jueves, 27 de octubre de 2011

Tanatología y política. Por Gonzalo Neidal

Frente al padecimiento ajeno, uno se rinde.
Cesan los odios y rencores. Incluso la crítica y el reproche se toman un descanso ante los homenajes signados por el dolor y la desazón por la muerte.
Por eso nos puede resultar tan difícil escribir sobre la abundancia de recuerdos, monumentos, estatuas, bustos, cambios de nombre de calles, referencias, conmemoraciones, inauguraciones, actos recordatorios, menciones, discursos y gestos diversos de dolor en el aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. Justamente: tanta euforia militante en la recordación es una autorización a que todos podamos hablar y expresarnos sobre un tema que, en caso de ceremonias con los cánones habituales, más recoletos, uno prefiere mantener silencio.


Una osada nota de Martín Caparrós señala una extraña coincidencia en las reelecciones de Perón, Menem y Cristina: la existencia de una desgracia mortal en los meses previos a los comicios. En el caso de Perón, la enfermedad de Evita que preanunciaba su muerte en pocas semanas. Menem contó con el fallecimiento de su hijo un par de meses antes y Cristina, la muerte de su marido.

Más allá de que todos ellos seguramente hubieran sido reelectos, sus padecimientos agregaron un motivo adicional para el voto: la cruz y la corona de espinas de una desgracia cercana. En ese contexto, las críticas de la oposición aparecían como latigazos y golpes a clavos en manos y pies.

En el caso de la muerte de Néstor Kirchner, no puede decirse que el acontecimiento haya sido tratado con descuido por parte de quienes custodian la imagen presidencial. Más allá de los gestos genuinos de dolor que aún conmueven a sus partidarios, se evidencia una gran prolijidad y planificación en la estética y la escenografía.

Tanto desgarro no ha logrado distraer, ni desviar, ni diluir el carácter de acto militante de cada uno de los homenajes. El recato ha cedido al fragor de la batalla política.

La desmesura y la utilización política del dolor es una decisión que quizá nos describa con bastante fidelidad no sólo el momento político que vivimos sino también nuestra particular voluntad de no dejar tranquilos a los muertos. Nuestra costumbre de chapotear, cada vez que podamos, en todas las charcas del pasado reciente y aún del remoto.

Néstor Kirchner murió en un momento de derrota. Había encabezado una lista de diputados y el pueblo de la Provincia de Buenos Aires mayoritariamente lo rechazó. Pero su muerte fortaleció políticamente a su esposa al punto de darle, hace menos de una semana, una victoria impresionante. Ese ha sido, probablemente, su mayor milagro político.

El tiempo dirá si recordaciones tan fervorosas podrán sobrevivir a la extinción de las excepcionales circunstancias actuales, signadas por la abundancia.

1 comentario:

Ana Cecilia dijo...

No creo que dure mucho tiempo más la cosa, pero es mi pensamiento, y me vengo equivocando fiero últimamente, ja ja. Igual, lucrar con los muertos, es de muy baja moral y ética.
Me encanta como escribís, muy buenas metáforas, lo de: "las críticas de la oposición aparecían como latigazos y golpes a clavos en manos y pies", es excelente y real, un besito, Ana C.

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