domingo, 30 de noviembre de 2008

Volver al 2002. Por Tomás Abraham


Vivimos bajo los condicionamientos de la más reciente de las crisis, me refiero a la de 2001. La Argentina no se ha recuperado de aquella debacle. Entre las capas de nuestra memoria colectiva predomina la más reciente. La latencia viva de aquellos acontecimientos encuadra la deformada reconstrucción del pasado que hoy condena los noventa y encomia los setenta.

Por aquel 2001, la ciudadanía ya no cree en alianzas. No se espanta ante el centralismo. Sabe que el desgobierno y la impotencia son compañeros inseparables de gobiernos titulados progresistas. Estamos enterados de lo que hicieron con sus principios éticos renovadores justicialistas, radicales, frepasistas, etc.
No hay receptividad para las acusaciones de falta de diálogo de parte del gobierno. Nadie le da mayor importancia a esa queja.

Es cierto que pensando en términos de décadas o de largo plazo, es necesario mejorar la calidad institucional, respetar los contratos, dar seguridad jurídica y fortalecer a la República. Lástima que el largo plazo impone un acuerdo y una disciplina presente que nadie tiene la fuerza política de imponer, y menos en manos de oposiciones que ni siquiera tienen el mínimo control sobre el corto.
La agitación parlamentaria, los nuevos bloques, los frentes electorales no consiguen ocupar un espacio de poder. Cuando parece que lo logran por un voto vicepresidencial, el espejismo se diluye rápido. Hoy, poco tiempo después, el Gobierno tiene un poder más concentrado que antes, no sólo con votos de recinto sino con dinero.
No sería una mala noticia para la democracia que por las próximas elecciones cambie la composición del Poder Legislativo y el protagonismo del nuevo congreso frene las arbitrariedades del Ejecutivo.
Sin embargo, sabemos que las coaliciones opositoras engordan cuando no tienen ningún poder. Una vez que consiguen alguno, aunque sea minúsculo, se fagocitan entre sí. ¿Por qué ser pesimista? ¿Y a santo de qué hay motivos para ser un poco optimista?
Desde el 2001 el protagonismo político lo tienen los movimientos sociales y los sindicatos. En lo social, los rumbos lo marcan los piqueteros, los obreros desocupados, las familias congregadas que denuncian el terror callejero, los movimientos de los derechos humanos, la movilización de los sectores agrarios y de los pueblos del interior. Los que concitan la atención de la gente y la movilizan con el escenario montado por los medios masivos de comunicación son los líderes sociales, las madres y padres de muertos de hoy y de ayer, los representantes de sectores de la producción y no los políticos de gabinete o de bancada,
Este ha sido el resultado político del que “se vayan todos” de hace pocos años.
Los justicialistas que no se someten al Ejecutivo hacen bloque propio. Eso después de compartir la tarea política del matrimonio durante años. Es probable que ante una invitación de Olivos se olviden de sus recriminaciones y se acomoden nuevamente como lo han hecho tantas veces.
Muchos desahuciados que hoy piden formalidad constitucional y diálogo se han burlado de la legalidad cada vez que tuvieron poder. Fueron conspiradores en 2001 y sus caras nos vuelven al 2002. Nadie quiere volver al 2002 y menos al 2001, por lo general se prefiere el 2008, y lo que pasó entre el 2003 y el 2008.

Las acusaciones son reiterativas: que la inflación, que la pobreza, que la desigualdad social, que la corrupción, que De Vido, Jaime y Moreno, que la Presidenta llega tarde, que compra demasiada ropa, que el chavismo, que el aislamiento del mundo, que los superpoderes, que lo que quieran: no se ve alternativa, y menos la de oportunismos electoralistas.
Pero los votos son fáciles de prestar. Es posible que en las próximas elecciones el Congreso esté más equilibrado. Entre fuerzas más parejas se discutirá más, se llegará a menos, habrá negociaciones, cambios acelerados de bancada, sobrarán borocotazos, los acuerdos se desgastarán rápido y comenzará de inmediato la campaña presidencial con la puja entre candidatos, otro espejismo.
Se dice que sólo desde la política se pueden cambiar las cosas y la vida colectiva. Es cierto que también se la puede destruir, arruinar, aplastar, degradar. Los políticos dicen que son hombres de acción. Cualidad que suponen más meritoria que la de intelectuales que no hacen más que dudar. Acción seguro, fundamentalmente la de juntarse para almorzar, cenar, y volver a almorzar.
Para que la acción política sea nuevamente creíble habrá que transar y trenzar menos. Este Gobierno ha cometido muchos errores. Sin duda, pero ha bajado la mayor lacra heredada: la desocupación. Es corrupto como todos los que lo han precedido. Para que nuestro país se arriesgue a tener un personal gubernamental honesto y un gobierno con transparencia fiscal y presupuestaria deberá eliminar privilegios. Los ilegalismos están entramados en la sociedad civil. El Estado los refuerza y legitima.
En este sentido como en muchos otros, este Gobierno no ha cambiado “el modelo de país”. El problema es también otro. La Argentina pertenece a una zona marginal del mundo en el que hay un país que concentra energías y riquezas: Brasil. Nuestras carencias son muy grandes y el margen de maniobra muy estrecho. El aislamiento internacional era inevitable luego del default y de la supresión de todo seguro de cambio para las grandes empresas de servicios.
Muchos dicen que nuestro país ha perdido una maravillosa oportunidad. Mienten. Saben que si de oportunidades se trata, se las ha perdido durante generaciones. Este lamento ficticio de tantas pérdidas endosadas a otros sirve para trasmitir la idea de que nuestro país no tiene más historia que la de ser un país perdido. Es un modo bastante barato de montar una prometedora operación rescate.
El centralismo autoritario sin duda que es un problema porque sostiene la política en la extorsión. Con ella gobernó Rosas, y no lo hizo mal ya que acabó con la anarquía. El rosismo no se resume al degüello y a la persecución. Como el kirchnerismo, tampoco se reduce a la malversación de fondos. El primero nacía como fenómeno político luego de la guerra civil iniciada en1820, el último surge después de la debacle institucional de 2001.
La concentración de poder es una constante nacional frente a la fragmentación y el canibalismo interno. Durante los noventa la vía libre a la autonomía financiera de las provincias provocó un endeudamiento incontrolable y la estafa de la gente con sus bonos devaluados.
La descentralización no es garantía para que cambie la clase política y no logrará más que una distribución ampliada de la corrupción. Falta mucho para construir un federalismo posible que fortalezca la unidad nacional.
De todos modos, de la impericia, de lo ya remanido y previsible de los frentes opositores, no se deduce que a los Kirchner les vaya necesariamente bien. Si pierden feo el año que viene, podrán concretar lo que vienen amenazando: irse, y dejar que Cleto o un hada madrina se hagan cargo del caos institucional y de la crisis económica. Después del supuesto desquicio, se podrá organizar una operación clamor con el nombre de Néstor y, quien dice, con supremos poderes o, al menos, una nueva reforma constitucional.
*Filósofo.

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