martes, 18 de octubre de 2011

La eutanasia del 17 de Octubre. Por Daniel V. González

El nuevo aniversario del 17 de octubre de 1945 ha pasado prácticamente desapercibido en Córdoba. Apenas un par de actos menores han dado cuenta de una fecha tan valorada en la iconografía del partido de gobierno. Cierto es que la exaltación del los hitos del peronismo no ha sido nunca algo en lo que el peronismo de Córdoba haya puesto especial empeño. Cierto es también que vivimos un tiempo en el que se acaba de fundar el “cordobesismo” que, cualquiera sea su definición precisa, siempre supondrá un grado de confraternidad con el resto del espectro político y, en consecuencia, una cuota de dilución de las propias banderas en búsqueda de coincidencias provinciales que puedan hacer fuerte al gobierno local ante las inevitables batallas que el 2012 nos deparará en nombre del federalismo.
Pero más allá de los olvidos, los desganos y las voluntarias omisiones tácticas, la ceremonia de cada 17 de Octubre, con el paso de los años, se ha transformado, inevitablemente, en un rito en el que el contenido original ha ido dejando su lugar a discursos de circunstancia e invocaciones a un tiempo que ya ha desaparecido.

Hace un par de años, la prensa daba cuenta de que había muerto el último de los trabajadores que aparecían en la famosa foto en la que un puñado de manifestantes refrescaban sus pies en la fuente de la Plaza de Mayo, en la histórica jornada de 1945. Nada queda ya de aquel tiempo.

Ni la horrorizada clase de grandes propietarios latifundistas que veía llegar al poder, a tono con la época, los primeros signos de la industria liviana.

Ni el contexto mundial que daba comienzo a la "guerra fría" entre los Estados Unidos y el mundo socialista que aún era mirado con gran expectativa como un modo exitoso de organizar las sociedades y la economía, suprimiendo el mercado y la competencia.

La industria naciente y la joven clase obrera eran el símbolo del progreso que venía de la mano de Perón y las Fuerzas Armadas que aspiraban a modernizar el país sobre la base de los parámetros de ese tiempo: la industria, la planificación estatal, el estado del bienestar, la demanda interna, la distribución del ingreso.

Ese mundo, el del 17 de Octubre, ha desaparecido para siempre. Hoy la industria se propone sobre nuevas bases en sintonía con los avances tecnológicos que suponen, por ejemplo, el crecimiento del producto sin su correlato necesario de generación de empleos.

El agro (el enemigo de la posguerra) ha adquirido una nueva dimensión a partir del impacto que China e India, con su demandas de alimentos y materias primas, ocasionan en el mercado mundial.

Las economías planificadas han fracasado en todo el mundo. El socialismo, lejos de generar más riquezas que su sistema antagónico, difundió la pobreza, el estancamiento productivo y tecnológico y sucumbió en medio de la impotencia. Y el populismo, una suerte de versión light, ha demostrado también su inconsistencia aunque vivamos ahora un reverdecimiento ocasionado por el tiempo de abundancia que transitamos.

Es razonable pensar que un mundo distinto reclama ideas distintas. Pero cualquiera que, dentro del peronismo, ose plantear la caducidad del cuerpo de ideas que signaron el 17 de Octubre de 1945, correrá el severo riesgo de ser condenado por traidor al núcleo más sustancial del pensamiento peronista. Al que tuvo como protagonista decisivo al propio Perón, al hecho fundacional y simbólico por excelencia.

Sin embargo, en muchos aspectos, el 17 de Octubre es un cascarón vacío, carente de sustancia como no sea la repetición rutinaria y cuasi religiosa de un puñado de ideas que no han atravesado inmune los dominios de Cronos.

Sin embargo, los conceptos más clásicos de aquel tiempo, sobreviven como "corpus" sustancial que guía la acción del gobierno nacional. Al menos en su discurso.

La gran paradoja de la época, en este aspecto, consiste en que es el derrumbe del estado omnipresente y asfixiante en otros países, el triunfo del mercado en tierras lejanas, lo que nos está permitiendo este tiempo de abundancia. Y también nos hace pensar que el motivo de nuestra prosperidad radica en la fidelidad a aquellas ideas muertas y desbordadas por nuevos paradigmas y nuevas realidades.

En otras palabras: estamos viviendo de los coletazos del triunfo del mercado en otras latitudes y utilizamos esos vientos favorables para fortalecernos en conceptos caducos, apropiados quizá para otro tiempo pero inconducentes para el nuevo siglo.

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