miércoles, 15 de diciembre de 2010

Inmigrantes. Por Jorge Fontevecchia

La historia de la humanidad se caracteriza por migraciones. Una población que crece hace a una economía pujante, más pujante. Brasil recibe más inversiones que Rusia también a causa de que la población brasileña crece mientras que la rusa comenzó a bajar, porque las duras condiciones de vida que impone su naturaleza hacen que nadie quiera inmigrar, sin poder compensar la baja de la tasa de natalidad. Estados Unidos ganó la Guerra Fría también porque al comenzar el comunismo, hacia 1920, tenía 106 millones de habitantes y hoy tiene 317 millones: multiplicó por tres, mientras que Rusia tenía 137 millones de habitantes y hoy tiene 140 millones: sumó cero. A Estados Unidos mucha gente quería y quiere ir a vivir, y a Rusia casi nadie quería o quiere ir a vivir, aun hoy. Que la gente desee ir a un país –o irse de él– es un indicador económico de primer orden. Los seres humanos en todo el mundo siempre se han desplazado buscando mejorar sus condiciones económicas.

Contar con una población numerosa es condición necesaria para tener un gran mercado interno. Si China crece a tasas del 10% anual integrando al consumo y a la producción a decenas de millones de campesinos pobres, a los que saca del campo para llevarlos a la ciudad y a quienes mejora su dieta con proteínas importadas de la Argentina, ¿por qué nuestro país no puede lograr lo mismo en su territorio y absorber año a año a millones de habitantes de los países limítrofes –equivalentes sudamericanos a la periferia y el interior chinos– y hacer de ellos una solución en lugar de un problema?
Ningún otro país de Sudamérica recibe millones de inmigrantes de sus vecinos como la Argentina. Que sean pobres e incultos ¿los hace inasimilables como fuente productiva? Muchos de los inmigrantes europeos de principios del siglo pasado ¿no eran también semianalfabetos? Gran parte de los más de 40 millones de hispanos que integran hoy la población norteamericana ¿no fueron en su origen campesinos mexicanos sin mejor preparación que la parte de nuestros vecinos paraguayos o bolivianos que migran hacia la Argentina?
Un ejemplo de la inmigración en Estados Unidos es la Ellis Island –frente a la famosa Estatua de la Libertad–, donde funcionó el centro de recepción de inmigrantes de Nueva York entre 1892 y 1954. Por ella pasaron 12 millones de inmigrantes y el sistema funcionó así: los barcos hacían puerto en la isla; dos por ciento del total –250 mil– fue enviado de vuelta a su país de origen por sus antecedentes; el 10% del total –1.200.000– quedó retenido en el hospital de la isla hasta su cura porque la revisación médica diagnosticó alguna enfermedad; y el resto pudo ingresar a Manhattan. Hoy, 100 millones de norteamericanos, un tercio del total de la población, descienden de aquellos 12 millones de inmigrantes que ingresaron por Ellis Island.
Contrasta esta historia con las persecuciones a inmigrantes mexicanos que George W. Bush instrumentó en su último mandato. Pero no hay que dejarse engañar por esa teatralidad muchas veces proselitista: si hay viviendo 40 millones de hispanos en Estados Unidos, es porque de alguna manera al país le convino su llegada. La propia Alemania, con la presión migratoria africana que enfrenta la Unión Europea, anunció que si no aumenta la inmigración, su sistema jubilatorio entrará en colapso porque dentro de algunos años la clase pasiva sería mayor que la activa, con más gente cobrando jubilación que aportando y trabajando. La inmigración rejuvenece a las poblaciones.
Claro que a los 12 millones de inmigrantes que ingresaron a Manhattan desde Ellis Island no se les permitió luego acampar en el Central Park. Ni tampoco fomentaron que se quedaran todos en Nueva York, como sucede en la Argentina, donde el 70% de los inmigrantes de todo el país se concentra en el Area Metropolitana.
En la Argentina se ideologiza el desafío de la inmigración en lugar de enfocarlo hacia soluciones prácticas. No es un problema actual. Ya en 1879 Juan Bautista Alberdi escribió la siguiente barbaridad: “Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea. Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos, con indios de Asia y con negros de Africa. Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país cuando, en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta. Porque hay Europa y Europa, conviene no olvidarlo”.
Con los africanos que despreciaba Alberdi, Brasil construyó la quinta mayor población del planeta, lo que le permite ser la octava mayor economía mundial. Nuestra incapacidad de convertir en productores y consumidores a los inmigrantes más pobres habla más de nuestra pobreza que de la pobreza de ellos.

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