
lunes, 31 de marzo de 2014
Camporismo más ajuste. Por Jorge Raventos

La reducción
de subsidios es uno de los puntos del plan de operaciones presidencial para
afrontar la crítica transición que se inició con su derrota electoral en octubre
y tiene final programado en diciembre de 2015, cuando debería entregar los
atributos del poder a un sucesor.
Good
morning, Lenin
Ese plan de
operaciones tiene los rasgos que hasta hace algunos meses el relato oficial
pintaba como “ajuste ortodoxo” y es un tributo a la realidad, que tiene cara de
hereje. Hay que evitar que las divisas se fuguen, hay que tratar de seducir a
los inversores extranjeros, hay que hablar con el Club de París y el Fondo
Monetario Internacional, hay que procurarse financiamiento externo.
Etcétera.
Entre 1920 y
1921, la joven Unión Soviética, todavía timoneada por Lenin, se encontraba con
la lengua afuera: su producción paralizada, cientos de miles de hambrientos. El
jefe comunista lanzó entonces lo que llamó Nueva Política Económica, que dejó
perplejos a sus seguidores más izquierdistas, porque implicaba retornar en
muchos campos a criterios de mercado y entregar sectores de la economía,
concesionados, a capitales extranjeros. Con realismo, Lenin les explicaba a sus
camaradas: “No estamos todavía en condiciones de construir ferrocarriles en gran
escala, por eso más vale pagar el tributo a los capitalistas extranjeros y que
se construyan ferrocarriles”. Empeñado en desarrollar la infraestructura de su
país a cualquier costo, Lenín resumía: “Comunismo es: soviets más
electrificación”. Es decir: el poder de su organización política y las grandes
obras públicas. Incluso con concesiones al capital extranjero y al mercado.
No hay por
qué suponer que la señora de Kirchner actúe inspirada por aquel antecedente
soviético, que probablemente hasta desconozca. No sería tan osado imaginar, en
cambio, que algunos de los muchachos que de a ratos la rodean, que presumen de
lecturas marxistas, encuentren un antecedente (o una coartada) en aquella
maniobra táctica leninista de un siglo atrás.
Colapso del distribucionismo
irresponsable
Hay algunas
diferencias notorias, sin embargo: el poder soviético se ejercía en un
territorio que había vivido en guerra con los Imperios Centrales y seguía
surcado por la guerra civil, con una economía arrasada, además, por los
experimentos ultraestatistas del “comunismo de guerra”. En Argentina, en
cambio, las dificultades no provienen de esas calamidades, sino más bien del
colapso de un distribucionismo irresponsable y de un aislamiento suicida de las
tendencias globales que han beneficiado a todo el mundo emergente.
La fórmula:
“soviets más electrificación” podría ser reemplazada en el círculo oficial por
“camporismo y ajuste”. El programa de la transición tiene un pie apoyado sobre
medidas rigurosas destinadas a darle mayor equilibrio y sustentabilidad a las
cuentas públicas, pero junto a ese programa parece dibujarse la decisión
presidencial de sostener a capa y espada al “núcleo duro” kirchnerista, cuya
columna vertebral es la organización que lidera Máximo Kirchner.
Tanto por
uno como por el otro término de esa fórmula el gobierno avanza hacia un choque
con la opinión pública y con el peronismo. Los jóvenes camporistas no cuentan
con buena imagen en la opinión independiente y son fuertemente resistidos por el
peronismo histórico, que los observa como arribistas y adversarios. En cuanto al
ajuste, inevitablemente condena al oficialismo al disgusto de todos quienes lo
sufren. Ese disgusto se vuelve activo en los sectores organizados, como el
sindicalismo.
Conflicto y ajuste
La sociedad
se encuentra, en general, en un estado de alta efervescencia (visible en el
incremento de los delitos, los actos agresivos y las reacciones violentas) y la
desmesurada huelga docente que golpeó a la provincia de Buenos Aires muestra que
los gremios no están vacunados contra esa epidemia.
La huelga
general convocada para el jueves 10 por la CGT de la calle Azopardo y la CGT
Azul y Blanca que lidera Luis Barrionuevo será el primer capítulo de un choque
sindical contra el ajuste que seguramente se extenderá a lo largo del año. Los
“no aumentos” tarifarios anunciados por el gobierno agregan otro ingrediente al
cóctel del descontento. Y Sergio Massa – siempre primereando a sus futuros
competidores- acaba de mencionar otro: el impuesto a las ganancias, que afecta
(con sus actuales niveles gravables mínimos) a un amplio segmento de
trabajadores en blanco. En condiciones de inflación –vino a decir Massa- hay que
establecer criterios de actualización automática de los mínimos
imponbles.
Más sutiles
y experimentados que los sindicalistas docentes –que pagaron un precio ante la
opinión pública por su intransigencia no necesariamente ingenua frente al
gobierno de Daniel Scioli- los jefes cegetistas (Moyano, Barrionuevo, los que
los acompañan y los que los acompañarán en breve) difícilmente se desgasten en
una acción terca y con millones de familias afectadas: manejarán los tiempos de
modo de ir intensificando la presión en el punto buscado, procurando no afectar
a terceros.
Así será la
larga transición: camporismo, ajuste, conflicto. Y -cada vez más con más
intensidad- competencia por la sucesión de la señora de Kirchner. Una
competencia que – por los rasgos y el peso de sus protagonistas, incluso los
menos alejados del oficialismo- ratifica la idea de que el ciclo K ha concluido.
Y de que se está abriendo una nueva etapa. Faltan todavía 21 meses hasta
diciembre de 2015.
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