
sábado, 15 de marzo de 2014
El cambio que induce Francisco. Por Jorge Raventos

Cita
en Roma
El
encuentro que el lunes 17 mantendrá la señora de Kirchner con el Papa en la
residencia pontificia de Santa Marta, en Roma, no hace sino subrayar aquella
influencia. Transformado desde su consagración (y sobre todo a partir de su
acción y su prédica) en la figura pública de mayor ascendiente mundial, es
natural que el peso de Bergoglio se sienta de manera singular en su propia
patria.
La
Presidente lo comprendió casi de inmediato. Sus primeras reacciones de
disgusto y reticencia -producto de la inercia de largos años de distanciamiento
del Bergoglio cardenal primado de Argentina- fueron reemplazadas por señales de
resignación y respeto. Si alguien suponía que desde Roma se practicaría alguna
forma de revanchismo pueril por aquellos años de desdén y hostigamiento que la
Casa Rosada le había dedicado al vecino de la Catedral metropolitana, estaba
lejos de comprender la lógica del Papa. Jamás hubo desde Roma una señal de
destrato. Por el contraro, Bergoglio ha extremado los signos de cordialidad ante
una Presidente que, como se deduce de sus gestos, busca comprensión y (desde
fines de octubre, es decir, desde que hablaron las urnas y encogieron a la mitad
el caudal de votos oficialistas) sabe que necesita (y necesitará, en un incierto
pero no lejano futuro) tutela y ayuda.El Papa menciona a menudo con tono crítico
las actitudes “autorreferenciales” y no se detiene en minucias; se subordina a
su misión de pastor y cuida de todo su rebaño (en este caso, el pueblo de su
patria), no a alguna oveja en particular.
Cuidar
la gobernabilidad
A
las dificultades que ya observaba en sus tiempos de obispo porteño (el extravío
de las nociones de concordia y solidaridad, el auge de actitudes confrontativas
y disgregativas) se suman ahora el creciente deterioro del poder social y
político y su contracara: el desorden, la extensión de las redes del crimen
organizada y la amenaza de ingobernabilidad. Jorge Bergoglio observa con
aprensión ese paisaje que se extiende mientras se desarrolla la transición hasta
el epílogo formal del período de gobierno. Y procura que desde el final de este
ciclo empiece a gestarse otro, virtuoso, basado en la cultura del encuentro, en
la unión nacional, en la justicia y en la reconciliación.
De
estos temas conversa con la dirigencia argentina que lo visita en El Vaticano,
con los políticos, sindicalistas y empresarios a los que busca por vía
telefónica y con todos aquellos que reciben su palabra a través de emisarios y
voceros.
Que
nadie suponga que desde El Vaticano fluyen “instrucciones”, pasos específicos a
seguir por cada uno de los interlocutores directos indirectos del Papa. Lo que
llega son reflexiones y observaciones acompañadas por una actitud que conduce a
aquellas metas: diálogo, comprensión, unidad, cuidado de los semejantes y del
orden común, justicia, misericordia, audacia y “lío” (como les aconsejó a los
jóvenes en Brasil) que no deben confundirse con temeridad y agresión.
El
último jueves, en un salón de la Universidad Católica Argentina, el mensaje
bergogliano se hizo oír a través de un ilustre portavoz informal: el pensador
uruguayo Guzmán Carriquiry Lecour, el laico más encumbrado de la estructura
vaticana (es secretario de la Pontificia Comisión para América Latina), muy
cercano a Bergoglio (como lo fuera su recientemente fallecido compatriota, el
eminente pensador Alberto Methol Ferré).
Una
agenda para la región
Carriquiry
planteó una agenda de objetivos a lograr en la región (“la patria grande”): “Una
revolución educativa, inversión en capital humano, una serie de infraestructuras
físicas, energéticas y financieras, inversión de fuertes valores agregados en
nuestras riquezas naturales y la configuración de cadenas productivas,
crecimiento con más justa redistribución, lucha contra la pobreza,
reconstrucción del tejido familiar y social, pacífica convivencia, combate
contra el narcotráfico y las drogas, mayor madurez democrática y salto de
calidad en la integración latinoamericana”.
Señaló
también que “es imposible afrontar la magnitud de estos retos desde una
permanente confrontación, destinada siempre a dividir y por eso a restar, nunca
a sumar”.
Escucharon
a Carriquiri en un salón colmado muchos personajes de la política,
particularmente de las distintas cofradías peronistas (desde los diputados
oficialistas Julián Domínguez y Carlos Kunkel al antikirchnerista jefe de las 62
Organizaciones Gerónimo Momo Venegas).
El
narcotráfico y la ausencia del Estado
Un
punto urgente del programa enumerado por Carriquiry ya había sido incorporado
por la Conferencia Episcopal argentina a la agenda política local a principios
de noviembre de 2013: la necesidad de enfrentar la amenaza del narcotráfico ante
una "situación de desborde” provocada por “la ausencia del Estado” y “la
complicidad y corrupción de algunos dirigentes". Los obispos señalaron con
énfasis que “estas mafias que han ido ganando cada vez más espacio” y
advirtieron que
"si
la dirigencia política y social no toma medidas urgentes costará mucho tiempo y
mucha sangre erradicarlas". El mensaje fue reiterado esta semana por los
obispos, que se reunieron en la ciudad de Buenos Aires. Casi al mismo tiempo, el
presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, abría el año
judicial advirtiendo que “el narcotráfico está afectando el Estado de Derecho”.
No
es improbable que el tema surja en el Convento de Santa Marta, durante la
conversación de la señora de Kirchner con el Papa Bergoglio.
Obviamente
no habrá ninguna crónica de esa charla, pero es legítimo conjeturar que el Papa
no dice en privado nada diferente de lo que afirma y propone en público. En todo
caso, lo que puede variar son los énfasis.
Si
no las palabras intercambiadas, en poco tiempo se podrán, sí, observar las
consecuencias de esa conversación. El Pontífice ha demostrado ser muy
persuasivo. Quizás el fin de ciclo, que por cierto no carecerá de conflictos
inevitables, pueda al menos eludir el confrontacionismo estéril.
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