miércoles, 28 de diciembre de 2011

Inconsistencia. Gonzalo Neidal

Acaba de conocerse que la presidenta (o una empresa de su propiedad) ha comprado un departamento en el lujoso barrio de Puerto Madero, por 9 millones de pesos.
Hace pocos días, un intelectual kirchnerista manifestó su inquietud por la dificultad que suponía “apoyar a un gobierno de dos multimillonarios que te hablan del hambre”.
Es que resulta razonable encontrar una cierta inconsistencia entre moverse en un contexto de lujo cotidiano y tomar el micrófono diariamente para bendecir a los pobres. Aunque, para ser justos, debemos decir que también se denuesta a los ricos y poderosos, a cuya mezquindad y avaricia frecuentemente se le adjudica la pobreza de los que viven en el otro extremo de la cadena distributiva.
En tal sentido, no se podrá decir de la presidenta lo que un candidato a presidente de los Estados Unidos achacaba a su rival: que no sabía hacer dos cosas al mismo tiempo. Y ponía un ejemplo: esperar el colectivo y masticar chicle. Nuestra presidenta, en cambio, puede desdoblarse: hoy compra un departamento en Puerto Madero y mañana derrama lágrimas por quienes tienen viviendas con techo de lata.
En el peronismo, sin embargo, nunca se alzaron demasiadas voces que objetaran el lujo de los gobernantes. Eva Perón lucía sus joyas en medio de la aprobación y aún admiración de sus descamisados, como ella los llamaba. Probablemente esto se explique porque se vivían tiempos de grandes cambios hacia una mayor prosperidad relativa de los más desposeídos, que se insertaban en el aparato industrial, accedían a la vivienda propia, podían enviar sus hijos al colegio y adquirían niveles de consumo que le habían resultado inaccesibles hasta ese momento.
En cierto modo, y a una primera mirada, la situación actual se le parece: estos años de reinado de la soja, el crecimiento consecuente más los extendidos subsidios reproducen –alguien podría decir que como farsa- aquella situación de la segunda mitad de los cuarenta. Por eso la presidenta como anteriormente ocurría con su marido, no recibe mayores objeciones éticas a la manifiesta y obscena ostentación de riqueza que han realizado todos estos años. Ni siquiera han recibido rechazos importantes por algunas operaciones inmobiliarias realizadas al amparo del estado, como la de comprar tierras públicas a precio de bicoca y la posterior reventa a valores millonarios.
En apariencia, la gente comienza a percibir estas desigualdades y empieza a indignarse por estas manifestaciones conspicuas de riqueza, carentes del más absoluto pudor, cuando su propia economía comienza a deteriorarse. Es entonces y no antes cuando el enojo la invade  y comienza a irritarse porque quienes gobiernan evidencian vivir en un mundo que le resulta inaccesible a la generalidad de los mortales.
La ausencia de austeridad y de recato siempre nos ha sido reprochada a los argentinos. Desde los tiempos que los nenes bien de las estancias rioplatenses tiraban manteca al techo en los restaurantes caros de París.
Veremos qué queda del desenfado con el que se maneja la billetera presidencial ahora que han comenzado a eliminarse los subsidios.


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