miércoles, 11 de abril de 2012

Argentina y Brasil: adolescencia y adultez. Por Gonzalo Neidal

Ayer, la presidenta de Brasil Dilma Rousseff se reunió con su par estadounidense, Barack Obama. Al finalizar el encuentro Rousseff hizo algunas declaraciones que deberían ser leídas cuidadosamente por los ideólogos del gobierno argentino.

Entre otras cosas, dijo que los Estados Unidos pueden jugar un papel "muy importante, tanto en la contención de la crisis mundial como en el impulso al crecimiento". También afirmó que su país reconoce "el papel de los bancos centrales, especialmente en los últimos meses del Banco Central Europeo" para "impedir una crisis de liquidez de altas proporciones que afectaría a todos los países".
Además, ambos presidentes se mostraron satisfechos “por la asociación constructiva y balanceada” de ambos países y celebraron que el intercambio comercial entre ambos llegó a un máximo histórico.
Es inevitable establecer una comparación entre el vínculo que ha elegido tener Brasil con Estados Unidos y el criterio argentino para relacionarse con el país más importante del mundo.
Hace pocos días Argentina fue eliminada del Sistema Generalizado de Preferencias comerciales y la presidenta se quejó, en ese momento, de la imposibilidad de exportar “un limón” a los Estados Unidos. En realidad, se trató de una exageración ya que nuestro país exportó 4.200 millones de dólares en 2011 e importó 7.700 millones en el mismo período. La situación de Brasil es distinta en relación al intercambio comercial con EE UU: el año pasado tuvo exportaciones por 26.000 millones y compras por 34.000 millones.
Argentina, además, transita una relación compleja y con aristas bochornosas para con los Estados Unidos. Hay que recordad que en la reunión de 2005 de la Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata, Néstor Kirchner no tuvo mejor idea que promover la organización de un acto paralelo a la cumbre en el que Chávez ejerció a pleno su amplia capacidad para la diatriba inconducente hacia el presidente norteamericano George Bush, de quien el gobierno argentino era anfitrión. Luego, ya con Obama en el poder, ocurrió el pintoresco e infantil incidente de la valija diplomática, en el que Argentina retuvo material militar sensible, en una operación de venganza por la renuencia del presidente norteamericano a visitar nuestro país en una visita a la zona, que incluyó a Brasil y Chile.
Dilma Rousseff difícilmente pueda ser tildada de “entreguista” y “neoliberal”. Su historia política la revela como una militante de izquierda que purgó con tres años de prisión y torturas su militancia durante los años setenta. La militancia política de Roussef de esos años transitó por duros grupos guerrilleros que resistieron a la dictadura instalada en 1964. Para ella, sin embargo, su presente político como presidenta permanece libre de toda contaminación ideológica proveniente de sus añosa juveniles, o al menos, su pasado político no se expresa poniendo en un primer plano los esquemas ideológicos de esos años sino las necesidades e intereses del Brasil en la actual circunstancia.
En el caso de Argentina, al revés, parecen predominar las determinantes ideológicas del pasado. El gobierno actual y también el de Néstor Kirchner parecen guiar sus pasos hacia la búsqueda de la simpatía y el aplauso de los militantes nostálgicos de aquellos años, ávidos de desplantes hacia los Estados Unidos, más allá de toda consideración sobre la pertinencia actual de esas rebeldías de cafetín.
Brasil describe sus políticas hacia Estados Unidos alejado del jubileo estudiantil y fubista en el que se empeña el gobierno argentino. Y no por ese motivo es acusado de mengua en la defensa de su interés nacional, ni de promover el deterioro de la economía de Brasil, ni de someter su independencia a la influencia de un país poderoso.
Los Kirchner, que transitaron los setenta no en la militancia guerrillera sino en la dura faena de ejecutar deudores morosos de la 1.050, no fueron por ello más comprensivos de los giros y nuevos escenarios que va ofreciendo la política a lo largo de los años. Más bien al revés: habitaron y se desenvuelven bajo la rígida coraza de una ideología que muestra evidentes signos de decrepitud e ineficacia.
Mientras Argentina posiciona a Guillermo Moreno en el rol de censor del comercio internacional, Brasil se muestra deseoso de aumentar su intercambio comercial con la potencia dominante.
Y cada cual recoge lo que siembra.

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