lunes, 19 de diciembre de 2011

El respeto por el 54%. Por Gonzalo Neidal

En las discusiones personales, en las redes sociales y también en las declaraciones de algunas importantes espadas periodísticas e incluso políticas del gobierno, se ha difundido un argumento de discusión bastante restrictivo, que viene a tono con el espíritu del gobierno nacional.
 Apenas iniciado, cualquier intercambio de ideas suele ser interrumpido por una frase breve y cortante: “respeten el 54%”.
Alude, claro está, al porcentaje de votos obtenido por la presidenta en su última elección pero además propone que, con ese resultado electoral a la vista, ya no vale la pena discutir pues ya todo está dicho y ninguna discusión tiene sentido alguno.
Es como si el Barcelona, que acaba de consagrarse campeón mundial de clubes de fútbol, se entrevistara con sus futuros rivales y les dijera: “Muchachos, ¿qué sentido tiene que juguemos este partido? ¿acaso no han visto ustedes los videos de nuestros últimos enfrentamientos? Somos imbatibles. En consecuencia, ustedes no deberían presentarse a jugar y los tres puntos nos deberían ser otorgados sin ninguna otra consideración que nuestro historial de triunfos”.
Claro que en política las cosas no son tan risueñas.
En el grupo dominante en el peronismo actual, el equipo formado por los intelectuales del progresismo tradicionalmente antiperonista y los muchachos de La Cámpora (versión bajas calorías de los Montoneros), se vislumbra un cierto desapego por el respeto a la idea ajena. Tienen el fanatismo de los fundamentalistas: creen que quienes sostienen puntos de vista distintos al de ellos, lo hacen en defensa de algún interés contrario a los valores de la Patria. Para ellos, quienes piensan distinto son traidores vendidos a intereses anti nacionales.
Sobre esa base, cualquier discusión resulta ociosa, prescindible. La única verdad es la que ellos sostienen. Los que piensan distinto, son enemigos.
El respeto al 54% que reclaman es razonable en algún sentido: el reconocimiento –que resulta innecesario- de la legitimidad del gobierno y de su derecho a gobernar.
Pero la lucha política no se clausura hasta la nueva elección que ocurrirá dentro de cuatro años. No: el debate, las movilizaciones, los paros, los cortes de ruta, la disidencia en sus múltiples formas, son cuestiones de todos los días. Así funciona la democracia. El único límite es la ley.
Lo bueno que tiene este sistema político es que cada uno puede pensar lo que quiera.
Por ejemplo, la presidenta puede pensar que el espíritu de su marido muerto sobrevuela sus actos políticos y se manifiesta de una u otra manera. Ya abriendo un ventanal en las residencia de Olivos, ya encarnándose en una flor de ceibo.
Y una señora de barrio o uno mismo, puede pensar que esas referencias no son más que conjuros o simples gansadas que, pasado un tiempo, no harán más que indignar a quienes las oigan.
Ahora bien, que cada quien decida si el 54% habilita a unos a pronunciar hechizos y practicar sortilegios y obliga a otros a permanecer en silencio so pena de ser considerado anti democrático.


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