miércoles, 26 de noviembre de 2008

Cristina, la cavallista. Por Adrián Simioni

La economía argentina está otra vez en su tradicional laberinto. Pero en esta ocasión éste es más traicionero que nunca, porque está envuelto en la espesa niebla de la crisis internacional. No se ve nada. Y eso permite que la Unión Industrial Argentina (UIA) y el Gobierno nacional hablen de la crisis como si fuera una sola. Aunque son dos y plantean resoluciones distintas, cuando no contradictorias:

Una crisis es la que viene de afuera, hundiendo al mundo en la desaceleración económica, generando menos demanda para los productos argentinos y abaratando los productos extranjeros, que amenazan a industrias locales con crecientes importaciones. La otra es la que viene de adentro y, en definitiva, expresa las dificultades que encuentra la Argentina desde hace décadas para elevar su productividad de manera consistente y desarrollar así una sociedad más integrada, con salarios más o menos decentes, que ofrezca más oportunidades a mayor cantidad de gente. Luego de la crisis de 2001, la devaluación dio a la industria, mediante una baja salarial, la competitividad con la que el sector pudo sobrevivir, pese a la baja productividad de muchos bolsones productivos. Pero en los seis años transcurridos desde entonces no se invirtió en la magnitud necesaria ni se hicieron reformas del sector público que apuntaran a desarrollar una sociedad más eficiente. La tasa de interés creciente –desde antes de la crisis internacional– expresa que los capitales estuvieron dispuestos a quedarse, pero sólo a cambio de un elevado y rápido retorno que compensara el riesgo de estar en un país que cambió de golpe regulaciones, que estatizó empresas, que incumplió contratos. La idea de recuperar los ingresos de la población y el mercado interno sin elevar la eficiencia y prescindiendo de nuevas inversiones se tradujo, en definitiva, en una inflación leve pero persistente, que se terminó comiendo la ventaja cambiaria. La UIA pide milagros. Por eso, pese a seis años de fuerte crecimiento y luego de que el peso se depreciara 10 por ciento adicional en los últimos meses, los industriales reclaman –otra vez y cada vez más– una devaluación que opere el milagro de tornarlos más competitivos, dado que ellos no pudieron, no supieron o no quisieron ganar productividad con base en buenas inversiones. Ésa debería ser su tarea. Y las políticas públicas deberían promover que la cumplieran. Paquete para la “crisis propia”. Hoy, Argentina enfrenta el cóctel de las dos crisis. A la hora de las “chicanas”, Cristina Fernández las mezcló ayer, cuando se preguntó retóricamente: “¿Qué hubiera pasado si les hubiéramos hecho caso a los gurúes que desde hace bastante nos recomendaban enfriar la economía?”, con lo cual dio a entender que Argentina estaría peor parada frente a la coyuntura mundial si hubiera seguido esos consejos. Sin embargo, es justamente la inflación generada por esa economía recalentada la que redujo la ventaja cambiaria, sumada a una mayor presión impositiva de los tres niveles del Estado, que usaba esos recursos... para recalentar la actividad. De hecho, más allá de las “chicanas”, las medidas anunciadas ayer por la Presidenta apuntan de modo específico a la primera crisis, ya que no contiene medidas para alentar el consumo (excepto el muy importante efecto indirecto de proteger el empleo) para compensar los efectos del parate mundial. En efecto, las medidas buscan: Mejorar la competitividad de la industria y salvaguardar sus empleos, sin devaluar. Para eso es el olvido fiscal a deudas previsionales de empresas que blanqueen empleo en negro y, sobre todo, una baja por rangos de los aportes patronales. Incentivar la inversión. Y para eso es la promoción fiscal de temporada a quienes retornen capitales fugados y nunca declarados. Incluso hay quienes dicen que el éxito de esta medida es incompatible con una devaluación, dado que quienes tienen plata afuera sólo la traerán si están más o menos convencidos de que no habrá una devaluación inmediata. De otro modo, no tiene sentido transformar dólares en bienes que luego valdrán menos en pesos. La promoción fiscal es también sectorizada. Los beneficios varían según el sector al que se dirija la inversión. Como una señal simbólica a las provincias –no se sabe cuánto se recaudará con esta promoción simbólica–, lo que se pague por el blanqueo de capitales se coparticipará. Es cavallismo puro, igual que cuando se trataba de mejorar la ecuación industrial sin vulnerar la regla del uno a uno. Claro que las condiciones han variado. Rebajar aportes, por ejemplo, es mucho más fácil habiendo estatizado los fondos de las AFJP. El dinero extra que reciba la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) compensará más que ampliamente la reducción de aportes. Claro que un sector de la industria quiere más. Los vinculados al sector externo y los que compiten con los importados quieren devaluación. Los muy vinculados al mercado interno quieren incentivos para el consumo. Y todos quieren crédito barato, financiado por el resto de la sociedad a través del Estado. El gobierno de Cristina Fernández sabe que permitir una mayor devaluación lisa y llana del peso podría acicatear la inflación (y la pérdida de poder de compra del salario), pese a que la fuerte desaceleración económica tal vez moderaría el impacto en los precios. Además, tiene a mano datos según los cuales el tipo de cambio viene para atrás pero no está tan atrasado. Según el último informe del Banco Central, en octubre el tipo de cambio real del peso en relación con el dólar estaba 75 por ciento más alto que en diciembre de 2001; en relación con el euro, casi 170 por ciento más alto, y frente al real, casi 190 por ciento más alto. Es decir que el poder de compra de esas monedas en Argentina sigue siendo elevado en términos históricos y el peso continúa siendo débil para importar productos desde esos países. El tipo de cambio multilateral arroja que, en setiembre, la canasta de monedas de los países con los cuales comercia la Argentina valía 144 por ciento más que en diciembre de 2001, apenas por debajo del récord de 165 por ciento alcanzado en abril de este año. Proteccionismo y crédito. De todos modos, como las dos crisis –tanto la propia como la ajena– producen novedades todos los días, es probable que se sucedan nuevos anuncios. Por ejemplo, en línea con la idea de proteger a la industria sin devaluar, el Gobierno podría anunciar nuevas barreras paraarancelarias contra las importaciones (como un aumento de la tasa de estadística), una baja de retenciones a las exportaciones industriales y/o una mayor o más veloz devolución de impuestos para la exportación de bienes industriales. Para el mercado interno podrían tomar cuerpo las versiones que circulan desde hace unas semanas en cuanto a un paquete de incentivos fiscales para industrias como la automotriz y el lanzamiento de líneas de créditos con tasas subsidiadas.

Publicado en La Voz del Interior - 26-11-2008

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