martes, 13 de diciembre de 2011

Omisión esencial. Por Gonzalo Neidal

¿Cuántas veces mencionó la presidenta la palabra “inflación” en su discurso de reasunción?
Solamente una vez, como dice el bolero.
Fue hacia el final, pero no se refirió a la economía argentina sino que lo hizo en el marco de un reproche a quienes manejan las finanzas globales, recriminándoles la expansión monetaria de los últimos años.
 Digamos de paso que esa expansión monetaria desmesurada fue un componente importante del impulso de la demanda mundial de commodities que terminó beneficiando a la Argentina con el alza de precios de sus exportaciones.
Pero no nos distraigamos. La omisión de la inflación en un discurso tan importante ¿significa que la presidenta no la considera como un tema importante? Sería grave que fuera así. Sobre todo porque dos de los principales problemas que la presidenta abordó en su discurso, como frentes de conflicto, son producto de la inflación.
Uno, su disputa con el movimiento obrero organizado, otrora “columna vertebral” del peronismo y ahora venido a menos y relegado de las mesas donde se corta la pizza de las grandes decisiones. Se nos ocurre que la inflación tiene algo que ver en el aspecto salarial del conflicto que plantea Moyano. Es la famosa puja distributiva de lo que algo conocemos en la Argentina. La presidenta sabe, aunque no lo incluya en sus discursos, que los aumentos salariales que propone la CGT, consolidan la inflación en altos niveles.
Y esta inflación, redobla el otro gran problema que tiene el gobierno: el tipo de cambio. Y en este caso el gobierno ha cambiado su discurso de los primeros años. En efecto, hacia el comienzo de este ciclo, el llamado “tipo de cambio competitivo” (dólar caro) era considerado uno de los puntales donde se asentaba “el modelo”. Ahora claramente no lo es. Ha sido devorado por la inflación.
Sin embargo, la presidenta en lugar de reconocer a la inflación como un problema (lo que hubiera significado aceptar la responsabilidad del gobierno en el tema), prefirió embestir contra los reclamos gremiales, a los que calificó de extorsivos, y contra los que pretenden devaluar. Incluso se jactó de haber enfrentado con éxito las corridas cambiarias, o sea, los síntomas del retraso cambiario.
Al revés de lo que se promovía antes, ahora se exhibe como un mérito la aptitud para contener el dólar en bajos valores. Esta actitud, sin embargo, se entiende: una devaluación potenciaría aún más la inflación, a la que no se reconoce como problema. Por sus dichos, a veces da la sensación de que la presidenta realmente cree en las mediciones del INDEC.
Parece pensarse que aquello que no se nombra, no existe.
Empeñada en recorrer discursivamente los pasados momentos de gloria, la presidenta muestra distracción sobre lo que le tocará enfrentar en 2012.
No parece ser una actitud prudente.

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