lunes, 23 de abril de 2012

Peronismo e izquierda. Por Daniel V. González

Izquierda y derecha no han sido nunca denominaciones útiles para aproximarse a una interpretación de la realidad política argentina moderna. El peronismo vino a quebrar la placidez de esa estéril clasificación política europea.
El político y pensador Jorge Abelardo Ramos ironizaba al respecto diciendo que, en realidad, se trataba de un asunto de porteros: los que tomaron la decisión originaria de ubicar en uno y otro lugar de la sala a los miembros de la Asamblea Legislativa de la Revolución Francesa.
Cuando surgió el peronismo, casi toda la izquierda se alineó en la vereda de enfrente, calificándolo de movimiento de derecha. Fundaban su dictamen en la simpatía de Perón y el grupo de militares que lo rodeaban hacia el Eje, su admiración por el ejército alemán y sus simpatías hacia Mussolini. Obviaban, claro, que la clase trabajadora, motivo de sus desvelos revolucionarios, apoyaban masivamente al gobierno liderado por Perón.
Pero no se rendían ante esta evidencia sino que la explicaban diciendo que Perón engañaba a los trabajadores y los sobornaba con dádivas, alejándolos de su destino revolucionario. La izquierda argentina, nutrida principalmente por la clase media más o menos intelectualizada, siempre fue enemiga del peronismo, lo que le valió el mote de “izquierda cipaya”, en alusión a soldados indios que reprimían a sus propios compatriotas durante la ocupación británica en la India. Por esa razón, objetaron sucesivamente desde el aguinaldo hasta el voto femenino y las nacionalizaciones.
Los 18 años de proscripción del peronismo abonaron el camino para el surgimiento y la proliferación inusitada de un sector de izquierda dentro del propio peronismo. Desde el exilio, Perón lejos de impugnarlo lo estimuló pues veía en esa izquierda violenta un elemento útil a su empeño por regresar al poder. Todos los grupos de la izquierda peronista, finalmente concentrados en Montoneros, provenían principalmente de la clase media y media alta. Se nutrió de millares de estudiantes secundarios y universitarios nacidos durante el gobierno de Perón y provenientes, en gran medida, de familias antiperonistas.
Tras el regreso del Perón al país entraron rápidamente en conflicto con el líder y su entorno. Pese a que la democracia había sido recuperada y su máximo dirigente ya ocupaba el poder, la guerrilla peronista continuó con sus acciones terroristas en claro desafío y provocación a Perón, que decidió enfrentarlos.
En un comienzo, la izquierda peronista adjudicaba al “entorno”, especialmente a López Rega, lo que ellos consideraban como un vuelco a la derecha por parte de Perón. Decían que ese giro se había iniciado con la renuncia de Cámpora, cuyo desembarco en el poder había sido una consecuencia de la proscripción de Perón, decretada por el gobierno militar que encabezaba Lanusse. Cámpora, que carecía de votos propios, había establecido un vínculo estrecho con Montoneros, a quienes había incorporado a la función pública en el ejecutivo nacional y en varias provincias.
La lucha de Perón contra el grupo terrorista Montoneros tuvo varios capítulos importantes, tales como la renuncia del grupo de diputados de la Juventud Peronista, que se negó a aprobar la ley antiterrorista enviada por Perón al Congreso y la caída de Ricardo Obregón Cano, instigada desde la Casa Rosada. El momento culminante, por lo simbólico, fue el famoso acto en Plaza de Mayo el día del trabajador, cuando los grupos afines a Montoneros le reclamaron a Perón: “qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. La respuesta de “imberbes y estúpidos” decidió el abandono de la Plaza y la ruptura definitiva.
Pasados los años, es ahora esa línea de la izquierda peronista la que gobierna el país. Algunos, los menos, son personajes de aquella época que continúan reivindicando in totum su trayectoria de aquellos años. Perón casi ha pasado al olvido en la iconografía peronista de este gobierno, que prefiere la figura combativa de Evita y la del insustancial Cámpora, para referenciarse y dar su tono a su gestión.
Sin embargo, todo el programa en ejecución tiene el tono distintivo del peronismo de los primeros años, del peronismo de Perón. Se obvian así no sólo las rectificaciones del propio Perón durante su segundo gobierno sino también las propias ideas del líder tras su regreso definitivo al país.
Esta orientación le ha permitido a la izquierda tradicional (incluidos militantes y grupos trotskistas) reconciliarse con el peronismo y, al menos en lo formal, reparar aquél enfrentamiento histórico de los cuarenta. Los hijos y nietos de aquellos comunistas y socialistas que integraron la Unión Democrática y fueron activos participantes de la Revolución Libertadora, ahora integran y respaldan a un gobierno peronista. Es que ya la perspectiva socialista no existe. El socialismo posible –lo ha dicho incluso Ernesto Laclau- es este nacionalismo que cada necesita mayores espacios de poder y crecientes recursos para sostener el proyecto.
En tal sentido, la izquierda no sólo ocupa el poder sino que también ha impregnado al resto de los partidos que no participan del gobierno y que sólo como una simplificación podría denominarse como “oposición”.
Resta ver si el programa en el que unos y otros están empeñados tiene viabilidad en la Argentina de este siglo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno lo de Abelardo Ramos de que la clasificación de las fuerzas políticas es un "asunto de porteros".
El peronismo no es de izquierda ni de derecha. Es de delincuentes, que de vez en cuando, se acuerdan que gobiernan un país y toman alguna decisión donde no prima la angurria del bolsillo propio.

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