miércoles, 11 de abril de 2012

Un tembladeral llamado Boudou. Por Gonzalo Neidal

Podría decirse que la presidenta Cristina Kirchner no ha resultado ser especialmente hábil para elegir vicepresidentes.

En el caso de Julio Cobos, se trata de un error perdonable. Cobos había sido gobernador de una importante provincia como Mendoza e integraba un sector del radicalismo encandilado con los Kirchner y sus éxitos económicos.
Cobos se comportó como una señorita educada hasta que llegó el problema de la Resolución 125, el envío del proyecto de ley de retenciones móviles al Congreso, la larga noche de discusión en el Senado y el voto no positivo. Cobos es un hombre con una historia política, con una trayectoria y con gente a quien responder por sus actos. Su disidencia fue política, en un momento crítico, cuando el país estuvo dividido en dos bloques antagónicos. El gobierno estaba cometiendo un error, Cobos lo señaló, no se sumó. Cobos actuó como lo que era. Nunca engañó respecto de su naturaleza política ni su modo de mirar la realidad nacional.
En el caso de Amado Boudou, su selección como vicepresidente fue un mérito exclusivo de la presidenta. Desaparecido Néstor, sólo ella tenía en sus manos la selección. Al momento de anunciar su decisión, Cristina valoró de él apenas un hecho: la idea de la estatización de los fondos de jubilaciones y pensiones. No podía ponderar ninguna trayectoria política, ningún antecedente vinculado a la historia reciente del país: Boudou, como él mismo lo aceptó en su reciente exposición ante la prensa, es nuevo en la política. Lo curioso es que con ese magro currículo, esté colocado en el primer lugar de la sucesión presidencial.
No es casual que Boudou esté donde está. No es un error de cálculo presidencial. Al revés: son sus antecedentes (la ausencia de ellos) su mayor atributo para haber llegado a la cima del poder.
Porque los Kirchner se han cuidado especialmente de rodearse de gente que pueda exhibir ideas propias, que tengan criterio independiente o margen de disidencia. Así fueron abandonando el poder personajes como Gustavo Béliz, Roberto Lavagna, Alberto Fernández. Existe la convicción de que la cualidad esencial para ser un funcionario que goce de la confianza presidencial es la lealtad, el acatar las órdenes sin discusión alguna. Aquél que posea una cierta formación técnica, en base a la cual pueda tener la osadía de objetar alguna medida presidencial, es susceptible de desconfianza.
No se conoce de Boudou mucho más que sus intensas simpatías liberales en sus años de estudiante y joven profesional. Su gusto por el rock y su inclinación por las Harley Davidson. Carece absolutamente de toda inserción política. Su poder de convocatoria propia es cercano a cero.
Pero estas condiciones, que lo señalaban como el vicepresidente perfecto, una simple extensión del brazo presidencial, mostraron su aspecto débil. En efecto, en su larga exposición ante la prensa, Boudou mostró toda su inexperiencia y fragilidad. Confundido, errático y claramente asustado, el vicepresidente atacó a la justicia, describió una conspiración de vastos alcances, agredió a Esteban Righi, un antiguo abonado al camporismo, y denunció tardíamente intentos de coima que omitió informar a la justicia en su momento. Pero no dijo nada de las crecientes evidencias que lo vinculan a un grave hecho de corrupción.
Boudou no tiene el perfil necesario para el discurso combativo que intenta. Palabras como “mafias” y “esbirros” suenan fuerte en boca de un vicepresidente, si no van acompañadas con pruebas y acciones que se correspondan con los adjetivos subidos. Eso hace que haya algo de grotesco en su desmesura, en la desproporción de sus denuncias.
Cualquier solución que se plantee respecto de él, deja flancos descubiertos. No podría hablarse de su renuncia, claro está. Pero su permanencia es un foco permanente de conflictos e inestabilidades.
Una pátina resbalosa en la que cualquier accidente puede ocurrir.


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