martes, 11 de marzo de 2014

Una alternativa al populismo petrolero. Por Daniel Montamat

El populismo "nac & pop" depredó el stock de reservas probadas y no consigue los capitales necesarios para desarrollar Vaca Muerta y el potencial de recursos no convencionales; otro populismo de corte neoliberal intentará rifar la vaca para financiar otra fiesta cortoplacista de prebendas clientelares. No habrá una estrategia petrolera al servicio de un proyecto de desarrollo económico y social mientras estemos bajo el yugo de la institucionalidad populista.

Le atribuyen al ex presidente Juan Perón un comentario sobre el reparto de las fuerzas políticas en la Argentina: un porcentaje de radicales, un porcentaje de socialistas, uno de conservadores y algunos comunistas. Cuando le preguntaron por los peronistas, dicen que, con una sonrisa irónica, respondió: "Peronistas somos todos". Puede que la divisoria de aguas entre peronistas y no peronistas no se corresponda con esa aritmética, pero la aproximación es mucho más realista si parafraseamos al extinto General con la afirmación: "Populistas somos todos".
El populismo, ya lo hemos señalado, atraviesa transversalmente todo el arco político argentino y, como fenómeno de características sociales patológicas por su extensión temporal y arraigo social, nos tiene entrampados en una institucionalidad no republicana ni inclusiva. Los ciclos de ilusión populista siempre terminan en desencanto y fracaso; pero, travestido por derecha o por izquierda, según los condicionantes de la realidad y el humor social, el populismo nos tiene resignados a su eterno retorno. Además, por su relación simbiótica con la cultura "líquida" de sensaciones efímeras y por su vocación congénita de identificar relato y realidad, el populismo se ha transformado en un fenómeno de época a nivel mundial. La Argentina padece las consecuencias de reincidir en sus políticas: menos República, decadencia económica, declinación relativa en el concierto de las naciones, más pobreza y menos justicia social.
El sector de infraestructura y energía, por su naturaleza capital intensiva y los plazos involucrados en los procesos de inversión, es el clásico talón de Aquiles del corto plazo populista. La democracia plebiscitaria
delegativa de la institucionalidad populista usa los turnos electorales para legitimar a la mayoría que representa al pueblo y traduce la voluntad general frente a los intereses espurios del "antipueblo". En ese proceso de legitimación periódica, la preservación del poder es lo estratégico, y todo lo demás es táctico. El distribucionismo clientelar centrado en el aparato estatal y focalizado en el próximo turno plebiscitario alterna la apropiación de rentas presentes y la depredación de stocks acumulados con apelaciones seductoras al capital y privatizaciones de oportunidad para hacerse de recursos extraordinarios. ¿Acaso no pasamos en pocos meses de echar a Repsol por razones de "soberanía energética" a darle la bienvenida a Chevron (que ya estaba instalada) también por razones de "soberanía energética"? La consecuencia de esta dependencia de instrumentos tácticos en la construcción populista del poder es el abuso del intervencionismo discrecional del Estado y el cambio permanente de las reglas y las señales de precios para la inversión productiva.
En el negocio petrolero se discute renta (precios de oportunidad menos costos). La previsibilidad en los mecanismos de apropiación y distribución de esa renta es determinante en el proceso decisorio que conduce a la inversión. El gran problema de la institucionalidad populista con la inversión petrolera es la inconsistencia temporal a la que somete al proceso de apropiación y distribución de la renta y el uso coyuntural que da a la renta apropiada. Mientras hay renta petrolera para apropiar, las políticas populistas tienden a alterar los mecanismos de distribución comprometidos en el pasado interviniendo los precios y
o fijando más impuestos. Las empresas (estatales o privadas) responden a esas políticas sobreexplotando lo que está en producción y haciendo mínima inversión en reponer reservas. Cuando se acaba la renta porque se depreda el stock de reservas probadas, la institucionalidad populista acude a atraer capitales a las apuradas ofreciendo condiciones excepcionales de apropiación y distribución de la renta futura a los nuevos inversores, que, conocedores de las reincidencias pasadas, descuentan en sus pretensiones las transgresiones porvenir. La renta apropiada por derecha o por izquierda se usa para financiar gasto clientelar. Peor, si la renta es importante porque los recursos a explotar son significativos, el uso corriente de los dólares que ingresan aprecia el valor de la moneda doméstica afectando la competitividad de otras actividades y consolidando estructuras económicas extractivas con fuertes desigualdades sociales.
El ciclo populista que ahora colapsa en el país alteró las reglas de apropiación y distribución de la renta petrolera argentina interviniendo en el sistema de precios y creando retenciones con alícuotas que fueron variando y creciendo en el tiempo. La Argentina perdió el autoabastecimiento y tiene que importar crecientes cantidades de gas natural y combustibles líquidos a precios internacionales. La renta apropiada en este período se usó para consolidar la continuidad del proyecto político, pero el largo plazo la fue agotando junto a las reservas probadas. La nueva renta de los recursos potenciales requiere ingentes inversiones y ahora corremos el riesgo de que el travestismo populista intente seducir a los potenciales inversores aceptando las condiciones del capitalismo más impúdico. Todo para seguir financiando una fiesta prebendaria que no es sostenible y que nos subdesarrolla.
Vaca Muerta, Los Molles y otros yacimientos de la geología argentina albergan una gran riqueza potencial. 27.000 millones de barriles de petróleo y 147.000 millones de barriles equivalentes de gas natural (según el informe de la Administración de Información de Energía de Estados Unidos). Son 170.000 millones de barriles (bep) en un país cuyas reservas probadas se redujeron a 4500 millones de barriles (gas y petróleo). Pero son "reservas técnicamente recuperables" cuyos costos de producción todavía están por verse y pueden volver no comercial un desarrollo. La misma ideología que antes postulaba que con "dos cosechas se arreglaba todo" ahora se ilusiona con transformar la Vaca Muerta en "Vaca Viva" de la noche a la mañana. Con la política energética en curso, las reservas potenciales de Vaca Muerta seguirán durmiendo el sueño de los tiempos. No habrá desarrollo intensivo. Hay que convocar al capital nacional e internacional para transformar ese potencial en reservas probadas. Pero corremos el peligro de que una nueva aventura populista dilapide esa riqueza profundizando las estructuras extractivas y rentistas y liquide -con un peso sobrevaluado- otras actividades productivas generadoras de empleo formal.
La alternativa pasa por recuperar la institucionalidad republicana y alcanzar consensos en torno a una política de Estado para el sector. Como parte de esa política de Estado hay que aprobar una nueva ley petrolera que remoce la vigente y armonice la relación entre las provincias (titulares del dominio) y el Estado nacional (responsable de la política petrolera). Hay que implementar un régimen de control ambiental que corresponda las mejores prácticas en la explotación de los recursos no convencionales y hay que dar previsibilidad a los mecanismos de apropiación y distribución de la renta potencial de esos recursos tomando lo mejor de la experiencia comparada (Noruega, Alaska). El instrumento idóneo puede ser la constitución de un fondo soberano intergeneracional en el que participen las provincias (reciben regalías), la Nación (recibe impuesto a las ganancias) y la nueva YPF consolidada en su autonomía de gestión (paga dividendos a su socio controlante). Las ganancias de ese fondo soberano tendrán asignados destinos específicos asociados al proyecto de desarrollo económico y social que todavía nos debemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario