jueves, 6 de octubre de 2011

El muchacho en el garage. Por Gonzalo Neidal

Las cosas han ido cambiando mucho en muy poco tiempo. Porque como se sabe, conforme a la tesis de Lepera, 20 años no es nada.
Hace poco menos de dos décadas que hemos visto los primeros celulares, los Movicom. Unos ladrillos majestuosos, difíciles de portar, carísimos, inaccesibles para todo quien no fuera gerente bancario o futbolista top. Se pagaba la llamada entrante y la saliente.
Un lujo que otorgaba, instantáneamente, status de millonario al poseedor que, además, siempre se encargaba de exhibirlo en el restaurante o en la calle, llevándolo en la mano, pesadamente pero con la altivez y el orgullo de quien exhibe una joya costosa.

Para esa misma época, en Argentina, la presencia de un teléfono fijo aumentaba en un 20% el precio de un departamento. Las comunicaciones eran un mundo para pocos. Inaccesible para la mayoría.

Que hoy la comunicación, el acceso a la música, a los videos, a las noticias, a las películas, a la información diversa, a las imágenes, tengan el alcance masivo y los costos irrisorios o bien muy accesibles que tienen, es la consecuencia de una revolución del conocimiento, de la creatividad, del ingenio, de la libertad, de la inversión, del riesgo, de la voluntad.

Una aventura maravillosa.

Y en la cresta de esa ola que ha transformado la vida de todos nosotros, surfeaba un hombre.

Se llamaba Steve Jobs. Y murió hace un par de días, muy joven.

Jobs ha tenido un protagonismo decisivo en esta revolución comunicacional y productiva que se ha desplomado sobre nosotros sin darnos cuenta. Tabletas del tamaño de un cuaderno que nos conectan con el mundo, pequeños dispositivos que nos permiten almacenar música y reproducirla, libros electrónicos que albergan miles de hojas de papel. Y todos estos objetos, al alcance de todos.

Lo que nos había descrito Borges en el Libro de arena o en El Aleph. El mundo en un puño.

Los que nos hemos educado hace algunas décadas hemos abrigado la certeza, la fatalidad, de que lo único que cambia la vida de la gente son las revoluciones. Y que si son violentas, mejor. Pues de ese modo, el retorno es imposible. Se queman las naves.

Bueno, parece que las cosas no son de ese modo.

Un muchacho y otros como él, desde un garage, han cambiado la vida de millones en el mundo. Y de millones en la Argentina.

Porque Jobs y un puñado como él, con sus inventos, han sacado más gente de la pobreza que muchos que se pasan la vida con las manos llenas de piedras.

¿Los jóvenes usarán remeras con su rostro? Lo dudamos.

La presidenta ha dicho que Jobs es una de esas personas que a ella le hubiera gustado conocer. No creemos que éste haya podido ser un sentimiento recíproco.

De todos modos, ella ha podido conocer de cerca a otro genio de la creación.

A Sergio Schoklender.

Cada uno puede abrazar los talentos que merece.

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