miércoles, 11 de abril de 2012

Relato y soja. Por Gonzalo Neidal

Cunde el relato.
Aunque ya exhibe grietas importantes, se ha transformado en la Historia Oficial. Es inmune a las porfías y desmentidas de la realidad: el relato siempre se acomoda y tiene una explicación para cada hecho, por grotesco que éste sea y por desdorado que sea el rol oficial.

El relato aspira a instalarse para siempre como una explicación válida –y necesariamente épica- del accionar oficial.
El relato supone que el crecimiento económico y social del país sólo puede darse como una consecuencia de la lucha denodada contra oscuros poderes que, a toda costa, quieren impedir que demos ese gran e histórico paso: alcanzar el status de un país desarrollado, con habitantes que no padezcan necesidades esenciales.
Sin lucha, no hay relato. Sin batallas –reales o ficticias- contra grandes fuerzas imperiales, no hay relato. El relato se nutre del combate cotidiano. Necesita construir héroes e incluso mártires.
El relato necesita enemigos. Sin enemigos no hay lucha y sin lucha, la política carece de sentido.
El relato explica que el crecimiento económico es producto del esfuerzo del gobierno en defensa del interés nacional. No hay que pedir detalles, porque no los hay. Como máximo, se explica que el país ha crecido a tasas importantes en razón de un “modelo” producto de una elaboración meditada y de la lucha contra los malignos poderes que nos quieren recluir en el atraso permanente.
A diferencia de otros tiempos (la posguerra, por ejemplo), el relato actual es esencialmente superestructural, habita el mundo vaporoso de las ideas, sin preocuparse mayormente por los hechos, por la base material, por los fenómenos políticos y económicos concretos.
No está interpretando adecuadamente el mundo de las últimas décadas y, ni siquiera, el de los últimos años. Lee los fenómenos con la mente condicionada por el propio pensamiento, que es rígido e inamovible. Todo lo va incorporando a un esquema preestablecido, heredado del pasado remoto, cuando quizá sí tenía algún sentido.
El derrumbe del mundo socialista es un fenómeno apenas mencionado por los cultores del relato. Sin embargo, se trata de un hecho decisivo que, para algunos historiadores da final al siglo XX, cuyo comienzo fincan en la Primera Guerra Mundial.
Al saltearse este hecho histórico tan significativo, los intelectuales del relato hacen trampa, creyendo que se benefician de ella pero se engañan a sí mismos: con el socialismo cayó no sólo la esperanza de una sociedad más justa construida sobre la abolición de la iniciativa privada, sino también la creencia de un modo de producir que potenciara las fuerzas productivas, la ciencia y la tecnología por encima de las formas ya conocidas.
El relato populista sabe que la sociedad que proponen, en su desarrollo, nos aproxima a aquello que ya ha demostrado su ineficacia. Pero no puede detenerse en ese camino iniciado sin abdicar de su propio discurso y estructura de pensamiento.
Además, hasta ahora todo ha ido de maravillas. Al menos en relación con las tasas de crecimiento de la economía.
Los ideólogos del relato, sin embargo, no están dispuestos a detenerse a considerar si la bonanza económica es consecuencia de las muy especiales condiciones del mercado mundial de materias primas, vigentes desde hace una década. Con precios que han escalado a las nubes y han significados ingresos extraordinarios e inéditos para el país en su conjunto y para el fisco.
Tampoco están muy dispuestos a tomar en cuenta que ese auge extraordinario es producto, muy principalmente, del extraordinario crecimiento de China y que este hecho es consecuencia del abandono de políticas centradas en la planificación estatal y la apertura de grandes y crecientes espacios para la actividad privada.
Por decirlo de un modo más gráfico y simple: sin el auge de la soja, el relato no podría existir. Los rasgos más característicos de este gobierno dependen del precio de la soja y de la eficiencia productiva de los productores agropecuarios, el sector económico más odiado por el gobierno.
Pero aún con condiciones tan favorables, ajenas al “modelo”, ya han comenzado los problemas. Tal es el caso de la energía, sobradamente advertido por los técnicos más importantes del país.
Pero, como es su costumbre, el relato oficial no analiza los hechos. Prefiere el barullo de las palabras ideologizadas, de las acusaciones y la coraza de un presunto patriotismo apto para los aplausos pero completamente ineficaz para solucionar los problemas que se van planteando.
Pero la hora de la verdad va llegando. Siempre llega.



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