lunes, 3 de marzo de 2014

Tribulaciones de un ministro chavista. Por Daniel V. González


Romero-ConfPSUV03_21822En uno de sus artículos, publicado a comienzos de los años sesenta, y recopilado en el libro Filo, contrafilo y punta, Arturo Jauretche relata la siguiente anécdota:
“Siendo Alessandro intendente de Rojas, se recibió de maestra una chica muy pobre del pueblo, y él le consiguió empleo. Nunca ésta había salido del ámbito reducido del pueblo, y para que conociera Mar del Plata le consiguió un pasaje y una estada de diez días en el balneario por turismo social.

Esto pasó hace diez o doce años –sigue Jauretche, lo que sitúa la anécdota aproximadamente en 1948/50-. Pues bien: este verano último Alessandro encontró a la madre de la maestrita y le preguntó:
– ¿Ha ido este año la nena a Mar del Plata?
Y la madre contestó:
– No; ahora va a Punta del Este. A Mar del Plata va cualquier clase de gente.-“
Y a continuación comenta Jauretche:
“Esto lo cito para que se vea que los tilingos andan por todas partes y no son necesariamente pitucos. Cualquier guarango botellero, una vez que se “para”, ya empieza a razonar como tilingo y a despreciar a los que vienen atrás”.
Al parecer, Jauretche esperaba que “la maestrita” agradeciera de por vida aquel pasaje a Mar del Plata que le regalaron en sus comienzos y le reprocha los cambios en su modo de pensar a medida que asciende en la escala social.
Versión bolivariana
Esta anécdota ha tenido una suerte de formulación teórica por boca del ministro de educación del gobierno venezolano, Héctor Rodríguez. Él ha dicho palabras que no admiten dudas en materia de interpretaciones y que, por tratarse de un miembro tan prominente del gobierno de Maduro, tiene un valor simbólico y a la vez revelador acerca de lo más hondo del pensamiento populista.
Ha dicho Rodríguez:
“Debemos sacar progresivamente a los sectores que están en condiciones más precarias, de esa situación. Y eso tiene que estar acompañado de mucha organización política, de mucho debate. No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarla a la clase media, para que después aspiren a ser escuálidos”.
Escuálidos es el modo despectivo con el que a partir de Chávez se denomina a los opositores.
Al ministro de Nicolás Maduro lo embarga un temor: que la gente pobre, una vez que pueda acceder a un mejor nivel de vida, que se incorpore a la clase media, abandone su adhesión al chavismo y se vuelque a la oposición. Por eso propone realizar un “trabajo político” para que ese hecho tan terrible no suceda.
Pero se trata de una batalla perdida. Ya lo decía un barbado filósofo alemán: el ser determina la conciencia. La inserción social es lo que lleva a las personas a pensar de un determinado modo y, en consecuencia, a adherir a uno u otro pensamiento político. El ministro chavista tiene en claro que la propuesta de su movimiento recibe fuerte adhesión en los sectores más postergados de la sociedad, los más desesperados, aquellos para quienes la ayuda estatal resulta un aporte decisivo para la satisfacción de sus necesidades primarias más elementales.
El breve párrafo del ministro implica el reconocimiento cínico de un mecanismo político clientelista que él no tiene empacho en aceptar. El ministro dice: los pobres nos apoyan porque nosotros prometemos sacarlos de la pobreza. Pero seamos cuidadosos al cumplir esta tarea porque no es cuestión que accedan a la clase media y entonces nos abandonen porque ya no nos necesitan. Es decir: nos votan porque son pobres y estarán propensos a dejarnos de votar si dejan de ser pobres y pasan a integrar la clase media.
Esta frase del ministro de educación venezolano vale más que cien tratados de sociología.
Amor a los pobres
No es aventurado pensar que este pensamiento tan claro influya, de un modo deliberado o de manera inconsciente, en las políticas que el gobierno venezolano diseña para los sectores más postergados de la sociedad. Si el ministro tiene tan claro este comportamiento social de los que integran o acceden a las franjas medias de la sociedad, seguramente estará propenso a instrumentar políticas que mantengan en el tiempo el mecanismo de apoyo estatal a los pobres pero que no necesariamente saquen a estos de su miserable condición y los proyecte hacia un mejor nivel de vida de manera orgánica y permanente.
Todos sabemos que la erradicación de la pobreza supone la inserción en el campo de la educación y del trabajo formal, entre otras cosas, de quienes hoy viven en situación de completa marginación. Pero el camino a recorrer incluirá siempre un proceso educativo, una calificación técnico-laboral y la ocupación de un lugar en el complejo engranaje de la producción social.
Los valiosos aportes que pueda hacer el estado para saciar urgencias y demandas perentorias de abrigo, vivienda y alimentación, habitualmente no incluyen la promoción social y la futura autogestión de los beneficiarios de esas políticas. La ayuda a los pobres por parte del estado puede transformarse en uno de los mecanismos más perversos de la política que procura adhesiones a partir de subsidios y dádivas que los gobiernos realizan con dinero público y con intención electoralista.
El reconocimiento a estas políticas por parte de sus beneficiarios, es algo que entra en la lógica de hierro de la política populista, que exhibe los votos obtenidos como una demostración de su presunta sensibilidad social pero que, a la vez, posterga sine die las soluciones estructurales para el flagelo de la pobreza.
Los casos de Venezuela y Argentina son notables en este sentido: ambos, países ricos que han pasado por una década brillante en materia de precios de sus productos de exportación. Ambos han hecho enormes gastos en políticas sociales clientelares durante todos estos años, con resultados magros si tenemos en cuenta que los niveles de pobreza se han mantenido elevados, en relación con las cifras invertidas.
El discurso del ministro Rodríguez es una racionalización entre candorosa y cínica de los motivos que llevan al populismo a la realización de políticas ineficaces contra la pobreza. Políticas temerosas de que el pobre pueda abandonar su condición e incorporarse a un estrato social superior, desde el cual ya no adhiera a las políticas que abrazó en su condición de indigencia.
Parece que el populismo ama tanto a los pobres que se niega a suprimir su existencia mediante acciones eficaces que les permitan abandonar para siempre su lastimosa condición.

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