Es cínico que se provea de armas a la policía, porque si las usa, termina severamente sancionada. Y si no las usa, no consigue disuadir. El Estado ahorraría mucho eliminándola por completo. Sería más coherente.
Entonces llegaremos a disfrutar de una libertad maravillosa. Pero claro, la libertad de la selva. Ahora bien, si no queremos la terrible selva, entonces hay que hacer lo que indica la racionalidad: establecer límites y cumplir con la ley. No hay otra.
Los seres humanos, tanto a nivel individual o colectivo, tendemos a sentir molestia ante la prepotencia de los límites, de los deberes, de las contenciones. Pero estos tábanos “represores” son los que permiten crecer y convivir. La Constitución es un catálogo de límites, expresados como derechos y obligaciones. ¡No olvidarlo!: “obligaciones”. La fobia contra la “represión” de todo tipo estimula a que no se cumplan las obligaciones. ¿Ejemplos? La obligación de no interrumpir el tránsito por rutas y caminos, no ocupar edificios públicos como las escuelas, y no apropiarse de espacios que pertenecen a toda la comunidad.
El presidente Mujica acaba de brindarnos un buen ejemplo al decretar la prohibición absoluta de ocupar edificios públicos. Lo hace en medio de una cadena de huelgas y una baja de su popularidad. Pero responde a su deber de estadista. Esta decisión irá calando en la profundidad de los hábitos y con el tiempo a ningún uruguayo se le ocurrirá usurpar un edificio público. Por lo tanto, no habrá necesidad de mandar policías ni “reprimir”. Todo funcionario jura al asumir que cumplirá y hará cumplir la ley. Pero entre nosotros, antes que cumplir la ley, se sabe que conviene dejar que la violen, para no “reprimir”, porque “reprimir” quita votos. Hay que proceder como los padres cómodos y permisivos, que al final se tiran de los pelos.
No tengo dudas en condenar los tipos de represión que efectúa una dictadura y hasta gobiernos autoritarios elegidos equivocadamente por la ciudadanía (Hitler, Chávez, etc.). Otra cosa es poner límites y obligar a que se respete la ley, dentro de los claros postulados de una democracia. Incluso será más efectiva la democracia cuanto más estricto sea el cumplimiento de la ley. Pero si en nuestro país ni siquiera son obedecidas las resoluciones del más alto tribunal de la nación, que es la Corte Suprema de Justicia, ¿cómo vamos a esperar que chicos, grandes, ricos, pobres, vecinos, okupas, funcionarios, gente de a pie o gente de cualquier otra condición las cumpla? Aquí la ley se ha vuelto algo abstracto y contingente.
Un juzgado prohibió el asentamiento en el Parque Indoamericano. Esa decisión judicial hubiera sido suficiente en una democracia con instituciones firmes, para que no se usurpe el sitio. Pero se violó la ley. Es grave la situación de gente pobre sin techo, ni comida, ni asistencia. Pero eso no la autoriza a violar la ley. Debemos tener el coraje de reconocerlo. Y tener el coraje de acusar y presionar a los poderes que no saben o no quieren desarrollar políticas de Estado eficientes que resuelvan los daños de esa pobreza, carencia habitacional, falta de trabajo, explotación en negro, inflación y otros males que golpean con más saña a quienes menos tienen.
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