jueves, 5 de abril de 2012

Vencedores y vencidos. Por Abel Posse

El tema de las Malvinas se reinstala. Tal vez el Gobierno, que entra aparentemente en un ciclo problemático, necesitaba un elemento propagandístico-unitivo, más útil para la política interna que para la diplomacia.
Desde diciembre, hubo declaraciones desconsideradas del premier Cameron, en el sentido de que el tema de soberanía quedaba definitivamente superado, pese a la reiteración argentina de negociar según el mandato de descolonización.

Muchos diplomáticos y algunos intelectuales y periodistas, improvisaron soluciones más bien legalistas y pacifistas, sin comprender la realidad: Gran Bretaña venció la guerra. Desde el fondo de la historia, la guerra crea derecho, pese a que se diga lo contrario (así las Islas Británicas crearon un imperio marítimo  hasta el fin de la Segunda Guerra). Pese a la ingenuidad argentina, la conducta británica es previsible. Los argentinos se resisten a comprender que para Gran Bretaña ese contencioso es cosa juzgada por la realidad histórico-militar, toda vez que el país atacante fue Argentina, y que los británicos perdieron en las Malvinas más soldados que en Irak y Afganistán. Habiendo triunfado y creyendo que la guerra sepultó para siempre el reclamo (jurídico) de soberanía, los británicos procedieron desde 1982 a incrementar su presencia militar, económica y estratégica. Los kelpers dejaron de serlo, subieron de categoría y se enriquecieron repartiendo derechos de pesca, al punto que el rédito per cápita de ellos es superior a la media de los ciudadanos de Gran Bretaña.
El tono del señor Cameron, de su canciller y el ministro de Defensa fue casi despreciativo. Sabían que un reclamo diplomático acusando ese armamentismo no podría prosperar. El ministro de Defensa no se preocupó en desmentir la posible presencia de submarinos nucleares en la zona de Malvinas, dijo que “siempre andan por alguna parte del mundo”.
Llevaron sus plataformas para sondeos y explotación petrolera. Reforzaron su poder militar y en conmemoración de los treinta años del triunfo, enviaron al príncipe Guillermo para entrenamientos militares. Instalaron misiles, aseguraron su presencia naval con un poderoso destructor y no omitieron la presencia de algún submarino nuclear tipo Trident. En relación al petróleo, hacen una apuesta muy cara. Si la vencen tendrían más petróleo que el de las fatigadas cuencas del Atlántico Norte. Pero las dificultades de explotación serían difíciles y caras.
Son coherentes y fieles a sus genes imperiales. Lo que hacen es consecuencia histórica y no vanas provocaciones contra Argentina. Lograron con el Tratado de Lisboa que la Unión Europea aceptase incluir como territorio de ultramar (de la Unión y de Gran Bretaña) a las Malvinas. En el diciembre pasado, el Times publicó un plan para crear un parque ecológico-ictícola, de protección de la fauna y de pesquerías, con centro en nuestras Orcadas. Sería un enorme círculo de más de 565 kilómetros de radio, con un total de un millón de kilómetros cuadrados, casi la mitad del territorio continental argentino.
Este despliegue va acompañado por la extensión de zonas de explotación económica. Ampliarían su fuerza para una mayor y más justificada proyección británica sobre la Antártida. Sin duda, los británicos tienen la idea estratégica de crear el bastión Malvinas y retornar a los tiempos en que dominaron el Atlántico Sur y a sus ribereños.
Los británicos actúan militar y diplomáticamente desde la comprensión de que un nuevo orden mundial, un naciente Nomos de la Tierra, como escribiera Carl Schmitt, se va estableciendo progresivamente como comandado por las “naciones del bien”, más allá del ancestral sistema de soberanías y de estados autónomos. El directorio de las naciones dominantes va prescindiendo de criterios jurídicos cuando se trata de imponer razones “humanitarias” o éticas insoslayables, como justificaron las guerras de Irak, Afganistán, Libia y probablemente Siria, etc. Hasta Francia, que fue crítica de los anglosajones cuando la intervención contra Sadam Hussein, hoy se pliega al Nomos naciente atacando con Gran Bretaña los reductos de leales al “amigo” Kadafi, con aviones Rafale.
¿Y la Argentina?
El panorama británico es coherente estratégica y políticamente. Desde la asunción de Alfonsín hasta hoy, Argentina no tuvo ni una política de Estado ni estrategia ni presencialidad militar. Confundimos el fin de la batalla con una derrota definitiva y, peor, con el fin de una causa proclamada durante 180 años. Mientras que los vencedores se arman, los derrotados se echan culpas, transfieren a Galtieri y a las Fuerzas Armadas la responsabilidad de una pasión bélica que plebiscitaron con un entusiasmo inédito, transclasista. Fueron días vibrantes, unánimes. Por más que se finja, no es posible olvidarlo. Ahora nos ponemos del lado de las víctimas. La guerra entrañable la presentamos como un engaño del que hoy queremos indiferenciarnos. Después de los cañonazos y los Exocet, otro gobierno decidió mandarles a los isleños ositos de peluche y postales de Navidad. Desde la llegada de nuestros soldados devueltos por los ingleses, los recibimos con disimulo y nocturnidad. Los olvidamos. Se hicieron películas mostrando la crueldad de nuestros oficiales con sus soldados. Insultamos más a Galtieri que a la señora Thatcher. Queremos olvidarnos de aquel entusiasmo patriótico que unió pueblo y dirigencia; jefes políticos, sindicales, ciudadanos de todas las jerarquías. Conviene releer los diarios de esas semanas.
Confundimos los atroces excesos de sectores militares en los años 70, con el error de postergar a las Fuerzas Armadas y dejar el país casi indefenso, con el menor presupuesto militar de Latinoamérica. Abandonamos proyectos como el del submarino nuclear. Carecemos de aviones adecuados para patrullar esos mares depredados por extranjeros. Nuestro talud continental y el mar adyacente está considerado la mayor reserva ictícola del globo.
Los británicos no tienen nada que temer, estamos indefensos, al punto que sólo Brasil podría dialogar con el abusivismo neocolonial en el Atlántico. Ante los rotundos rechazos de Cameron, nuestro gobierno sólo pudo denunciar ante la Asamblea de la ONU y el Consejo de Seguridad el incremento del armamentismo inglés. Pero la Asamblea carece de poder coactivo internacional y en el Consejo bastaría solo el veto británico para invalidar cualquier resolución.
Algunos diplomáticos y analistas, de buen corazón piensan que hay que intentar seducir otra vez a los isleños. Se equivocan, están mal informados, el odio de los malvineros se fraguó en los días de guerra. Se espantaron, nos desprecian, no somos gente seria... En Argentina no hay responsabilidad de Estado como para negociar alguna solución válida permanente. Sólo gobiernos que desconocen lo hecho por los anteriores. Los isleños nunca se independizarían del escudo militar británico ni creerían posible una negociación con Argentina. Con la guerra les hicieron perder su paz arcádica: llegan ingleses militares, petroleros, técnicos, obreros de extraña procedencia. Perdieron el subdesarrollo. Sólo quieren a la Argentina como territorio, playas, ríos, que puedan salvarlos del tedio de los inviernos despiadadamente azotados por el viento helado y los golpes de mar. Pero pueden ir a Chile, a Uruguay o a Brasil. Ahora tienen la plata de nuestros pescados. Y si llegan los británicos a encontrar una cuenca petrolífera mayor, estarán perdidos, más que nosotros.
Tendremos que construir una gran política de Estado. Más que la presentación pro forma de nuestro canciller. Sería conveniente ir más allá de la admirable adhesión de nuestros hermanos regionales y propiciar, con el tiempo, transformar ese apoyo en una política conjunta. Un plan de veinte años de acción estratégica y productiva en relación con las riquezas de nuestro mar.
Tal vez en una o dos generaciones, en quince o veinte años, los isleños se unan a nosotros para salvarse de los ingleses.
 

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