lunes, 6 de diciembre de 2010

Tiempos de goma. Por Tomás Abraham


El peronismo es un movimiento. La izquierda es un mosaico de sectas. El primero resuelve sus diferencias acomodando las fichas de acuerdo con la conveniencia del momento. La segunda se fracciona hasta llegar a lo infinitamente pequeño. ¿Qué sucede cuando el progresismo y la izquierda penetran el peronismo y procuran radicalizarlo desde adentro? Podemos extraer algunas lecciones por lo aprendido en la década del setenta y por lo que vemos estos últimos años gracias al apoyo de sectores de la cultura al kirchnerismo. La instancia política sigue la tradición de hablar con Dios y con el Diablo, con De Vido y Bonafini, Díaz Bancalari y Carlotto, con Alperovich y Milagro Sala, Timerman y D’Elía, con Moyano y el Arcángel San Gabriel.


Siempre fue así. Menem era Facundo Quiroga y se abrazaba con el almirante Rojas. Kirchner se abrazaba con Menem y poco después, ante su presencia, se tocaba el testículo izquierdo. Algunos califican a esta actitud de pragmatismo para darle un nombre de etiqueta. Otros dirán que la sociedad argentina es diversa y que el poder político debe “conversar” con todos los estamentos comunitarios. Sea cual fuere la justificación, el peronismo tiene la amplitud de un fuelle de bandonéon.
El progresismo despojado de su vertiente dialoguista y con retórica de izquierda le inocula al peronismo lo que justamente no tiene: una ideología. La Presidenta en sus discursos lo decía de acuerdo con el nuevo lenguaje de los cuentistas sociales. Nos hablaba repetidamente de un “relato”. El giro lingüístico de la tradición anglosajona a partir del abusado Wittgenstein nos hizo saber que todo lo existente es objeto de una narración. Este relato ideológico es necesariamente maniqueo. No produce entusiasmo si no se construye la figura de un alien. No hay identidad posible si no es contra un enemigo. Para eso los profesionales abocados al uso de las palabras son sumamente útiles. Vieron su hora en marzo de 2008 con la crisis del campo. (Recién me doy cuenta de que en lugar de “cientistas”, el corrector automático lo convirtió en “cuentistas”. La tecnología oficia a veces de dispositivo oracular).
A muchos les es muy difícil vivir sin algún fanatismo cotidiano que les ayude a sobrellevar –cito a Jacques Lacan– la ausencia de falo. La duplicidad de la vida nos pierde. Tomás Moro, mientras vivía diariamente las intrigas cortesanas en la corte de Enrique VIII, escribía su Utopía. No impidió su decapitación, pero lo coronó con la gloria y la beatificación.
“No hemos perdido nuestros sueños y las utopías”, entonan los ideólogos. Es posible, aunque nos permitirán cierto escepticismo respecto del desinterés de la devoción confesada. Los cargos, los sueldos, las fotos, los viajes, las menciones, la televisión pública ayudan a sobrellevar una vida tan sacrificada.
La crónica de nuestra ciudad nos dice que parece que las aguas están más calmas. Extraño avatar en nuestra república, siempre agitada. No todos quieren una mansedumbre que no es más que regresión. Piden extremar el modelo. Avanzar. No distribuir el poder conquistado. No perder el tiempo en seducir a la podrida clase media. No olvidarse del ideal. En los setenta se trataba del socialismo revolucionario que, finalmente, Perón rechazó. Echó a sus huestes de la plaza. Sería muy gracioso que el personal gubernamental que hoy nos gobierna, si su proceso de sedación continúa, expulse a sus mentores ideológicos de la Biblioteca Nacional y de la TV panfletaria. No creo que eso llegue a ocurrir, pero quien sabe, quizás se tome el atrevimiento de gobernar sin “relato”. Lo que no sabemos es qué harán los intelectuales y la gente de la cultura que dicen vivir un giro ya no lingüístico, sino histórico de ciento ochenta grados; cuando el vértigo de la rueda aumente el ángulo de mira hasta los trescientos sesenta para volver al inicio. Sería un chiste menemista. Volveríamos a la década del setenta, pero ya no desde la fidelidad, sino desde la traición.
Es previsible que así suceda, ya que ciertos feligreses tienen el destino de las vírgenes violadas, o –si se quiere– de las novias abandonadas, para seguir con la imagen tanguera del bandonéon y este anacronismo de género que sabrán disculpar.
Muchos dicen que estos últimos días se vive un clima de sosiego. Nadie llama a combatir al monopolio. Se esfumaron las oligarquías. Hasta la palabra “genocidas” dejó de multiplicarse en los medios. Por algún extraño motivo, el FMI se ha vuelto una sigla danzarina. Por un momento, salta para un lado, luego aterriza en otro. Un día se dice que no pasarán, el otro día anuncian que llegarán. Hasta tal punto se declara que se vive un clima de tranquilidad que sólo consigue subvertirlo una declaración de un actor bien macho y enojado que insulta a dos luminarias de la pantalla, y un bofetón casi alegre de una candidata a la gobernación de Buenos Aires que fue disculpada con ternura. A pesar de estas escenas, no parece que haya ofendidos ni humillados.
¿Se convertirá la sociedad argentina en una sociedad aburrida? ¿Volverán aquellos días en que nos gobernaba el Chupete? ¿Succionarán los argentinos medio dormidos el adminículo de látex una y otra vez mientras un nuevo ser con camperita de gamuza bosteza por la pantalla? ¿Por qué no? La opinión pública es materia de meteorólogos. Cuando dicen que lloverá, sale el sol. Hoy muchos de ellos nos inundan con cifras euforizantes en las que pretenden mostrar las glorias de su querido Néstor, el grado de imagen positiva de Cristina, la cantidad de gente que vive bien en el país, la indigencia eliminada, el irrefrenable progreso conquistado. Quien sabe, quizás en octubre de 2011 el Gobierno consiga un resultado tan fulminante como el obtenido por el mentado Chupete el 24 de octubre de 1999 con el 48,37% de los votos que le permitió la elección directa sin ballottage.
Excelente receta fue la suya. Respeto por el modelo económico, no tocar el uno a uno, y terminar con la corrupción sistémica del menemato. A sus votos de más de nueve millones se les puede agregar los casi dos millones de Domingo Cavallo –10,22%– que seguía la misma consigna de mantener la Convertibilidad y “desyabranizar” el poder.
Este casi sesenta por ciento de apoyo al Modelo fue festejado con victorias en todo el país, menos en La Rioja y Santiago del Estero.
Hoy puede repetirse la historia. Nadie quiere –o al menos no habla– de cambiar el modelo bautizado como “crecimiento con inclusión”. Ordenar los precios relativos, redistribuir los subsidios, mejorar la calidad de la inversión, controlar la inflación, fomentar el ahorro interno, destrabar los cuellos de botella de la oferta, bajar el gasto público, son éstas palabras muy lindas, si no se detallan los medios para conseguir estas metas de equilibrio económico y financiero, si no se miden los ajustes en los bolsillos que cualquier enfriamiento implica, y qué inestabilidad laboral tendrá como lógica consecuencia. Y con respecto a la ética o calidad institucional, se verá quién tiene la manija, si un gobierno que ahora puede mejorar su imagen pública con algunos cambios de personajes y de tonos, o una oposición que no puede hacer olvidar el pasaje del Chupete al helicóptero.
Nuevamente, ética remozada y modelo económico conservado. Ah, ¿qué sucederá con los profesionales del relato si sobreviene esta era de aburguesamiento? Lo dejaré para una próxima nota.


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