jueves, 29 de diciembre de 2011

Una contribución a la justicia social. Por Javier Marín

He comprobado que Wikipedia suprimió mi artículo sobre Francisco Villagra. Esa censura es comprensible, si recordamos la banalidad de dicho artículo (F. V. nació en Buenos Aires en 1979, estudió Sociología, militó en un partido de izquierda, escribió algunos artículos en diarios y revistas de Quilmes y Avellaneda, lo nombraron secretario de un municipio del conurbano, se enriqueció con rapidez y desapareció misteriosamente) y el evidente, casi descarado influjo de la prosa de Jorge Luis Borges sobre mi propio artículo; es trivial, si consideramos la obra de F.V. 

 Éste superpobló sus intereses de misteriosas contradicciones: le apasionaban la política, la música clásica y la comercialización de marihuana; el fútbol y la campaña de Racing Club, la posibilidad de radicarse en Cuba, los aparatosos vehículos Hummer, los programa de chimentos, la prosaica sabiduría de los libros de autoayuda y, sobre todo, los principios de distribución del ingreso que debían regir un nuevo orden económico nacional y popular. A este último problema dedicó largas conversaciones de sobremesa y la extensa columna aparecida en el número tres de la efímera revista Al palo (Adrogué, circa 2010). No hay ejemplares de ese número en la Hemeroteca Nacional; he interrogado para redactar esta nota a viejos compañeros de militancia de F. V.; uno de ellos conservaba un valioso borrador, repleto de tachaduras y comentarios al margen.
Todos, alguna vez, hemos padecido esos discursos incontestables en que un joven estudiante de ciencias sociales, con acopio de lugares comunes y frases hechas, pretende demostrarnos la imperiosa necesidad de establecer un nuevo orden mundial.  Fuera de la evidente observación de que el mundo es cada vez más cruel e injusto, nada es posible contribuir a tales explosiones verbales; descontadas las palabras repetidas en todo antro de intelectuales y las citas de famosos apenas modificadas y mal atribuidas, todos los discursos políticos son igualmente inexpresivos. El periodismo repite esta fatiga. Casi no hay editorial ni columnista que no se queje de la maldad y simonía de los países centrales y del injusto destino que sufre América Latina; pero se trata de una mera jactancia; ¿a guisa de qué merecemos ser nada más que víctimas? Por lo pronto, esos periodistas elaboran cada tantos meses un redituable suplemento especial que canta las glorias del país, sus logros, avances y a sus admirables líderes...
Dicen que la inspiración de F. V. llegó de un eficaz eslogan falsamente atribuido a Bertolt Brecht: "Hay hombres que luchan un día y son buenos", etc. Él luchó un día contra la injusticia social y ofreció su contribución a la consideración de la opinión pública.
Según el nuevo orden social que ideó F. V., cada persona recibe una asignación de acuerdo a su labor social. Pero el concepto de “labor” que tiene F. V. es más amplio que una tarea asalariada; abarca prácticamente todas las actividades, incluyendo el delito y la reflexión filosófica, los distintos estadios de la infancia y las rutinas finales de la vejez.
Dividió a los humanos en diez categorías, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies y a éstas en subespecies. En total, diez mil posibles remuneraciones (en una addenda y sólo como una mera especulación, imaginó dividir cada subespecie en un centenar de códigos alfanuméricos que brindaran información adicional, como antigüedad, cantidad de hijos, presentismo, etc.). Asignó a cada categoría un ingreso de cuatro dígitos, a cada diferencia, tres dígitos, a cada especie, dos dígitos y a cada subespecie un dígito. Por ejemplo, los naturales del país recibirán 0001 unidad por el mero hecho de vivir, los bebés recibirán 0005 unidades y los niños que van a la escuela recibirán 0010 unidades; los que concurran al secundario 0100, los que realicen tareas sencillas, 1000; los presidiarios, 0; los que colaboren activamente en la organización social, 5000 unidades; a aquel que ejerciera el máximo liderazgo y la mayor responsabilidad del país, 9.999 unidades. De más está decir que Villagra desconfiaba del debate republicano, de los organismos colegiados, de los triunviratos y de la división de poderes. 
El sistema de redistribución de la riqueza de F. V. no es un ingenuo ejercicio de arbitrariedad. Cada una de las cifras que integran el ingreso es significativa.  Un ex compañero de estudios de Villagra observó que los niños pueden aprehender este nuevo orden social sin saber que es arbitrario; después en el colegio descubrirán también que es una forma de acabar con las odiosas diferencias de clase y llevar a cabo una revolución discreta, pacífica y eterna.
Ya definido el procedimiento de reparto de la riqueza, falta examinar un problema de difícil abordaje: el valor de la tabla de cuatro dígitos que es base de la retribución de las tareas. Las tablas confeccionadas por el autor no alcanzaron a ser publicadas y sólo sobrevivieron unos fragmentos trazados a birome y regla.  Consideremos la octava especie de la segunda subdivisión de la tercera categoría o clase, la de los picapedreros. F. V. los divide según el material de trabajo en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicos (mármol, ámbar, coral), preciosos (perla, ópalo), transparentes (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). Casi tan precisa como la octava, es la novena especie. Esta nos revela que los metalúrgicos pueden ser operarios, operarios calificados, medio oficiales, operarios especializados múltiples, administrativos, técnicos, etc. La belleza figura en la especie decimosexta de la décima diferencia de la cuarta categoría: músicos que tocan un instrumento de viento. Esas ambigüedades, redundancias, caprichos y deficiencias recuerdan las que la profesora Delia De Luis enumera en su ya clásica obra “La pandilla cortesana”. En sus páginas afirma que los oligarcas argentinos se dividen en (a) pertenecientes al Imperialismo yanqui, (b) sobornados, (c) amaestrados, (d) que practican la agricultura, (e) traidores, (f) fabuladores, (g) locos sueltos, (h) el grupo Aurora, (i) que se movilizan en las rutas, (j) innombrables, (k) quintacolumnistas, (l) etcétera, (m) que acaban de comprar un silo-bolsa, (n) que de lejos parecen sojeros. El Instituto de Estadísticas y Censos también ejerce la imprecisión: ha parcelado la sociedad en 10 subdivisiones o deciles para graficar la distribución del ingreso; empero, nueve de cada diez personas se amontonan en el decil superior. Tampoco evita las mediciones heterogéneas; así, un miserable productor caprino de Alpasinche puede caer bajo la categoría de terrateniente ganadero, mientras que un próspero hotelero de la Patagonia es un simple monotributista.
He registrado las parcialidades del enigmático F. V., de la casi desconocida (o apócrifa) profesora De Luis y del inefable Instituto Estadístico; podría continuar enumerando otros criterios caprichosos o inoportunos; no hay clasificación de los ingresos que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el ingreso justo.
Cabe ir más lejos; cabe sospechar que no hay distribución justa del ingreso en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa rotunda palabra. Si lo hubiera, faltaría conjeturar quién sería el encargado de impartirla y bajo qué criterio.
La imposibilidad de penetrar en la Justicia Social químicamente pura no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que estos son provisorios. El nuevo orden de F. V. no es el menos admirable de esos esquemas. Las categorías y remuneraciones que lo componen son estáticas, contradictorias y vagas; el artificio de que los dígitos indiquen tareas específicas, sin duda, es ingenioso. El número 1.115 no nos dice nada; bajo el esquema de F. V., correspondería a un jardinero que trabaja 20 horas semanales. Teóricamente, no es inconcebible una escala de remuneraciones donde el ingreso de cada ser humano indicara los pormenores de su foja social y laboral. Si a ésta se le agregara el código alfanumérico, prácticamente podría obviarse el currículum de esa persona y, en la medida en que el código fuera más ambicioso, se convertiría en una sólida biografía (quizás, con los avances de la astrología y la genética un solo código descifraría el destino completo de cada habitante del planeta).
Lamentablemente, el autor no esbozó siquiera la menor idea sobre cómo llevar adelante tan vasta y ambiciosa reforma. Quizás lo consideró una tarea fuera de su alcance, ya que les correspondía a las categorías 3.678 y 9.832, según su propia nomenclatura.
Esperanzas y utopías aparte, acaso lo más lúcido que sobre la distribución del ingreso se ha escrito son estas palabras de Carlos Marx: “No se debe privar al hombre de la libertad de apropiarse del fruto de su trabajo, lo único de lo que debe privársele es de esclavizar a otros por medio de tales apropiaciones”. Nos sorprende que esa cita haya encabezado el artículo del astuto Villagra.


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