jueves, 16 de diciembre de 2010

La primarización. Por Daniel Muchnik

La familia Rocca, que es la titular del grupo siderúrgico multinacional Techint , siempre se ocupó de señalar, en público, los elementos que impiden un desarrollo industrial sólido y sostenido en el país. Lo hizo Agostino, el fundador de la dinastía, su hijo Roberto y ahora le toca el turno al nieto, a Paolo, cada uno de ellos en distintos momentos históricos de la Argentina y en todos marcaron las carencias del Estado o la inoperancia de los propios empresarios.

En la segunda jornada de la reciente Conferencia de la Unión Industrial, Paolo Rocca dijo que las recetas económicas de los primeros años de la salida de la crisis de 2001/2002 dejaron de ser adecuadas en esta nueva etapa y pidió previsibilidad en las acciones de los gobiernos, nacional y provinciales. Sin demasiadas vueltas Rocca se plantó frente a la audiencia y reclamó mayor industrialización porque “ la primarización de la economía ---sentenció textualmente ---puede ser un atractivo en el corto plazo, pero en el fondo es un acuerdo con el diablo”.
En esa dirección la posición de Rocca no se diferencia de la de aquellos economistas que juzgan que la matriz productiva local es la misma de las décadas pasadas y eso implica estancamiento, falta de renovación, ausencia de nuevas tecnologías , escasa utilización de la ciencia. Un país que no ha modificado la obtención de sus riquezas y por lo tanto utiliza menos mano de obra, menor creatividad industrial, menor abastecimiento para el mercado local y el comercio exterior. Con un bache tecnológico con el hemisferio norte que cada vez se ensancha más.
En definitiva hay que encontrar la justa medida en la actual pugna entre la soja y otras commodities y la producción de bienes elaborados, los que contienen valor agregado, con mano de obra local. Argentina ha crecido en los últimos años, pero con producción primaria, buenos precios internacionales y viento de cola que ha durado para alegría de algunos sectores.. Rocca contó que la participación de la industria en el Producto Bruto Interno del país es menor a la de los países del sudeste asiático, con tendencia decreciente. Mientras en el Asia trepó del 20 al 24 por ciento, en América Latina bajó del 18 al 15 por ciento.
Sin duda mantener el viejo esquema productivo es “tentador” para el Gobierno. Es que entre el 30 y el 40 por ciento de los gravámenes que ingresan al Estado provienen de Impuestos sobre el sector primario. De lo que no se dan cuenta la autoridades (o acaso miran para otro lado) es que esta presión concluye golpeando en un incremento de la inflación y en un deterioro competitivo del tipo de cambio, que daña las ventas externas.
Estas reflexiones no caen bien en la Casa Rosada. En la mencionada Conferencia de la UIA, la presidente Cristina Fernández subrayó que en los diez primeros meses de 2010 el superávit comercial externo fue de 11.426 millones de dólares y la manufactura industrial ocupó el 34 por ciento del total.
Es un dato relevante pero habría que desmenuzar los ítems de la exportación industrial porque fueron sólo los automotores colocados en Brasil, donde la demanda de esas unidades ha crecido con solidez, los que cubrieron la mayor parte de los envíos fronteras afuera. Y al mismo tiempo que se consolidan las exportaciones también aumentan las importaciones. Esto es por un viejo problema de arrastre del empresariado local : importa para achicar los costos, en especial de mano de obra. Rocca advirtió que desde 2002 , los salarios en dólares aumentaron un 22 por ciento, en tanto la productividad en la industria sólo rozó el 4 por ciento.
La primarización es dolorosa en el mediano y largo plazo. Se exporta con escaso valor agregado lo que no da lugar al ingreso de inversiones de alto nivel tecnológico. La generación de empleo es mínima y esto multiplica la exclusión social de los que habían sido preparados para tareas industriales . Esta realidad puede derivar en la llamada “enfermedad holandesa” : en la década del sesenta aumentaron considerablemente los ingresos de divisas y de inversiones extranjeras en los Países Bajos por el descubrimiento de importantes yacimientos de gas natural en el Mar del Norte. Pero la euforia dejó de serlo cuando nada de aquello fue una buena noticia : se socavaron las exportaciones tradicionales y se causó un daño irreparable a las manufacturas locales.

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