martes, 27 de diciembre de 2011

Capricho y error. Por Gonzalo Neidal

Hay dos posibilidades.
Una, que la presidenta esté enojada con Clarín y la gran prensa porque siente que la maltratan y por eso quiere venganza y nada más que venganza. Una suerte de capricho obsesivo.

La otra es que el gobierno piense que, efectivamente, los grandes medios pueden derrocarlo porque influyen decisivamente en la población. En consecuencia, razona el gobierno, hay que complicarles la vida para que cada vez más sea la prensa oficialista la que ocupe ese espacio. De ese modo, se concluye, nuestra capacidad de convicción será irresistible y el peligro de un golpe será neutralizado.
Para la primera posibilidad, digamos que la actuación de la presidenta ha estado impregnada del espíritu setentista, de la idiosincrasia del peronismo y que también ha seguido las recomendaciones de Nicolo Machiavelli que, en El Príncipe recomienda aplicar la mano más dura al comienzo de la gestión pues es en ese momento cuando el gobierno es más fuerte. Omitió tener en cuenta, sin embargo, la sabia y conocida recomendación de Don Corleone (Al Pacino) dada a su sobrino (Andy García) en El Padrino III: “no odies a tus enemigos; eso afecta tu juicio”.
Si al controlar Papel Prensa y promover la ley “antiterrorista” que se acaba de aprobar, el gobierno piensa que logrará avanzar en la consolidación de sus políticas es porque otorga a la prensa una capacidad de la que carece: de crear la realidad, o bien de aportar decisivamente a su transformación. Si Cristina busca silenciar a quienes ven la realidad con una óptica distinta a la suya es porque subestima la capacidad de discernimiento de los argentinos y cree que no tenemos nuestras propias ideas acerca de qué es bueno para el país y qué no lo es. O que no sabemos, por ejemplo, si la inflación que mide el Indec es o no la correcta.
El propio resultado electoral de octubre pasado es una muestra de la ineficacia de la prensa, incluso de la gran prensa, para enderezar los votos conforme a su voluntad.
Es probable que se trate de un empecinamiento presidencial: en sistemas de poder concentrado como el que tenemos en la Argentina, los reaseguros institucionales van quedando de lado y los entornos del poder se pueblan de voluntades quebradas, genuflexiones y complacencias. Las opiniones diversas quedan relegadas pues la dinámica de la concentración del poder rápidamente prescinde de las voces discordantes. Sólo hay espacio para la uniformidad y la lealtad, entendida ésta como subordinación sin límites.
Si efectivamente Cristina piensa que Página 12 se vende menos que Clarín o La Nación porque estas empresas son dueñas de Papel Prensa y cuentan con una ventaja, entonces el gobierno está en problemas, pues no entiende  algunas cosas elementales respecto de la prensa.
Es la realidad la que crecientemente se está resistiendo al relato del gobierno. Así como pasa con la inflación, cada vez más ocurrirá con otros temas. Pensar que eso se podrá cambiar extendiendo los medios de prensa oficialistas y limitando a los de la oposición es, cuanto menos, una ingenuidad.
Además, muy orgulloso de Tecnópolis, el gobierno no parece entender que la potencia de la comunicación en este siglo, está bastante lejos del papel.


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