técnicos que encubren una voluntad restrictiva), tipos de cambio diferenciales, etc.
Desde la quiebra de la convertibilidad, Argentina contó con una protección sencilla y automática: un tipo de cambio de los que se llama “competitivo”, que encarece toda importación, además de permitirle al estado un paraíso recaudatorio vía retenciones. Pero, pasados los años, este camino se complicó debido al retraso cambiario ocasionado por la creciente inflación.
Como las cuentas externas continúan desmejorando, Moreno no ha encontrado mejor sistema que pararse en la aduana y decidir personalmente qué productos entran al país y cuáles tienen prohibido el ingreso.
No parece haber una estrategia sino una necesidad perentoria de ahorrar divisas al costo que fuere. Antes de esto se intentó la importación “compensada”: el que importaba, estaba obligado a exportar por montos equivalentes. Una idea asaz rústica que obligaba a las empresas necesitadas de insumos, a exportar productos cuyo mercado les era ajeno. Muchas de ellas optaron por acordar con otras empresas para que les transfirieran órdenes de compra desde el exterior y así salvaban el formalismo que se les impuso.
Ahora, con las nuevas decisiones, las restricciones comienzan a impactar en el mercado interno. Hace pocos días, una empresa automotriz local paralizó sus actividades durante un par de días debido a la falta de piezas importadas. Cada hora se conocen nuevos faltantes que van desde medicamentos hasta cerdos, desde catéteres hasta variados insumos industriales.
Es que el cese de las importaciones no significa que inmediatamente aparezca un productor local como proveedor confiable, que sustituya al proveedor extranjero. Por otra parte, es previsible que comiencen a crecer las quejas de los países dañados y que éstos empiecen a tomar medidas similares contra nuestros productos de exportación. Ya pasó con Brasil y está ocurriendo con Uruguay. Estos son países que integran el MERCOSUR, espacio comercial que en teoría el gobierno busca favorecer pero que en la práctica horada cotidianamente desde la Secretaría de Comercio.
No parece que el gobierno tenga una estrategia muy elaborada en este tema. Al revés, todo indica que este combate se lleva a cabo al estilo de la Armada Brancaleone.
Nuestros industriales demandan protección desde hace décadas. Y la han tenido durante muchos años. Pero en todo este tiempo Argentina no ha logrado una industria que se sienta en condiciones de competir sin la asistencia del estado. Todos sabemos que una protección sin condiciones sólo consigue engordar las ganancias industriales y estimular por parte de los empresarios del área una conducta displicente, relajada, carente de nervio y voluntad de innovación. Para los consumidores, esto siempre significa pagar precios más altos por productos de menor calidad. Y el resultado final, al cabo del tiempo, siempre es la misma industria que teníamos, adormecida y achanchada.
La medida de la eficiencia de nuestra industria no puede ser Angola sino países que se encuentren varios escalones más arriba. Si nuestros industriales no pueden competir con Uruguay o Brasil, con quienes intentamos construir un espacio de libre comercio, entonces –como decía Chacho Jaroslavsky- será mejor que pensemos en cerrar y poner pizzerías.


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