miércoles, 26 de noviembre de 2008

Ser confiables no es tan fácil. Por Joaquín Morales Solá

El Gobierno es tan volátil como los mercados financieros internacionales. Un día se caen y otro día también. Mejoran en una jornada, pero la recaída posterior resulta peor que la mejoría. En fin, ahora los Kirchner quieren atraer capitales argentinos que están fuera del país. Antes, hicieron todo lo posible por espantarlos.

Anunciaron un plan para "salir a conquistar nuevos mercados para los productos argentinos", pero la producción agropecuaria argentina está encerrada en silos y en frigoríficos porque el gobierno nacional, que es indiferente ante el cambio de la situación internacional, nunca digirió la derrota de la rechazada resolución 125 sobre el aumento de las retenciones a la exportación de granos.
La soja espera mejores precios en las provincias productoras. Los frigoríficos están abarrotados de carne de vaca y de cerdo. Los tambos están a punto de empezar a tirar leche y quesos ya vencidos. La orden que prohíbe esas exportaciones, de manera explícita o implícita, no se ha levantado. "Hay revancha contra el campo", suele decir el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, cuando observa tantas cosas acumuladas que van perdiendo calidad y oportunidades.
El Gobierno decidió también la creación de un Ministerio de la Producción, pero no se sabe aún con qué segmentos de la administración contará. ¿Sus futuras secretarías provendrán del inexistente Carlos Fernández o del todopoderoso Julio De Vido? ¿Tendrá Débora Giorgi el poder suficiente como para llevar adelante un plan propio sobre producción y exportaciones? ¿O, en cambio, caerá presa del eterno problema de un Néstor Kirchner atrincherado con muy pocos fieles y administrando todo el poder fáctico del Gobierno?
Giorgi tiene experiencia en la administración pública. Fue funcionaria de Fernando de la Rúa y de Daniel Scioli en cuestiones industriales y productivas. Pero también Martín Lousteau tenía pergaminos en la administración y cayó víctima de la intolerancia de Kirchner. El ex presidente soporta cada vez menos a cualquiera que sea ajeno a un círculo progresivamente cerrado y restringido. Los argentinos se acostumbraron, además, a un gobierno que ha hecho de los anuncios cotidianos la única política estable y coherente.
Sería imposible llevar la cuenta de cuántos anuncios se cumplieron y cuántos no. Nadie recuerda ya la engolada notificación de la Presidenta de que el país le pagaría al Club de París toda la deuda en default. Ningún Estado acreedor recibió nada. Tampoco hay memoria de otra solemne noticia: la que informó en su momento que tres importantes bancos internacionales se harían cargo de refinanciar la deuda, también en default, con los bonistas que no entraron en el canje de Roberto Lavagna, en 2005. Desde las inversiones chinas por 20.000 millones de dólares, que se convirtieron en papel mojado, hasta un nuevo sistema cloacal en Berazategui, todo merece un atril, un anuncio y un final abierto. Puede resultar cierto o no.
* * *
La repatriación de capitales argentinos en el exterior es una decisión contradictoria con la estatización de las AFJP. Si existiera un eje de política económica en el Gobierno, la opción habría sido muy clara: o se consolidaba la confianza en el sistema financiero argentino, que la hubo en los primeros momentos de la crisis internacional, o se desconocía el derecho a la propiedad privada, sobre todo cuando lo que se discutía era el dinero ahorrado durante años por millones de argentinos.
Cuando estalló en el mundo la tormenta financiera y los bancos más pintados comenzaron a trastabillar, muchos argentinos se preguntaron si sus ahorros en el exterior no estarían mejor resguardados en bancos argentinos. La sociedad argentina no está endeudada en los niveles que lo están las sociedades de los países más desarrollados. Los bancos locales sólo habían hecho tímidos escarceos para volver a dar créditos tras la gran crisis de principios de siglo. Todo indicaba, así, que los bancos argentinos estaban más sólidos que los de Estados Unidos o Europa, aunque fuere más por las malas razones que por las buenas.
Esa vacilación de los ahorristas argentinos en el exterior, que son muchos, duró hasta que Néstor Kirchner y su esposa, en ese orden, decidieron meterse en el bolsillo los fondos privados de pensión. Ese gesto no sólo diluyó la confianza; también creó nuevas sospechas, que llegaron a poner en duda la inviolabilidad de las cajas de seguridad. Circulares de la AFIP dirigidas a los bancos, que referían precisamente a plazos fijos y a cajas de seguridad, terminaron creando más desconfianza. Los bancos sintieron la fuga de depósitos y hasta Guillermo Moreno debió salir a frenar la escalada del dólar, siempre el último refugio de los argentinos asustados.
Nunca más se volvió a hablar, en círculos financieros, de la posibilidad de repatriar capitales. Muchos argentinos eligieron oscilar al ritmo de la crisis mundial y no al de los antojos del matrimonio presidencial. Difícilmente esa percepción pueda desaparecer ahora con un cambio brusco.
La Presidenta dijo ayer que sólo no serán beneficiados por el blanqueo los funcionarios y ex funcionarios oficiales. Sobraba la aclaración, porque si hay funcionarios o ex funcionarios con dinero no declarado en el exterior es casi inevitable pensar que hubo delitos. ¿O estamos aceptando de hecho que existe una estirpe corrupta que sólo recibirá la pena de no gozar de nuevos privilegios? Más útil hubiera sido que Cristina Kirchner incluyera en su exclusión a empresarios que hicieron fortunas al calor del poder actual o pasado. Sus nombres los conocen todos.
La repatriación de capitales mediante un blanqueo es siempre injusta, porque termina afectando a todos los argentinos que pagaron sus impuestos en tiempo y forma. Hay maneras más sofisticadas de crear confianza en el país para la inversión y para ayudar a la solvencia del sistema financiero.
La decisión de ayer tiene el sabor de otra medida desesperada por la necesidad de alimentar una caja cada vez más módica. Baja la recaudación de impuestos porque bajó el ritmo de la economía y baja, al mismo tiempo, el ingreso de dólares porque la crisis internacional achicó el superávit de la balanza comercial. El Gobierno necesitará dólares en 2009 para pagar sus deudas, pero los dólares están fuera del país o debajo de los colchones. La confianza no se reconstruye fácilmente cuando se ha hecho tanto esfuerzo por destruirla.

La Nación - 26-11-2008

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