miércoles, 18 de abril de 2012

¿Un regreso a los '40? Por Daniel V. González

La mímica presidencial en el acto realizado en Rosario el Día de la Bandera nos indicó, sin necesidad del auxilio de la intérprete para sordos (mujer que se ha ganado el apodo cariñoso de “la muda), que la intención del gobierno es “ir por todo”. Quizá el alcance exacto de aquella indicación presidencial no haya sido interpretado adecuadamente hasta el momento de la estatización de YPF.

Los hechos posteriores a aquella gesticulación presidencial nos van indicando que ese “vamos por todo” quizá pueda significar un enderezamiento de la política económica del gobierno nacional hacia un nacionalismo al estilo del implementado por el gobierno de Juan Domingo Perón durante su primer gobierno o, más precisamente, a partir del golpe militar del 4 de Junio de 1943.
El rasgo característico de la política económica de esos años fue la potenciación del rol del estado hasta abarcar todos los sectores sensibles de la economía: bancos, comercio exterior, teléfonos, ferrocarriles, marina mercante, petróleo, acero, y otros productos como automotores, tractores. Además, se realizó un notable esfuerzo en la producción de aviones militares y en la investigación nuclear, ésta última sin resultados palpables.
Es probable que en el actual gobierno anide la convicción de retomar aquel “modelo” de los años ’40, que ha sido el que tiñó de una vez para siempre el perfil que el peronismo ofreció a las generaciones futuras.
Cabría preguntarse si los setenta años transcurridos desde entonces no han modificado sustancialmente el contexto entre uno y otro momento histórico. O bien si la realidad actual, por nuevos motivos, diversos de aquéllos, reclama o acepta políticas de nacionalismo clásico.
En aquellos años, el gobierno militar primero y Perón después, poseían una visión a tono con una época marcada por la Segunda Guerra Mundial y la inminencia, se pensaba, de nuevos conflictos. La producción industrial, la industria pesada, el autoabastecimiento de alimentos, la autonomía productiva nacional eran prioridades ineludibles para numerosos países en su reconstrucción posbélica. La Argentina, carente de una burguesía industrial que pudiera tomar en sus manos la inmensa tarea que las circunstancias le imponían, apeló al estado como un recurso imprescindible para el crecimiento económico. Los ferrocarriles, abandonados por los ingleses desde los años ’30 y otras empresas de servicios en igual situación fueron estatizadas. En ese tiempo Perón fue acusado por la oposición de comprar “hierro viejo”, en alusión al estado de abandono de esos bienes apropiados por el estado.
Pasados los años, en su segundo gobierno, el propio Perón cayó en la cuenta de que el estado carecía de recursos suficientes, de maquinarias adecuadas, de conocimientos técnicos y de capacidad empresaria para continuar eficazmente la tarea en la que estaba empeñado. Por esa razón, sin resignar su objetivo industrialista, dio un giro a su política y convocó al capital extranjero. Hizo aprobar una ley en la que le aseguraba el retorno de sus inversiones y otros beneficios, para que el país pudiera contar con capitales provenientes del exterior. Así consiguió inversiones para la producción de automotores y, al filo de su caída del gobierno, estaba negociando la concesión de la explotación petrolera con la Standard Oil de California.
Esta rectificación de rumbo, sin embargo, no es tenida en cuenta habitualmente al momento de analizar aquellos diez años de peronismo. En la memoria partidaria y colectiva han quedado afincados, como verdaderamente representativos, los primeros años de peronismo. Los años del nacionalismo clásico, de las estatizaciones, de la creación de empresas públicas, del IAPI, son los que para siempre han dado el sello singular al “peronismo del Perón”.

Los setenta
Los años setenta significaron, entre otras cosas, un revival del nacionalismo de la posguerra. No sólo en la Argentina sino también en varios países de América Latina. El triunfo de Salvador Allende en Chile, el gobierno militar de Velasco Alvarado en Perú, los de Ovando Candia y Juan José Torres en Bolivia, el de Torrijos en Panamá hacían vislumbrar la posibilidad de éxito de una nueva oleada de nacionalismo económico popular. En el caso de la Argentina, esos años coincidieron con el regreso de Perón al poder. La guerrilla, inspirada en Cuba, se sumaba a esta tendencia impregnando el clima de una sensación de inminencia de irrupción popular en el poder, por la vía violenta.
Para esa época, la Unión Soviética gozaba de una aparente lozanía, al igual que el este de Europa, donde el socialismo reinaba en todos los países al oriente del muro de Berlín: Polonia, Checoslovaquia, Rumania, Yugoslavia, Alemania Federal. China, de la que se ignoraba casi todo, mantenía en silencio su identidad comunista. El mundo se dirigía hacia la abolición del sistema capitalista y en marcha rauda hacia una sociedad centrada en la planificación estatal.
Pero esa perspectiva se derrumbó. Y no fue por casualidad que esto haya ocurrido sino por la propia dinámica de los sistemas imperantes en esos países. Silenciosamente, toda Europa del este y la Unión Soviética, que ostentaban la firmeza de una roca, implosionaron. Las tensiones acumuladas durante décadas, de índole política y económica, hicieron estallar en mil pedazos el experimento socialista.

La nueva situación
Nada queda ya de las coordenadas históricas de los años de posguerra. Y nada tampoco de la de los años setenta, impulsada por la crisis del petróleo y la derrota norteamericana en Vietnam, entre otros hechos. El nuevo marco nos indica la presencia de un mundo global, de fluidos intercambios comerciales y financieros, de nuevos paradigmas productivos.
Si uno mira hacia atrás y revisa la historia de estas décadas sin prejuicios ideológicos, se encuentra con el claro fracaso de los intentos nacionalistas clásicos y del derrumbe de la perspectiva socialista hacia la cual ese nacionalismo inevitablemente tiende. El mix que ofrece China también puede sumarse como ejemplo revelador: su apertura a la economía de mercado y hacia la inserción en el comercio mundial ha sido lo que le ha permitido esquivar su propio destino de estancamiento e implosión.
Volviendo al comienzo: ¿es viable en la Argentina una política “cuarentista”, es decir, de nacionalismo clásico? Creemos que no. Pero parece inevitable que el gobierno nacional dirija sus pasos hacia ese camino. Si es ésa la opción elegida, a la estatización de YPF puede seguir la del comercio exterior y la del sistema bancario.
De adoptarse este camino, las argumentaciones se fundarán en la defensa del interés nacional, el rechazo al imperio y el amor a la patria. Pero las razones prácticas no son otras que la fuerte acumulación de tensiones económicas y políticas de difícil solución sin conflictos y sacudones importantes.
Curiosamente, son las inconsistencias y las ineficiencias del camino ya recorrido lo que empuja al gobierno hacia la profundización de una política que está fracasando, pese a las inmejorables condiciones mundiales para el crecimiento económico y la solución de problemas sociales de larga data.
“Vamos por todo” parece significar que se viene mucho más de lo mismo.


1 comentario:

mabel dijo...

Muy buen analisis, Daniel. Creo es una mirada muy peronista, e idealista, pero me gusto. Muy buena la sintesis del contexto de los 40,50 y 60, la tendre de consulta. Creo que el ultimo tramo es realista, la evocacion del pasado, solo puede ser parte de una fabula, con final impredecible.
Muy interesante. MABEL

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